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abril 22, 2019


–¡Ah, no! ¡Eso no se come, princesa! – Exclamó Elaine.
–Elaine. – Cerera se acercó lentamente y me devolvió la horquilla que Elaine me acababa de quitar.
Elaine se enfurruñó, pero el estatus de mi querida nodriza y su porte acalló sus quejas.
–¿Cómo te atreves a gritarle?
–Lo siento.
Elaine no paraba de meterse en líos: hoy, ayer y el día antes de ayer. Su torpeza me molestaba, pero no la odiaba.
–Da igual lo mucho que te moleste algo, tienes que decirlo con suavidad. ¿Recuerdas?
–Lo siento. – Se disculpó Elaine, desanimada.
Quise levantar las manos para darle una palmadita en la espalda, pero no llegué.
–Tome, princesa.
Cerera me colocó el chupete nuevo en la boca.
–Parece que le gusta.
–Eso creo.
–Qué bonita es. – Elaine volvió a halagarme, embobada por mi hermosura.
Me hacía cumplidos cada poco tiempo, me llamaba guapa tantas veces al día que casi empezaba a cansarme.
Tras lo ocurrido en los jardines se me volvió a encerrar en mis aposentos, pero gracias a las conversaciones entre mi nodriza y la criada me enteré del desenlace.
La princesa Faylene llegó en el momento equivocado a la hora equivocada. Sé que se había ordenado su ejecución, pero una parte de mí todavía dudaba de que fuera cierto hasta que Elaine me explicó que se había decidido que el castigo se llevaría a cabo el próximo mes.
–Me han dicho que van a empezar a registrar a los que entren a palacio.
–El resto de las mujeres del harén están aterrorizadas. –  Elaine jugueteó con sus propias manos mientras hablaba. – Me da pena. Tampoco es que estuviese aquí porque quería. ¡El Emperador es un sádico! – Cerera le dedico una mirada de desaprobación y Elaine recapacitó. – Lo siento, me he sobrepasado. – Dicho esto, cambió de tema  como si nada. – Qué bonita es la princesa. – Comentó. – No parece que sea su hija. De mayor será toda una belleza.
–Sólo tiene tres meses.
–¡De tal palo tal astilla! – Aseguró la joven criada. – ¡Mírala! Es preciosa.  Qué ganas tengo de llevarla de paseo.
–Contrólate, ni siquiera se puede sentar todavía. – Cerera chasqueó la lengua.
Yo acababa de comer y decidí que un poco de ejercicio no me vendría mal, por lo que intenté levantarme, pero la gravedad no estaba de mi lado.
–¡Oh, vaya! – Exclamó Elaine.
Yo la ignoré. Darme la vuelta era muchísimo más importante.
–¡Mira, Cerera!
Cerera se acercó rápidamente, atónita. Y yo, sin aliento, caí rendida entre las sábanas.
–¡Se ha dado la vuelta! ¡Lo ha conseguido!
–Ya se puede dar la vuelta. ¡Vaya!
Una cascada de cantos y halagos se cernieron sobre mí. No sabía que hacer y esperé a que mi nodriza me cogiese en brazos.
–¿Has visto esta herida, Cerera?
–Ah, eso.
La expresión de Cerera cambió. Recordé el jadeó asustado que había exclamado cuando había descubierto esa marca en mi cuerpo mientras me bañaba.
–¿Podemos esconderlo? Se lo ha hecho sola.
–De momento sí. – Ordenó.
Cerera me levantó la ropa y me examinó el torso.
–Está mucho mejor ya.
Elaine también me miró el moratón.
–Pero, si lo escondemos-…
–Calla. –Nunca había visto a Cerera ponerse tan seria. – Piensa en las consecuencias de si alguien se entera. – Me devolvió a la cuna.
–Supongo, que perderíamos el cuello.
–Eso es lo que menos miedo me da. – Afirmó la nodriza que me acariciaba con ternura. – Lo que más miedo me da es que esta princesa será maldecida por todos los enemigos de su padre por el simple hecho de ser su hija.  – Dicho esto, apagó la luz.
No me gustaba aquel silencio sepulcral. Deseaba ser capaz de hablar, deseaba tener dientes y empezar a sentarme, andar o gatear. Pasarme el día mirando por la ventana desde la cuna era frustrante y agotador, sobretodo cuando las noches eran tan largas. Tal vez por esto los bebés lloran tanto de noche. Sin embargo, yo no podía ni quería llorar. Tenía tres meses, pero mi mente era la de una mujer de veinticinco.
Escuché un crujido y miré de soslayo. Allí, había dos siluetas. ¿Cómo habían conseguido colarse en mi habitación? ¿Serían asesinos? ¿Qué iba a hacer? ¿Llorar? ¿Gritar? Las siluetas se acercaron y yo apreté los puños.
–Está dormida.
El alivio que sentí al escuchar su voz no puede describirse con palabras.
–¿Se ha despertado? – Preguntó poniéndome la mano en la cara.
Su temperatura me sorprendió, pero conseguí seguir fingiendo que estaba dormida. ¿Por qué había venido a visitarme de esta manera como si fuese un pervertido?
–Qué sincero eres.  – Comentó una voz que no pertenecía a mi padre. Una voz que no había escuchado nunca. – Nunca me habría imaginado que cambiarías por tener una hija. – Continuó la voz dulce y pegajosa de un hombre. – Cuando mataste a tus otros hijos no parecías humano.
–Tienes razón. – Contestó Keitel con una risita grave. – A mí también me parece raro. – Dijo, acariciándome distraídamente.

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