86: Recuerdos de mamá (4)

mayo 28, 2019


El duque de Ramis llamó a su hijo a su despacho que no tuvo tiempo de esquivar lo que le tiró a la cabeza.
–¡¿Qué coño haces?! – Rugió su padre.
David se quedó atónito al ver el montón de documentos que le habían dado en la cara. No dolió, pero era la primera vez que le pasaba algo así.
–¡¿Quién te ha dicho que hagas esto?!
David se inclinó para coger una de las hojas que contenía una larga lista de nombres de miembros de su organización. ¿Cómo se habría enterado su padre? ¿Por qué estaba tan furioso? David no entendía nada.
–Lo siento. – Masculló con la cabeza clavada en el suelo y los puños cerrados.
No tuvo derecho a redimirse, tenía que disculparse. No le quedaba de otra. David agachó la cabeza y pidió perdón por un error que todavía no sabía cuál era.
–¿Por qué te precipitas siempre?
El enfado de la voz de su padre disminuyó. David alzó la cabeza y el duque se masajeó la frente y suspiró.
David recogió unos cuantos papeles más del suelo con información detallada sobre su organización. ¿Tal vez ese era el quid de la cuestión?
–No pensé que un grupo de gente que piensa igual te daría problemas, padre. Lo siento.
–¿Gente que piensa igual? O sea, ¿Qué estás reclutando gente y vas de líder?
David no veía el crimen por ningún lado ni entendía por qué su padre estaba tan enfadado. Estaba seguro que sería él quien heredaría el título y el honor de luchar codo con codo con el rey. Su padre siempre le había repetido que era demasiado orgulloso y que necesitaba una cura de humildad, pero la prudencia excesiva del duque era algo que él no entendía. Aquellos por debajo de su estatus eran hormigas. ¿Por qué era tan malo organizarlas y lideradlas?  Sin embargo, David no era tan necio como para manifestar su opinión tan abiertamente frente a su padre.
–Sólo quería hacer amigos como siempre me has dicho que haga.
–David. – El duque de Ramis suspiró.
Puede que su hijo se estuviese disculpando, pero sólo era una fachada tras la que ocultaba su desobediencia. El hombre hallaba consuelo en el interés en corregirse que le demostraba su hijo cada vez que le regañaba. Deseaba que David admirase el mundo, no que lo menospreciase. Todavía era joven y carecía de experiencia. El duque de Taran, pesé a ser de la misma edad, ya llevaba años siendo el cabeza de la familia, pero competir con un genio era absurdo y el duque no podía evitar preocuparse por la rivalidad que David sentía por el otro duque.
Lo adecuado era que el primogénito lo heredase todo y, de ser posible, quería darle esa oportunidad a David, por eso, por muchos lados amargos que descubría en la personalidad del mayor de sus hijos, el anciano se esforzaba en pensar que eran fallos sin importancia.
–¿De verdad no te das cuenta que tu grupo puede convertirse en la semilla del peligro? ¿Cómo has podido elegir un nombre tan escandaloso?
David se mordió el labio. Con que ese era el problema. Personalmente, a él el nombre no le acababa de hacer el peso, pero el señor Harry, su vicepresidente, le había asegurado con gran entusiasmo que era un nombre con un sinfín de interpretaciones según como se leyese y que transmitía su disposición a apoyar el ascenso al trono del nuevo rey. La idea del nombre era pues, propagar su intención de borrar de la historia las sombras del difunto rey.
–…Sólo usamos ese nombre entre nosotros. En público lo llamamos “grupo juvenil”.
–¿No fuiste tú quién impuso la norma de llamarlo de la otra manera? No me ha costado nada descubrirlo.
–Lo siento, padre. – David se sintió traicionado y sorprendido al mismo tiempo. Su padre se había inmiscuido en sus asuntos. – Significa que queremos ayudar a Su Majestad con el nuevo reino.
–La intención no es lo que importa, sino el no dar motivos para dudar. Tu hermana y yo estamos hartos de repetirte que en política hay tantos lados que hay que andarse con pies de plomo.
–Sí, padre. Lo tendré presente.
–Los enemigos del rey siempre están al acecho buscando cualquier apertura para atacar. Su Majestad podría malentenderte.
Las preocupaciones de su padre le parecieron ridículas. ¿Cómo iba a malentenderle el rey? ¿Cómo se le iba a pasar por la cabeza que un familiar del duque Ramis pudiese traicionarle? Su hermana era la reina y su padre su suegro. Él era el tío del futuro rey. La casa de los Ramis era totalmente fiel a la monarquía.
–Sí, padre. Tendré más cuidado. Asumiré las consecuencias y desmantelaré el grupo.
–Bien. Me alegra que me hayas entendido. Vete de la Capital una temporada.
–¿Qué? ¡Padre!
–Tienes que demostrar que estás reflexionando. Si yo me he podido enterar significa que cabe la posibilidad de que lo sepa más gente. No será mucho tiempo. Piensa en ello como un entrenamiento de uno o dos años.
David cerró los puños y tembló por la ira. No podía desobedecer a su padre, era demasiado débil.
–¿Cuándo me voy?
–A final de mes.
–Entendido.
Mientras David salía del despacho de su padre le escuchó murmurar:
–Ojalá fuerais mitad y mitad. Robin es demasiado dócil…
David apretó los labios, rechinó los dientes y tensó la mandíbula incapaz de controlar su expresión. Salió de la habitación a paso ligero echando humo por la boca.
Sabía el secreto de la familia: Robin no compartía su linaje y protegía celosamente su posición de segundo hijo. De niños, a David le extrañaba la diferencia de afecto que su madre volcaba entre ellos. Fruto de la inocente ignorancia infantil, creyó que se debía a que él era el primogénito visto que su madre tampoco era particularmente cariñosa con su hermana mayor. No fue hasta su debut en sociedad a los quince en la mansión cuando su madre, sorprendentemente ebria, entró en su cuarto y se lo confesó todo entre lágrimas. Robin era el hijo de una amante de su padre. Al parecer, su padre le había pedido a su madre que aceptase el niño como suyo, aunque lo normal era criarlo como a un bastardo. La amante y la esposa estuvieron en cinta durante el mismo período con apenas unos meses de diferencia. Su madre se sintió inmensamente miserable. La amante falleció en el parto y el duque de Ramis lo trajo a la mansión para que su esposa aceptase criarlo como a uno más y, hasta los siete, se le envío a crecer en el extranjero.
A partir de ese momento, su madre le buscaba de dos a tres veces al mes para ahogar sus penas en alcohol y desahogarse. David no se hubiese imaginado nunca que su madre cargaba con tanto dolor. Le sabía mal que no hubiese podido recibir el amor de su padre y le partía el corazón verla obligada a criar al hijo de otra. Odiaba a su padre y resentía a su hermana por tratar a Robin como a uno más. La situación le enfurecía.
Su padre miraba a su padre de otra manera. Con él era estricto e inflexible, pero con Robin sólo sabía reírse a carcajadas.
Algún día su padre moriría y le cedería el título. Ese mismo día haría aquello que deseaba desde hacía tanto: apaciguaría los rencores de su difunta madre ofreciéndole su cabeza.

*         *        *        *        *

David quedó con el señor Harry en un bar de alto standing con habitaciones privadas para los clientes para hablar del desmantelamiento de la organización.
–Me da pena que se acabe así. Justo cuando empezábamos a hacernos un nombre.
–No me queda de otra. Mi padre me la ha liado y tengo que marcharme de la Capital.
–Pues, si me lo cedes puedo seguir liderando el grupo sin atar su nombre a la organización, señor Ramis. La fuerza de la fundación crecería en su ausencia y usted necesita algún as bajo la manga para el futuro.
Las palabras del señor Harry le tentaron. Era verdaderamente una pena echarlo todo a perder después de los esfuerzos que había invertido en el proyecto.
–Pues que así sea, señor Harry. Le apoyaré para que pueda ser mi as bajo la manga. Me alegra contar con alguien tan talentoso como usted a mi lado.
–Me halaga. Usted tiene un porvenir esplendoroso y yo sólo le quiero ser útil.
David sonrió y le dio una palmadita en el hombro. Harry parecía agradecido, pero por dentro suspiraba de alivio. El apoyo de un duque era demasiado poderoso. Lo prudente era ocultar el nombre del heredero del ducado y alimentar su poder hasta el momento adecuado.
David no era particularmente estúpido, pero odiaba la idea de que hubiese alguien por encima de él. Le gustaba ver a los astutos agachar la cabeza, así que, si aprovechabas el momento y su personalidad, lidiar con él era pan comido.
–No creo que mi padre se haya tomado las molestias de investigarme, ha tenido que ser otra persona.
–Tiene razón. ¿Tiene algún sospechoso en mente?
–El duque de Taran. Lleva tiempo echándome el ojo encima.
¿El duque de Taran había enloquecido lo suficiente como para que el heredero de un duque cualquiera le pareciese un rival digno? Harry se burló del orgullo sin sentido de David, aunque elogió las conclusiones del otro.
Continuaron charlando y, cuando se terminaron la bebida, un trabajador le entregó una nota a David que le tomó desprevenido. ¿Para qué querría verle? Le pidió a Harry que le excusase un rato y esperó a que la puerta del reservado se abriese. La autora de la nota era una belleza despampanante.
–Es honor conocerle, mi señor. – Los labios de la mujer se torcieron en una sonrisa gentil. – Me llamo Anita.

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