100: El banquete (2)

agosto 29, 2019


Anita abandonó la salita disfrazada de criada. Los guardias abrieron los ojos como platos en cuanto la vieron salir.
–¿Por qué diablos habéis abandonado vuestros puestos? – Los regañó. – La princesa está dentro furiosa.
Los soldados empalidecieron. ¿Cómo se podía tener tanta mala suerte? Ignoraban que todo había sido una estratagema del conde de Ramis, sólo sabían que necesitaba ayuda y que, de repente, les había dicho que ya podían volver a lo suyo. Tampoco podían mencionarle, porque si el noble decidía no admitir la culpa se les caería el pelo de todas formas. Mortificados, se imaginaron un futuro terrible.
–Me he inventado una tontería.
–¿Qué?
–Venid, que no quiero que nos escuche.
Los soldados la siguieron sin vacilar y, en cuanto lo hicieron, David se coló en la salita.
–Le he dicho a la princesa que os ha llamado el capitán de la guardia.
–¿Y se lo ha tragado?
–Se le ha pasado un poco el enfado. No creo que vaya a corroborarlo con el capitán, pero ya podéis disculparos en cuanto vuelva.
–Muchísimas gracias. No te había visto nunca por aquí. ¿Cuánto haces que trabajas?
–Hace poco.
Anita charló unos minutos más con los guardias antes de volver a la salita.
–¿Eres tú… de verdad? – David se quedó atónito.
–Sí.
–Pareces otra. Es la primera vez que veo cómo funciona el brazalete.
–A mí también me ha sorprendido.
–¿Y ahora qué hacemos?
–Voy a traeros a la duquesa.
–¿Y si viene alguien?
–Ya me ocupo yo de eso, no se preocupe. No tardaré mucho.
Antia le advirtió a David que no saliese de la estancia bajo ningún concepto, recogió la ropa con la que había entrado en la salita la primera vez y avisó a los guardias de que iba a buscar a la duquesa por orden de la princesa.
–La princesa me ha dicho que quiere hablar con ella en privado y que nadie puede pasar.
–Entendido.
A nadie le extrañó ver a una criada cargando con un vestido de noble. Era habitual traer un segundo atuendo por si el modelito con el que llegaban a las fiestas se ensuciaba. Así que Anita tiró el vestido en un almacén y prosiguió con su plan.

–Su Majestad el rey quiere hablar en privado con la princesa. Es urgente. –Informó Anita a la criada de Katherine.
–Vale, pero… ¿Quién eres?
La criada intentó identificar a la mujer a la que no había visto nunca, pero antes de conseguirlo la desconocida salió disparada. No podía ignorar el mensaje del rey, así que, a pesar de la mala actitud de la novata, decidió cumplir con su obligación.
Anita se escondió hasta que confirmó que Katherine estaba fuera de la zona y, entonces, se acercó a la criada de la duquesa.
–La princesa quiere hablar con la duquesa en privado. La espera en la salita.
Lucia escuchó atentamente las palabras de su criada y se dirigió a la salida donde, en la puerta, la esperaba una criada.
–La princesa ha salido un momento. ¿Estás segura de la orden que te han dado?
Anita miró a Roy de soslayo y agachó la cabeza.
–Me ha dicho que tenía que hablar con la duquesa de un asunto importante antes de que se fuese por petición del Rey. Me ha dicho que estaba relacionado con lo del rey.
Katherine había avisado a Lucia de que tenía que ausentarse para ir a ver a su hermano, por lo que no desconfió de las palabras de la criada. En lugar de ello, le preocupó que su amiga tuviese un asunto tan importante entre manos. Tal vez estaría relacionado con su marido.
–Vamos.
Anita lideró la marcha por el pasillo que se alejaba de la bulliciosa fiesta. Ya en la salita, la condesa se quedó detrás de la duquesa y de su criada pretendiendo esperar para cerrar la puerta, sin embargo, en cuanto lo hizo pinchó la mano de la acompañante de Lucia para envenenarla.
–¡Cielo Santo! – Exclamó Anita cuando la sirvienta ya se encontraba en el suelo.
Lucia dio marcha atrás para ayudar a su acompañante y, en ese momento, Anita aprovechó para sacarse una botellita de perfume que llevaba escondida en el escote.
–Mi señora duquesa.
En cuanto Lucia giró la cabeza para mirarla, Anita la roció con el perfume anestésico.
–¿Qué demonios…? ¿Por qué has…? – David salió de su escondrijo y se presentó ante la condesa extasiada por el nerviosismo. – ¿Qué significa esto? – David nunca pensó que su plan terminaría resultando dañina para la duquesa. – ¿Y la mujer del baño?
Durante todo el rato que había estado en la salita, David había estado revolviendo cada detalle de la habitación para matar el aburrimiento hasta que descubrió a la mujer en cueros que yacía en el suelo del baño.
–La he dormido para poderle coger la ropa un rato. La duquesa también está dormida. Ayúdeme, por favor. Quiero tumbar a la duquesa en el sofá y librarme de la criada antes de que se despierte.
David se desosegó. No quería involucrarse en algo demasiado grande y salir perjudicado. Sólo quería crear un rumor y nada más.
Anita captó la cobardía de David sin sorprenderse. Tampoco era un peón irreemplazable, hombres había muchos y todos eran iguales. Sólo les importaba su propio bienestar. El único que no era así era el duque de Taran que no le bailaba el agua a nadie, directamente informaba de cuáles eran sus intenciones. Anita miró a la duquesa con frialdad. En su momento se sintió satisfecha con el simple hecho de poseer el cuerpo del duque, pero por culpa de esta zorra… Quizás no saldría airosa de la situación, pero desde luego pensaba terminar lo que había empezado y necesitaba que David no se retirase antes de tiempo.
–¿Quiere que lo dejemos aquí? Haré lo que usted desee, mi señor. Aunque es una lástima porque no creo que volvamos a tener una oportunidad como esta nunca más.
Conociéndole, si insistía, David se echaría para atrás del todo, era mucho más sensato darle el poder de decisión.
Anita jugueteó con el anillo que tenía en la palma de la mano. Tampoco era mala idea matarlos a todos incluyendo a David y a la duquesa antes de suicidarse. Había ignorado todos los tabús de la sociedad en cuanto decidieron envenenar a la criada. Ahora era libre, la oscuridad que le había consumido su corazón se la tragó entera.
–Bueno, ya que hemos llegado hasta aquí, no voy a echarme atrás como un cobarde. – Decidió David que no vio la extraña mueca que asomó en el rostro de Anita. – ¿De verdad sólo están inconscientes?
–Sí.
–No le pasará nada a la duquesa, ¿no?
El malestar de la duquesa sería un golpe fatal para sí en un futuro cercano.
–Claro que no, en absoluto.
La sed de sangre de los ojos de Anita se esfumó como el aire. No estaba mintiendo, el perfume sólo era un tranquilizador que había dejado a la duquesa inconsciente temporalmente, aunque las criadas seguramente acabarían muriendo. No obstante, ¿para qué entrar en detalles?

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