101: El banquete (3)

agosto 29, 2019


Roy estaba apoyado contra la pared de la habitación adyacente a la de la princesa Katherine después de confirmar con los guardias que nadie más estaba dentro a parte de la duquesa. Le incomodaba no poder vigilar con sus propios ojos a su protegida.
–Hey, tú. Ven. – Le ordenó a un sirviente que pasó por delante de él.
El sirviente se le acercó de mala gana.
–Hay que andarse con cuidado con un par de personas. – Le musitó el presunto criado.
–Tráeme algo de beber. – Dijo bien alto para que los guardias de la puerta de la salita de la princesa le pudieran escuchar.
–Son el conde Ramis y la condesa de Falcon. Cuidado que no se acerquen a la señora.
La puerta de la salita se abrió y una criada salió, intercambió unas miradas con los guardias y se dirigió hacia Roy.
–Te he dicho que me lo traigas, ¿a qué viene tanta cháchara?
–No se puede beber alcohol aquí, señor.
Anita no sospechó de una escena tan típica como la de un personaje como Roy exigiendo algo irrazonable a alguien del servicio y los pasó de largo.
–¿…Quién? – La criada que acababa de pasar por delante de él apestaba como aquella otra mujer que detestaba. – ¿David y quién más…?
–La condesa de Falcon.
–Ni idea, pero es una mujer.
Roy se irguió y se acercó a los guardias de la puerta de la salita sin tiempo que perder. Les pegó un puñetazo en el estómago sin previo aviso, les dio un golpe seco en la nuca y los dejó tirados en el suelo.
–Abre la puerta. – Le indicó al hombre que iba vestido de sirviente.
El boquiabierto mensajero corrió a abrir la puerta para que Roy pudiese entrar y le siguió después de asegurarse de que no hubiera testigos. Cuando el feroz guerrero se encontró con su señora tumbada en un sofá con los ojos cerrados y a David acechándola se le cambió la cara.
–¡¿Qué le has hecho a la señora?! – Rugió abalanzándose sobre el conde y cogiéndole por el cuello de la camisa.
–¡Suéltame ahora mismo, hijo de puta! – Exclamó David con el ceño fruncido y enrojecido por la presión de la mano que le sujetaba el cuello.
Roy lo sacudió y lo amenazó con más vigor en lugar de soltarle.
–Como la señora tenga el más mínimo rasguño, te mato.
–No le ha pasad-…
–¿Es cosa tuya?
–No… Se ha… desmaya-… Desmayado… Suéltame…
–¡Imbécil! ¡¿Por qué se ha desmayado?!
David guardó silencio mientras Roy lo sacudía incesantemente. Al soldado se le aceleró la respiración y, furioso, decidió escucharle hablar. Así que soltó a David de mala gana.
–¡¿Vas a hablar o qué?!
–¡Insolente…! ¡¿Sabes quién soy?! – Le espetó David frotándose el cuello.
–Me da igual. Explícate.
–¿Y tú quién eres?
–¿Yo? El escolta de la señora, y todo aquel que le ponga la mano encima, morirá.
–Sólo he quedado con ella. – David se estremeció. Sabía que Roy cometería un asesinato sin pensar en las consecuencias.
–¿Para qué?
–Bueno, me había invitado ella.
–No me han dicho que estuvieras aquí y aquí no entra cualquiera. – Le contestó pensando lo idiota que había que ser para intentar que alguien se creyese semejante sarta de mentiras.
–¿Cómo te atreves a hablarme así…?
El acompañante de Roy comprobó el pulso de la duquesa y asintió con la cabeza a modo de gesto.
–Duquesa.
El desconocido despertó a Lucia. La joven frunció el ceño y abrió los ojos tocándose la frente. Se sentía pesada y le dolía la cabeza.
–¡Mi señora!
–Señor… ¿Krotin?
–¿Puede levantarse?
Lucia no podía pensar. Se aferró al sofá, murmuró algo y se levantó apoyándose en un hombre que tenía al lado.
–Date prisa, acompáñala afuera. Asegúrate de que no te vean. Aquí pasa algo.
–Sí. Duquesa, rápido.
Lucia quiso preguntar qué ocurría, pero a juzgar por la expresión de su escolta se fío de dejarlo en manos del señor Krotin y creer en él. Estaba mareada, pero pudo caminar fácilmente cuando echó a andar. Se sorprendió de encontrarse a los dos guardias de la entrada tirados por el suelo y eso la terminó de desvelar.
–No hay nadie, adelante.
El criado no bajó la guardia durante todo el camino a pesar de que no solía haber nadie por esa zona del palacio.
–Espera, se acerca alguien. Será mejor evitarle.
Era mejor pasar desapercibidos porque seguían estando demasiado cerca de la salita.
Un grupo de diez nobles acompañadas por Anita disfrazada de criada se dirigió a la salita de la princesa. El ahora escolta de Lucia no pudo quedarse a ayudar a su compañero, su prioridad recaía en la duquesa.
–Ve más despacio. – Le advirtió Lucia ahora que ya estaban casi en el salón de baile. – Sino parecerá que tenemos prisa. – Ya se sentía mucho mejor a pesar del mal humor.
–Sí, señora.
El criado ralentizó los pasos y miró a la duquesa que ya había erguido la espalda de reojo. Era una mujer muy serena. No inquirió sobre la situación ni se puso nerviosa, se limitó a acatar las órdenes del señor Krotin a pesar de ser una noble a la que se la había tenido entre algodones de azúcar toda la vida.
–Escolta a la duquesa al salón. – El desconocido detuvo a uno de los criados que correteaban por ahí. – Llama al doctor imperial, le duele la cabeza.
–Sí.
Las miradas del desconocido y de Lucia se encontraron por un breve instante antes de separarse. Él decidió observar desde la distancia por prudencia y ella recuperó la compostura y permitió a la criada acompañarla.

*         *        *        *        *

–Tú no has visto a la señora hoy, ¿lo pillas? – Le dijo Roy a David en cuando su señora abandonó la estancia.
David rechinó los dientes, furioso. A este bastardo le daría una muerte dolorosa y lenta. El muy grosero había osado insultar al heredero de un ducado. El conde intentó pasarle de largo, pero el soldado le barró el paso.
–¡¿Qué?!
–Respóndeme. Mi señora no ha estado aquí.
–¿Estás sordo? – David se burló. – Ella es la que me ha invitado a venir.
–¡Serás hijo de-…! – Rugió Roy.
David se sobresaltó y la actitud ignorante del soldado le indignó.
–¿Y si me callo, qué? ¿Crees que puedes ocultar que la duquesa ha estado aquí? ¿Qué le vas a decir a los guardias de afuera?
–Me aseguraré de que mantengan el pico cerrado.
–¿Y cómo sabes que sólo lo sabemos nosotros? –A Roy se le iluminó la mirada. David no paraba de intentar enfurecerle más por placer. – Dentro de nada vendrán más testigos y verán que el escolta de la duquesa está aquí conmigo. ¡Ya verás cómo explico la situación!
–¿…Más testigos?
–El escolta de la duquesa se peleó con el conde por culpa de una aventura que estaban teniendo. Qué interesante.
Roy perdió toda expresión facial.
–…Entiendo. O sea que ha sido cosa tuya. – Sonrió inmaculadamente.
A David se le puso la piel de gallina. Su instinto le aviso de que corría peligro mortal y, cuando intentó hablar, fue demasiado tarde.
Roy le torció el cuello, dejó su cuerpo inerte en el suelo, se levantó y repasó la salita con frialdad como una bestia al acecho. Rebuscó cada rincón hasta encontrar los dos cuerpos inconscientes de las criadas envenenadas. Ninguna tenía pinta de llegar a sobrevivir, pero no podía abandonar a una criada del duque. El conde habría sido incapaz de tramar algo así, por lo que seguramente había un cómplice que, por supuesto, volvería a la escena del crimen. En ese momento, Roy recordó a la criada con la que se había topado en el pasillo y que olía igual que la mujer a la que repudiaba. Estaba seguro de que estaban relacionadas de alguna manera, pero… ¿Cuál sería su objetivo? ¿La señora o el señor?
Roy había aprendido mucho como guardia personal del príncipe heredero. Fue testigo de disputas aristocráticas en las que se utilizaban los rumores para acabar con los enemigos. Al principio condenó a todos los nobles por emplear un método semejante en lugar de desenvainar la espada, no obstante, con el tiempo comprendió que los rumores dañan más que las heridas físicas. Las mujeres salían peor paradas con los rumores que los hombres y si la intención del enemigo era herir a la duquesa, el duque se vería afectado. Debía eliminar al cómplice.
Roy olvidó el plan de huida y se dispuso a borrar todo rastro de que la señora hubiese estado en la salita aquella noche. Para empezar, les partió el cuello a las criadas y liquidó a los guardias para deshacerse de los testigos. En un abrir y cerrar de ojos se perdieron cuatro vidas.
El soldado no tuvo remordimientos ni se sintió culpable por asesinar a gente corriente. Se sentó tranquilamente en el sofá a esperar. Minutos después, la puerta se abrió con un chasquido y una docena de nobles abarrotaron la salita, descubrieron a Roy y se detuvieron en seco.
Anita, temblorosa en la puerta de la entrada, tuvo un mal presentimiento cuando no vio al escolta de la duquesa en el pasillo ni a los guardias de la puerta. Algo no iba bien. Sin embargo, ¿cómo rechazar a las nobles que la apresuraban a abrir la puerta? Huir sería demasiado obvio, así que decidió escapar en cuanto les diese paso a las demás.  Ahora, delante de Roy se quedó inmóvil como una presa ante un cazador.
Roy supo instintivamente que esa criada era el cerebro y, dándole rienda suelta a su lado de cazador, le lanzó la daga que siempre llevaba encima al cuello.

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