88: Te amo (1)

mayo 28, 2019


Fabian, poseedor de la confianza del duque, era el lacayo ideal. Enseñar la forma de proceder era una pesadez para Hugo, así que normalmente lo dejaba en manos de sus hombres más leales: como él. Aunque el duque daba mucho trabajo, no atormentaba a sus subordinados. Era un señor decente y no interfería en el trabajo del resto hasta el final. Además, si se cometía un error leve, solía perdonarlo, aunque, si no cumplías con sus expectativas no habría vuelta atrás.
Fabian era talentoso y había conseguido guardar su posición durante mucho tiempo. Era un jefe infame con rumores que aseguraban que si aguantabas más de tres años bajo su mando tu habilidad aumentaría tanto como la cantidad de canas.
–No he encontrado ningún problema con el objetivo. – Informó uno de los hombres al que se le había encargado vigilar a Anna, la que había sido la doctora de los duques para que no se le ocurriese violar su contrato de confidencialidad.
Fabian asintió, ojeó el informe de Anna, que gracias a su medicina para el dolor de cabeza estaba ganándose bien el jornal, y ordenó al siguiente subordinado a cargo de la condesa de Falcon, una mujer a la que personalmente no soportaba, que pasase.
–No ha habido ningún movimiento sospechoso. Últimamente se dedica a corretear por ahí por temas de negocios. Se ha centrado en los bares que tiene.
Fabian volvió a revisar el documento. La condesa se dedicaba a conseguir más clientes usándose a sí misma como cebo, así que ahora eran más concurridos que antes.
–Puedes retirarte.
El objetivo del siguiente subordinado era David.
–Se está preparando para abandonar la Capital. No ha habido ninguna actividad sospechosa, lo único destacable es que casi cada noche se deja caer por un bar.
–A un bar, eh… ¿Queda con alguien?
–No, va solo.
Fabian estudió el informe.
–¿Está deprimido y ahoga sus penas en alcohol?
Fabian frunció el ceño. El nombre del bar le sonaba. Reabrió el documento de la condesa de Falcon y vio que era uno de sus bares. ¿Sería pura coincidencia?
A la condesa se le daba bien el negocio del licor. Manejaba varios bares cuya clientela iba desde los más humildes a los más distinguidos. El bar al que acudía David era para los nobles y Fabian pensaba que había gato encerrado.
–Descubre con quién habla del objetivo, aunque sea con los camareros.
–Sí, señor.

Tras un largo día de escuchar informes sin parar, Fabian se dejó caer por la residencia ducal para resumirle le información a su señor.
David se había retirado oficialmente de la organización dejando al mando al barón Harry cuya primera medida había sido cambiar el nombre a “Asociación por la juventud del futuro”.
–El hijo de puta este sigue apoyando la organización. – Decretó Hugo.
David se había retirado oficialmente, pero seguía siendo el fundador.
–Sí, su ayudante ha quedado con el objetivo para entregar los fondos.
–Supongo que ya se habrá ido del feudo de Ramis, ¿no?
–Sí, hace unos días.
David volvería a la capital algún día, pero por el momento había desaparecido y Hugo no necesitaba seguir con un ojo puesto en él. Sería una pérdida de tiempo. Por ahora se centraría en las actividades de esta organización en manos de Harry y si se le presentaba la ocasión, aprovecharía para deshacerse de todos ellos de un golpe.
–Continuad vigilando al grupo, sobretodo a los miembros importantes.
–Sí, mi señor. Tengo algo de lo que informarle, aunque no lo he añadido al informe. Antes de que el objetivo partiese del feudo, iba casi cada día a un bar de la condesa de Falcon.
Hugo alzó la vista. ¿La condesa de Falcon? Hacía mucho que la había olvidado. No pensaba en ella desde que había retirado todo su apoyo financiero.
De todas sus amantes, la condesa había sido la más fiel a sus deseos. Era consciente que lo suyo era un encuentro puramente carnal y que no debía arrimársele demasiado. Era imposible que Hugo supiese de la oscuridad que habitaba en el corazón de Anita.
–¿Quedaron?
–Eran más bien cliente y dueño. La condesa se quedaba en el reservado del conde de Ramis durante una hora o dos antes de marcharse cada día. No he sido capaz de descubrir de qué hablaban.
–¿Pasaban la noche juntos?
–No. La condesa iba a cualquier reservado en el que se la pidiese o donde hubiese un cliente habitual. Al parecer, es buena pareja de conversación.
–Que no esté en el informe significa que no hay nada más que decir.
–…Sí.
Basándose en las pruebas circunstanciales, Anita y David eran simplemente dueña y cliente. Una bruja con el don de embrujar a los demás como Anita podía consolar a David y convertirlo en un cliente habitual con facilidad. Nunca se vieron en otro sitio que no fuese el bar y, aunque Anita se metía en el reservado de David cada vez que iba, no había indicios de que se enzarzasen en una relación sexual.
Antes de que Fabian pudiese descubrir de qué trataban sus conversaciones, David abandonó la Capital, así que no había forma posible de que el lacayo consiguiera pistas de alguna estratagema. Tampoco sabía de el anhelo de David por la duquesa o de los celos de Anita, por lo que ni siquiera podía imaginarse que podrían estar trabajando juntos.
–Parece que tienes algo en la cabeza.
–Sí, aunque no tengo explicación racional para ello.
Hugo confiaba en las capacidades de Fabian y, pesé a no tener razones, el subordinado sentía que había algo que se les escapaba.
En ese momento, Hugo recordó que la condesa de Falcon había estado inquiriendo sobre el pasado de su esposa.
–Vigílalos a los dos.
–Sí, así lo haré.
–¿Y lo que te pedí que buscases? El colgante.
–Seguimos en ello. – Respondió.
–¿Todavía? ¿Por qué cuesta tanto?
–Mis disculpas, enviaré a más hombres.
Su señor no solía insistir en nada relacionado con su trabajo, pero este último asunto pasaría a ser su prioridad empezando mañana.

*         *        *        *        *

Después de la coronación, Lucia volvió a centrarse en actividades sociales a pequeña escala hasta que se organizó una cena de caridad para mujeres en el palacio real.
El rey decidió extorsionar a los nobles para cuidar a los huérfanos de la capital. Sería la primera cena planeada por el rey desde su ascenso y era imposible rechazar la invitación.
Katherine sería la anfitriona para matar dos pájaros de un tiro: el fondo nacional y la vida social de su hermana. Katherine asumió el mando encantada. Invitó a todos los nobles y altos cargos de la capital con la esperanza de que fuese todo un banquete. Por supuesto, Lucia recibió la invitación y hasta una persona para que confirmase su asistencia.
La mañana de la cena, Antoine se presentó en la residencia para ayudar a la duquesa a prepararse para el evento. El vestido que diseñó fue uno de los mayores retos de su carrera por la obligación de hacerlo de noche y virtuoso a la vez. Era rojo claro, le cubría hasta las muñecas y sólo dejaba a la vista la clavícula, aunque las mangas y los hombros estaban hechos de un material casi transparente para darle un elemento más seductor al atuendo.
Lucia estaba mirándose por última vez para acabar los retoques en el espejo cuando una criada entró.
–El señor duque se va.
Hugo entró en la habitación segundos después. Hizo una pausa cuando la vio sonreírle y admiró su vestido. La muchacha tenía un aspecto tan atrayente como puro. Se le acercó, lamentando tener que ir a trabajar, la abrazó y le besó la mejilla.
–Me tengo que ir. ¿Cuándo te vas tú?
–En una hora o así.
Hugo volvió a repasar el vestido con la mirada.
–Es el nuevo vestido de la diseñadora.
–Ajá.
Hugo se giró para mirar a Antoine. Todavía le guardaba rencor por haberse chivado de su contrato y no le gustaba el vestido que le había hecho. No es que fuera demasiado revelador, pero transmitía demasiada sensualidad. Aun así, como era una cena para mujeres, se tragó sus comentarios.
Antoine levantó la cabeza aliviada cuando el duque volvió a centrarse en su mujer para preguntarle cosas como cuándo acababa la fiesta o si llegaría muy tarde. ¿Por qué estaban así? Iban a verse en cuestión de horas.
Antoine miró de reojo a la criada y viendo lo tranquila que estaba, concretó que debía tratarse de una ocurrencia diaria.  Desde la coronación todas las nobles que entraban a su tienda chismoseaban sobre lo cariñosos que eran los duques entre ellos y lo dulcísimos que eran los ojos del duque cuando miraba a su esposa. El rumor de que el duque era un loco enamorado no podía ser más cierto.

*         *        *        *        *

–Bienvenida.
Katherine saludó a Lucia de muy buen humor. Raramente coincidían en alguna quedada y la princesa sólo se llevaba desilusiones por ello. Katherine se pegó a Lucia como si fuese su coanfitriona dejando a las nobles patidifusas porque conocían lo temperamental que era la organizadora de la cena. La duquesa no sólo contaba con el apoyo incondicional del duque de Taran, sino que estaba estrechando lazos con la familia real.
–Cada día es más hermosa, duquesa. Su vestido debe ser de Antoine, no estaba en el catálogo.
Las mujeres se acercaban a la duquesa con más ímpetu.
–Está radiante, condesa. Las plumas que lleva son encantadoras. Debe ser un tesoro. – Contestó Lucia a la condesa que clasificaba a la gente según su atuendo.
–¡Qué buen ojo tiene, duquesa!  Sí, estuve molestando a mi marido durante tres días para que me las consiguiese. ¿Le gustaría que le presentase a un mercader de plumas?
–Se lo agradecería.
El hecho de que Katherine estuviese constantemente acompañada por Lucia suavizó su aura fiera y facilitó a las nobles que se sintieran más libres y cómodas a su alrededor para hablar.
–Me parece que tu hija debutó no hace mucho, condesa. – Comentó Katherine. – Todavía le queda mucho por aprender. – Añadió con un tono duro, como dando a entender que no estaba bien educada.
La condesa puso mala cara y la tensión podía cortarse con un cuchillo.
–¿Por qué no la ha traído con usted, condesa? – Lucia rompió el momento. – Podría haber aprendido muchísimo. La experiencia es un grado. Estoy segura que la princesa le hubiese dado la bienvenida, aunque no la haya invitado directamente.
–Claro, tráetela a la próxima. – Katherine la corroboró.
–La verdad es que mi hija quería venir. – La condesa volvió a sonreír encantada. – Os la presentaré a la próxima.
La mirada de Katherine recayó sobre Lucia que ya estaba hablando con otra persona y esbozó una mueca complacida.

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