69: La duquesa Vivian (1)

mayo 21, 2019


El día de la fiesta se acercaba, así que Jerome había recopilado toda la información posible sobre la Condesa de Jordan para Lucia.
La Condesa era una mujer de treinta y ocho años, con dos hijos y cinco hijas. Su primogénito acababa de debutar en sociedad a la edad de quince y se sabía que excepto la tercera hija, el resto eran todas ilegítimas. Según la información del mayordomo a la mujer le encantaba hablar sobre jardinería y música.
Lucia se preguntó si investigar a los asistentes era algo recurrente. En su sueño jamás se le había proporcionado ni la más remota pista sobre cómo encajar y sólo acudía a las fiestas a la que le ordenaban asistir.
Lo de las hijas bastardas era nuevo, todo lo que recordaba de su sueño era que la Condesa había sido una personalidad importante de vastas conexiones y una gran familia.

*         *        *        *        *

La Condesa de Jordan se hallaba en el ojo de un huracán: la fiesta que en un principio había organizado para diez personas, se había convertido en un torbellino. Tantos interesados le impidieron mantener el aforo máximo a diez personas y su encuentro para tomar el té se acabó convirtiendo en una fiesta. La Condesa sólo organizaba pequeños encuentros para charlar y tomar el té, rara era la ocasión que se decidía a montar algo más grande.

*         *        *        *        *

–¿Vas a ir a tomar el té? – Preguntó Hugo cubriéndole el cuello y la espalda de besos después de una ronda de sexo apasionado.
–Sí, mañana.
–Vas a volver agotada. – Hugo aborrecía cualquier cambio sobre su mujer y continuó bañándola con sus besos.
–No sabía que a la gente le llegaría a interesar tanto. – Comentó sorprendida Lucia. Ver hasta que nivel había cambiado la magnitud del encuentro le hizo darse cuenta de lo grande que era la posición de duquesa y decidió enzarzarse de pleno con la vida social de la alta sociedad para honrar el orgullo de su marido.
Hugo soltó una risita y le mordió un cachete. Ella gritó, molesta, pero a él no le importó y se limitó a observar con orgullo la marca que le había dejado.
–¿Por qué no rechazas la invitación y vas otro día?
–No es cortés. Si lo hago empezarán a llover malos rumores sobre mí.
Hugo se inclinó sobre ella y le susurró al oído:
–Y entonces, pagarán el precio por abrir la bocaza. – Aseguró totalmente convencido, pero Lucia hizo caso omiso.
Para la joven los rumores no eran algo de lo que pudiesen encargarse por la fuerza bruta. Nunca había oído de nadie intentando deshacerse de un cuchicheo por ser malo y no creía que su esposo fuera a ser el primero con semejante idea.
–No voy a rechazar la invitación. Si voy, no pasará nada.
–…Qué cabezona eres.
Hugo le introduje el pene y se la colocó debajo de él. El interior de ella, todavía rebosante de fluidos de la anterior ronda, lo envolvieron y se lo tragaron. Hugo le cogió las manos y le sujetó la cintura.
–¿A qué hora acaba?
–Empieza de día… Ah… Antes… Ah… de que caiga la noch-… Ah.
Cada vez que él entraba en ella le recorría un escalofrío. La punta atacaba el sitio idóneo sin parar y Lucia tuvo que aferrarse a las sábanas mientras que el peso de su marido encima de su propio cuerpo la excitaban aún más.
–Si te cansas, vete cuando sea. Puedes hacerlo con tu posición.
–¡Ah!
–Uff.
De repente, el interior de su esposa se apretó tanto que tuvo que pararse a coger aire. Ella alcanzó el clímax y sus paredes convulsionaron y estrujaron su miembro entre estremecimientos y temblores.
–Sólo me he movido un par de veces… ¿y ya estás? – Hugo chasqueó la lengua.
–Mnnn…
–Como esto siga así tendré que hacérmelo con las manos, cariño. – Hugo esbozó una mueca divertida cuando notó el rojo de sus orejas.
–¡E–Espera! – Exclamó Lucia cuando Hugo volvió a cogerla por la cintura. – Déjame… De… Descansar…
Hugo la penetró vigorosamente.
–¿Quieres ser la única que se divierta?
–Ah… Me… Molestas… ¡Ah! Cada día…
–Dilo bien: te satisfago cada día.
Hugo se agarró a sus caderas, le levantó el trasero y la entró hasta el fondo. La sensación fue electrizante, sus movimientos cada vez más intensos y sus fluidos corrían por los muslos de ella. El orgasmo continuó intermitentemente, la atacó sin misericordia.
–¡Ah! ¡Ah!
–…Vivian. – Hugo pronunció su nombre con voz ronca.
–¡Ah…! ¡Despacio… Más despacio!
Hugo cogió aire y la conquistó completamente. Su flor no dejó de mojarse en ningún momento y su vagina convulsionaba sin parar. Penetrarla le daba una sensación euforia y, ante todo, confirmaba que era suya. Una y otra vez.

*         *        *        *        *

Fabian apareció con mala cara, saludó a su hermano y musitó sin ánimos:
–¿Y mi señor?
–No está…
–Me han dicho que se iba a palacio esta tarde.
–No, la señora tiene una reunión para tomar el té y ha ido a despedirse de ella. Espera, que enseguida volverá.
–¿Qué? ¿Una qué? – Los ojos de Fabian relucieron. – ¡¿Yo tengo que pasarme el día corriendo y él se va a acompañar a su mujer a una fiestecita?! ¡Estoy harto de llegar y ver a mi mujer dormida! ¡Quiero ver a mis hijos! – El trabajo de Fabian aumentaba por momentos: investigar rumores, a David…
–Supongo que estás ocupado. Al menos te paga extra. – Jerome sabía que si no se le recompensaba generosamente, Fabian no  trabajaría más.
El rostro de Fabian se ensombreció: ese era precisamente el problema. Su paga aumentaba proporcionalmente a sus horas trabajabas y su esposa tarareaba encantada pensando en lo bien que podrían educar a los niños a su costa.
–¿Desde cuándo le importan los rumores?
–¿Las malas lenguas susurran algo? – Jerome se puso serio.
–¡Los rumores de nuestro señor siempre son malos! ¿Ha pasado algo por culpa de los rumores? ¿Se han peleado o algo?
–En absoluto.
Jerome se sintió aliviado viendo que el rumor no era sobre su señora. La relación de sus amos era estupenda, incluso mejor que en Roam. La mansión que hasta antes de la boda siempre había parecido tan fría, ahora con su señora rebosaba vida.
–Entonces, ¿por qué? Empiezo a perder el respeto por Su Señoría.
Aunque Jerome era consciente que Fabian sólo estaba exagerando el sentimiento fiel que llevaba dentro salió a la luz.
–Será mejor que no cuestiones tu lealtad.
–…Qué cruel. ¿Pero eso del té no es para mujeres?
–Te he dicho que ha ido a despedirse.
–¿Desde cuándo se acompaña a una mujer a una fiesta de mujeres?
Desde nunca. Jerome se aclaró la garganta en lugar de contestar y Fabian denunció algo que ni él mismo se atrevía a decir.
–El señor ha cambiado.
Estaba a la vista que todo el trabajo extra estaba relacionado con la señora. El duque era un hombre egoísta, no miraba por el interés de la familia, sólo por su propio bien. En el caso en el que surgiese un problema que involucrase a su familia, el duque no se sacrificaría jamás y abandonaría a su familia sin remordimiento ninguno. Y, sin embargo, este mismo hombre tenía a otra persona como el centro de su vida.
Fabian era consciente que ahora tendría que andarse con pies de plomo. El gatillo era una mujer y dios sabe la incertidumbre que acarrean estas criaturas.  Ningún hombre hechizado por una mujer había terminado bien.
–Como siga así, acabará persiguiendo a su mujer por ahí.
Jerome se dio cuenta de lo grosero que era coincidir con su hermano, pero no pudo evitarlo.

Mientras que Jerome reprochaba y regañaba a su hermano por atreverse a hacer comentarios tan fuera de lugar sobre su señor, la pareja ducal llegó a la residencia del Conde de Jordan. La entrada estaba plagada de otros carruajes y mujeres de alta cuna descendiendo de sus coches listas para disfrutar de una agradable reunión, pero el tiempo pareció detenerse cuando vieron el carruaje del Duque de Taran. Miradas curiosas avasallaron la puerta y los murmullos llenaron el aire cuando la persona que bajó primero no fue la esperada duquesa, sino un hombre moreno.
–Ese es el Duque de Taran, ¿no?
–Sí… ¿Qué hace aquí?
Una señorita estrechó la mano que llevaba cubierta con un guante blanco y se la ofreció a su marido dejándose ver y luciendo un vestido color marfil y un chal bordado con lacitos. La diferencia de figura entre la pareja era tan aparente que la joven daba una sensación frágil.
Para sorpresa de todas las asistentes, la duquesa sonrió y le dedicó unas palabras que no consiguieron escuchar a su esposo y éste, inauditamente, le devolvió la sonrisa con una tremendamente dulce. La actitud del aterrador Duque de Taran con su esposa estaba cargada de afecto: la ayudó a bajar cogiéndole la mano, se dijeron algo más y él le besó la mejilla. El hombre era la viva imagen de un enamorado renuente a dejar a su amada.
Al cabo de escasos instantes, el Duque se subió al carruaje, pero no partió hasta que la mujer se dio la vuelta y entró en la mansión. Las nobles que habían sido testigos de la escena se quedaron pasmadas, pegadas al suelo, boquiabiertas.
–¿Qué es lo que ven mis ojos? No me digas que… ¿Ha acompañado a la Duquesa hasta aquí?
¿El infame Duque de Taran?
–…Eso parece. – Respondió alguien.
Era la primera vez que veían a un marido acompañar a su esposa a una quedada para tomar té. No es que hubiese alguna tradición o norma que lo prohibiese, pero no era común. Y mucho menos tratándose del Duque de Taran.
Las nobles, de repente, apresuraron los pasos para ver a la señorita que había aparecido con su marido – la Duquesa era mucho más importante que cuchichear – excepto una: Sofia se estremeció, no podía dar crédito a lo que acababa de ver.

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