76: Conociendo gente (4)

mayo 26, 2019


–Es el perro rabioso…
–Es Krotin…
El ambiente agradable del banquete se esfumó en cuanto un hombre atrajo todas las miradas. Roy se coló en la fiesta como un lobo en busca de su presa. Los invitados empalidecieron y muchos se apartaron temerosos de encontrarse con él. Como escolta del príncipe heredero, Roy se había ganado una fama dentro de los círculos de la alta cuna. Solía acompañar a Kwiz en casi todos sus deberes sociales y, sin querer, siempre acababa enzarzándose en algún asunto peliagudo. Hugo le había otorgado el título de barón, pero para los nobles que se burlaban y creían inferiores a cualquiera que no naciese con estatus, Roy era un gañán analfabeto y terriblemente simple. Por supuesto, Roy contestó sus burlas desenvainando la espada y le había acabado gustando perseguir a los nobles.
–¡¿Estás ciego o qué?! – Exclamó un hombre de mediana edad con el que Roy se chocó. – ¿Dónde te crees que vas con esa armadura? ¡Hey!
Roy entrecerró los ojos. Hacía mucho tiempo que nadie buscaba pelea con él y el pobre hombre llevaba tanto tiempo fuera de la Capital que ignoraba la mala reputación del soldado.
–¿Y tú, qué?  ¿Para qué tienes ojos? ¿Por qué tengo que evitarte yo? Si eres ciego, me disculpo.
–¡Qué…! ¡¿Cómo te atreves, bastardo…?!
–¿Bastardo…? ¿Me acabas de llamar bastardo? Ya se ve que le sabes dar a la sin hueso. ¿Cuántos cuellos tienes? ¿Eh?
–¡Serás…! ¡¿Cómo te atreves?! ¡¿Sabes quién soy?! ¡¿Crees que te dejaré irte de rositas?!
–¿Y a mí qué me importa quién seas?
Roy intentó acelerar las cosas. Estaba muerto de ganas de que lo retasen. Avanzó un paso y el hombre retrocedió.
–Vaya…
–Anda que…
La conmoción atrajo el interés del resto de invitados. Aunque encontrarse con Roy era una tragedia, siempre daba buen espectáculo. La gente chasqueaba la lengua con desaprobación y esperaba que el soldado armase un buen barullo.
El protagonista del banquete era Kwiz, pero si su guardaespaldas causaba problemas lo recordado sería eso y su dignidad como rey quedaría por los suelos. No obstante, él no tenía el control suficiente sobre Roy como para intervenir.
–Señor Taran… – Kwiz decidió echarle el muerto a Hugo y lavarse las manos en el asunto.
En realidad, a Hugo le importaba un bledo si Roy destrozaba el banquete. Lo único de lo que estaba pendiente era de su esposa que llevaba tanto tiempo ausente.
–¿Podrá pararle…?
–Claro que sí, es su lacayo.
Hugo chasqueó la lengua y se puso a andar.
–Pero es que no es uno cualquiera…
Sin embargo, para sorpresa de todos los testigos, Hugo se dirigió a una de las mesas, cogió un cuchillo de ensalada que tiró y atrapó con una mano un par de veces antes de lanzárselo a la espalda de Roy.
–¡Ah!
En cuestión de segundos la sala se convirtió en un matojo de gritos y jadeos. El cuchillo había rozado la mejilla de Roy y se había clavado en la columna donde el soldado había arrinconado a su presa.
–¡¿Quién ha sido?! – Exclamó Roy furioso, tocándose la mejilla.
Hubo un silencio sepulcral y, entonces, Hugo y Roy intercambiaron una mirada.
Roy tragó saliva, se le nubló la vista por la desesperación y se acercó a su señor como una muñeca sin vida hasta arrodillarse a dos pasos de él. Nadie daba crédito a lo que veían. Todos los nobles conocían las habladurías del poder de Hugo, pero pocos habían sido testigos de su fuerza, sólo a Roy a quien consideraban superior. Sin querer la idea de que las habilidades de Roy superaban con creces a las de Hugo se les había metido en la cabeza y creían que, por muy señor suyo que fuese el duque, si el soldado se volvía loco como un perro rabioso, poco se podría hacer. No obstante, todo quedó en el pasado en cuanto presenciaron esa escena. Al duque se le conocía como el león negro de la guerra. Hasta otros países habían oído hablar de sus hazañas y monstruosa fuerza. Roy a su lado era poco más que un cachorrito asustado.
–Ya veo que te has aficionado a las bromas en mi ausencia. – Dijo Hugo con una voz seca. – Levanta.
Roy se puso de pie de un salto cabizbajo esperando el golpe, pero por mucho que esperó no sintió el terrible sufrimiento al que no podría acostumbrarse, así que extrañado, levanto la vista del suelo. Al lado de su señor estaba la duquesa con un extraño chal azul sobre su vestido rosa.
Lucia se había escabullido entre los huecos de la multitud hasta llegar a Hugo. Estaba tan centrada en ir con su marido que ni siquiera noto la tensión que reinaba en la sala ni al mismísimo Roy. Cuando vio a Hugo se le escapó una risita de lo feliz que estaba y él le rodeó la cintura con el brazo. Fue entonces cuando Lucia vio a Roy ahí de pie.
–Cuánto tiempo, señor Krotin.  – La muchacha reparó en el desanimo del soldado y habló con suavidad. – Mmm… Qué divertida es la fiesta, ¿verdad?
El rey estalló en carcajadas y el público siguió las acciones de Kwiz rugiendo en sonoras risotadas, uno tras otro.
Confundida, Lucia miró a su alrededor sin entender qué tenía de divertido su saludo. ¿Habría hecho algo mal?
Hugo tiró de ella, se la puso delante y le indicó a Roy que se comportase. El joven captó las ordenes y se retiró a prisa. Jamás olvidaría esto. Lucia era su salvadora.

La tarde avanzó sin más altercados. Conforme el cielo se oscurecía el salón del banquete se llenó de gente y por fin empezó el baile.
A Lucia le dolía todo el cuerpo. No recordaba a cuántas personas había llegado a saludar. Su primera aparición pública había sido todo un éxito hasta el punto de que tenía una cola de invitados esperando para poder hablar con ella.
–¿Estás cansada?
Lucia iba a responder que no, pero en el último momento cambió de idea.
–Un poco. – Deseaba poder quejarse de lo mucho que le estaba costando.
–¿Quieres que nos vayamos?
Para que su esposa admitiese que estaba cansada debía a punto del colapso. Hugo la empujó contra su pecho para que Lucia pudiese apoyarse en él y no apoyar todo el peso en sus piernas. La muchacha estaba agotada. Era evidente. Nunca le habría permitido tanta intimidad en público de no ser por eso.
–Pero todavía no ha empezado el baile…
–Da igual, ya llevamos mucho tiempo aquí. Casi nadie va a las dos cosas y de todas formas, sólo quería pasarme a saludar e irme. Mañana también tenemos que venir.
–¿De verdad nos podemos ir a casa?
Hugo sonrió. La palabra “casa” se le antojaba entrañable.
–Sí.
Nadie osaba acercarse a la pareja ducal.
–…Esto es increíble.
Da igual las veces que lo viese Kwis, aquello era fascinante. ¡El duque de Taran mostrando cariño en público sin vacilar! ¡¿Sería un mal presagio?!
Beth se río de los murmullos de su esposo.
–¿Por qué no me lo habías dicho si ya lo sabías, reina mía?
–Pensé que sería interesante. Tienes para entretenerte un rato, ¿verdad, Su Majestad?
Kwiz miró a la risueña Beth y suspiró. Su esposa cada vez era más indiferente conforme criaba a sus tres hijos. Últimamente, la reina lo tenía vigilado y si la ofendía sus tres hijos estaban más que dispuestos a darle su merecido. Tenía que nutrir su relación ahora que todavía eran pequeños si quería tener una vejez tranquila.
–¿Qué te parece? ¿Está actuando o es de verdad?
–¿Y eso qué más da?
La reina tenía razón. Daba igual. Que el duque estuviese demostrándole tanto cariño en un evento oficial era una advertencia silenciosa para el resto: “cubro las espaldas de mi esposa, más os vale no hacer tonterías”.  Por supuesto, no es que alguien pudiese ignorar la posición de la duquesa de Taran. No obstante, ahora que el duque se había autoproclamado su escudo todo había dado un vuelco.
–La duquesa va a estar ocupada.
–Y tanto.
El atajo al duque de Taran era la Duquesa. Todos los invitados ya tenían sus ojos puestos en ella.
–¿Dónde está Katherine?
–No le gustan estas cosas. ¿No lo sabías ya? Estoy seguro que aparecerá en el baile.
Kwiz chasqueó la lengua. Su hermana Katherine siempre le daba dolores de cabeza. ¿Cómo podían dos hermanas ser tan diferentes? ¿Tal vez porque eran de madres diferentes? Le tocaba encontrar un prometido para su hermana, pero es que no había ningún buen partido.

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