72: La duquesa Vivian (4)

mayo 26, 2019


La fiesta había ido bien, pero casi humillan públicamente a su esposa en su primera aparición pública por culpa de una mujer de su pasado. ¿Por qué no se lo había dicho? Lucia tenía todo el derecho a enfadarse con él y culparle, sin embargo, no se lo comentó el mismo día y hasta ese día todavía no lo había ni mencionado y eso era todavía más aterrador. Era imposible adivinar si su mujer lo había desestimado hasta el punto que no valía la pena ni exigirle respuestas. Hugo no conseguía entender por qué todo iba siempre a peor. Aun así, estaba seguro que su comportamiento era más dócil últimamente. Sonría más y era más cercana, tanto que su humor había estado en las nubes. No obstante, la idea de que se volviera fría una vez más aguó su buena racha y gruñó. Hugo se sentía herido. Siempre había sido el dominante, nunca se había sentido tan mortificado que rozaba la debilidad. Incluso en sus momentos de esclavo siempre había empuñado un puñal con todo su resentimiento, por lo que no sabía lo que era sentirse sofocado. Desde luego, su esposa le estaba enseñando todo un abanico nuevo de emociones. Decidió que la próxima vez no se molestaría ni en saludar, que actuaría como si no supiese nada. En el informe ponía bien claro el reproche de Lucia sobre el pañuelo, aseguró que conocía de sobras cómo era su pañuelo y eso le inquietó. ¿Sabría que le había quitado unos cuantos a Damian? Personalmente, no veía nada de malo en coger un poco de lo del chico, pero le preocupaba haber decepcionado a Lucia…
A pesar de todos estos pensamientos confusos, las apasionadas noches que habían compartido últimamente le dejaba un rayo de esperanza y le indicaban que tal vez su esposa no estuviese enfadada. No había sentido ninguna distancia y quizás la joven sólo había determinado que la ocurrencia de la fiesta había sido algo puntual y sin importancia. Aun con esas… La suya era una mujer cruel que le permitía compartir lecho, pero que guardaba celosamente su propio corazón.
La melancolía de Hugo se convirtió en ira. Esa situación era obra de algún cabecilla y el mero pensamiento de la existencia de dicha persona prendió su furia. Conde Jordan y Conde Alvin. Hugo dio golpecitos con los dedos en su escritorio. Sin pararse a cavilar sobre si los hombres habían hecho realmente algo mal, Hugo ya estaba planeando cómo castigarlos. El Duque de Taran no tenía ninguna justificación para tocar al Conde de Jordan por ahora. Decidió dejar el asunto para más tarde, sin olvidarse. Hugo aborrecía el preparar una trampa sin motivo, le parecía de mal gusto y de cobarde, no obstante, en el momento llegase a sus oídos alguna fechoría desataba la bestia.
El Conde de Alvin era un objetivo todavía más difícil que el otro, no por temas de poder, sino porque había desparramado su dinero por todas partes y muchos saldrían a defenderle si le ponía la mano encima. Deshacerse de sus defensores no sería complicado, pero desde luego, Kwiz no lo apoyaría. Entonces se le ocurrió algo: podría apartarle de su vida. Si no podía eliminarlo, con mantenerle fuera de su vista bastaba. A sus oídos había llegado que el Conde de Alvin había intentado meterse en el negocio del té en un sinfín de ocasiones sin fruto. Podría usar eso como cebo y abrir el canal de la Capital para negocios. Si desaparece, Sofia desaparece con él. Entre los muchos comercios que los Taran poseían sin ser oficialmente los dueños, había una empresa de venda de té a gran escala que estaba activa en otros países por sus compradores extranjeros. Hugo le ofrecería un plan de negocios lejos de Xenon durante un buen tiempo, no era un castigo, sino un premio. No es que le entusiasmase el abrirle puertas, pero era mucho mejor que exagerar la situación. Continuó tramando su siguiente paso, pero de repente, se detuvo. ¿No sería mejor preguntarle a su esposa? ¿Qué le diría? Si le contestaba que las mujeres de su pasado no le importaban, le molestaría en cierta manera; pero si admitía estar triste, infeliz o que ya no confiaba en él, sería desastroso.
Hasta hacía poco tiempo, Hugo no había tenido que expresar sus ideas en palabras, pero ahora tenía que andarse con pies de plomo y medir su lengua con prudencia.

Lucia estaba de muy buen humor: le había llegado una carta de Damian. Durante su acostumbrado paseo con su esposo, le había relatado qué había sido de su hijo en la academia y, aunque Hugo ya recibía un informe detallado sobre el chico, fingió interés y la escuchó hasta conseguir una oportunidad.
–Me he enterado de un rumor, Vivian. – Hugo se sentó en la cama y se dirigió a su esposa que estaba sentada en su tocador.
Todo el mundo conocía los rumores de lo ocurrido en la fiesta y, de hecho, la Condesa de Alvin se había encerrado en su casa para añadir más credibilidad al rumor. Hugo no mencionó que mientras Lucia había estado asistiendo a otras fiestas y reuniones, él se había dedicado a investigar el asunto, pero sí quiso preguntarle.
–Ah, sí. – Lucia contestó como si hablasen del tiempo. Como si las preocupaciones de Hugo fueran minucias.
–¿Por qué no me lo habías dicho?
–¿Cómo te voy a contar todas las tonterías que pasan? Es cosa de mujeres.
–¿…Es una tontería? – Preguntó con amargura.
–Es una tontería porque creí en ti. – Hugo se animó. – Bueno, como ya lo sabes, ¿me puedes decir quiénes han sido amantes tuyas?
Hugo empezó a sudar.
–Es que… ¿Por qué?
–Necesito saber quienes son para poner medidas. No es para culparte de nada, es por pura necesidad. ¿Sí?
–…Vale, se lo diré a Jerome.
Hugo se sentía en una encrucijada. No era el peor desenlace, pero tampoco era una situación idónea. Lucia estaba tan limpia de pecado que resultaba hasta cruel y no dejaba entrever ninguna emoción. Hugo siempre había deseado que las mujeres fueran como ella, pero por una vez rogaba porque su esposa no lo fuera. Siempre era él el que patéticamente se arrastraba por un pedazo de su corazón y, daba igual lo mucho que escalase, la pared que la rodeaba parecía no tener fin.
Hugo se levantó, la abrazó por detrás y enterró la cabeza en su hombro.
–Vivian, no tiene nada que ver conmigo. Nunca me he encontrado con esa mujer en privado.
Su cabeza estaba llena de súplicas: “confía en mí”, “créeme”, “no dejes que te haga daño”, “no me cierres tu corazón”.
–Lo sé, confío en ti.
Hugo no se hubiese imaginado que una frase tan corta podría tener semejante efecto en él y aliviarle tanto. Su inquieto corazón se tranquilizó. ¿Cómo podía hacerle sentir tanto el tener la confianza de alguien…? No, no era por ser la confianza de alguien, era porque era la confianza de esta mujer en particular.
–¿…De veras?
–Claro, me lo prometiste.
–O sea que… No es que no me lo dijeras porque estabas enfadada, sino que… ¿Por qué confías en mí así que te dio igual?
–Exacto.
Hugo la abrazó con más fuerza, disfrutando del calor de la persona que rodeaba con sus brazos. Su corazón se ablandó, un sentimiento que a veces le hacía sentir impotente y otras feliz. Ahora no se veía capaz de soltar esta dulzura que había experimentado. Temía perder lo que había conseguido sentir por primera vez desde que su hermano murió.

*         *        *        *        *

El día de la coronación llegó. Siguiendo la tradición, se organizaba una ceremonia según las costumbres y durante los siguientes tres días se celebraba en una fiesta. Día y noche. Aquel sería el primer día y en el salón reinaba el entusiasmo y la alegría. Era la primera fiesta del dueño del país, por lo que se había tirado todo por la borda. Aristócratas, nobles, emisarios de otros países todos congregados en celebración por el ascenso al trono del nuevo monarca.
Lucia llevaba con la cabeza loca toda la mañana. Había estado asistiendo a pequeñas reuniones y fiestas o quedadas para el té, pero esta sería su debut en sociedad oficial. Era imposible no estar nerviosa. Antoine se había convertido en su diseñadora casi exclusiva y aquel día, sin falta, la vistió de arriba abajo.
El vestido era una obra maestra que mimaba con todo su corazón, el tema era: sensualidad y elegancia.
–Esto es la perfección, Duquesa. Está preciosa.
El vestido era gris con matices rosas y decorado con perlas. El cuello era tan ancho que se le veían los hombros y destacaba su clavícula. Era de mangas estrechas que se ensanchaban hasta colgar en la punta. Era presuntamente modesto, no obstante, la gracia estaba en la espalda: al descubierto. Era un atuendo que destacaba el cuello, la espalda y la cinturita chata de la joven.
Antoine estudió satisfecha el resultado de su trabajo y reprimió el impulso de soltar una risotada. La Duquesa era una musa perfecta que estimulaba su imaginación.
Lucia, por su parte, también estaba satisfecha. Las habilidades de la diseñadora mejoraban cada día más y el hecho de que fuera capaz de darle un aire distinto en cada encuentro la maravillaba.
–¿Por qué no se mueve un poco? Hágame saber si se siente incómoda.
Lucia dio un par de pasos. La tela era agradable al tacto, los lazos preciosos y los diamantes incrustados la hacían brillar. Era un vestido carísimo de materiales de primera.
–No veo ningún problema. Es muy cómodo y bonito.
–Me alegra que le guste. Le queda de miedo. – Los halagos de Antoine eran sinceros y le arrancaron una sonrisa a la muchacha.
–El señor llegará tarde, mi señora. – Anunció una criada.
–¿Sí? Mmm, Antoine, ¿te gustaría tomar algo? Me sabe mal hacer que te vayas después de todos tus esfuerzos.
–Encantada.
Después de que Lucia volviese de la primera quedada para tomar té con las nobles, Antoine recibió una cascada de llamadas, mensajes y pedidos. Nunca había pasado por problemas económicos, pero ahora parecía estar nadando en un mar de oro.
Hugo volvió a buscar a Lucia en cuanto terminó la ceremonia de coronación. Estaba algo molesto porque lo habían retenido allí. ¿Por qué se le pegaba la gente si el que había ascendido al trono era otro?
–La señora le espera dentro. – Informó Jerome.
Hugo se dirigió a ver a su esposa directamente y, cuando la vio levantarse de su asiento perdió el habla. La repasó con la mirada, la estudió con esmero. No había palabras para describirla. Posó la mirada en Antoine que no tendría que haberse esforzado tanto. Ahora tendría que enseñarle a todo el mundo esta obra de arte. Se lamentaba por tener que dejar que otros la vieran. Esa noche no supondría ningún problema porque estaba con ella, pero cuando tuviera que empezar a ir sola a bailes… En el norte estaban mejor, allí no tenía que preocuparse de lobos acechando lo que es suyo. Si pudiese, la cogería y se la llevaría directamente al dormitorio.
Era suya.
Su posesividad le abrumó y temió que Lucia huyese si veía la oscuridad que se formó en su mirada, por lo que la escondió detrás de una sonrisa suave.
–Estás preciosa.
–Tú también. – Lucia se ruborizó y sonrió.
Hugo vestía un traje negro. Los hombres solían llevar trajes según su tipo de cuerpo. La altura y los hombros anchos de su marido los transformaban en el más atractivo de la tierra y saber los músculos firmes que ocultaba su ropa todavía añadían más riesgo a las prendas.
Antoine miró a la pareja con ojos relucientes. El Duque no podía apartar la vista de ella y los ojos rebosaban afecto y ternura. Casi era impensable encontrarse a un matrimonio tan enamorado en la alta sociedad.
–Madame Antoine lo ha dado todo.
–Has hecho un gran trabajo. ¿Te queda algo por hacer?
–No, mi señor.
Hugo escoltó a Lucia hasta el carruaje mientras que los sirvientes y Madame Antoine se despedían de ellos en la puerta.

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