99: El banquete (1)

agosto 29, 2019


 Ni siquiera el carruaje de los Taran se ahorró el control de la entrada donde se les identificó y se les indicó que las armas estaban trepidantemente prohibidas.
–¿Me estás diciendo que queréis que un soldado abandone su espada? – Roy frunció el ceño amenazadoramente.
–Está prohibido entrar a palacio armado. – Consiguió balbucear el guardia consciente de con quién hablaba.
Roy entregó su espada a regañadientes, después de todo, un verdadero experto no necesitaba un arma en específico para defenderse o atacar, hasta un tenedor le serviría si era necesario matar.
El soldado de la puerta les permitió acceder al recinto.

En cuanto la duquesa de Taran hizo su aparición en palacio, todas las nobles la rodearon para saludarla y halagarla. Roy, sorprendido, se preguntó cómo Lucia era capaz de recordar tantos rostros y nombres a una distancia prudencial. Escoltar a una noble era infinitamente más complicado que escoltar a un rey, con ella tenía que ser considerado y guardar las distancias para no molestarla.
Nadie se atrevía a acercarse a Roy, así que no se le dificultaba la tarea de vigilar a la duquesa. Fue entonces, cuando reconoció a una mujer. El soldado raramente recordaba a nadie, pero aquella mujer le daba mala espina. Había estado reconociendo el terreno de la fiesta durante un rato, sin interactuar ni hablar con nadie y su mirada no abandonó en ningún momento al grupo de mujeres que conversaban alegremente con la princesa Katherine y la duquesa. Era irritante. ¿Cómo debía actuar si se acercaba a su protegida? La arpía desapareció al cabo de un rato, pero otro indeseable apareció.
Roy recordaba a David con claridad. Cuando trabajó de guardia personal del príncipe heredero tuvo que soportar que ese bastardo se lo mirase como si fuese un perro. Extrañamente, David parecía estar escondiéndose entre la multitud evitando a sus conocidos. Roy ignoraba que el padre del conde lo había exiliado a su feudo, pero aun así sospechó de él. Justo entonces, la mujer volvió a entrar en escena e intercambió unas palabras con David antes de marcharse. ¿Serían amantes? No, algo no iba bien.

Anita se metió en su escondrijo y observó a la duquesa mientras se mordía el labio. El perro rabioso, Roy, no se separaba de ella ni por un segundo y no se le ocurría ninguna manera de conseguirlo. No tenían mucho tiempo, la duquesa no se quedaría hasta el alba. ¿Por qué se había traído a un soldado con ella? Pocas nobles permitían a sus escoltas acompañarlas dentro de las fiestas y, aunque no estaba prohibido, la mayoría serían el hazmerreír de hacerlo. Por supuesto, nadie osaría burlarse de la duquesa.
Aquella sería su única oportunidad y necesitaba aprovecharla. La duquesa no asistía a bailes y quien sabe cuándo volvería a aparecer sola como aquella noche. ¿Dónde no podía seguirla el soldado…? Oh, claro, la salita de descanso. Anita había visto a la duquesa con la princesa Katherine en su salita privada. Nadie tenía permitido el paso sin explicita orden de la princesa. Aprovechando que Katherine seguía en el salón, Anita se acercó a la zona de la salita.
Era un lugar apartado, silencioso y sin bullicio ninguno. Era un lugar idóneo.
–¿Qué quiere? – Los guardias de la puerta le barraron el paso.
–La princesa me ha dado permiso.
–La princesa no me ha dicho nada.
–¿Puedes preguntárselo a la criada que hay dentro? La princesa me ha pedido que le pase un mensaje.
El guardia entró y la sirvienta salió. Anita midió mentalmente a la criada y, viendo lo parecidas que eran, se le ocurrió un plan.
–Qué raro… No es ella. ¿No hay otra criada adentro?
–No.
–Oh, pues lo habré entendido mal. – Dijo Anita y se dio la vuelta.
Para sacar del medio a los guardias necesitaría la ayuda de Ramis y en cuanto a la criada…

–Hey, vosotros, venid. – David llamó a los guardias de delante de la salita de Katherine.
Los guardias intercambiaron miradas y se le acercaron. Si no fuese porque se trataba del hijo del duque de Ramis lo habrían ignorado.
–¿Sí, señor?
–Venid conmigo un momento.
–Pero tenemos que vigilar…
–Caray, sólo será un momento.
–Bueno, uno de nosotros se queda aquí.
–Os necesito a los dos. Es solo un momento. ¿No puedes ni ayudarme un segundo? Menuda decepción.
Los guardias eran meros sirvientes de palacio y los caprichos de un noble podían costarles su puesto de trabajo si se le antojaba. Los soldados intercambiaron miradas una vez. Un segundo no significaría nada y, en cualquier caso, todavía quedaba una criada dentro de la salita.
Anita aprovechó que David se alejaba con los guardias para colarse dentro de la salita.
–¡Cómo ha entrado? Sois la de antes.
–La princesa me ha dado permiso.
–¿Eh? Pues a mí no me ha dicho nada.
–¿Entonces cómo te crees que los guardias de la puerta me han dejado pasar? – Replicó Anita fingiendo enfado. – Si no me crees, sal y pregunta.
La criada se acercó a Anita y la condesa aprovechó para girar el anillo que llevaba puesto para transformarlo en una aguja y pincharla. La sirvienta se desmayó poco después a causa del veneno paralizante y mortal. Anita no pensaba darle el antídoto y hasta se regodeó de haber cometido semejante crimen. Arrastró el cuerpo de la criada hasta el baño, la desnudó y se cambió antes de usar el brazalete que le había dejado David. Su melena se volvió marrón claro, sus pupilas negras y, aunque su estructura no era del todo distinta, su impresión era otro mundo. El efecto del brazalete duraría una hora y sólo podría reusarlo al cabo de un año, pero no importaba, una hora le bastaba.

*         *        *        *        *

Fabian se lamentaba por tener que trabajar el día de la Fundación. Puede que su sueldo incrementase proporcionalmente con las horas extra que hacía, pero tenía sentimientos opuestos. Ahora que su señor estaba ausente se le había doblado la faena y era incapaz de relajarse porque cualquier incidencia sería fatal.
El subordinado al que le había encargado vigilar a David Ramis no había aparecido desde hacía días y le molestaba. Puede que fuese un imbécil, pero el feudo era su territorio y tal vez hubiese sido más sensato enviar a más de un hombre. Tampoco había noticias relevantes sobre la condesa de Falcon, la mujerzuela estaba completamente volcada en su negocio. La reputación de la condesa no le interesaba, pero Fabian sabía que no era estúpida así que su trayectoria era dudosa. Había sobornado a absolutamente todos los empleados del bar gracias a los que descubrió que David alababa a la duquesa cada vez que se tomaba un par de copas de más y que se había atrevido a entregarle una carta de amor. ¡Vaya un loco de atar! Por suerte la duquesa lo había rechazado porque si hubiese surgido un rumor su señor habría enfurecido y quien sufría las consecuencias de su ira eran los lacayos. Fabian se estremeció sólo de pensarlo.
El espía al que le había encargado Harry se presentó con un informe breve sobre una quedada rápida entre su objetivo y David.
–¿Qué? ¿Se han visto?
–No han hablado de nada en especial, David sólo le ha preguntado sobre lo que ha pasado últimamente.
–¡Da igual de lo que hayan estado hablando, el problema es…!
¡El imbécil de David estaba en la ciudad! Fabian presintió que su espía no regresaría. Era imposible que el duque Ramis hubiese permitido que su hijo volviese a la capital tan pronto. ¿Por qué estaba aquí? ¿Por el baile? Fabian encajó una a una todas las piezas del rompecabezas que había ido recopilando. La celebración de la Fundación era una oportunidad de oro para quedar con la condesa, ¿pero por qué no hacerlo en secreto? A Fabian le entró un escalofrío: su señora estaba en el baile.
Roy estaba allí, pero no satisfecho con eso, Fabian envió a alguien para que se infiltras en el palacio y lo avisase.

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