89: Te amo (2)

mayo 28, 2019


Lucia se chocó con una mujer que estaba entrando en la salita de descanso mientras salía.
–¡¿A ti qué te pasa?! ¡¿Cómo puedes ser tan descuidada?! ¡¿Sabes quién es?! – Una voz aguda y furiosa se arremetió.
Una noble salió de la nada y condenó a la mujer que se había chocado con Lucia. La duquesa no recordaba su nombre, pero sí que era una condesa.
–Lo… siento. Lo siento.
–¡Oh, dios! ¡Le has manchado el vestido de maquillaje! ¡¿Qué piensas hacer al respecto?! – La condesa gritó como si hubiese ocurrido una tragedia. Su tono era muy irritante.
Lucia siguió la dirección de su dedo acusatorio y, preguntándose cómo lo había visto tan rápido, encontró una mancha insignificante.
Lucia se paró para estudiar a la mujer que no dejaba de disculparse y hacerle reverencias y se recordó a sí misma en el sueño. En su otra vida, ella misma había sido terriblemente torpe y cada dos por tres cometía un error que la hacía desear que se la tragase la tierra.
–Creo que ya basta, estamos en una fiesta. Estoy bien. – Lucia tranquilizó a la condesa enfurecida que tenía al lado.
–¿Cómo puede ser usted tan generosa, duquesa? No sólo es usted bella, sino que magnánima. – La condesa pasó a ensalzarla.
Últimamente, Lucia había aprendido lo importante que era estar al tanto de tus alrededores.
–No estaba mirando por donde iba, también tengo parte de culpa. ¿Está bien?
–E-Estoy bien. – La mujer se estremeció por la sorpresa. – He sido… horriblemente grosera… con la duquesa…
–No pasa nada. ¿De qué familia sois? No la había visto nunca.
–Soy… Alisa, de los Matin.
El corazón le pegó un vuelco. Era la segunda esposa de la que el conde Matin se había divorciado antes de casarse con ella en su sueño. Los rumores decían que la mujer había vuelto con sus padres al oeste del territorio y por eso nunca le había visto la cara hasta ahora.
–…Entiendo. Espero que disfrute de la fiesta. – Lucia asintió a modo de saludo y la pasó de largo.
No quería volver a involucrarse con nada relacionado con el conde Matin, ni siquiera con la mujer que usaría para su beneficio en cualquier momento. Los hombros caídos y la expresión alicaída de la condesa reflejaban el terror con el que convivía. Disgustada, empatizó perfectamente con la pobre mujer.

El conde Matin tenía tres hijos de madres diferentes. Bruno, el más joven, era el de la condesa de la que se divorció antes de casarse con ella y en esos momentos debía ser un año mayor que Damian.
–Otro largo día empieza, condesa.
Bruno no la llegó a llamar madre jamás. Era un chico descarado que se refería a Lucia como “condesa” cada vez que se dirigía a ella. Pesé a eso, Lucia no odiaba al chiquillo de ojos vacíos. La edad de los otros dos hijos era más o menos similar a suya, así que se ignoraban mutuamente como si fueran perfectos desconocidos. A diferencia de con Bruno, con el que mantenía conversaciones cortas cuando se topaban por los pasillos, con los otros dos sólo intercambiaban saludos por educación. El niño solía hablar con un sarcasmo impropio de un niño, pero seguía siendo el único con el que hablaba en aquella casa.
–¿Cómo has acabado en este infierno? –Lucia se limitó a sonreír descorazonada ante las burlas del chiquillo. – Mi madre ha conseguido escapar. Se ha librado de todas sus cargas y ha conseguido vivir en paz. – Afirmó con ojos tristes dejando a la vista que se incluía en la lista de cargas.
–¿Quieres verla?
El silencio fue largo y su respuesta corta, aunque firme.
–No. Jamás.
Cierta noche, a una hora en la que los niños deberían estar durmiendo, Bruno la llamó justo cuando volvió de un baile.
–¿Quieres saber un secreto interesantísimo, condesa?
Bruno la guío hasta una habitación vacía que no estaba especialmente lejos de su propio cuarto. De ser un poco más mayor, no le habría hecho caso, pero Bruno no suponía ninguna amenaza dado su corta edad. Era el único que le parecía humano allí.
–Soy el único que conoce este secreto, tú eres una excepción, condesa.
Bruno se metió por el hogar, tocó algo y, de repente, se abrió un agujero con un chasquido. Lucia no mostró sorpresa y el niño, insatisfecho, se quejó. Le dijo que le siguiera y entrase por el agujero. Lucia vaciló, pero finalmente accedió. Una vez dentro, Bruno tiró para abajo de un palo que colgaba de la pared y el agujero se cerró, dejándolos en aquel lugar secreto.
–Se ve que la familia lleva viviendo aquí desde los tiempos de mi bisabuelo y creo que el primer dueño construyó esto. Sólo lo sé yo.
Anduvieron por un camino cavernoso y bajaron por unas escaleras para después volver a subir otras hasta llegar a una cámara subterránea con una luz tenue que provenía de una substancia que había pegada en la pared.
–No sé qué es lo de la pared, pero es increíble, ¿a qué sí? Con lo viejo que es sigue brillando. A lo mejor antes parecía de día.  – No había mucho que ver. – La próxima vez te enseñaré este camino de aquí. Lleva hasta afuera.
No hubo próxima vez. Lucia no tuvo la oportunidad de volver a quedar con Bruno de noche porque su padre lo envió a un internado para corregir su rebeldía. Con el paso del tiempo, su cuerpo y mente se agotaron y aborreció sus circunstancias. Cada noche rogaba y rezaba por que alguien la sacase de allí y la liberase de sus ataduras. Desesperada, cierto día recordó el pasadizo secreto que Bruno le había enseñado. Se lanzó a la aventura de explorar los pasillos. Llegó hasta la cámara y resuelta buscó otro pasillo secreto que activó mediante un mecanismo similar al del hogar. Lucia continuó su camino admirando lo robustas que eran las paredes para tratarse de una casa construida tanto tiempo atrás y, después de andar durante dos horas, se encontró en el cementerio fuera de la capital.
Ese pasillo secreto se convirtió en la luz que alumbraba la oscuridad. A partir de aquel día comenzó a comprar joyas, riquezas y raciones de comida seca que le permitiesen vivir en la cámara durante un tiempo. Durante un año continuó preparándose.
Una noche de insomnio, después de pasarse una eternidad dando vueltas por la cama, se levantó y fue al balcón. Contempló la oscuridad hasta que descubrió una multitud con antorchas reuniéndose delante de la mansión. El corazón se le aceleró y se le puso la piel de gallina. Algo no iba bien. Lucia cogió sus joyas y se escapó a su cámara secreta lo antes que pudo.
La familia Matin tocaría a su fin aquel día.
Lucia se escondió aterrorizada en la cámara. Era imposible saber qué ocurría allá arriba permaneciendo en el subterráneo. Contuvo su afán de saber y se obligó a quedarse allí como si estuviese muerta. No tenía manera de saber qué hora era: si tenía hambre, comía; si tenía sueño, dormía; si tenía sed, bebía. Lo peor eran las ratas, aunque en comparación con la nauseabunda cara de su esposo, las veía hasta adorables. Sin embargo, su aguante tuvo un límite. Al mes se preparó para salir del túnel.
Recordaba la sensación del sol sobre su piel tras pasar tanto tiempo en la penumbra. Se pasó una semana yendo y viniendo del sol hasta que sus ojos se acostumbraron lo suficiente y, entonces, salió.
Se llevó consigo una parte de las joyas que había escondido en el túnel, se vistió con unos harapos que ya tenía preparados y salió del cementerio cubriéndose con una capucha. Deambuló hasta un área remota asegurándose de que no la seguían: no tenía donde ir. Lo único que deseaba era marcharse lo más lejos posible. Agotada, caminó hasta el alba. Ya no sentía los pies y sabía que si se relajaba se quedaría dormida. Se acercó a una casa aparentemente abandonada, pero en cuanto tocó la puerta una mujerona le gritó:
–¡Lucy! ¿De dónde sales que vuelves a estas horas? ¡Tira a por agua para el desayuno!
Lucia se la quedó mirando atónita, a lo que la mujer volvió a rugirle órdenes. La fugitiva estaba demasiado cansada como para pensar, así que decidió hacer lo que se le pedía.
–¿De dónde saco el agua?
La mujer la insultó y la llamó perra estúpida antes de indicarle dónde estaba el pozo. Aunque hablaba con dureza, Lucia no detectó ni rastro de hostilidad.
–¡Ah! – Exclamó horrorizada.
El estrés del miedo de aquel pasado mes había tenido sus consecuencias: su cabello rojizo ahora era blanco como el papel.
Con el tiempo se dio cuenta de que la mujer no estaba del todo bien. La anciana no recordaba nada de lo que decía. Al parecer, su hija Lucy se había enamorado de un hombre y la había abandonado sin decir nada más.
Lucia vivió seis meses fingiendo ser Lucy hasta que la anciana pasó a mejor vida.

*         *        *        *        *

¿Qué vio? ¿Un sueño sobre el futuro? ¿El pasado? Una mañana se despertó y volvía a tener doce años. La carga de Lucia no era la de una vida pasada, sino la de una pesadilla sobre su vida de la que se sentía una espectadora más. Su experiencia había sido difícil y dura. El dolor había sido tan intenso y vivido que creía haberlo sufrido. Sin embargo, por horrible que fuese el dolor, su cabeza estaba libre de heridas. No se recordaba como una anciana, sabía que después de dimitir había comprado una casita, pero poco más.
Si realmente hubiese vuelto del futuro, sus recuerdos más vívidos serían de sus últimos días, no de estos momentos. Por eso creía haber estado soñando.
–Quiero parar un rato. – Dijo, entonces, le ordenó a la criada que diera media vuelta.
Le apetecía ir al echarle un vistazo a la casa que Norman le había regalado.

Lucia curioseó por la casa de dos pisos. Los muebles seguían intactos y era obvio que alguien venía a limpiar periódicamente a pesar de la sensación solitaria que transmitía. El sueño de Lucia hace tiempo era comprarse una casita acogedora como aquella. Dos años después, su vida había pegado un giro impresionante de rumbo incierto. El nerviosismo por el porvenir superaba el miedo a lo desconocido.  La duquesa soltó una risita recordando lo que Norman le había dicho sobre lo aburrida que era una vida predecible.
El carruaje se detuvo abruptamente cuando regresaban a casa por segunda vez.
–Se ha volcado un carruaje, tendremos que dar un rodeo, mi señora. – Le explicó la criada.
El coche de caballos reanudó la marcha y ella contempló el exterior por la ventana: era el barrio donde se crió. Decidió parar para ojear una tienda de empeño bastante antigua.
El anciano que dormitaba en su interior dio un respingo al ver a una mujer con ropa lujosa, a otra al lado de la primera con aspecto servicial y a un hombre que parecía un escolta. Típico de las nobles.
–¿Busca… algo?
–¿Desde cuándo eres el dueño?
–Décadas.
–¿Podría ser que supieras donde está una cosa que se empeñó hace diez años?
–Recuerdo todos los objetos decentes, también me apunto quien los compra. ¿Cómo es?
Lucia le describió al detalle el colgante y la edad y apariencia de su madre cuando lo vendió.
–Alguien vino a buscar el mismo hace poco. – El vendedor ladeó la cabeza.
–¿El colgante? ¿Quién?
–Un hombre joven. No sé quién es.
Lucia ignoraba que se trataba del subordinado de Fabian.
–Le dije lo mismo que le voy a decir a usted. No lo he visto nunca. No ha estado en mi tienda.
–No puede ser. Estoy segura de haberlo visto en el mostrador.
–Como verá, es una tiendecita para los vecinos. Mirando un poco ya se puede imaginar qué cosas me llegan. Es imposible que no recordase algo tan lujoso. Hace décadas que no me dan algo así.
Lucia insistió a pesar de lo seguro que estaba el vendedor hasta que éste sacó su libreta y le enseñó que no había nada apuntado que encajase con su descripción. Lucia revisó casi veinte años de negocio y no había nada.
–¿Le gustaría ir a algún otro sitio? – Le preguntó Dean.
–No, vámonos a casa.
–Nos vamos a la mansión. – Musitó Dean en el brazalete de plata que llevaba en la muñeca a juego con el accesorio auditivo que llevaba cubierto por el pelo.
Los cuatro carruajes que ocultaban soldados vestidos de paisano continuaron la marcha en cuatro direcciones diferentes para no alzar sospechas de la duquesa.
–Nos vamos. Equipo uno y dos, salid. Equipo tres, en guardia. Equipo cuatro, atrás.
Lucia sabía que Dean era un caballero y su escolta, lo que ignoraba era el despliegue de seguridad que la mantenían a salvo.

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