94: Final Feliz (1)

julio 18, 2019


Desde hacía unos días la criada le entregaba un ramo de flores en cuanto se despertaba. A Lucia le gustaba recibir esas hermosas y coloridas estatices, además, recordar porqué su marido había decidido a dárselas le divertía. ¡Cuánto se había llegado a reír cuando Jerome le había insinuado el motivo por primera vez! A ella personalmente no le molestaba lo de las rosas amarillas, y, aun así, Hugo había impuesto una prohibición absoluta sobre las rosas en general. La joven duquesa se deleitó con el aroma de las flores nuevas y admiró como si habitación parecía un jardín.
Ya en la salita, se dedicó a continuar con sus bordados hasta que vio al invitado que llevaba esperando toda la mañana. En cuanto el pomo de la puerta giró, Lucia se puso en pie de un salto y se le iluminó el rostro.
–Bienvenido, abuelo.
–Sí, sí. – Contestó el anciano viendo a su nieta correr a su encuentro.
Los lazos sanguíneos eran increíbles. Lucia se sentía muy unida a su abuelo, como si le conociese de toda la vida y, a pesar de no ser una chica especialmente sociable, no dudó en abrazarle.
–Tienes hambre, ¿no? Haré que preparen la comida ahora mismo.
–No, no, tranquila. Déjame verte la carita. ¿Cómo estás?
–Oh, perfectamente. ¿Y tú, abuelo?
–Más o menos.
El conde apenas consiguió contener la risa, su nieta era encantadora. Lucia le cogió la mano y lo guio hasta el sofá donde Jerome les serviría el té poco después.
–No pensaba volver a la Capital tan pronto.
El marido de su nieta le había asegurado que podía usar el portal sin problemas cuando quisiera volver, pero él se preguntó qué motivo le haría regresar a la Capital. No quería molestar a Lucia y sabiendo que se encontraba bien había decidido vivir tranquilamente. Sin embargo, un mensajero le informó de lo muchísimo que su nieta le echaba de menos y cuánto deseaba que volviese a visitarla. Aquello le colmó de alegría: su nieta a la que no había podido cuidar, le echaba de menos.
–Me sabe mal haber venido sin avisar con mucho tiempo de antelación.
–¿Qué dices? Para nada. Yo soy la que debería ir para allá, a la que le sabe mal es a mí.
–No, es mejor que venga yo. Sé que no puedes moverte así como así siendo quien eres. – El conde no codiciaba la riqueza ni la fama de los Taran, pero le enorgullecía que su nieta fuese la señora de una familia tan grande.
–Esta vez no seas cabezón y descansa antes de irte aquí.
–Sí, de acuerdo.
Lucia y su abuelo dieron un paseo mientras parloteaban. Por la tarde, su nieta le enseñó la mansión, bebieron más té y continuaron conversando.
–Quería comentarte una cosa. Es sobre el colgante del que te hablé.
–Supongo que lo has encontrado.
El conde recordaba que Hugo le había mencionado su intención de regalarle el colgante.
–Ah, no. –Y seguramente no lo encontraría jamás. Lucia estaba convencida de que el día que entró en palacio el colgante se activó mostrándole un sueño singular y desapareció. – Pero me preguntó cuál era su leyenda. ¿No te la sabes?
–Bueno, mi abuelo me aconsejó que lo guardase a buen recaudo porque era muy valioso.
–¿Nada más? ¿No te dejó nada escrito o algo?
–No, a lo mejor hace mucho tiempo sí que había alguno, pero… Ha pasado demasiado, el fundador es quién nos lo pasó y aunque no fuera gran cosa, lo conservamos generación tras generación.
–¿Lo dejó el fundador? Pues debe ser muy antiguo. ¿Nunca se te ha ocurrido que podía valer mucho dinero? No sé, como si fuese… mágico.
–¿Mágico? – El conde se rio. – Sí que lo pensé, pero da igual lo valioso que sea si la familia está hecha añicos. Una vez me frustré tanto que lo llevé a un tasador de objetos mágicos.
Al tasador le interesó que el colgante fuese una reliquita tan antigua al principio, pero después de muchas pruebas determinó que no er aun objeto mágico. El conde le narró su experiencia de desengaño con pelos y señales.
–Te veo muy interesada. ¿Te gustan las antigüedades?
–No… exactamente. El colgante es un recuerdo de mi madre… ¿De verdad no sabes nada? Aunque sea una tontería. La leyenda dice que en momentos de crisis el colgante puede salvar a la familia… – Lucia dejó de hablar en ese momento. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral.
Ella había salvado su familia gracias al sueño. La aniquilación de los Baden estaría al caer en su sueño, sin embargo, ella se había asegurado de que no ocurriese y, por tanto, había cambiado el futuro. Su tío nunca conocería al conde Matin y su familia no se vería arrastrado con él. Y, mientras ella siguiera con vida, los Baden no dejarían de existir. Lucia no lo permitiría.
¿Sería casualidad? El colgante le había mostrado el futuro y la había empujado a tomar cartas sobre el asunto. Si Lucia hubiese ignorado su sueño, la exterminación habría sucedido. Si Hugo la hubiese rechazado, ella jamás se habría convertido en duquesa.
–Salvar la familia… – Murmuró el conde. – Supongo que Amanda te lo dijo. Tu madre no se creía la leyenda, decía que eran todo cuentos chinos y que, si fuera verdad, tu abuela no habría muerto. – El conde continuó con un toque de amargura en su tono de voz. – Solía regañarla, pero pensaba lo mismo. La regañaba por consideración por nuestros ancestros y porque, tal vez, el colgante fuera lo único que nos mantenía en pie.
–¿Desde cuándo existe la leyenda?
El conde reflexionó unos instantes. Su nieta demostraba mucho interés en el colgante, aunque quizás fuese por el apego que le profesaba a su madre.
–¿Desde cuándo? Desde el principio. Dicen que fue parte de la herencia del fundador.
–¿Cómo era el fundador?
–Era un profesional de las artes marciales. Un caballero poseedor de grandes méritos que ayudó a fundar Xenon.
El conde sonrió con benevolencia y le explicó la vieja historia que su padre le había contado a él. La mayoría de los mitos sobre la fundación eran cuentos que exageraban la contribución de los ancestros.
Lucia disfrutó de la historia, pero no consiguió más pistas sobre el colgante.

El Conde se quedó en la residencia ducal cuatro días.
–Si no saben nada de mí, tus tíos se van a preocupar. No saben que he venido a la Capital, se creen que me he ido a visitar a un amigo.
–¿De verdad no se lo has dicho a nadie?
–Lo siento, me preocupa que se metan en algún lío político de la capital. Sé que te puede disgustar, pero espero que me sepas entender.
–No estoy disgustada.
Su abuelo eligió lo mejor para su familia y para su nieta. Lucia entendía perfectamente lo considerador que era.
–Y… Gracias.
–¿Perdona?
–En realidad, la última vez vine a la capital por un problema. La mansión estaba por caer en manos de otros y decidí volver para vender el título y ganar dinero para saldar mis deudas. No quería ser una carga para mis hijos. Pero cuando llegué a casa, los problemas se solucionaron sin mucha molestia. Podemos seguir viviendo en la casa a cambio de pagar un precio al mes y, últimamente, mi negocio está yendo bien. Estabas preocupada, ¿verdad?
Lucia le había pedido a su esposo que ayudase a su familia materna, pero desconocía los detalles de cómo lo habría conseguido.
–…No entiendo mucho de negocios. Seguramente es obra de mi marido. Si hay algo en lo que pueda ayudar, dímelo. Quiero ayudarte, abuelo.
–Ya has hecho más que suficiente por mí. Se puede ayudar a una persona de muchas maneras. A los ricos ceder un poco de dinero no les supone mucho, pero pocos saben ayudar sin mostrar su verdadera naturaleza o sin hacerle daño a quien les pide el favor. Te has casado con un buen hombre.
–Tienes que decírselo a él también, abuelo. – El conde estalló en carcajadas.
–Sí, tu marido también ha encontrado una buena mujer. Por supuesto.
La pareja se rio junta un poco más y se miraron con afecto antes de despedirse.
–Cuídate, volveré a venir.
–Sí, cuando quieras.
Después de la partida de su abuelo, Lucia se dedicó a ordenar la información y sus conclusiones sobre el colgante. ¿Por qué la revelación había sido suya y no de un miembro de los Baden? ¿Y si sus ancestros ya hubiesen predicho lo que ocurriría? Si el colgante era poderoso, debería haberse podido usar con otras personas además de ella misma. Según su abuelo el colgante no había pasado la prueba de verificación, como si su magia hubiese sido sellada por alguien. ¿Qué habría desencadenado su reacción?
Lucia se miró la mano absorta. La criada le había pinchado el dedo con una aguja para obligarla a soltar el colgante y, aunque estaba en otro mundo totalmente, sintió el dolor. Puede que la sirvienta no la hiriese de gravedad, pero sí que debió ser suficiente para que le saliese un poco de sangre. ¿Y si la sangre fue la clave? No quedaba nadie que pudiese satisfacer sus dudas y, desde luego, romperse la cabeza sobre algo sin respuesta era inútil. Decidió, pues, dejar de preocuparse por ello y aguardar a lo que le trajese el futuro.
–El señor ha regresado, mi señora. – Una criada llamó a la puerta y la informó.
–De acuerdo.
Lucia se levantó del sofá y salió a recibirle. Quería agradecerle la ayuda que le había brindado a su lado materno de la familia y transmitirle los halagos de su abuelo.

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