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julio 03, 2019


–Qué salado.
¿De verdad creía que iba a ser dulce? Mi padre siempre tenía que añadir comentarios totalmente innecesarios.
–Depende de la persona, pero representa que los bebés se olvidan de todo cuando crecen. Aunque puede que el trauma quedé en su subconsciente… – Respondió Cerera.
Keitel aguardó a que la nodriza terminase de hablar, me miró directamente a los ojos con una expresión extraña que no supe adivinar.
Su mirada siempre transmitía hostilidad, como si no supiera mostrar nada más. Cuando había sacado la espada para atacar a mi asesino lo había mirado con la misma expresión que tenía en este momento.
–Un trauma… – Empezó, pero no terminó la frase.
Levanté las manos y, en ese momento, el capitán de la guardia real apareció por la puerta. Era un hombre mayor con un aura sin igual entre el resto de hombres del ejército.
–Su Majestad. – Saludó en un intento desesperado de tener cara de poker.
Miré a mi padre que estudiaba al capitán divertido y con una media sonrisa en los labios.
–He tenido un… – Keitel alzó su copa. – …invitado. –Empecé a quejarme porque quería agua. – Lo gracioso es que yo no había invitado a nadie. – Dijo posando la vista sobre el capitán.
Su mirada era tan oscura y profunda que el caballero se estremeció, su sonrisa cortaba la respiración y su belleza le hacía intocable. Era la primera vez que lo veía verdaderamente furioso.
–Merezco la muerte, mi señor. Ha sido culpa mía.
La situación era terrorífica en un sentido nuevo. Hasta yo estaba muerta de miedo.
Me picaban los ojos y Cerera frustró mis intentos de frotármelos, así que rechisté. El rostro de Keitel se suavizó momentáneamente cuando escuchó mis reproches, pero las tinieblas surcaron su expresión una vez más en cuestión de segundos. El monarca pegó un sorbo de su vino, dejó la copa en la mesa, se acercó lentamente al caballero que contenía la respiración y anunció:
–Cuatro días.  – El soldado bajó la cabeza casi al suelo. – Tienes cuatro días para encontrar a quien haya enviado al asesino. –Keitel desenvainó la espada del capitán y la levantó. La hoja del arma resplandecía bajo la luz de las velas, era deslumbrante. La esgrimió como si fuese un juguete y la dejó caer sobre el capitán. Odiaba ese sonido. Mi padre le acababa de cortar una de las mangas y pegaba la espada a su cuello. – Si no lo consigues, considérate hombre muerto. – Dicho esto, le dejó una marca en el cuello.
–Sí, Su Majestad. – Contestó el capitán sin levantar la vista del suelo antes de ponerse en pie, aceptar la espada con ambas manos y apartarse.
Keitel se dio la vuelta, como si hubiese perdido todo interés en el capitán y poco le importase si se quedaba o se marchaba. Entonces, se acercó a Cerera y extendió los brazos sin dudar. El gesto claramente significaba que quería cogerme en brazos. ¿Por qué este hombre que nunca me había tratada como a un igual estaba haciéndose el bueno?
La expresión de Cerera delataba su renuencia, pero su enemigo no era otro que el mismismo emperador del reino.
El rostro de Keitel cambió una vez más en cuanto me tuvo entre sus manos. Lo observé con los ojos hinchados y su mirada volvió a serenarse. Aun ahora no logro comprender porqué, pero mi padre se rio de mí sin venir a cuento.
–A partir de ahora dormiré con Ariadna. – Anunció. – Prepara lo necesario.
–Sí, Su Majestad. – Contestó Cerera.

Los aposentos de Keitel eran mucho más simples de lo que imaginaba. Eran sorprendentemente modestos, nada que ver con la extravagante habitación que esperaba. A diferencia de otros reyes que aprovechaban cada oportunidad que se les presentaba para presumir de su riqueza, Keitel era un hombre frugal que no despilfarraba el dinero en necedades.
–Deja a la princesa y vete. – Le ordenó Cerera a una criada antes de cogerme en brazos y llevarme hasta el dormitorio de mi padre.
La tensión podía cortarse con un cuchillo. ¿Por qué? Sólo era una habitación. Aunque, claro, el dueño de esa habitación no era otro que el temible emperador de sangre fría al que estaba obligada a llamar padre. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿Por qué tenía que quedarme a dormir con él? ¿No le bastaba con atormentarme durante todo el día que ahora tampoco me iba a dejar dormir? ¡Cielo santo!
Lo que más destacaba de la habitación era la majestuosa cama en la que podían dormir tranquilamente cuatro hombres adultos. AL parecer, habían dejado una cuna al lado para mí.
–Desde hoy dormirá aquí, princesa. – Anunció Cerera.
Sabía que llorarle a mi nodriza era en vano. Su poder era inferior que el mío y no había nada que pudiese hacer para sacarme de ahí. Mi buena madre me besó la frente, me ayudó a tumbarme en la cuna y me susurró consuelos al oído.
–La princesa dormirá del tirón. Es un bebé tranquilo.
–Señora.
–Oh, ya me voy.
Cerera siguió las órdenes de la otra criada y ambas abandonaron la habitación.
Sola desde mi cuna, me dediqué a contemplar mis alrededores. Todo era tan grande que me daba miedo. Era mi primera vez ahí y todo lo que podía hacer era quedarme sentada. Por el momento me era imposible correr, dormir o andar, aunque tampoco es que pudiese huir por mi cuenta sin que me detectasen.
–¿Estás despierta? – Detestaba estar tan acostumbrada a su voz. Me apoyé en los barrotes de mi cuna y alcé la cabeza. – Sí, lo estás. – Confirmó Keitel acercando la cara a la mía.

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