93: Te amo (6)

julio 03, 2019


Lucia y Hugo se quedaron sentados en silencio durante un buen rato para poder ordenar los sentimientos que tenían a punto de caramelo. La duquesa recordó la novela romántica que su amiga Norman había escrito y como la protagonista superaba toda adversidad gracias a su amor.
–Hoy quería hablarte del contrato. – Empezó él. Lucia se apartó un poco de sus brazos y le miró. – Damian ya está en el registro familiar, los términos del contrato ya se han cumplido… Quería saber qué opinabas tú, porque el contrato en sí ya no tiene sentido.
Lucia sacudió la cabeza.
–Hubiese aceptado a Damian como hijo propio, aunque no fuese un requerimiento del contrato. Es un niño encantador que merece todo el amor del mundo y tú ya me habías prometido que me serías fiel. Ah, bueno, hay una cosa que no has cumplido todavía: me dijiste que me darías una rosa si me confesaba. – Hugo se la miró enfurruñado y ella sonrió. – No me la vas a dar, ¿no?
–…No vas a dejar de atormentarme con eso, ¿verdad?
–No. – Respondió entre risas ella.  Hugo mostró su disgusto con cada centímetro de su piel y se frustró hasta el punto de quedarse en blanco. – ¿Desde cuándo me quieres?
–No sé.
Lucia fue mencionando momentos.
–¿Desde que vino Damian…?
–¿Puede…?
–¿Hace tanto?
–Eres tan lenta que pensaba que me iba a morir sin que lo supieras. – Dijo con timidez,
–Tú tampoco eres el más rápido del mundo. Lo mío es todavía más anterior a lo tuyo, ¿sabes?
Se hizo una breve pausa, y entonces, Hugo exclamó un “¡¿qué?!” incredulo y le sujetó los hombros con las manos.
–¡Qué cruel eres! ¿A pesar de todo seguiste diciéndome que no me amarías jamás?
–Ah… No pensaba que te molestaría.
Hugo suspiró. Tal vez todos esos dilemas mentales habían sido en vano.
–¿Sabes lo mucho que he-…? – A Hugo se le formó una bola en la garganta que le impidió continuar su frase.
Lucia le dio unas palmaditas en el hombro a modo de consuelo entre risitas. Ambos estaban asustados del otro.
–…No me dijiste cómo te llamabas.
–¿Qué?
–Tu nombre de la infancia.
–¿Mi nombre de la infancia?
–…Lucia…
Lucia jadeó. Escucharle llamarla de esa manera la emocionó. Para ella “Lucia” no era su nombre de la infancia, era simplemente eso, su nombre. La muchacha no dijo nada más y él empezó a farfullar lo horrible que era que Damian y hasta el mayordomo lo supieran. Todo el mundo lo sabía menos él.
–Hugh. – Dijo tomando su rostro entre las manos.  – “Lucia” es especial para mí porque mi madre me lo dio. – Era su identidad, el pilar que la había evitado que se derrumbase. – La princesa Vivian no era yo. No era mi intención ocultártelo, pero es que tu mujer es Vivian y creí que debía vivir como tal.
–Nunca te ha gustado ese nombre.
–No, “Vivian” era un caparazón donde ocultaba mi verdadero yo, “Lucia”. Pero hallé el significado de mi otro nombre cuando alguien empezó a pronunciarlo, Hugh. Cada vez que me llamabas Vivian, ésta se hacía realidad. Soy tu Vivian y sólo tú puedes llamarme así.
Lucia reconocía que Vivian también formaba parte de sí misma, de hecho, era feliz viviendo como ella. Si Lucia era una mala hierba, Vivian era una flor bellísima.
–Creo que un nombre por el que sólo tú me puedas llamar es mucho más especial, ¿no? – La mirada de Hugo relució con duda. Sonaba convincente, pero no se lo acababa de tragar. – Yo también quiero preguntarte una cosa: ¿por qué le robaste un pañuelo a Damian?
–¿Robar? Nunca he hecho eso. – Protestó totalmente desvergonzado.
–Vale, pues, ¿por qué lo cogiste?
–Ahora que lo mencionas, cuando le hagas uno al chico, hazme uno para mí también.
Lucia decidió ignorar su “yo también quiero lo que sea que hagas para otro” y tomar la ofensiva.
–¿Para que Su Majestad te lo vuelva a quitar?
–Qué mala eres… – Murmuró él. – Tienes muchas quejas sobre mí, no puedes negarlo.
–Puede ser, pero también me preocupaban muchas cosas que no lo habrían hecho si hubieses sido más valiente. Yo soy la que se propuso y la que se ha confesado. Caray. Se ve que mi buen señor el duque de Taran no es muy echado para adelante.
–…Me estás picando.
Lucia estalló en sonoras carcajadas y se abrazó a su cuello.
–Aunque seas tímido y un chico malo, te amo, Hugh.
–¿No podrías haberte guardado la primera parte? – Gruñó mientras la cogía en brazos y se la depositaba sobre la cama.
–Ya hemos hablado mucho. Vamos a tomarnos un descansito.
Lucia se quedó de piedra y él se le tiró encima en un abrir y cerrar de ojos.
–Además, tendrás que probar eso de lo que has estado hablando antes, ¿no?
–¡Ya la he probado demasiado!

*         *        *        *        *

Hugo se despertó al alba como de costumbre. La vida de ayer sería como la de hoy que continuaría exactamente igual mañana. ¿Cuánto tiempo llevaría habitando en aquel oscuro abismo de vacío?
Hugo se giró para mirar a su cálida esposa. Su amor, el único color que alumbraba su mundo gris. Vivía gracias y no se imaginaba una vida sin ella. Ni siquiera era capaz de conciliar el sueño sin abrazarla. Su dormitorio, que no había usado desde que Lucia había llegado a la capital, seguía siendo fría incluso en verano. Hugo se arrimó al cuerpo dormido de su mujer, la abrazó y le besó el hombro antes de bajarse de la cama.
La mansión se activaba de madrugada para poder atender al señor de la casa. Hugo se aseó y Jerome le informó de todo aquello que no puedo explicar la noche anterior oralmente para recibir la aprobación de su amo.
–Una rosa amarilla… ¿Por qué es una rosa amarilla?
–¿Se refiere a por qué elegí una rosa amarilla? – Jerome le contestó diligentemente. Hugo asintió afirmativamente. – Por su significado, mi señor.
–¿Por su significado? Ah… ¿Y qué significa?
–Separación.
Hugo se lo miró con una pizca de amargura.
–¿Y qué flor significa lo contrario?
–Las rosas rojas significan amor apasionado.
–Rosas no. – Hugo estaba harto de las rosas, fuera cual fuere su color.
–Hay una que se llama estatice y que significa “amor eterno”.
–Esa me parece bien. Ordena que le traigan un ramo de esas a mi mujer cada mañana cuando se levante.
Hugo pensaba quitarle las rosas de la cabeza.

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