73: Conociendo gente (1)

mayo 26, 2019


El carruaje llegó al palacio real y avanzó lentamente hasta el palacio interior donde se celebraba la coronación. Hugo se estiró y se inclinó para poder besarla, llevaba tanto rato aguantándose las ganas que se había molestado. Lucia enrojeció de inmediato por la pasión que transmitían los besos de él y cuando se separaron se podían ver la excitación y la alegría en sus ojos.
–Te has manchado de pintalabios.
Hugo se frotó los labios.
–Si te lo quitas con la mano lo harás peor. – Lucia sacó el pañuelo de su bolso y le limpió. – ¿Los tengo muy mal?
–Ya te los limpio.
Lucia le ofreció el pañuelo, pero Hugo ni se lo planteó: la besó directamente.
–Ya estás limpia, ¿y yo?
Lucia se dio cuenta de lo que “limpiar” significaba y le mordió el hombro fulminándole con la mirada.
–Era un maquillaje precioso…
–No te hace falta. No te lo vuelvas a poner.
–¿Por qué…?
–Por si te manchas.
–¡Pues no me beses!
–¿Por qué no? – Replicó amargamente.
–La gracia del maquillaje es el pintalabios, es como la guinda.
–Estás guapa sin eso.
Quería tragarse los labios de Lucia cada vez que los veía. Quería lamerlos, mordisquearlos, atacarlos con la lengua. Quería tragarse su saliva y dejarla sin respiración. ¿Por qué tenía que aguantarse? No pensaba hacerlo y no quería. Lucia viendo que su marido se disponía a atacarla otra vez se tapó la boca con las manos.
–No es ni el momento ni el lugar adecuados. – Le regañó. – Estamos de camino a un acontecimiento importante.
Hugo se apartó obedientemente. No entendía qué relación tenía un acontecimiento importante con un beso, pero sí era verdad que era su debut oficial.
Cuando el carruaje se detuvo, Hugo saltó y le ofreció la mano para ayudarla a bajar. Le cogió la mano y subieron las escaleras.
–¿Nerviosa?
–Un poco.
Hugo le besó la punta de los dedos.
–Puedes contar con una mano los que están por encima de ti. Son los otros los que deberían estar nerviosos por ti.
–Vale. – Lucia le sonrió con dulzura.
Hugo le devolvió la mueca y continuaron andando mirando al frente. En cuanto entraron al salón docenas de miradas se posaron en ellos. Lucia apretó la mano de su marido sin querer y él le dio su apoyo: no estaba sola, tenía un aliado, él estaba con ella. Su ansiedad se esfumó.
Lucia siguió a Hugo moviéndose bien derecha sin mirar a nada o nadie. Anduvo sin ser capaz de centrar la vista y, cuando él se detuvo para hacer una reverencia, ella le siguió por inercia.
–Levantaos. Por fin conozco a la famosa Duquesa.
Fue entonces cuando Lucia se dio cuenta a quién estaba saludando: un hombre vestido de oro de los pies a la cabeza, el Rey de Xenon, Hesse IX. Su medio hermano.
–Eres mi hermanita, ¿no?
–Me honra.
El monarca que la trataba y le hablaba con total familiaridad era un desconocido. En su sueño era quien la había vendido al Conde de Matin y, aunque no le guardaba rencor, el interés tan poco inocente del rey no la halagaba porque su interés no recaía en su relación personal, sino en su título.
En su sueño Lucia habría estado encantada, después de todo, siempre se había sentido sola y agotada. Sin embargo, en esta vida Lucia tenía a un marido a su lado y no anhelaba el cariño de su hermano.
–Llámame: “hermano mayor”.
–¿Cómo podría? Retire su orden, por favor, Su Majestad. –Su actitud y sonrisa maquillaron el rechazo.
Kwiz observó a Lucia y dejó escapar una risa falsa. Los dos eran igual de difíciles de controlar. ¿Quién diría que esta muchacha había estado viviendo sola en un palacio abandonado de la mano de Dios? No era ninguna princesita, sus ojos rebosaban inteligencia y, sorprendentemente, le hubiese gustado sentarse a charlar con ella.
Hugo alzó la ceja y se las apañó para tragarse la carcajada al escuchar su respuesta. Su esposa era inteligente, bella, astuta y segura de sí misma.
Kwiz pilló al Duque derritiéndose mientras miraba a su esposa y deseó compartir lo atónito que estaba con alguien más. Buscó la mirada de su esposa, la reina, y ésta desvió los ojos.
–Es cosa suya, ¿no?
–¿A qué se refiere?
–¿Mi hermanita no está siendo fría conmigo por tu culpa?
–Bueno, alguien debería haber sido un hermano mayor cuando tocaba.
Lucia se quedó de piedra al ver a ambos hombres hablarse sin tapujos y con tanta familiaridad. Su relación era mucho más abierta de lo que se hubiese llegado a imaginar.
Beth se reía viendo el orgullo con el que Lucia miraba a su esposo. La felicidad que emanaba del rostro de la joven era adorable y entendía porqué el Duque de Taran se había enamorado de ella.

Los hombres y las mujeres se juntaron entre ellos, creando grupitos y conversando. Nadie se atrevía a acercarse al Rey y al Duque mientras éstos se enzarzaban en una discusión seria. Mientras tanto, Lucia se quedó con la reina y otras nobles de alto rango. La reina y ella estaban muy juntas, en cambio, el resto guardaban una distancia prudencial que dejaba claro la diferencia de estatus entre las unas y las otras: ella estaba al nivel de la mismísima reina.
Lucia era la única esposa de un duque que había sido invitada a la celebración: la Duquesa de Ramis había fallecido, la Marquesa Philip no había podido asistir por el luto de su suegra y la Marquesa DeKhan se ausentó por problemas de salud. En su sueño, Sofia se había casado con el venerado Marqués de DeKhan, así que la muchacha se preguntaba quién debía ser.
De vez en cuando buscaba a Hugo con la mirada. Ese hombre tan deslumbrante era suyo. De todos los invitados era el mejor con diferencia. Su impresión imponente no vacilaba ni ante el rey, era abrumador.
Con cada sorbo que le daba a su coctel, Lucia se sentía más ligera. Se reía de las bromas, hablaba cuando era apropiado y, a menudo, miraba a su esposo. Era divertido observarle, hasta interesante. No era la única que lo hacía y casi le entraban ganas de presumir de que era suyo. Por una parte, se enorgullecía, pero por otra, le molestaba. Sentía deseos de decirles que si continuaban mirándole tanto lo iban a gastar.
Los vestidos de las nobles de la Capital eran, sin lugar a dudas, mucho más atrevidos que los de la sociedad norteña. Estaban tan acostumbrados a ver escotes exagerados que ya no les impresionaba. Los ojos de la joven danzaban de busto en busto, sin parar. No había ninguna con tan poco pecho como ella y las amantes de Hugo siempre habían gozado de una delantera generosa. ¿Qué debían comer para ser tan grandes? Su propio vestido era hermoso, pero de estilo modesto. No se lo podía considerar atrevido porque lo único que había expuesto era la espalda y, aunque no se quejaba, envidiaba a aquellas que se mostraban sus atributos con la seguridad que ella carecía.
Lucia volvió a girarse y se centró en la conversación de las mujeres.

Hugo prestaba atención al curso que llevaba la conversación del resto de invitados y, de vez en cuando, la observaba. Le preocupaba que se emborrachase y, en cuanto su esposa se dio la vuelta, se le desencajó la mandíbula y su interior ardió en llamas. ¿Qué era eso? Su espalda inmaculada estaba expuesta. No se había parado a estudiar el vestido con detenimiento porque la había tenido de frente todo el rato. ¿Quién se habría imaginado que llevaría puesto algo semejante? Era distinto a los típicos vestidos que mostraban el escote, pero no se esperaba que Antoine le apuñalase por la espalda de esta manera.
La despediría.
Hugo chirrió los dientes. Tenía que cambiar de diseñadora. ¿Con todo el dinero que le había dado y esa mujerzuela había decidido escatimar en gastos para la espalda? Quería gritarles a todos los presentases que fijasen la vista en el suelo. Apenas logró recuperar la cordura para llamar a un criado.
–Tráeme un chal para cubrir los hombros de una señora.
El criado salió corriendo en busca de un chal dios sabe dónde a pesar lo de desbaratada que era la orden.

El coctel era justo lo que le gustaba a Lucia, así que aceptó otra copa.
–Oh, vaya… – Exclamaron con nerviosismo aquellos que la rodeaban.
Antes de que pudiese darse la vuelta y descubrir de quién se trataba, Lucia notó que le cubrían los hombros con un chal, entonces, un brazo le quitó la copa de las manos.
–Me parece que ya has bebido suficiente, esposa mía.
En escasos segundos Hugo se había posicionado a sus espaldas. Lucia, sorprendida, se lo quedó mirando como ausente, momento que él aprovechó para ponerle un vaso de zumo de naranja en la mano. Lucia protestó con la mirada, pero él, como retándola, engulló el coctel de un trago. La imagen de su nuez subiendo y bajando le provocó ardorosos deseos de besarle allí mismo. Sí, había bebido demasiado.
–¿Esto…? – El chal no combinaba en absoluto con su vestido rosa.
–Hace frío, déjatelo puesto.
La temperatura se acercaba más al calor que al frío, por lo que Lucia quiso abrir la boca para rechistar, pero estaban en público, por lo que tuvo que acceder. Hugo dio un paso para atrás para comprobar que el chal le cubría la espalda del todo y satisfecho, volvió a colocarse a su lado.
–¿Tan ansioso estabas que has venido a buscarla? – Bromeó Kwiz mientras se les acercaba.
El nuevo rey había estado observando al Duque toda la noche y, a pesar de haber sido testigo de cómo el guerrero era incapaz de apartar la vista de su mujer, no podía dar crédito a sus ojos.
Las mujeres fueron con sus respectivos maridos que habían llegado siguiendo al monarca y el grupo se convirtió en una junta de parejas casadas. Los hombres perdieron el interés por la conversación y las mujeres se acallaron dejándoles a ellos continuar discutiendo sobre política y asuntos exteriores. Lucia, aburrida por un tema que poco le interesaba, miraba a Hugo que, cada vez que abría la boca conseguía la atención total de todos los presentes. Tal vez fuese culpa del alcohol, pero la muchacha tenía calor y anhelaba arrancarse el chal, así que le tocó la mano disimuladamente y le preguntó con un par de gestos si podía quitárselo a lo que Hugo respondió con una negativa. ¿Por qué no podía quitárselo? Justo entonces pasó una mujer de delantera generosa por su lado y se animó a ser juguetona. Volvió a llamarle la atención.
–¿Qué? – Preguntó él, agachándose y susurrándole al oído.
Lucia se acercó a su oreja y le susurró:
–Te gustan las chicas con pechos grandes, ¿no?
Hugo se la miró unos momentos y le contestó:
–¿Qué dices?
–Todos los hombres sois iguales.
–No le hagas caso a lo que dicen las mujeres.
Lucia apretó los labios. Aunque no le gustaba cotillear, en realidad, era bastante divertido siempre y cuando no se tratase de acabar con la otra persona. Era un pasatiempo entretenido cuando no había nada mejor que hacer y si una noble poseía el don de la elocuencia, las horas pasaban volando.
–Me han dicho que sólo has estado con mujeres con buena delantera.
Sinceramente, había sido Jerome quien le había dado esa información que no la molestaba, nadie se atrevería a cotillear sobre el gran Duque de Taran. Había muchas que ni siquiera osaban acercársele a ella.
Su leve embriagadez le dio las fuerzas para hacer algo tan descarado como era molestarle allí mismo. Su expresión cambió. Lucia abrió los ojos como platos, sorprendida. Estaba nervioso. El hombre capaz de estar tranquilo, aunque se le cayese el mundo encima estaba nervioso. Qué cosa tan curiosa.
–¿No me digas que es verdad? – Preguntó una vez más al oído de su esposo obligándole a agacharse.
La perplejidad de él la hizo reír. Sus ojos mostraban un gran abanico de emociones complicadas. Enfado, incredulidad y desconcierto: era maravilloso. El grandullón era adorable y le estaba enseñando esa expresión solo a ella. Sintió un cosquilleo en el corazón y soltó una risita.
Hugo entrecerró los ojos y observó a esa mujer suya tan atrevida que había osado jugar con él. Bajó la cabeza y le mordió la oreja con suavidad. Ella se lo miró sorprendida y, entonces, se sonrojó. Satisfecho, volvió a levantar la cabeza. Lucia atónita, no comprendía cómo podía ser tan desvergonzado. ¡Hacer algo así en público!
La gente que los rodeaba intercambiaba miradas entre ellos y sus rostros eran un poema. Rara era la ocasión en la que los nobles mostraban emociones tan explicitas abiertamente. Lucia no hubiese imaginado que susurrar a su esposo atraería la atención de la gente, avergonzada, intentó zafarse de la mano de Hugo para huir, pero éste la atrajo todavía más a él.
–¿Dónde vas, esposa mía? – Dijo con voz grave en su oído.
–Es de mala educación preguntarle eso a una señorita. Suéltame, por favor.
Hugo esbozó una mueca traviesa. Lucia percibió lo inevitable y chilló para sus adentros mientras los labios de él se posaban sobre los suyos. Los jadeos atónitos de los presentes se escucharon como una canción acompañado del estruendo de cosas cayendo al suelo.
Lucia no tuvo el valor de mirar a su alrededor: en cuanto Hugo le soltó la cintura, pegó los ojos al suelo y huyó de la situación.

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