77: Conociendo gente (5)

mayo 26, 2019


Un criado abrió la puerta del carruaje cuando éste arribó a la residencia ducal, no obstante, Hugo no podía moverse pues su amada esposa dormía sobre su regazo. Era una mujer admirable. Se había movido con desenvoltura por el palacio y él, por su parte, se había encargado de advertir a todos los de la capital que se lo pensasen dos veces antes de intentar nada con su esposa. Su mujer se había despeinado mientras dormía, así que el duque aprovechó el momento para disfrutar del tacto sedoso de su melena. Era indudable que su mirada era pura dulzura y que deseaba que ese pequeño momento pudiese durar para siempre. Cuidadoso de no despertarla, le sujetó el cuello y las piernas, la levantó y entró en la mansión.
–Hugh… – Lucia le llamó en cuanto él la depositó en la cama.
–Ya estamos en casa. – Anunció él posando un beso dulcísimo en su frente.
–…Me he quedado dormida… – Lucia parpadeó un par de veces e intentó deshacerse del ensimismamiento. La siestecita le había venido de perlas. – ¿Lo he hecho bien? – Preguntó mientras aceptaba la mano de su esposo para ayudarla a incorporarse.
–Perfectamente.
–Ah, menos mal… – Lucia llamó a la criada deseosa de arrancarse el pesado vestido.
–¿Desean comer algo…?
–Yo no tengo ganas, ¿y tú?
–Yo tampoco.
La sirvienta hizo una reverencia y se retiró.
–En el… banquete… El señor Ramis me ha intentado dar una carta, aunque la he rechazado. – Lucia le había rechazado, pero uno nunca sabe qué esperar de los cuchicheos y las malas lenguas. Prefería explicarle lo sucedido a su marido ella misma antes de que alguna habladuría llegase a sus oídos.
–¿Qué? – Hugo frunció el ceño.
Ese hijo de puta había tenido las agallas de ignorar su clara advertencia. ¿Qué estaba haciendo Fabian? ¿Cómo podía tardar tanto en investigar a fondo y descubrir sus asuntos peliagudos?
–No te enfades con el duque de Ramis, no ha pasado nada.
Tanto el duque de Ramis como el duque de Taran apoyaban y ayudaban al rey. Lucia estaba al tanto de que dos hombres tan poderosos enzarzándose en una disputa por un asunto trivial era problemático.
–Me preocupa que esta tontería afecte tu trabajo.
–No te preocupes.
Nunca se había parado a considerar las consecuencias de sus actos. Si algo le molestaba, lo cortaba de raíz. Le importaba un bledo si se trataba del duque de Ramis o de su hijo. Ya solucionaría los problemas cuando llegasen. Le daba igual lo que pasase con su familia o con él mismo que sólo vivía por vivir. No le temía a nada. Sin embargo, ahora era diferente. Tenía algo que proteger y para ello, necesitaba mantener a salvo su familia, su poder y su riqueza.
–Bueno, estoy segura de que sabes qué hacer. – Contestó Lucia sonriendo.
Hugo se la miró, la abrazó por la espalda y le besó el cuello.
–No hace falta que te preocupes, pero puedes hacerlo.
–¿Eh?
A pesar de que quería protegerla y evitarle cualquier tipo de preocupación o molestia, en realidad, le gustaba la sensación de que se preocupase por él. Ni siquiera él se entendía.

*         *        *        *        *

Después de una ducha rápida y de cambiarse de ropa, Hugo se encerró en su despacho donde le esperaba la montonera de documentos de siempre. Apenas había repasado, firmado y estudiado un par de propuestas cuando escuchó que llamaban a la puerta.
–Mi señor.
Hugo alzó la vista del papeleo al escuchar una voz que no era la de Jerome.
–¿Qué pasa?
–Mi señora se ha quedado dormida mientras se bañaba. – Explicó la criada de mediana edad. – Esto no suele pasar…
Si las criadas no conseguían despertarla, tendrían que llevarla a la cama entre todas, pero antes de ser tan groseras, habían decidido comunicárselo al señor de la casa.
–Podéis retiraros y descansar. – Ordenó el duque.
Hugo entró en el baño poco después. Tal y como le habían dicho, su esposa dormía en la bañera. Su desnudez resaltaba y brillaba dentro del agua transparente. Hugo le rozó los labios con el dedo. Se le formó un nudo en la garganta sólo por mirarla dormir como un bebé indefenso. Era una sensación inexplicable.
Se arremangó, se la llevó a la cama donde había colocado una toalla y empezó a secarla con otra. La piel nívea de su esposa ra tan sumamente suave que acrecentó su temperatura. La besó, le mordió el labio inferior y se lo lamió. Saboreó sus labios una y otra vez, entonces, introdujo la lengua para explorar.
Lucia abrió los ojos, levantó los brazos y le rodeó el cuello. Hugo empezó a enredar la lengua con la suya hasta que se le escapó un jadeo ahogado.
–Mmm…
La besó durante un buen rato cambiando de intensidad. A Lucia se le nubló la vista y empezó a tener calor. Los besos de él llovieron sobre ella como una cascada: en los labios, en los ojos, en la nariz, en las orejas… Le mordió el lóbulo de la oreja y dejó un rastro de besos por su cuello. Entonces, Hugo se llenó la mano con sus pechos. Los manoseó, los acarició y se ocupó de no dejar de lamerle el cuello en ningún momento. Lucia olía tan bien… Tan dulce… Era apetitosa. Anhelaba probarla. Anhelaba lamerle cada centímetro de piel y dejar marcas rojas por su piel blanca.
Era suya. Era su mujer.
Hugo sintió un arrebato de posesividad y deseo. Se tragó cada pedazo del cuerpo de la muchacha como un gourmet en un festín. Pasó los labios desde los pies hasta la frente. Lentamente, sin parar. La acarició, la manoseó, la tocó.
A Lucia se le aceleró la respiración, se revolvió atormentada por aquel dolor tan dulce. Las caricias de su marido le provocaban una oleada electrizante, pero ignoraba la parte más hambrienta de su tacto. Era agonizante. Quería que aquel juego continuase, pero al mismo tiempo, codiciaba su enorme miembro. Esperaba expectante a que la llenase.
Era imposible predecir el sexo con él. La intensidad, la duración, las caricias… siempre era distinto. A veces sólo la excitaba lo suficiente como para poder entrar en ella, otras se tomaba su tiempo. No podía decir que le disgustaba.
Hugo se llevó uno de sus pechos a la boca y lo chupó tan fuerte como si quisiera comérselo. Lucia chilló y él continuó mordisqueando el pezón erguido. De repente, algo húmedo salió de sus partes bajas. Hugo se levantó para desnudarse y, por estúpido que suene, Lucia a veces era pudorosa y apartaba la vista de su cuerpo desnudo.
Hugo la cogió por los tobillos para separarla y se colocó entre sus piernas. Entonces, una fuerza la penetró de golpe.
–¡Ah!
A Lucia se le dilataron las pupilas. Se le aceleró todavía más la respiración y sus paredes interiores se apretaron como si rechazasen al invasor.
–Ah… – Hugo suspiró. – Espera… Estás demasiado apretada… – Lucia ya se sintió plena con una sola penetración. Su cuerpo envolvió al de él y Hugo aprovechó para susurrarle. – Qué obscena. ¿Tanto te gusta?
Lucia se ruborizó.
–Urgh. – Exclamó Hugo.
Lo tenía merecido. Lucia le miró y tensó los muslos de las piernas. Él se estremeció. Era divertidísimo. La joven le rodeó la cintura con las piernas y tensó el abdomen.
–Vivian. – Gruñó él.
¿Estaba jugando con él? El duque esbozó una mueca, le sujetó las piernas, las separó y arremetió contra ella.
–¡Ah!
–Llevo queriendo hacer esto desde esta tarde.
Así empezó una sesión de sexo duro. Su pene erecto la penetraba sin piedad, atormentándola. La piel blanca de su esposa se enrojeció y ella empezó a sudar. El dormitorio se llenó de gemidos y sonidos intermitentes. Habían perdido la cabeza, sólo anhelaban grabarse en el cuerpo del otro.
–¡Ah…!
Hugo continuó jugando con su cuello mientras movía las caderas. Cada vez que la penetraba la muchacha chillaba. El placer era incotrolable y Lucia estaba al borde del clímax cuando, de repente, Hugo paró.
–Todavía no. – Le ordenó mirando directamente a ese par de ojos furiosos.
Lucia le dio un golpe en el hombro a modo de queja, pero su marido hizo caso omiso. Hugo sabía que cuando llegaba al orgasmo su mujer se agotaba y todavía no la había saboreado lo suficiente.
Lucia estaba nerviosa, el clímax estaba a unos pocos pasos e intentó frotarse contra su esposo ella misma, pero él la mantuvo quieta. ¡Menudo tirano! Por mucho que se debatiese, era imposible superar la fuerza de su esposo. La quietud la tranquilizó y fue entonces cuando Hugo volvió a moverse con más vigor.
–¡Ah!
La sonrisa maliciosa de Hugo le pareció odiosa a la duquesa. Hugo se quedó inmóvil unos instantes antes de volver a moverse una sola vez y repitió lo mismo unas cuantas veces. Lucia se sintió enloquecer.
–…Hazlo… – La mirada de Hugo se ensombreció cuando la escuchó rogar. – Por favor, hazlo. Dámelo… Más duro…
Las llamas estallaron en los ojos carmesíes de Hugo. Se le tensaron todos los músculos de los brazos y atacó el interior de su mujer con brío. El placer inundó a la muchacha que intentaba sujetarse a sus brazos.
–Boca abajo. – Ordenó él con la voz ronca.
–Hugh, estoy cansada.
–Lo sé, será rápido. – Prometió sabiendo que no lo cumpliría.
–¿No podemos seguir como ahora?
Boca abajo era demasiado excitante, sentía que pendía de un hilo y la sensación era insoportable. Hugo escuchó las quejas de Lucia y suspiró. Su esposa estaba al borde de las lágrimas y su resistencia era casi inexistente.
–No voy a ponértelo difícil, ¿vale?
En realidad, Lucia tenía una resistencia normal y, de hecho, con los meneos diarios de Hugo se había vuelto mucho más fuerte, pero es que para su esposo era insuficiente. Quería seguir toda la noche y había muchísimo que no conseguía hacer.
El duque se posicionó entre las piernas de su esposa, encontró la entrada y se deleitó con su interior. La penetró con suavidad. Lucia era adorable. Necesitaba una droga milagrosa para hacerla más fuerte. Empezó a moverse con más rapidez, le sujetó una pierna y se la puso sobre el hombro.
–¡Ah!
Hugo jadeó. Aunque le había prometido a Lucia portarse bien, necesitaba más, mucho más. Así que le cogió los cachetes y se hundió en lo más hondo de ella con vigorosos movimientos.
–¡Ah, no! – Chilló Lucia entre lágrimas.
Hugo chasqueó la lengua y reprimió el impulso de enterrarse en ella y se corrió. Gimió entre dientes y se le nubló momentáneamente la vista. Cuando se serenó, abrazó a su esposa y la besó con ternura. No obstante, su amada esposa lo estaba fulminando con la mirada y empapado de un sudor frío empezó a pensar qué hacer para apaciguar su ira.

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