92: Te amo (5)

julio 03, 2019


Hugo se sumió en sus pensamientos de camino a casa.
No podían ignorarlo, su relación era tranquila, pero inquieta. Intentó ignorar el hecho de que pendían de un hilo muy fino y deseaba poder seguir siempre de la misma manera, aunque era consciente de que nunca sabría cuando se rompería. Necesitaba prepararse antes de sumergirse en las profundidades del lago.
Ese maldito contrato prematrimonial… ¡¿Cómo podría haberlo imaginado?! ¡¿Cómo podría habérsele pasado por la cabeza que llegaría el día en que le darían ganas de matar a golpes a su yo pasado que se contentó con firmar algo aparentemente satisfactorio? Su matrimonio había empezado con el pie izquierdo y no hablar del asunto acabaría convirtiéndose en un torbellino. Existía un sinfín de desenlaces terribles: Lucia podía enamorarse de otro, odiarle o ignorarle, e incluso podría dejar de sonreírle. No estaba seguro de ser capaz de soportarlo y poder abrazarla si aquello ocurría. Puede que acabase torturándola o interponiéndose en su camino y, de ser así, su relación tocaría fondo.  Hugo deseaba con todas sus fuerzas poder dar marcha atrás a cuando discutían lo que esperaban del contrato, hablar con ella y conseguir que le abriese su corazón. Había llegado el momento de sacar el tema del contrato.

No podía vivir sin esta mujer. Verla salir a recibirle le estremecía el corazón.
–¿Has cenado?
–Mira la hora que es, claro que sí. ¿Y tú?
–Sé que es tarde. Yo también he cenado ya.
Hugo la rodeó por la cintura. Los criados allí presentes comprendieron lo que estaba sucediendo y se excusaron.
–Quiero hablarte de una cosa.
–¿Ahora?
–Sí, me gustaría hacerlo ahora.
La pareja subió a la segunda planta y se sentó lado a lado en un sofá del recibidor. Hugo continuaba con su conflicto interno entre instinto y lógica. ¿Y si lo dejaba para luego? Su cuerpo reaccionaba con solo tenerla allí a su lado.
–Hoy he ido al palacio.
–¿Eh? Ah, sí, me lo comentaste. ¿Te lo has pasado bien?
–Sí, ha estado bien.
Lucia tenía muchas cosas que quería decirle, pero no se le ocurría cómo sacar el tema.
–¿Te acuerdas del día que viniste a proponerme matrimonio?
–Sí. – Lucia se limitó a asentir con la cabeza, sorprendida por verle escoger este tema en concreto.
–¿Por qué yo?
–¿…Por qué me lo preguntas ahora? – La pregunta llegaba un año y medio tarde.
– Porque daba igual.
Al principio no le importaba y tampoco le interesaba. Su matrimonio sería un contrato beneficioso para él y no necesitaba buscar la satisfacción de su pareja. Con el tiempo, le empezó a dar miedo preguntar. Lo suyo era como un negocio peliagudo y no quería mencionarlo. Sinceramente, ni siquiera quería volver a hablar del tema nunca más. No obstante, ahora estaba convencido de que, si dejaba volar el tiempo, sería demasiado tarde. Además, Lucia le había agradecido por casarse con ella y eso lo armó de valor. Por no hablar de que últimamente su actitud con él era cariñosa hasta el punto de convencerle de que debía estar satisfecha con su situación.
–¿Y ahora sí? ¿Por qué?
–¿Era un candidato más? – Lucia no le acabó de entender y no contestó. – O sea, si te hubiese rechazado, ¿habrías ido a pedírselo a otro?
Hugo necesitaba saber su respuesta antes de pasar al tema del contrato. La mera posibilidad de que su esposa hubiese acabado con otro le enfurecía.
Lucia se quedó pasmada.
–¿Y ahora importa?
–Sí.
–¿Qué más da? ¿Para qué quieres saber si había otro candidato? ¿Tienes pensado hacerle la vida imposible o algo?
Hugo apretó los labios a modo de respuesta y la decisión de su mirada se lo confirmó. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa si existía otro candidato.
La terquedad del duque la hizo estremecer. Era como si estuviese celoso de alguien que ni siquiera existía.
¿Celos…? Recordó lo sucedido en el palacio, cuando a pesar de que no era un hombre al que se le pudiese etiquetar de “emotivo”, había reaccionado vorazmente contra el conde Ramis. Lucia había hecho caso omiso de las conclusiones que la avasallaron, pero siempre quedó una leve esperanza.
–…No había más candidatos. – Los ojos de su esposo brillaron encantados. El presentimiento de Lucia se solidificó un poco más, se le secó la boca y continuó hablando mientras le miraba directamente a los ojos. – Si me hubieras rechazado, seguramente me habrían casado con el que hubiese pagado por mí a la casa real. – A Hugo le molestó esa posibilidad. – Te vi por primera vez en el desfile de los caballeros, el día de la fiesta de la victoria. – Hugo recordaba aquel día tan horrible en el que se vio obligado a divertir a las gentes. – Ahora que lo pienso, en realidad la primera vez que te vi fue en la fiesta.  – Hugo estudió el rostro de su esposa, no quería hacerle recordar un momento tan espantoso como cuando rechazó a Sofia Lawrence. – Sabía que tenías un hijo y se me ocurrió que te podía interesar un matrimonio que reconociera a Damian. No me equivoqué, ¿no?
–Supongo que no.
Aunque la oferta de Damian fue tentadora, en realidad, le divirtió que una mujer tan menuda sin ápice de orgullo o sumisión se presentase ante él y le propusiese matrimonio.
–¿Ya está? Es muy…
–Sí, ridículo. Sinceramente, fue una apuesta.
–¿Una apuesta?
–Quería escapar del palacio y necesitaba a un tutor. Necesitaba tu poder y tu riqueza.
Hugo asintió con la cabeza. Ella estudió su expresión. No parecía disgustado, sino estar reflexionando.
–¿No te ofende?
–¿Eh? Ah, no. O sea, estoy un poco confundido. No sabía que eras tan impulsiva, y lo del poder y la riqueza… No parece que te interesen mucho.
–Yo también vacilé, pero Norman me animó a hacerlo.
–¿Norman? ¿La escritora?
–Le gustan los retos. – Hugo decidió mentalmente poner más guardias a vigilar a su amiga. – Y no creo que no me interese, es que tú estándares son demasiado altos. Yo con tener techo, comida y vestimenta, me vale.
–Comida, ropa y un techo. Me suena raro que digas eso. ¿La vida en el palacio era difícil?
–No podía vivir entre lujos, pero me las apañaba. En realidad, a parte de la riqueza y el poder, también tenía otra cosa que quería…
Hugo le preguntó con la mirada, ella desvió la mirada y se rio.
–Eres un hombre atractivo.  – La expresión de Hugo vaciló. – Me gusta mucho tu cara.
–¿…Eso es un cumplido?
–Claro.
–Gracias. – Contestó él de mala gana.
¿Cómo describir la forma con la que le estaba mirando ahora mismo su esposa? Era esa mirada de admiración materialista con la que se suelen observar joyas caras, una que creía que su mujer no tenía. Se sentía raro.
–Fue pura suerte.
–¿A qué sí? Me he convertido en la duquesa por pura suerte.
–No tú, yo. – Hugo bajó los labios y la besó con suavidad. Hasta hacía escasos segundos no creía en la suerte. – Estabas lo suficientemente desesperada como para apostar tu vida en una jugada. – Hugo inclinó la cabeza y volvió a besarla. – Y me atrapaste con tus manos y me venciste.
Era la primera vez que Hugo se sentía agradecido por todo el poder, la apariencia y la riqueza que poseía. Todas esas cualidades que siempre había considerado una carga molesta habían influido en la elección de su mujer. Él que siempre había repudiado a todas esas mujeres que sólo le querían por lo que tenía, ahora se sentía afortunado por haber podido conseguir a su esposa por ello. No importaba que no hubiese sido un capricho del destino.
–…No era mi intención decir que fuiste una apuesta. – Intentó explicarse Lucia.
–Y bueno, – A Hugo no le importó. – ¿tuviste suerte con tu apuesta? ¿Volverías a hacerlo si pudieras? – Preguntó sujetándole el mentón y rozándole los labios con el pulgar.
Lucia se sonrojó. La mirada de su marido la abrumaba y la tensión sexual que llenaba el aire le aceleraba el pulso.
–No, – contestó como embrujada. – en realidad, hay otra cosa que no se me ocurrió tener en cuenta.
–¿Otra cosa?
Lucia se le lanzó al cuello y le besó.
– La virilidad. – Sonrió disfrutando del aspecto desconcertado de él.
–…Menuda bruja estás hecha.
Hugo se le tiró encima y ella estalló en carcajadas alegres. Él le besó los labios, los ojos, la mandíbula y el cuello sin controlarse y ella le empujó para esquivar los mordisquitos sin parar de reír en ningún momento.
Escucharla reír le encantaba, era un sonido que no quería perder. Le abrumó saber lo agradecida que estaba por haberse casado con él y quiso compartir que el sentimiento era mutuo.
–Creo que nunca te había dicho esto, Vivian.
–¿Qué?
–Gracias por proponerme matrimonio.
A Lucia le faltó el aire de repente. Los ojos de Hugo rebosaban ternura, alegría y amor, y ella se puso rígida. Se le llenaron los ojos de lágrimas muy a su pesar. Y antes de que se le nublase la vista, lo vio totalmente confundido. Su corazón estaba atestado de palabras que se sentía obligada a tragarse. El amor que sentía por él fluía como una cascada. Era incapaz de seguir ocultándolo.
–Te amo, Hugh.
Se le escaparon las palabras desde el fondo de su corazón y, en cuanto las pronunció, se dio cuenta de que ya no sabría vivir sin él.
Él se la miraba atónito y ella pudo apreciar el cambio de la expresión de sus ojos: sorpresa, duda y regocijo. Hugo se estremeció encantado y Lucia lo supo: ese hombre la amaba. La amaba.
Lucia tembló de la emoción, pero curiosamente no se sorprendió. Era como si ya lo hubiese sabido desde hacía mucho tiempo. Sus lágrimas no cesaban y le sonrió feliz.
–¿Me vas a dar una rosa?
Hugo se sobresaltó. Recuperó la cordura que había ahogado en el éxtasis. El rubor de las mejillas de su esposa y su sonrisa parecían una ilusión, así que le tomó la cara con las manos para comprobar que no fuese un sueño.
–Eres una bruja.  – Afirmó sonriente.
¿Cómo podía hablarle de rosas en un momento como este? Hugo sintió deseos de arrancar de raíz cada rosa de este mundo y quemarlas para que no volviesen a acercarse a su mujer nunca más.
Abrazó a Lucia y le besó los ojos húmedos. Las lágrimas saladas le parecían dulcísimas y la besó con ternura. Fue un beso diferente, nuevo.
–Yo… – Tenía la garganta seca.
Ahora entendía qué se sentía cuando te ahogaban. Había alcanzado un nuevo estado y estaba en blanco.  Acababa de decir que le amaba. ¡A él! No parecía que le hubiese mentido, pero tampoco se lo creía. Era como si unos poderes superiores estuviesen burlándose de él.
El silencio se prolongó, pero Lucia no le insistió a pesar de la pizca de nerviosismo que habitaba en el fondo de su ser.
–Te amo. – Repitió buscando su confirmación.
Hugo frunció el ceño como si le doliese algo.
–Te amo, Hugh.
–Déjame descansar un momento. – Murmuró apenas un suspiro. – Me cuesta respirar.
–Lucia estalló en carcajadas.
–¿Tú no me lo vas a decir a mí?
–…Es demasiado corto.
Lo que Hugo sentía no se podía concentrar en tres palabras su corazón rebosante e incontrolable. Ella era su alegría y su dolor; la alegría que le proporcionaba un alivio tremendo cada vez que la abrazaba, y el dolor que le apremiaba por el hecho de que eran dos personas distintas. Su sonrisa era su felicidad y sus lágrimas su dolor.
Jamás había sentido las limitaciones del ser humano, pero aquellas eran las únicas palabras que tenían. No había nada que pudiese usar, tenía que usar algo tan pequeño.
Hugo la abrazó con tanta fuerza que podían sentir el corazón del otro. La calidez del cuerpo de su mujer le conmovió. Llevaba muchísimo tiempo siendo su esposa, pero sólo ahora sentía que era completamente suya, que se había entregado a él.
–Eres todo lo que anhelo, te amo.
Lucia volvió a romper a llorar al escuchar ese suave susurró en su oído. Apoyó la cabeza contra su hombro y dejó que el eco del latido de él resonase por todo su ser. Al fin comprendía por qué la reacción humana anulaba la emoción, si aquella sensación pudiese continuar eternamente, se le pararía el corazón.

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