68: La alta sociedad de la Capital (12)

abril 21, 2019


Lucia apenas conseguía correr detrás de su marido que recorrió el jardín a zancadas enormes sin soltarle la muñeca.
–¿Ha pasado algo, Hugh? ¿Por qué estás tan-…?
Antes de que ella pudiese terminar la frase con “molesto”, él detuvo sus pasos y tiró de ella para besarla en aquel lugar abierto a la vista de cualquier que pasase por ahí.
Lucia intentó apartarle, alarmada, pero él le sujetó la barbilla con todavía más firmeza. La besó con dureza, exploró su boca y no la dejó hasta dejarla sin aliento. Apasionadamente, le lamió los labios con el deseo en su mirar.
–Voy a despedir a tu diseñadora. – Anunció sin dejar de besarle los labios.
–¿Qué?
–¿Quién te ha dejado salir tan guapa? ¡No hacía falta acicalarse tanto!
El mismo hombre que había ido a buscar a la diseñadora personalmente, se estaba quejando de su trabajo. La terquedad de su marido era totalmente irracional, pero le gustó que la halagase, así que se limitó a mirarle de soslayo. Era la primera vez que se había sentido hermosa al mirarse en el espejo y un hombre la había intentado cortejar, por lo que su ego estaba más alto que nunca.
–No, Antoine ha hecho muy buen trabajo. Y tú mismo dijiste que mi atuendo refleja el prestigio de la familia.
A Hugo no podía importarle menos el prestigio de la familia, sólo había querido comprarle un vestido. La idea de que su esposa anduviese por ahí como ropa de segunda mano le aborrecía, pero tampoco quería que dejase a la vista todos sus encantos. No dejaba de contradecirse.
–Además, la manera con la que te has ido no ha sido de buena educación.
–¿Y eso importa en esta situación?
–¿Qué “situación”?
–Oh, pues no sé… ¡El tío ese que te estaba cortejando, por ejemplo!
–¿…Perdona? – Lucia estalló en carcajadas. – No es eso. – Verle tan enfurruñado le hizo gracia. – Sólo me había recogido el sombrero.
Lucia no era tan ingenua como para no comprender la situación con David, pero tampoco era necesario presumir de ello. No quería que Hugo malentendiese que había empañado el honor de los Taran con una mala conducta.
–¿Cómo que no? Lo he oído todo. Ha usado la forma más típica de tirarle los tejos a una mujer.
–Supongo que tú entiendes más que yo. – Lucia se lo miró pudibunda. Hugo cerró la boca. La conversación había terminado en aguas tempestuosas y como siempre deseaba borrar sus antecedentes. – Aunque fuera verdad que me estaba intentando cortejar… Da igual, porque yo no estoy interesada.
Hugo se serenó. La tranquilidad con la que Lucia estaba asumiendo lo ocurrido le dejó aliviado.
–¿Por qué te ha molestado tanto? No te preocupes, no voy a corromper el honor de la familia.
–…No ha sido por eso.
La expresión de Lucia era extraña. La joven iba a reflexionar en sus palabras cuando de repente recuperó la noción del lugar y se percató que se hallaban en un jardín de rosas amarillas. Hugo la había arrastrado hasta allí sin pensarlo, sólo quería alejarla de aquel necio y ahora estaban en la peor localización posible. A Hugo se le desencajó el rostro. Ni siquiera le gustaba que Lucia fuese al Palacio Rosa.
Jerome había conseguido disuadir a Lucia de plantar un jardín de rosas en el Norte bajo la pretensa de que su esposo odiaba las rosas en general y la expresión de Hugo se lo demostró, así que decidió fingir ignorancia y cambiar de tema.
–Su Alteza la reina está preparando unos aperitivos. ¿Te apetece?
–¿…Tomar el té?
Hugo no tenía tiempo, la reunión empezaría en cualquier momento, pero, pensándolo bien, cabía la posibilidad de que David hiciera acto de presencia y eso le obligaba a asistir para proteger su posición.
–Pues sí me gustaría.
La pareja se echó a andar. Hugo estaba harto de las rosas, deseaba salir de allí cuánto antes. Jamás hubiera imaginado que llegaría a sentir semejante aversión por unas dichosas flores.
El pensar en el posible levantamiento de David contra el régimen en el que fracasaba y moría preocupaba a Lucia. ¿Y si aquello afectaba negativamente a su esposo? ¿Pero cómo podía explicárselo? ¿Le decía que lo había visto en sueños? No, nadie se creería algo así. Su marido no pasaba por alto a nadie y a juzgar por la actitud que tenía hacia David tal vez tampoco era necesario advertirle. Aun así…
–Hugh, – llamó bajando la voz. – puede que sean tonterías mías, pero… ¿Hay alguna posibilidad de que los Ramis vayan a cometer traición?
–¿…Traición?
Era una pregunta peligrosa que debía hacerse con la más suma prudencia, sobretodo entre los muros de palacio.
–Me he pasado… ¿verdad?
Si cualquier otra persona hubiese preguntado lo mismo, Hugo la habría ignorado y, seguramente, sospecharía de las intenciones de ésta. No obstante, su esposa no era así.
Hugo pensó en el duque de Ramis: un anciano astuto que le había rendido pleitesía incluso cuando era niño. Además, Kwiz no era tan necio como para permitir entrar a alguien en su círculo cercano sólo por ser el padre de su mujer.
–Es el consejero del rey y su nieto será el heredero. Nadie pondría en peligro un privilegio semejante.
–No hablo de ahora mismo… Eh… O sea, cuando el conde Ramis que hemos visto antes sea el nuevo duque.
La situación cambiaría y Hugo no estaba tan seguro de cómo se portaría ese bastardo inmaduro. Quizás con la edad maduraría y se convertiría en un político habilidoso, aunque Hugo era sabedor de que el joven estaba reuniendo a un grupo de hombres. Si se alzase contra el régimen entonces…
Para evitar dejar en evidencia al rey o al duque de Ramis no había perseguido o investigado el asunto hasta el momento. David era un muchacho ridículo al que aborrecía, sin embargo, escuchar las palabras de Lucia le ayudó a darse cuenta de que tal vez se estaba confiando demasiado. David era, después de todo, el primogénito del duque de Ramis y su heredero. Lo más cauto era poner a David en su punto de mira.
–¿Por qué lo dices?
–No hace falta que me contestes. Es que la forma como te ha mirado antes ha sido un poco…
–¿Estás preocupada…? ¿Por mí?
–¿Hago mal?
–En absoluto. – Hugo le levantó la mano y le besó el lomo. – Me alegra que te preocupes por mí, pero no hace falta. Ya me ocupo yo de todo.
Como siempre, su marido eximía seguridad en sí mismo. Lucio río en silencio. Este hombre superaría cualquier problema que se antepusiera en su camino. Le gustaba la sensación de protección tan cómoda y agradable que ahuyentaba su ansiedad.
–Me he enterado de que le preguntaste al mayordomo sobre lo de las rosas amarillas. – A Hugo seguía molestándole el tema de las rosas.
–Eso fue hace mucho. Me dijo que ya te habías ocupado de ello. – Lucia sonrió e intentó dejarlo correr. No quería seguir hablando de las rosas amarillas durante demasiado tiempo.
–La próxima vez, pregúntame este tipo de cosas a mí, no al mayordomo.
–¿Qué es “este tipo de cosas”?
–Lo que sea que quieras saber.
–Te voy a molestar mucho.
–No.
En realidad, Hugo sólo quería que hablase con él y no con otro hombre. Era un capricho infantil que nunca se habría planteado hasta el momento. De hecho, nunca lo habría dicho de una manera tan indirecta si no fuese por ella.
Lucia sonrió. Seguía la promesa de ser un marido en quien podría confiar a raja tabla. Sus esfuerzos estaban a la vista: cada noche le recitaba su horario del día siguiente para que ella pudiese saber dónde estaba, por qué, hasta cuándo y con quién. Gracias a ello sabía que no tendría tiempo o iba a encontrarse con otra mujer y sólo eso la dejaba tranquila.

A diferencia de lo que Hugo se temía, David ya se había marchado. La reina y la pareja disfrutaron del té en una de las terracitas del palacio y, aunque Beth se sentía serena, no podía evitar mirar de soslayo al duque. Ni en sus sueños se había atrevido a imaginar una situación como la presente.
–¿Ya se ha solucionado la urgencia? – Beth estaba totalmente segura de que el duque había venido a ver a su esposa por algún asunto urgente.
–Sí, discúlpeme por mis formas.
–No, gracias por soportar la grosería de mi hermano. Le he regañado y le he obligado a marcharse. – Beth demostró que estaba de su parte, pero que no podía frenar a su hermano.
David ya había dejado una mala impresión en Hugo: en cuanto tuviese tiempo ordenaría una investigación exhaustiva del joven.
Lucia se lo miró extrañada. Todavía ignoraba el motivo de su visita. Hugo le contestó con una sonrisa y se lamió el labio para recordarle el beso de antes. ¡Menudo hombre este! Lo fulminó con la mirada, pero Hugo se limitó a llevarse la taza de té a los labios. Qué caradura.
–¿Tiene calor, duquesa? Está toda roja.
–¿Disculpe? Ah… no, estoy bien.
Una criada se acercó a la reina y le susurró algo al oído. Beth indicó con un gesto que la había oído y la ordenó retirarse, entonces, miró al duque extrañada.
–Su Majestad me pregunta por qué no está usted en la reunión todavía, duque.
–¿Tienes una reunión?
¿Cómo podía despreocuparse tanto de un asunto importante? Lucia tuvo que tragarse sus críticas y desaprobación porque estaban en público.
–Será mejor que me vaya. – Hugo asintió con la cabeza a modo de saludo y pidió que le permitiera un momento con su esposa.
Beth asintió afirmativamente con la cabeza. Eran una pareja, sí, pero su relación era peculiar. La menuda duquesa no parecía estar pasando por ningún mal trago y cruzaban miradas cada pocos segundos.

Lucia siguió a su marido hasta salir de la terraza. ¿Qué hacía perdiendo el tiempo allí cuando el mismísimo rey reclamaba su atención? Justo cuando iba a bombardearle con preguntas acusatorias, Hugo la sujetó por la cintura y la abrazó. Sobresaltada, la joven se chocó contra su hombro y vio perfectamente como el criado que había venido a acompañar a Hugo se alejaba.
–¿Qué haces? ¡Que nos van a ver! – Musitó ella empujándole.
–Hoy llegaré tarde.
–Lo sé, me lo dijiste ayer.
–¿Te vas a ir ya para casa?
–Sí, cuando acabe de hablar con la reina.
–No te duermas, quiero que acabemos lo que hemos empezado antes.
–¡Hugh! – Rechistó ella.
Hugo le sujetó el mentón y la besó apasionadamente.  Las mejillas de su mujer se tiñeron de un precioso rojo manzana, la soltó y se alejó caminando como si nada dejándola allí, con los puños cerrados y furiosa.
–Mmm.
Lucia se dio la vuelta y se encontró con Beth. ¿Cuánto habría visto? Lucia deseaba que se la tragara la tierra.
Beth ya no sabía qué pensar. Los rumores relataban el embrujo en el que había caído el duque y lo bellísima que era la nueva duquesa y la reina no podía esperar a contárselo a su marido. Qué divertido iba a ser verle la cara.

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