67: La alta sociedad de la Capital (11)

abril 21, 2019


David se cansó de esperar de brazos cruzados a que su hermana acabase de atender a su invitada y decidió ir a buscarla al palacio Rosa. La regañina de su hermana en su última visita le había ofendido, pero no quería estar a malas con ella. Beth era una de las pocas personas con las que David no debía competir. El único que saldría escaldado de no tener una buena relación con la futura reina y madre del futuro heredero sería él. Confiaba en que llegaría el día en que su hermana dejaría de tratarle como a un niño pequeño y que conseguiría una buena posición como confidente del rey. Previsor, había empezado a reunir toda una serie de jóvenes talentos que contribuirían a su buena labor.
El palacio Rosa pasaría a pertenecer a Beth tras la coronación. David se había enterado que allí había estado viviendo una de las princesas la que, además, había terminado casándose con el duque de Taran. ¡Semejante era la influencia de los Taran que podían casarse con una princesa! Pero David menospreciaba todo aquello relacionado con ese duque incluida su esposa. A sus ojos no era más que otra bastarda que el difunto rey había traído al mundo como tantos otros.
Ensimismado como iba en sus pensamientos, se equivocó de camino y tuvo que recular. Y entonces, una ráfaga de brisa veraniega arrojó pétalos sobre David que estrechó los ojos y se protegió el rostro con las manos. Entonces, descubrió un sombrero a sus pies ricamente decorado con un lazo, sin duda, pertenecía a alguna noble. El joven se agachó, recogió el sombrero, se irguió y… se quedó de piedra. Una deslumbrante joven corrió en su dirección bañada por los rayos del sol que parecían traspasar su piel translúcida. Sus labios rojos destacaban como pétalos de rosas en viva coloración. Las vistas del jardín, la fragancia de las flores, la luz del sol y la suave brisa parecían hechos para aquella mujer y David se enamoró a primera vista.
Con el sombrero en mano y el corazón a mil se acercó a la muchacha que sería su primer amor olvidado por completo el rostro de la prometida a la que no había conocido todavía y a la criada que acompañaba a la joven desconocida.
–Un sombrero con el corazón de una joven doncella ha caído en mis pies. Mucho a mi pesar debo devolver el sombrero, pero, ¿puedo quedarme el corazón? – Dijo deteniéndose a un paso de ella.
Lucia aceptó el sombrero y ladeo ligeramente la cabeza con una risita. ¿Cómo alguien podía decir algo así sin sonrojarse siquiera? Era la primera vez que alguien le tiraba los tejos tan directamente.
La reina le había concedido permiso para pasear por el hermosísimo jardín de flores cuando, de repente, una ráfaga le había robado el sombrero. Aliviada por tener a dos sirvientas con ella, se dirigió al desconocido siempre con el consejo de Jerome de no acercarse a ningún hombre sin acompañante.
–Muchas gracias. – La situación era tan bizarra que tuvo que reír.
–Hasta su voz es hermosa. – David creyó que le estaba sonriendo a él. – Soy David Ramis, Duque de Ramis.  – Se presentó.
Lucia recordó un par de cosas de su sueño: era el varón más mayor de los Ramis. Le reconoció de un par de fiestas y sabía que su estatus no era inferior al de su marido. De hecho, en las contadas ocasiones en las que el duque de Taran y el de Ramis habían coincidido en un acontecimiento social, el público parecía dividirse en dos.
David no le cayó en gracia. La arrogancia del duque de Taran surgía de su seguridad sin que le importasen las opiniones de los demás, sin embargo, este muchacho fingía ser buena persona, pero su arrogancia nacía de la intención de pisotear al resto. Era como si llevase una máscara.  En un baile en el que había coincidido en su sueño recordaba haber escuchado entre el bullicio de gente algo sobre las intenciones del duque de Ramis. Poco después de divorciarse del Conde Matin y trabajar con criada, Lucia se enteró de que David había asumido el control de su familia, había intentado rebelarse y había perdido su ducado.
–Por un momento he creído que las rosas se habían convertido en una persona.
Lucia volvió en sí. Quizás se estaba portando de esa forma con ella porque sabía quién era.
–Exagera.
–Para nada. Jamás había visto una belleza similar. ¿Podría concederme la gracia de saber su nombre? – Que no supiera su identidad alivió las dudas de Lucia. – No voy a precipitarme, mi señora. – Aseguró David, incomodado por el silencio de la joven. – ¿Le gustaría dar un paseo conmigo? Me encantaría conocerla mejor entre las rosas.
David era un hombre directo que no vacilaba en confesarse a las mujeres que le entraban por el ojo. Por desgracia, su pasión aparecía con la misma razón que se esfumaba. Ninguna mujer le había rechazado hasta el momento. Prefería una belleza elegante y pura, y Lucia coincidía a la perfección con sus gustos. Tan absorbido estaba el joven Romeo con su amorío que no se percató de la otra presencia que observaba la escena desde detrás de Lucia.

Beth se encontró a su hermano intentando ligar con la duquesa que parecía desear que se la tragase la tierra. Era tan bochornoso que se sonrojó, nunca había visto a su hermano seducir a una mujer.
Poco después de que la duquesa se retirase, Beth ordenó a las criadas que preparasen unos aperitivos cuando el duque de Taran apareció preguntando por su esposa. Como parecía haber una sensación de urgencia en su voz, decidió acompañarle a buscarla por el jardín y allí se encontraron con una escena, ciertamente, indeseable. Beth miró de soslayo al hombre que estaba parado a su lado, ese hombre normalmente tan inexpresivo y frío. No notó nada peculiar en su expresión.  La futura reina no podía ni llegar a imaginarse que Hugo estaba tramando el asesinato de su hermano mentalmente.
Aquel desgraciado había osado acercarse a su esposa y todo lo que tenía en la cabeza era una docena de maneras de matarle.
Hasta escasos instantes antes había gozado de buen humor porque Lucia estaba en el palacio y podía verla. De hecho, había corrido a su encuentro en un intento de sorprenderla. No obstante, la escena que estaba presenciando en ese momento le heló la sangre. Una mosca se estaba atreviendo a revolotear alrededor de la más hermosa de las flores. La flor que había guardado con recelo estaba a vista de todos.  ¿Por qué era tan bella? Con que él supiera lo hermosísima que era ya debía ser suficiente. Aquel bastardo estaba tentando a la suerte y colgando de un hilo muy fino.
Hugo ocultó sus emociones bajo un manto de inexpresividad, pero por dentro le hervía la sangre y estaba a punto de explotar. Inspiró en un intento de tranquilizarse y se serenó para no asesinar al cuñado del rey.  Parecía estar funcionando hasta que el muy imbécil le preguntó a su mujer si le apetecía dar un paseo con él.

¿Cómo rechazar la persistente invitación de David? En el Norte, Kate le había explicado la mejor manera de ignorar los avances de un hombre sin herir su orgullo, pero no había prestado atención. Por desgracia, no había creído que le fuera llegar a ocurrir a ella.
–Tiene otros planes.
Lucia abrió los ojos como platos al escuchar aquella voz que le producía mariposas en el estómago. Hugo le rodeó la cintura con un brazo y se la acercó.
–¿Qué haces-…? – Balbuceó ella, perpleja. Hugo la estrechó con más fuerza.
–¿Qué necesitas de mi esposa?
David se quedó patidifuso por la aparición del duque, cómo abrazaba a la muchacha como si nada y sus paabras.
–¿Es-…? ¿Esposa? Entonces, es la… ¿Duquesa?
La mujer que tenía su corazón bajo su yugo estaba casada. David miró a Lucia con incredulidad. Verla tan cómoda en los brazos de otro hombre le sorprendió, no podía apartar la vista.
Hugo frunció el ceño. ¡¿Por qué no le quitaba los ojos de encima?! Quería gritarle, pero se contuvo.
–Señor Ramis. – Le llamó. David le miró. – No vuelva a acercarse a mi mujer de esta manera nunca más. – Le advirtió.
Los ojos de Hugo eran crueles, aterradores y rebosaban repugnancia. David se molestó.
–Mi buen duque, está siendo demasiado duro. Sólo conversábamos. Además, el matrimonio no significa que la mujer pasa a ser propiedad de otro.
Todo lo que Hugo escuchó fue que ese bastardo pensaba volver a flirtear con su esposa a la que se diera la ocasión. ¿Tantas ganas tenía de morir? ¿Y si lo mataba ignorando toda consecuencia? Si no fuese por la presencia de Lucia ya lo habría hecho, pero el mayor de sus miedos era que su amada mujer fuese testigo de un acto tan sangriento.
David nunca se le había antojado alguien digno de su prudencia o atención, apenas era un cachorro ignorante que no valía la pena marcar. No obstante, este acontecimiento cambió el curso de la historia: debía acabar con él.
–Qué suerte tiene, señor Ramis. Debe ser maravilloso contar con la seguridad de poder morir al menos una vez y salir airoso. – Amenazó Hugo con una mirada que mataba.
–¿Disculpe…? – Preguntó David con arrogancia.
Lo único que se leía en la expresión de Hugo era sed de sangre. Era una expresión que obligaba a recular hasta el más bravo de los generales en batalla.
David empalideció y temblaba como una hoja caduca. Hugo esgrimió una mueca burlona, cogió a su esposa por la muñeca y la arrastró por el jardín desapareciendo detrás de una pared de rosas.
David se quedó allí: patidifuso, humillado y avergonzado. ¿Por qué se había reducido a semejante estado?
–¿Estás bien? – Beth se acercó a su hermano y, a pesar de su desaprobación, se preocupó por él.
–¡¿No le has oído, hermana?! ¡Me acaba de amenazar!
–No te lo tomes tan en serio. – Respondió ella con indiferencia.
La amenaza sólo iba dirigida a David, por lo que Beth no sentía que fuera algo de suma importancia.
–¿No decías que practicabas con la espada cada día? No vendremos de una familia guerrera, pero algo sabemos.
–¡No es un juego! ¿Cómo se ha atrevido a amenazarme de esta manera? ¡¿Lo has visto?!
¿Qué amenaza? El comportamiento narcisista del blandengue de su hermano le disgustaba. David se creía el ombligo del mundo y se ahogaba en un vaso de agua, aunque se tratase del asunto más insignificante del mundo.
–El que ha hecho mal has sido tú. ¿Cómo has podido intentar ligar con la duquesa?
–¡¿Y yo qué sabía?!
–Bueno, levántate de una vez. – Beth frunció el ceño.
–¿De verdad es la duquesa? – David rechinó los dientes. Tampoco le había hecho gracia que le fallasen las piernas.
–Sí, hemos comido juntas. No vuelvas a ser tan grosero nunca más.
David estaba descorazonado. Estaba convencido que era la mujer de sus sueños.
–¿Por qué no me habías dicho que había una belleza como ella por aquí? Tendrías que haberlo sabido, es una princesa.
–Qué tonterías sueltas por esa bocaza tuya. ¿Ahora tengo que enterarme de cómo son las princesas? – Beth ignoró las quejas de su hermano. – Si no tienes nada más que hacer, vete a casa. Me voy a atender a mi invitada.
–¿Hablas de la duquesa?
–Tú las amenazas no las llevas bien, ¿verdad? – Chasqueó la lengua. – Vete ya a casa. Déjate de tonterías.
–¿En serio? No me lo puedo creer. ¿Ahora las mujeres casadas no pueden hablar con nadie?
Flirtear con una mujer delante de su esposo era, por supuesto, considerado de mal gusto y suficiente motivo como para enzarzarse en un duelo. No obstante, la nobleza de Xenon era liberal. Que tu pareja tuviese algún que otro amante no solía conllevar el divorcio. Se toleraban los bastardos y las confesiones amorosas no ni siquiera material de cotilleo.
El duque había exhibido un comportamiento impropio. ¿Quién controlaba tanto a su esposa?
Beth seguía sorprendida. La reacción de Hugo había sido excesiva. Su agresividad había sido fruto de los celos. Y los celos era la última palabra que uno relacionaría con el duque de Taran.

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