113: Llamando a su puerta

julio 10, 2019


 La consorte empalideció. ¿Tan fácil era adivinar sus pensamientos?
–No te preocupes, – continuó Wei Yang. – tu gente está muerta, así que no te van a descubrir.
–¿No me culpas? – Preguntó temerosa la consorte Lian.
–Por supuesto que sí. – Contestó Wei Yang. – Acabas de tirar por la borda una oportunidad de oro y lo que has hecho nos ha puesto en peligro a todos. Si hubieses cometido el más mínimo error, ahora mismo estaríamos enterrados.
La consorte empalideció todavía más.
–Todavía está la informante, mañana puedo encontrar a un mercenario y-… – Empezó con un atisbo de esperanza en su mirar.
–Es demasiado tarde. – Aseguró Wei Yang. – Los Jiang ya están listos para las represalias. Su Majestad, si hubiera dejado entrar a la informante y hubiese asesinado al resto, todavía quedaría algo de esperanza, pero… Por desgracia, se ha equivocado de estrategia.
La consorte se la miró arrepentida.
–Entiendo porqué lo has hecho. – Wei Yang la consoló con suavidad. – Si fuera yo y mi familia terminase en tragedia, no habría nada capaz de hacerme esperar para vengarme. Quieres restaurar el honor de tu familia y hacer pagar a los pecadores. No hay nada malo en eso. Sin embargo, te has precipitado.
El bellísimo rostro de la consorte se plagó de lágrimas. Ni siquiera supo qué decir. Era una mujer astuta, pero la venganza la había cegado.
–¿Sabes qué error has cometido, consorte Lian? – Le preguntó Wei Yang. – No ha sido por tu sed de venganza, ni por no haber seguido nuestro plan, si no porque no lo has hecho de la manera correcta. Tal vez todavía no sabes cómo contentar y controlar al Emperador.
A la consorte le dio un vuelco el corazón. Miró a la siempre serena Li Wei Yang que le sonreía con sinceridad.
–¿Entiende a qué me refiero, Su Majestad?
Tal vez fuera por la tormenta, pero le costó distinguir las palabras de la muchacha. Decidida, la consorte cogió aire y volvió a hablar:
–Me encantaría saber más sobre eso.
Li Wei Yang le sonrió sin expresión en la mirada.
–Mu Rong Xin, – comenzó la joven pronunciando el nombre de la consorte por primera vez. – te criaste en una familia imperial, pero el monarca de Da Li poco tiene que ver con el espléndido rey que ostentaba el trono de los Mu Rong. Por eso, a pesar de compartir lecho y aliento con él, no le entiendes. – La voz de Wei Yang continuó resuelta. – Nuestro rey es inteligente y desconfiado. Precisamente fue gracias a su inteligencia que ahora mismo está sentado en el trono, y es por su desconfianza que manipula a los ministros de la corte como si fueran títeres. Sin embargo, toda persona inteligente tiene la mala manía de controlarse demasiado. Es un gobernante sabio, por eso aceptó usar mi propuesta, la de una joven cualquiera. – Li Wei Yang continuó su explicación. – Como ya sabes, mi padre es un oficial de alto rango y, como tal, no son pocos aquellos que lo envidian y anhelan su posición. Así pues, no es rara la ocasión en la que se informa a Su Majestad de las fechorías de mi padre. En lugar de defenderse, mi padre siempre ruega misericordia, se muestra atemorizado y pide clemencia o que se le castigue acorde, exiliándole al campo o algo peor. Cuánto más lo hace, más se niega el emperador. Mi padre es consciente que demostrándose frágil ante el monarca lo que consigue es quedar de súbdito leal. – Li Wei Yang enfatizó cada sílaba. – Su Majestad pretendía perdonar a Jiang Nan, sin embargo, la intervención de mi padre ha manipulado las intenciones del Emperador. ¿Sabes por qué? Porque mi padre ha criado a alabado a los Jiang hasta el punto de hacer sentir al emperador que estaba perdiendo el control sobre esa familia. Nuestro emperador tolera la corrupción, el soborno, el contrabando y la codicia, pero nunca perder el control absoluto.
La consorte Lian escuchó con atención la explicación de la joven Wei Yang.
–Mi padre no es el único que entiende el carácter del emperador, Jiang Xu también está al tanto de hasta qué límite puede que llegar. Lo ha demostrado montando una escena ante el emperador cuando éste ha anunciado su intención de ejecutar a Jiang Nan. Básicamente, ha dejado de lado su orgullo para postrarse ante el monarca y dejarle claro que es uno de sus muchos perros, alguien sin importancia que no merece ni el menor de los pensamientos. Tanto mi padre como Jiang Xu manipulan al emperador sin que se dé cuenta.
Las declaraciones de Li Wei Yang dejaron a la consorte de piedra. Fue entonces cuando se percató del terrible error que había cometido aquel día. Li Wei Yang tenía razón, para desenmascarar a los Jiang tenía que comprender al enemigo para usar su poder en su favor.
–Aparentemente, el emperador tiene la última palabra, pero mientras le entiendas y sepas manipularle, puedes hacer lo que te venga en gana. Por supuesto, es peligroso. Si se entera de tus intenciones, te atarán y te torturarán hasta que desees la muerte. – Li Wei Yang continuó. – Es un juego y necesitas saber las reglas para ganar. ¿Qué necesitas para ganar ahora que el enemigo también ha reconocido el punto débil del emperador?
A la consorte se le cambió la cara y, como si lo hubiese estado esperando, Wei Yang sonrió.
–Te diré que hubiese pasado si las cosas hubieran salido bien con esa mujer. El emperador habría ordenado que investigasen el asunto y hubiese descubierto la mansión con más tesoros que el mismo palacio que están construyendo los Jiang. Furioso, hubiese cargado contra esa familia, los hubiese regañado hasta dejarles sin ganas de salir a la calle. Pero no los hubiese matado y eso, los Jiang, lo hubiesen celebrado como una victoria suya que habría acabado con la paciencia del emperador. Ahora el duque Jiang tendría que regresar a palacio a dar explicaciones del jolgorio y, acusados de traición, la familia habría desaparecido de la faz de la tierra. Sus fechorías hubiesen salido a la luz en ese momento, incluyendo las pruebas de su engaño al emperador para asesinar tu familia. ¿No suena perfecto? Sin necesidad de ensuciarte las manos habrías tenido la cabeza de los Jiang en bandeja, pero has decidido que con manchar unas cuantas espadas era suficiente y todo para que los Jiang salgan airosos.
Wei Yang habló despreocupadamente, con arrogancia y determinación.
–He… sido demasiado imprudente. – Admitió la consorte con una sonrisa amarga en los labios. – He sido estúpida… – Confesó cabizbaja. – He perdido una oportunidad espléndida…
–Habrá más oportunidades como esta. – La consoló Wei Yang. – Aunque tendrás que hacerme caso. – Continuó con una voz de acero, fría y digna.
La consorte Lian se la quedó mirando como absorta. Sí, si esta muchacha había conseguido trazar un plan tan bien calculado una vez, podría volverlo a hacer. Algún día obtendría su venganza si seguía sus órdenes.
–¿Ahora qué hago?
–Esperar. – Li Wei Yang sonrió.
–¿Hasta cuándo?
–Hasta que sepas controlar y manipular al emperador. – Wei Yang sonrió. – Hasta que no pueda dejarte y tu influencia supere la de cualquier otro. Más que la de mi padre o la de los Jiang.
–¿Yo… tengo ese poder? – Vaciló la consorte.
–¡Por supuesto! – Contestó risueña la joven. – Eres hermosa y astuta, además, ¡has arriesgado tu vida para salvar al emperador! Puede que fuera todo idea tuya, pero eso él no lo sabe. Te convertirás en la mujer más preciada para él porque has hecho cosas que ni la emperatriz ha osado hacer. ¡Tienes el poder del emperador! ¡Cuando aprendas a usarlo se enfadará, matará y complacerá por ti!
La autoridad soberana del emperador le permitía hacer lo que quisiera y modificar el destino de los demás. Cuánto antes aprendiese a manipularle, antes vengaría su familia.
Li Wei Yang cogió la mano de la consorte y la guío hasta el balcón. Empapadas, se quedaron bajo la tormenta aguantando la pesada lluvia bajo sus pies.
–¿Qué ves ahí? – Preguntó la joven, señalando a lo lejos.
La consorte Lian siguió la dirección que marcaba su dedo con la mirada y descubrió al padre e hijo de los Jiang arrodillados fuera del salón imperturbables por la lluvia y el viento.
–¿Lo entiende ahora, Su Majestad? – Preguntó Wei Yang con una gran sonrisa.
–El plan se ha ido a la porra. – Admitió la consorte entre dientes.
–¿Y ahora qué hacemos?
–Gracias por tus consejos, Xianzhu.
Li Wei Yang retrocedió un par de pasos y le ofreció una ceremoniosa reverencia.
–Permítame retirarme.
La consorte se tocó la herida del cuello distraídamente mientras observaba a Wei Yang y Min De abandonar el palacio.

La emperatriz informó al emperador que los Jiang continuaban arrodillados afuera. Incrédulo, el monarca salió para comprobarlo con sus propios ojos y, en efecto, se encontró a la pareja postrados bajo la lluvia torrencial.
–¿Entendéis vuestro crimen?  – Preguntó el emperador con total solemnidad.
–Su Alteza, – empezó Jiang Xu con voz temblorosa. – todo ha sido mi culpa. No he educado a mi hijo como se debe y si eso alivia la ira de mi señor, ¡por favor, castígueme con toda su fuerza! – Lloró aparentemente avergonzado. – Mi hijo ha informado erróneamente de resultados de batalla y ha sido impetuoso. Si Su Alteza decide ejecutarlo, no encontrará en mí humilde persona rencor.
La expresión adolorida de Jiang Xu tranquilizaron al emperador y se preguntó si tal vez había sido demasiado duro. Jiang Xu, en cualquier caso, no había hecho nada.
–¡Levantaos! – Gesticuló el emperador, tranquilo.
–Gracias por tanto, mi señor. – Jiang Xu se lo miró con un ápice de esperanza.
Esperaba que el monarca le consolase con unas palabras de advertencia y recuperase su poder militar en menos de un año, pero justo cuando el hijo de los cielos iba a continuar hablando, un eunuco se le acercó corriendo y le susurró algo al oído.
–¿Qué? ¿La consorte Lian se ha llevado semejante susto que ahora la consume la fiebre? – Al emperador se le cambió la cara.
–Su Alteza-…
El emperador no le dedicó ni una mirada antes de salir a toda prisa acompañado del eunuco.
–¡Vámonos, padre! – Jiang Nan frunció el ceño.
Jiang Xu se dio la vuelta y le abofeteó.
–¡Vete, vete! ¡Imbécil! – Alzó la vista al cielo y suspiró.
Aquella noche los Jiang acababan de perder sus posesiones.

*         *        *        *        *

Ya en el carruaje, Li Wei Yang corrió la cortina y fijó la vista a lo lejos. En realidad, le entristecía haber perdido aquella oportunidad. Ahora el enemigo fortalecería sus precauciones. Se enorgullecía de la serenidad con la que había estado hablando con la consorte para que no perdiese la esperanza.
–Dices que te da igual, pero estás molesta. – Li Min De la tapó con una capa.
–Si lo hubiese sabido habría escogido a una belleza más obediente. – Declaró la joven.
–Tonta. – Li Min De sacudió la cabeza. – ¿De dónde ibas a sacar a alguien mejor que ella? Es fácil encontrar mujeres hermosas, pero no una que además odie a los Jiang tanto que no vaya a traicionarnos. Tal vez saquemos algo bueno de todo esto. Lian aprenderá que debe seguir nuestros pasos y-…  – Li Min De cogió aire, cerró los ojos y exhaló. – Qué pena que no haya servido de nada.
–No te hagas el tonto. – Li Wei Yang alzó la comisura de los labios. – Sé sincero, ¿qué le has hecho al viejo ese?
–¡Yo no he hecho nada! – Li Min De levantó las manos inocentemente. – Los Cielos le han castigado por sus fechorías.
–Es muy difícil conseguir que le caiga un rayo. – Li Wei Yang rio. – ¿Cómo lo has hecho?
–Soborné a su discípulo para que le pusiera tornillos en los zapatos… – Admitió Min De. – ¿Sabías que atraen accidentes? Claro, la gente mala atrae maldades.
Li Wei Yang se sorprendió. Li Min De era más cruel que ella en según qué aspectos. Sólo le había pedido que destruyese el escenario, y sin embargo, el joven había querido llevarlo más allá.
La lluvia empeoró y Wei Yang continuó contemplándola inquieta.
–No te preocupes. – La consoló Min De. – Todo sirve de algo. Lo importante es que hemos acabado con ese viejo. ¡A saber a cuántas jóvenes hemos salvado! Es un mérito.
–¿Lo es? – Li Wei Yang rio.
–Por supuesto.
–Tienes razón. – Los esfuerzos de Min De dieron fruto y consiguieron tranquilizarla. – Acabar con los Jiang no es imposible.
–La paciencia lo es todo, ¿no es así?
Li Wei Yang asintió afirmativamente con la cabeza. Li Min De vio la sonrisa que asomaba en sus labios y sintió como le enternecía el corazón.

Lao Furen fue la primera persona a la que Li Wei Yang fue a ver en cuanto regresó a la mansión. Estaba segura de que la anciana todavía no estaría dormida y esperaba que le explicase lo ocurrido en el banquete. Y no se equivocaba. La anciana reaccionó a cada palabra de la joven hasta que terminó su relató y le permitió retirarse a descansar. Admirando la lluvia, Li Wei Yang reflexionó. Quizás Lao Furen la usase, pero al final, la preocupación y el afecto que sentía por ella era genuino.

A la mañana siguiente Bai Zhi le entregó una invitación escrita a mano con una caligrafía envidiable: Sun Yan Jun venía de visita. Li Wei Yang sonrió. Le gustaba la gente abierta y amable como esa muchacha.
Impaciente, la muchacha llegó por la tarde y se deleitó de unos pastelitos y del té que Wei Yang había mandado preparar para ellas.
–Esa hermana tuya no estará intentando competir conmigo. ¿no? – Empezó la Sun Yan Jun. –  Porque me da igual quien sea, no se lo pienso permitir. – La jovencita esbozó una mueca maliciosa. – No es que le desease mal, pero es que cada vez que la veo me irrita… Así que saqué el pie…
–¡Menos mal que yo no te irrito! – Dijo Wei Yang entre risotadas.
–¿Pero quién le manda caerse escaleras a bajo por una tontería así? – Añadió Sun Yan Jun orgullosa. – Qué fuerte. Está calva. ¡Qué risa!
–Mucho me temo que mi hermanita te odia ahora mismo. – Li Wei Yang sacudió la cabeza.
Aunque a Sun Yan Jun no le gustaban los engorros, tampoco les temía. Li Zhang Le quiso competir con ella y, por supuesto, no sería ella quien agachase la cabeza. No esperó desvelar un secreto semejante, sólo quiso humillarla.
–Me da igual. – Continuó, satisfecha. – No me gusta ni verla. El Primer Ministro Li es quien la ha mimado demasiado hasta convertirla en la chica soberbia que es.
Sun Yan Jun era sorprendentemente atrevida, capaz de tomarse la justicia por su mano si alguien la ofendía. La noche anterior había provocado a Li Zhang Le y hoy mismo se había plantado en su casa. Era una chiquilla astuta.
–Ahora tiene toda la fama que quería. Todo el mundo habla de la hija calva de los Li. – Dicho esto, la joven miró de soslayo a Wei Yang. – ¿Por qué no me lo habías dicho? ¡Estos cotilleos son oro!
Li Wei Yang soltó una risita clara, radiante. Bai Zhi y Mo Zhu también rieron. Su señora no tenía amigos y raramente sonreía, pero junto a esta otra señorita se la veía tranquila.
Sun Yan Jun miró a Li Wei Yang. Le caía bien y hasta su madre le había insistido para acercarse a la San xiaojie de los Li que, a pesar de su corta edad, se mostraba serena y escuchaba a sus mayores.
–Bueno, cambiando de tema. ¿Cuándo te unes a la familia?
–¡Qué dices! – Exclamó Sun Yan Jun pegando un salto. Apretó los dientes para fingir fiereza, pero el rubor de sus mejillas la delataron.
–No me esperaba que te gustase mi segundo hermano. Pensaba que todo se iría al garete porque Li Zhang Le se había metido contigo…
–Al principio quise rechazar la oferta, pero me topé con él. – Empezó a explicar la otra muchacha. – ¡Oye, no te rías! ¡A que no te lo cuento! – Estalló Yan Jun viendo la mueca de Wei Yang.
–Vale, perdona, ya paro.
–Le vi salvar a un niño esclavo de los cascos del caballo. Sin querer tiró por los suelos los puestecitos de fruta y casi le echan de la farmacia porque se le olvidó llevar monedas de plata para pagar. Por suerte, mencionó que era hijo de los Li y que estudiaba en la universidad[1].
Li Wei Yang miró a su amiga que era todo sonrisas como la primavera en viva coloración. Su hermano, sin lugar a duda, era el tipo de hombre que cometía errores garrafales como el que le acaba de explicar, era una persona justa y caballerosa.
–Mi hermano no es… especialmente listo o apuesto, Yan Jun. Por mucho que intente conseguir un puesto político, no creo que llegue muy lejos, además, si te casas con él tendrás que soportar a una suegra oportunista y egoísta. – Le recordó Wei Yang.
–No sé, pero es que me parece un hombre de fiar. – Determinó Sun Yan Jun instantes después. – Intenta ayudar a los demás, aunque no tenga el poder suficiente. No es apuesto, pero su sonrisa es maravillosa.
–O sea, que te gustan así…
–Sí. No te burles de mí. Es que me parece una persona amable. Será del montón, pero trata bien a los demás. Es un hombre justo… y eso es lo que me basta. Wei Yang, no sé si lo sabrás, pero… Antes me gustaba Tuoba Yu… Pensaba en él todo el rato, pero jamás me atreví a imaginarme casada con él… Mi madre siempre dice que quiere casarme con alguien que me trate bien y tu hermano lo hará. – Sun Yan Jun hizo una pausa y se ruborizó.
–Tienes razón. – Li Wei Yang sonrió sabiendo que había algo que a su amiga le costaba decir.
Si en su otra vida hubiese sido más prudente y hubiese considerado con una mente más abierta como la de su amiga sus opciones, quizás no hubiese acabado en esa situación tan terrible. Sun Yan Jun era una mujer sin afán de riquezas o poder, una muchacha que práctica que era fácil de querer.
–Entonces… ¿Ya está decidido?
–Mi madre dice que lo preparará cuanto antes.
–No te preocupes, – Li Wei Yang rio. – las otras propuestas para mi hermano han sido demasiado complicadas, no creo que se escape de esta.
Sun Yan Jun extendió el brazo y le pellizcó la mejilla.
–¡Mira, lo que más cosa me da es tener que aguantar a una cuñada como tú!
Li Wei Yang no la esquivó y se rio de buena gana.
–A propósito, ¿te has enterado de algún otro cotilleo?
Sun Yan Jun se paró a pensar unos instantes y dijo:
–Oh, sí. Se ve que anoche pasó algo con los Jiang.

Jiang Xu, furioso como nunca, no le dirigió la palabra a Jiang Nan desde que llegaron del palacio imperial. La abuela les preparó ropa seca y un buen baño, preocupada por ellos.
Jiang Hai adivinó lo mal que estaba la situación y apremió a la abuela y a Han shi para que los dejasen a solas.
–No te enfades con él, padre. – Jiang Hai intentó calmar a su padre. – ¡No ha sido todo culpa suya! El comandante del momento, Liang Wang, engañó a Jiang Nan y lo convenció prometiéndole los títulos y las riquezas de los Mu Rong. ¡Ha sido una injusticia! Él se ha ido de rositas y mi hermano es quien se ha tenido que tragar toda la culpa.
–¿Qué ladras? – Jiang Xu se burló. – ¿Te crees que no me conozco a Liang Wang y a los de su calaña? Sólo hace falta que el Emperador se lo mire mal para que corra a esconderse en la esquina más cercana. ¿Y piensas que se atrevería a codiciar lo que es de otros? ¡Todo ha sido culpa de la gran hazaña de Jiang Nan! ¡Todo porque no se ha sabido morder la lengua!
–¡Padre! – Jiang Nan se levantó de repente. – He sido yo, ha sido todo cosa mía. Déjame lidiar con todo yo solito. He matado a más de mil miembros de los Mu Rong. ¿Y qué más da? ¡A qué dinastía no le llega su final! Pero ahora resulta, que cuando soy yo quien consigue que caiga, entonces, es culpa mía. ¡Un crimen terrible! Los Tuoba están en el trono por nosotros los Jiang. ¡Si nos pone una mano encima, su mundo acabará en caos!
–¡Serás insolente! – Exclamó Jiang Xu. – ¡No entiendes nada! ¡Todo lo que te he enseñado durante todos estos años no ha servido para nada! El mundo seguiría girando, aunque no estuviéramos aquí. ¡A saber qué pasaría si no estuviéramos! Nos acaban de quitar nuestro poder militar y tú sigues sin ser consciente de cuántos están riéndose a carcajada limpia a nuestras espaldas. – Conforme hablaba, se le notaban más las venas del cuello. – ¡He visto a miles de personas arrogantes y soberbias, pero nadie como tú! ¿Qué te crees que son los Jiang? ¡Si no fuera por la gracia de los Cielos estaríamos viviendo en el campo!
Jiang Nan cerró la boca y se quedó mirando a su padre inmóvil.
–¡Alguien nos ha parado una trampa! – Jiang Hai intervino. – No podemos permitir que rompan nuestra familia. ¡Deja de replicar, hermano! ¡Tranquilízate, padre!
–¿Lo has oído? – Jiang Xu esbozó una mueca burlona. – Alguien nos para una trampa y tú, por necio, caes de cuatro patas. ¡Y sigues sin entender qué has hecho mal! El problema no es que quisieras méritos o que hayas matado arbitrariamente, sino que has sido demasiado arrogante delante del Emperador. ¡Si el Emperador se hubiese hecho el más mínimo rasguño, nuestra familia estaría ya enterrada!
Los ojos de Jiang Nan ardían en llamas, pero no se atrevió a contestar porque su padre tenía razón. Si no hubiese estado ahí para ayudarle, su vida ya habría tocado su fin.
–Tranquilo, padre. – Jiang Hai le ofreció un poco de té. – Todavía es un niño.
–Sí, es un niño. – Jiang Xu suspiró. – Pensaba que eras un gran apoyo para la familia, pero ahora veo que sólo sabes darme problemas. Mucho me temo que no podré ocultárselo a tu abuelo y, seguramente, me tocará escribir una carta admitiendo la culpa de todo esto.
Su abuelo era un hombre temperamental y violento que, sin lugar a dudas, molería a palos a Jiang Nan.
–¿No puedes retrasar decírselo al abuelo, padre? – A Jiang Hai le preocupaba su hermano pequeño. – Dentro de poco cumplirá los sesenta… Si se lo contamos después de regalarle la casa, sosegaremos su ira.
–¿Casa? – Jiang Xu frunció el ceño. – ¿Qué casa?
–La que estamos construyendo para el abuelo. – Se apresuró a explicar Jiang Nan. – Para que se puede jubilar y vivir bien cuando-…
–¡Necios! – Aquello reavivó la ira de Jiang Xu. – ¡Tenemos una horda buscando nuestros puntos débiles y vosotros vais y construís uno enorme! ¡Ordenad que paren ahora mismo, pazguatos!
–Pero-… – Jiang Nan parecía confundido. – El resto de la familia lo ha hecho con buenas intenciones y ya casi está acabada. ¿Cómo vamos a pararlo todo de repente? Es una finca gigantesca.
–¿Gigantesca? – Jiang Xu empezó a tener sudores fríos. – Haced que paren-… No, ¡revisad cada rincón!
–¿Padre? ¿Por qué-…? – Jiang Hai frunció el ceño.
–Me huele a que los Mu Rong no son los únicos en el ajo. – Jiang Xu se sentó. – Pensadlo. Que los asesinos consiguieran infiltrarse en palacio demuestra que tienen un apoyo interno. La consorte Lian casi nos mata… Tal vez tenga alguna conexión con los Mu Rong… ¡Investigadla! Y la muerte de Yin Tian Zhao tampoco me ha parecido una casualidad.
Jiang Nan se dispuso a seguir a su hermano que, tras recibir las órdenes de su padre, hizo ademán de marcharse para cumplirlas, pero Jiang Xu le retuvo.
–¿Dónde te crees que vas?
–¡Tengo cosas que hacer! – Respondió Jiang Nan con frialdad.
–¡Muchacho insolente! – Estalló.  – ¡¿No has oído lo que ha dicho Su Alteza?! ¡Nos quiere en casa! ¡Reflexionando! ¿Cómo se te pasa por la cabeza querer salir? ¿Tantas ganas tienes de que todo el mundo nos señale con el dedo?
–Tranquilo, padre. – Jiang Nan esgrimió una mueca maliciosa. – Voy a cazar al fantasma que ha tramado todo esto. – Dicho esto, se dio la vuelta y se retiró.
–¡Sí, vete! ¡Aléjate de mí! – Jiang Xu estaba tan furioso que le costaba articular palabras. – ¡Si tan habilidoso eres, no se te ocurra volver!
–¡Padre, cálmate, por favor! – Le rogó Jiang Hai.
Antes de que Jiang Xu pudiese continuar maldiciendo a su hijo se escuchó la voz de una anciana en la puerta.
–¡¿Qué está pasando aquí?!

–Me he enterado de que la matriarca se enteró de que habían perdido dos cientas mil tropas. – Le explicó Sun Yan Jun a Wei Yang. – Se ve que la anciana se desmayó y que ahora los Jiang están buscando doctores desesperados para que la revisen. ¡Pero claro! No se han atrevido a pedirle a un doctor imperial a que vaya.
–¿Oh? – Li Wei Yang alzó una ceja, interesada. – ¿Y cómo está ella?
–Siempre ha estado bien de salud, pero le han dado demasiadas malas noticias en muy poco tiempo. – Sun Yan Jun sonrió. – Primero la de Wei Furen, después la de su hija y ahora resulta que su nieto ha perdido su rango militar y sus tropas. ¿Quién podría con tanta presión?
Li Wei Yang esbozó una mueca disimuladamente. Nada le haría más feliz que esa vieja arpía dejase de respirar.
Las dos muchachas disfrutaron de unos pastelitos y recorrieron los jardines dos veces. Sun Yan Jun albergaba la esperanza de toparse fortuitamente con el segundo joven amo de la casa, pero ni siquiera se encontró con la primogénita. Aun así, estar con Wei Yang fue agradable y se marchó de la finca con una sonrisa encantada.
–Qué interesante es Sun xiaojie. – Comentó Bai Zhi ofreciéndole una taza de té a su señora poco después. – Se ha atrevido a ofender a la primogénita, aunque quiere casarse con uno de los jóvenes amos.
–Las personas como ella acaban pasándolo mal. – Li Wei Yang sonrió.
–Me preocupa que los Jiang sospechen de ti, mi señora.
A Li Wei Yang poco le importaba.
–No pasa nada, estoy preparada para lo que se avecina. Me alegra que hayan dejado de construir la finca, si no, ya estarían enterrados.
Li Wei Yang se sentó en los jardines para admirar las flores mientras escuchaba los informes orales de Bai Zhi sobre lo ocurrido últimamente.
–Li Zhang Le sigue encerrada en su habitación desde lo ocurrido y sólo acepta visitas del doctor Lu.
–¿Oh? – LI Wei Yang repitió el nombre en voz alta con una gran sonrisa de oreja a oreja. – ¿A Lu Gong?
–¿Quieres que envíe a alguien a investigar, xiaojie? – La sonrisa de su señora la confundió.
–Dejadla en paz. – Li Wei Yang sacudió la cabeza.
¿Por qué iba a esforzarse en descubrir algo sobre una persona cuyo poder o amenaza era inexistente?
Bai Zhi iba a decir algo cuando vio que Zhao Yue se acercaba a la entrada del pabellón donde se encontraban con los ojos fijos en alguien que se acercaba.
Li Wei Yang miró en su dirección y descubrió a un joven hombre alto y apuesto.
–¿Su Alteza ha venido a ver a mi queridísima hermana? – Li Wei Yang sonrió. – Un momento, haré que vayan a avisar.
Tuoba Zhen se la quedó mirando con intensidad, sus ojos plagados de emociones conflictivas. Aquello extrañó a Wei Yang que jamás le había visto de esa manera.


[1] Era común que los nobles financiasen instituciones educacionales para sus hijos. Durante el periodo de los Reinos Combatientes (475-221 a.C) se instauraron los exámenes imperiales para seleccionar candidatos para la burocracia estatal, algo que impulsaría la transición de gobierno aristocrático a meritocrático. Además, la educación era un símbolo de poder, pues aquellos con estudios solían disfrutar de mejores sueldos.

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