87: Recuerdos de mamá (5)

mayo 28, 2019

Todavía no había amanecido cuando una criada despertó a Lucia tal y como le había ordenado el día anterior.
Lucia se desperezó, se estiró y se bajó de la cama admirando que su esposo fuese capaz de levantarse tan temprano cada día. Se aseó, se bebió un vaso de agua y preguntó:
–¿Está en su dormitorio?
–En su despacho, mi señora duquesa. Partirá de aquí una hora, todavía le están preparando el carruaje.
Lucia cogió la bandeja con té que Jerome planeaba llevar al duque.
–Perdona por quitarte tu trabajo.
–En absoluto, mi señora.
Jerome le había asegurado que no era necesario llamar a la puerta antes de entrar, así que la joven pasó lo más silenciosamente posible. El despacho olía a muebles viejos y hacía frío. Había un escritorio enorme colocado en diagonal a la puerta y su esposo estaba totalmente inmerso en sus documentos.
Lucia se detuvo a escasos pasos para poder estudiarle con más detalle. Lo único que se oía era el sonido de Hugo hojeando el papeleo. No había ningún hueco sobre la mesa y las montañas de hojas parecían ordenadas a su manera. Lo único con cierto espacio era lo que había directamente delante de él para que pudiese lidiar con su trabajo con más comodidad.
Era la primera vez que la duquesa le veía trabajar o le traía té a su despacho. En el norte no había osado entrar porque no quería levantar sospechas por entrar en una habitación a rebosar de documentos confidenciales. Además, temía molestarle, así que ni siquiera se acercaba.
El corazón de la muchacha se aceleró. Le sabía mal interrumpirle con lo concentrado que estaba, así que se quedó allí de pie mirándole.
Era una mañana tranquila y los pájaros canturreaban alegremente más allá de las ventanas.

Hugo siempre había sido sensible a los indicios de alguien acercándosele. La brutalidad de su infancia y sus días en el campo de batalla lo habían entrenado para estar constantemente alerta a su entorno. Notó que alguien se le acercaba, pero no le prestó la menor atención ya que sobre esa hora Jerome solía entrar en su despacho. No obstante, aunque la presencia de alguien continuaba en la estancia, no se le acercó. Extrañado, alzó la vista y no dio crédito a lo que veían sus ojos.
–¿…Vivian?
Su mujer le devolvió la mirada y sonrió con timidez, como si estuviese avergonzada.
Era inesperado encontrársela en aquel lugar y hora, pero no era una ilusión. Hugo no bajó la pluma y la miró dejarle la bandeja del té en su escritorio.
–Espero no haberte molestado. – Lucia cogió la tetera y le llenó la taza que le acercó.
–No. – Contestó rápidamente Hugo.
–Me gustaría hablarte de una cosa. No voy a tardar mucho.
Hugo asintió mientras pensaba que podría tardar una eternidad si así lo deseaba. Todos los planes y pensamientos complicados que ocupaban su cabeza hasta hacía unos segundos se acababan de esfumar como si se los hubiese llevado el viento. Recapitular sería difícil, pero no le importaba.
–Hoy es tu cumpleaños.
–¿…Mi cumpleaños?
La extrañez de su expresión le confirmó a Lucia que, como esperaba, no se acordaba.
–El mayordomo me dijo que no lo celebrabas. No sé, a lo mejor no quieres recordarlo.
Su cumpleaños, el día de su nacimiento. Hugo no había valorado su vida jamás. De niño no sabía cuándo era su cumpleaños, hasta que no llegó a Roam y se enteró de la fecha de su hermano gemelo no descubrió cuándo había nacido. Durante el tiempo que substituyó a su hermano le prepararon banquetes en su honor, pero todo aquello le pertenecía al joven amo Hugo, no a él. Nunca le pareció estar celebrando el suyo. Después de heredar el título de duque se negó a celebrar su cumpleaños por mucho que le insistieran o se lo recordaran. El aniversario de la muerte de su hermano caía unos cuantos días después, y esa ocasión le preocupaba más.
–Quiero celebrarlo contigo.
El hecho de que el cumpleaños de su marido pasó de largo en su primer año de casados molestaba a Lucia. Sentía que el motivo por el que nadie lo mencionaba era porque debía estar relacionado con su tragedia familiar. Fuerte o débil, todo el mundo puede pasarlo mal. En su sueño, ella misma había experimentado mucho dolor y, lo peor de todo, es que nunca tuvo a nadie que la consolase. Ahora ella quería convertirse en la persona que consolase a Hugo.
–Esto es mi regalo.
Lucia dejó una cajita que llevaba en la bandeja del té sobre la mesa y lo empujó en su dirección.
La mirada de Hugo iba de la caja a su esposa sin parar. La sangre que corría por sus venas era una maldición, su nacimiento era el principio de esa maldición, pero alguien lo celebraba. Era una sensación singular.
–¡No! ¡No lo abras ahora! Hazlo después, cuando no esté aquí. No es mucha cosa, me da… vergüenza.
Lucia le había bordado su nombre en un pañuelo de algodón como Jerome le había aconsejado. Se había puesto manos a la obra poco después, pero sin la intención de que fuese su regalo de cumpleaños.
–Un regalo no puede ser “poca cosa”.
–Bueno, pero ábrelo luego.
El pañuelo era indigno de ser considerado un buen regalo. Lucia se ruborizó ante la idea de decepcionarle. Tal vez hubiese sido mejor dárselo sin más, sin añadirle la etiqueta de regalo de cumpleaños.
La indecisión de su esposa le pareció divertida a Hugo.
–Como quieras, lo abriré cuando te vayas.
–Es que no sabía qué darte. Regalarte algo con tu dinero es un poco…
Hugo sonrió. Cada año se le cedía una cantidad generosa de dinero a la señora de la casa para sus necesidades personales. Y pesé a ello, su esposa seguía creyendo que el dinero era un fondo público. Aunque funcionaba realmente como uno: todo lo depositado en la cuenta, volvía a la principal al final del año. No existía ninguna otra noble que devolviese el dinero. Si por ejemplo una noble se compraba todo un tesoro de joyas, éstas eran suyas y de divorciarse no había discusión: la noble se lo llevaba todo incluido una compensación monetaria. Por eso la temporada alta en las joyerías era a finales de año. Que Lucia hubiese devuelto la gran mayoría del dinero le desconcertó. Por el momento creía que la muchacha aborrecía su dinero y se negaba a usarlo, pero ahora sabía que simplemente era así.
–Hugh, tu cumpleaños es el día que te trajeron al mundo y es motivo de celebración. Quiero que tengas un buen cumpleaños.
Hugo se levantó del sillón y se le puso delante de un paso, tiró de ella y la abrazó. Era el primer y el mejor regalo que había recibido en toda su vida.
–Gracias.
Hugo la apretujo con más fuerza conforme un torrente de emociones se arremolinaba en su pecho. La calidez de la persona que tenía entre sus brazos era agradable. El duque enterró la nariz en su cuello y se deleitó de la suave fragancia de su esposa mezclada con el aroma del té.
–Bueno, te dejo de molestar.
–No lo hagas por mí, no me importa.
A Hugo le decepcionó que la muchacha huyese de sus brazos y se excusase a pesar de que le había dicho que podía quedarse. Se miró las manos recordando la sensación de su cuerpo. Qué mujer tan despiadada. El único que siempre se quedaba con ganas de más era él.
Suspiró pesaroso y se pasó la mano por el pelo. La aparición inesperada de su esposa le había dejado patidifuso y todo lo que había estado pensando había saltado por la ventana. No se creía capaz de volver a centrarse.
Iba a ser un día muy largo.
Lamentándose, volvió a sentarse en su escritorio y se preguntó qué regalo sería para que la muchacha no hubiese querido que lo abriera delante de ella. La curiosidad reemplazo la pérdida de su desaparición y le animó un poco.
Sentado en el sillón, desató el lazo que rodeaba la caja, la abrió y se quedó estudiando su contenido unos instantes. Adentro había un hermosísimo pañuelo blanco. Lo cogió con mimo sintiendo su tacto suave y admiró el nombre que había bordado en una de las esquinas durante un buen rato. Se agachó para abrir uno de los cajones de su escritorio y sacó el otro pañuelo que guardaba celosamente. Dejó los pañuelos uno al lado del otro para compararlos y los contempló de brazos cruzados.
Sintió un cosquilleo en la boca del estómago, sintió que se había quemado con algo. Hugo era incapaz de describir la sensación. Era una emoción que no había sentido jamás. Le arrebataba el aire y se le aceleraba el corazón. Una a una, repasó las emociones humanas que conocía mentalmente, incluyendo todas aquellas que conocía solo en nombre.
Conmovido. ¿Esto se sentía cuando te conmovías? ¿Es lo que sentía la gente? Hugo envidió por primera vez a aquellos capaces de disfrutar de emociones corrientes como la risa o el llanto. El de ahora era un sentimiento tremendamente agradable.
Jerome llamó a la puerta pidiendo permiso para pasar y Hugo guardó los pañuelos en el cajón.
–Estamos listos, mi señor. Fabian le espera delante del carruaje.
Hugo consideró qué hacer y se levantó.
–Dile que entre en casa y que espere.
Jerome inclinó la cabeza a modo de respuesta mientras Hugo pasaba de largo, se acercó al escritorio para limpiar los restos del té y se fijo que no había pegado ni un sorbo. No era nada fuera de lo común cuando estaba hasta arriba de trabajo, por lo que el mayordomo no le dio más vueltas al asunto y continuó con sus quehaceres.

*         *        *        *        *

Lucia estaba sentada en el sofá del dormitorio bordando unos cuantos pañuelos nuevos para Damian. Se sentía productiva por estar trabajando a esa hora. Terminó uno y lo examinó con detenimiento. Había trabajado con el nombre de Damian tantas veces que su obra era casi impecable a pesar de su evidente falta de talento. Llevaba mucho tiempo bordando, pero sus habilidades no mejoraban fuera de lo que hacía siempre. Si cambiaba el patrón su falta de mejoría quedaba a la vista de todos.
–Tráeme un vaso de agua. – Le ordenó a una criada mientras recordaba, avergonzada, el resultado que le había regalado a su marido.
Un vaso apareció por encima de su cabeza y Lucia, sorprendida, levantó la cabeza conforme unos brazos fuertes la rodeaban por detrás.
–Hugh.
–Ya veo que esta mañana estás trabajando mucho.
Lucia aceptó el vaso de agua y dejó las agujas a un lado. Hugo había visto ya el regalo. Se lo había dado por la mañana porque verle la cara justo después de qué viera el contenido de la caja la podría matar de la vergüenza.
–Le eres muy devota al chico.
–¿…Perdona?
–¿Qué tiene de bueno tener niños? Sólo les interesa encontrar su camino en la vida.
Lucia estalló en carcajadas. Hugo sonaba como un anciano harto de tener que correr detrás de sus hijos todo el día.
–Bueno, es que también estoy haciendo tu parte porque no le demuestras mucho interés.
–No deberías mimarlo tanto.
–No lo mimo tanto. ¿Ya te vas?
Lucia se liberó de sus brazos y se levantó del sofá. Nunca se había despedido de él tan temprano. No se veía capaz de hacerlo cada día, pero de vez en cuando no estaría mal.
–Vivian. – Hugo se le puso delante.
Antes de que a la joven le diera tiempo a contestar, él la agarró por la cintura y la besó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y disfruto del contacto tanto como él mientras se tumbaban en el sofá. Era plenamente consciente que aquello no era un beso de despedida, era un hombre seduciéndola.
–Hugh, tienes que… tienes que irte… – Susurró cuando él la hizo estremecer con sus caricias.
–Se ha atrasado el plan.

*         *        *        *        *

–¿Por qué cojones no baja? Saliendo ahora llegaremos por los pelos.  – Fabian se quejaba dando vueltas por el despacho de Jerome.
–¿Es importante?
–¡Siempre es importante! ¿Sabes? Yo no trabajo de esto. Sube y dile que baje.
Jerome continuó bebiéndose su té tranquilamente, como si oyese llover. La mañana era un momento idílico para disfrutar de la paz y la calma.
–Nadie sube a la segunda planta cuando están en el dormitorio.
–¿Por qué? – Jerome le contestó con una mirada de incredulidad. – ¡Ay! ¡Joder! ¡Pues iré a llamarle yo mismo!
–Bueno, tendré que informar a tu mujer.
–¿De qué?
–De que te vaya preparando el funeral.
A Fabian se le contrajo el rostro y salió a paso ligero del despacho de su hermano gemelo.
–¿Dónde vas? – Le preguntó Jerome, preocupado de que realmente tuviera que empezar a preparar su funeral.
–¡A ocuparme del trabajo que ha cancelado! – Anunció pegando un portazo.
–Cada día es más gruñón. No será así con su mujer, ¿no?  

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