79: El descubrimiento (2)

mayo 26, 2019


–¿Has venido sola? ¿Y tu marido?
–Su Majestad lo ha convocado. Me ha dicho que vendría después.
–Qué ocupado está.
–Sí.
Katherine sonrió y miró a la amigable Lucia extrañada. ¿Por qué esa chiquilla se comportaba así? La princesa estaba acostumbrada a que la gente agachase la cabeza y se sintiese incomoda a su alrededor. No endulzaba sus palabras como toda noble y sus formas tan directas solían sentar mal al resto de mujeres. Tampoco intentaba cambiar ese lado suyo, después de todo, no le daba problemas y la gente le parecía toda igual: maniquíes que agachaban la cabeza y le reían todas sus gracias. No obstante, la personalidad sosegada de la duquesa la intrigaba. No es que la hubiese estado evitando, sino que el tipo de actividades sociales a las que acudían eran totalmente opuestas. La noche anterior se había preparado para enfrentarse a ella en el baile, para encontrarse que los duques de Taran sólo habían asistido a la celebración. Sin embargo, su espíritu de batalla se desvaneció en cuanto la vio.
–Me gustaría hablar más contigo, ¿nos vamos a un sitio más tranquilo?
–¿Perdona? Ah, sí.
Katherine lideró la marcha. A medio camino se giró para ver a la duquesa que la seguía tranquilamente hasta llegar a un lugar con menos gente.
Lucia frunció el ceño. Los zapatos le iban justos y no estaba cómoda.
–Esta es mi salita. Sólo la uso yo.
La salita era uno de los privilegios de Katherine. Era una habitación modesta, con un enorme sofá en medio.
–¿Te apetece beber?
–No bebo mucho.
–Pues champán sin alcohol.  –Katherine le dio las órdenes a una de las criadas. – He oído que llevas en el feudo desde que te casaste. – Dijo después de que la sirvienta les dejase las copas y se retirase. – ¿Tanto había que hacer en el Norte?
–No tiene ni punto de comparación con la Capital. Es un sitio tranquilo y agradable.
–¿Y el círculo social? ¿Montan muchos bailes?
–No sé, nunca he ido a ninguno.
–¿Por qué?
–No me gustan. No soy muy activa.
Katherine se decepcionó. Le hubiese gustado encontrarse a la duquesa en otros bailes. Los gustos de muchos nobles eran claros como el día: a Katherine le gustaban los bailes y otros preferían fiestas para tomar el té.
–Entonces tampoco te gusta la fiesta de hoy.
–Tampoco es que pueda quedarme en casa.
–Tienes razón, no puedes. Eres la duquesa.
Las palabras de Katherine sonaron frías como el hielo, como si estuviese enfadada. La gente la quería a pesar de su lengua viperina por su seguridad. Lucia siempre le había enviado esa cualidad.
–¿De qué marca es tu vestido?
–Lo ha hecho la diseñadora Antoine.
–¿Antoine? Mmm… No suele hacer cosas así… A mí no me gusta lo que hace.
–El que llevas te queda como un guante.
Lucia soltó una risita. Katherine no estaba criticando su vestido, sólo le había soltado que no le gustaba Antoine sin malicia ninguna, como si se le hubiese ocurrido en ese momento. La reina Beth odiaba esa forma de hablar tan suya.
–Llevas un collar precioso. Tienes muy buen gusto. ¿Lo has elegido tú?
–No, fue un regalo.
–Supongo que del duque.
–Sí.
Katherine estudió la joya con detenimiento y envidia. Cada vez que quería una joya molestaba a su hermano, pero ni siquiera ella podría echarle las manos encima a algo como lo que llevaba la duquesa.
–Puedo dejártelo cuando quieras. – Se ofreció Lucia a sabiendas de lo mucho que le gustaban las joyas a su hermanastra.
–¿…Me lo prestarías? Me has dicho que es un regalo.
–No tiene nada que ver.
Katherine sintió algo raro. La única persona desde la muerte de su madre que la mimaba era su hermano. La mujer de su hermano no era mala persona, pero sus personalidades no encajaban. No obstante, la hermanastra que acababa de conocer le estaba demostrando una buena fe increíble. Si hubiese sido cualquier otra persona, ya estaría pensando qué estarían tramando sonsacarle, pero dado su título…
A Katherine le gustaba la duquesa, quería conocerla mejor. Era la primera vez que se sentía así por alguien.
–…No hace falta. No soy tan cara dura. – Katherine miró a Lucia mientras se acababa la copa. – Para serte sincera, el duque de Taran me gustaba mucho.
Lucia sonrío: ya lo sabía. Lo que Katherine sentía por el duque de Taran era como la admiración de una doncella ingenua a su primer amor. De hecho, uno de los motivos por los que aborrecía tanto a la duquesa de Taran de sus sueños era precisamente ese.
–Sé que no es de buena educación decirlo.
–No pasa nada, no me ofende.
Katherine miró a Lucia durante unos instantes y, entonces, soltó una carcajada.
–Eres interesante. Es la primera vez que conozco a alguien como tú, duquesa. ¿Cómo te lo explico…? Haces que me sienta cómoda. ¿El duque te secuestró al feudo porque le gustaba esa parte de ti?
Lucia jugueteó con la copa. Claramente incomoda por escuchar uno de los rumores que tanto deseaba olvidar.
–A todo el mundo le interesa el duque de Taran, pero nadie se atreve a preguntar. Nunca ha habido nadie de su familia en los círculos sociales, pero ahora… Estás tú, duquesa. Va a ser todo un calvario para ti.
–…Lo sé.
–Que por cierto, yo también tengo curiosidad. ¿Cómo es? Eres la persona que mejor le conoce, lleváis viviendo juntos un año.
De repente, Lucia se dio cuenta de que llevaban más de un año juntos y no entendía cómo podía ir tan bien su matrimonio. Era difícil responder a su pregunta. Ni siquiera ella le conocía del todo bien.
–Es… muy atento.
Katherine quiso seguir molestando a la inocente duquesa.
–¿Atento? ¿En la cama también?
–¿Perdona?
Katherine contuvo la risa cuando vio el rubor de la muchacha. Llevaba muchísimo tiempo sin ver una reacción como esa. Puede que ella misma fuese soltera, pero disfrutaba de noches apasionadas y un poco de temas subidos de tono no la escandalizaban.
–De esto no se habla en las fiestitas de té, ¿eh? A esas cosas sólo van las rígidas.
Lucia asintió con la cabeza. Nunca había hablado de algo tan explícito hasta ahora.
–Aunque te diré que, si no te esperas hasta la medianoche, en los bailes tampoco se oye mucho. Pero bueno, a la próxima no te sonrojes o te avergüences, sonríe y punto.
–Vale.
–Lo digo por tu marido. Las tímidas suelen empezar rumores.
–¿Qué rumores?
–Como que a su señor el duque no se le levanta.
–¿Qué? ¡No!
–¿No…? – Sonrió Katherine.
Lucia cada vez estaba más roja. Su marido no era ningún caballero y mucho menos en la cama. Era tierno y despiadado. Cuando más pensaba en la noche anterior, más se ruborizaba.
–Vaya por dios. – Katherine se río a carcajadas y Lucia no era capaz de levantar la mirada. – ¿Quieres que te enseñe un par de cosas?
–¿…Qué cosas?
–Si me escuchas con atención creo que te serán útiles.
El conocimiento de Katherine en las artes amatorias era experto. La princesa no hubiese hablado de estos temas con cualquiera, pero sentía una conexión especial con Lucia.
Ninguna de las dos podía ausentarse de la fiesta durante demasiado tiempo por culpa de sus títulos, pero cuando salieron de la salita de Katherine, Lucia estaba tan roja como un tomate. Sí, había sido una velada sumamente instructiva.
–Cuánto tiempo, condesa. – Katherine se acercó a saludar a una mujer.
–…Sí, buenas noches, princesa.
–¿Acaso no sabes quién la que me acompaña? – El tono de Katherine era más hostil de lo habitual.
Lucia la miró de soslayo.
–….Buenas noches, soy Anita Falcon, duquesa.
Lucia no se habría imaginado que acabaría conociendo a esta mujer de esta manera. Aceptó su saludo e hizo de tripas corazón para no mostrar su disgusto.
–¿Qué te trae por aquí? ¿En busca de un hombre que te caliente la cama? – A Lucia le pareció que se estaba pasando. A Anita le temblaron los labios. – ¿Qué pasa? ¿Te disgusta lo que digo?
–…No, princesa. Sólo quería felicitar a Su Majestad el rey…
–Vale, eres demasiado obvia. Vete.
Anita se alejó a paso apresurado después de hacer una reverencia.
Era la primera vez que Lucia veía a Katherine demostrar odio hacia alguien. Ni siquiera en su sueño había insultado a la duquesa de Taran a la cara.
–No creo que vaya a pasar, pero no te acerques a esa mujerzuela. Es la condesa de Falcon, ahora es viuda porque su tercer esposo ha fallecido. No le dirijas la palabra.
–¿Por qué…?
–Es una mujerzuela. Nada bueno sale de juntarse con ella.
Katherine no condenaba a quien se ahogase en placeres carnales ni aunque estuviese casado. No obstante, lanzarse a los brazos de otra persona para sacar un beneficio era inaceptable a su juicio y la condesa de Falcon hacía precisamente eso. Su hermano le había permitido asistir a fiestas y bailes a partir de los dieciocho y, por entonces, Anita era la reina abeja de los círculos sociales de la alta sociedad. Además, tuvo un escándalo con el duque del que sacó la conclusión que la condesa había lucido sus atributos ante el duque hasta seducirlo de mala manera. Por supuesto, no podía contarle este detalle a la duquesa. ¿La condesa seguiría en contacto con el duque? Puede que no pudiese tocar al duque, pero desde luego era capaz de dejar en evidencia a esa mujerzuela hasta que no se atreviese a asomar el morro.

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