102: El banquete (4)

agosto 29, 2019


A Lucia, ya entre las demás damas, le sudaban las manos. Sonreía por fuera a pesar de la incomprensible serie de acontecimientos por los que acababa de pasar.
Katherine regresó a la fiesta y volvió a juntarse con Lucia de inmediato sin ocultar su mala cara. En cuanto su amiga la vio, se serenó mentalmente.
–¿Acabas de volver de… Palacio?
–¿Sabes? Su Majestad no me ha mandado llamar en ningún momento. Pienso castigar al que se haya atrevido a engañarme. – Expresó enfadada Katherine.
Lucia se dio cuenta de que todo había sido una conspiración. Alguien la había separado de Katherine y la había usado para atraerla a ella a la salita. ¿Por qué? Si no fuera por el señor Krotin las cosas se habrían puesto muy feas. Recordaba haberle visto coger al conde Ramis por el cuello. ¿Sería él quien la había intentado dañar? Sin embargo, lo más preocupante era la condición de su protector.
–El doctor imperial la espera, duquesa. – Le informó una criada.
–¿El doctor? ¿No te encuentras bien?
–Me duele un poco la cabeza…
–¡Oh, no! Será mejor que te vayas a descansar a casa. No creo que las fiestas de noche sean lo tuyo.
El tumulto de la guardia real abriéndose paso entre la multitud para llegar a la salita de la princesa Katherine interrumpió su conversación. Los invitados de la fiesta empezaron a cuchichear preguntándose qué habría ocurrido.
–Ve a ver qué ha pasado. – Le ordenó Katherine a una criada.
Los soldados desaparecieron por el pasillo mientras que Lucia se excusó para ver al médico.

Las nobles rodearon a Katherine cuando la fiesta volvió a la normalidad.
–Invítenos a nosotras también a su salita, princesa. – Le pidió una de las mujeres.
–A mí también. Sé que no podemos ir todas a la vez, pero me ha dado pena que no se me haya otorgado el grandísimo honor de ser invitada por usted, princesa. – Dijo otra.
–¿De qué estáis hablando?
–Su criada ha llevado a varias señoritas a su salita hace un momento. Nos han dicho que se lo había ordenado usted.
–No he ordenado nada de eso. ¿Me estáis diciendo que tengo a gente en mi salita privada que ni siquiera conozco y sin permiso? – Preguntó Katherine con frialdad.
Las nobles intercambiaron miradas inquietas.

Lucia regresó al salón de baile una vez más después de la revisión del doctor imperial justo a tiempo para ver cómo la criada de Katherine le susurraba algo al oído.
–Una cosa, duquesa. – Katherine apartó a Lucia del resto y se la llevó a un lugar aislado. – No te pongas nerviosa y escúchame. Me han dicho que se ve que ha habido un accidente, bueno, más que accidente… – Katherine fue incapaz de terminar la frase.
Los puños cerrados y temblorosos de Lucia traicionaban su fachada serena.
–Ha habido un asesinato. El culpable es tu escolta, el caballero Krotin.
Su corazón pegó un vuelco.

*         *        *        *        *

–Acamparemos en este pueblo de momento.
–Sí, mi señor.
A Dean le parecía que, a pesar de su corta edad, las habilidades en batalla de Boris eran dignas de adulación. El muchacho se paseaba con una sonrisa orgullosa por poder participar en la subyugación y su padre, el capitán Elliot, parecía satisfecho con el desarrollo de su hijo.
Antes de partir, a Dean le preocupaba que al joven le costaría recuperarse de la turbación de la primera batalla, pero no fue así porque su señor ya no era el mismo. Su señor había cambiado. El duque los había dirigido durante toda la batalla en lugar de masacrar a los bárbaros indiscriminadamente como hasta entonces. Reclutó soldados, planeó estrategias y operó siguiendo varios métodos. Si ese cambio era permanente, Boris sería la primera generación de un nuevo tipo de soldado de élite.
Hugo llevó a cabo la subyugación de los bárbaros de una forma distinta a la habitual. El propósito de aquella expedición bélica no era reducir su población, sino separar a las tribus que habían empezado a aliarse y debilitarlos. Movilizó el mayor número de efectivos que le fue posible y utilizó estrategias de manera efectiva para que no acarreasen más problemas. Su único objetivo era volver a casa lo antes posible y, a diferencia de antes, Hugo no sentía el ímpetu de masacrar ni siquiera cuando los tenía al alcance de la mano. En comparación con el anhelo por abrazar a su esposa, la sed de sangre era una mera molestia.
Los lugareños de las aldeas cercanas a la frontera siempre habían cooperado gustosamente con el ejército del duque. Eran una parte de la población vulnerable al ataque de los bárbaros, pero se negaban a abandonar sus hogares. Eran mayoritariamente ancianos que volvían a su pueblo para vivir sus últimos días donde habían crecido de niños. Por eso mismo, siempre quedaban casas abandonadas que Hugo podía ordenar limpiar para plantar allí sus cuarteles generales.
–Mi señor, el doctor del pueblo pide veros.
–¿Por qué?
–Dice que si nombro a “Philip” lo sabréis.
Hugo levantó la vista de sus documentos y soltó una carcajada renuente. Sabía que aquel vejestorio deambulaba por el mundo, pero nunca se habría imaginado que coincidirían allí.
No era una visita deseable, pero pensándolo bien, tampoco tenía motivos para rechazarle.
–Déjale pasar.
Instantes después el soldado regresó con Philip y se retiró.
Hugo escudriñó los harapos que vestía el anciano mientras éste le hacía una reverencia.
–¿Qué quieres?
–He venido a saludarte porque me he enterado de que estabas por aquí.
–No hacía falta. Haz como si no me conocieras, no me apetece verte la cara. Si ya está, fuera.
Philip estudió el rostro de Hugo con esmero. El duque frunció el ceño disgustado. Este viejo era el único que osaba observarle con tanto descaro.
–¿Quieres que te saquen a rastras?
–Has cambiado.
–¿…Qué?
–Me miras de otra manera. Antes parecías poder matarme en cualquier momento.
Era la primera vez que las palabras del anciano no disgustaban a Hugo. Era cierto que la presencia del doctor no le revolvía las entrañas. Philip era el último vestigio de sus pesadillas. Era un recordatorio constante de la clase de monstruo aterrador que era, y sin embargo, no se sentía como un ser tan abominable.
–No debes cambiar. El dueño del norte tiene que ser tranquilo y frío. Eres el único con sangre Taran de verdad…
Hugo volvió a bajar la vista a sus documentos y suspiró. El viejo soltaba memeces cada vez que abría la boca.
–Fuera.
–¿…Cómo está la señora?
Los ojos de Hugo echaron chispas y su sed de sangre volvió.
–Ni se te ocurra nombrarla con esa sucia boca que tienes. A ti no te importa.
–Como doctor me preocupa que la señora siga sufriendo los mismos síntomas. Si quieres la cura…
–No la necesito.
Hugo llamó al soldado y le ordenó que echase a Philip.
–Voy a quedarme por aquí una temporadita. – Parloteó el anciano entre los brazos del soldado. – Si alguna vez quieres que ayude a la señora, avísame.
Hugo le ignoró y Philip desapareció con una última sentencia:
–Llegará el día que me vendrás a buscar.
Hugo se jactó. Las cosas con este hombre nunca acababan bien.
–¡Mi señor, noticias urgentes! – Otro soldado entró corriendo en su despacho con una cajita de madera marcada con el sello que indicaba que eran noticias de la capital.
A Hugo le cambió la cara, leyó el mensaje como viento que lleva al diablo y golpeó el escritorio con el puño.
–¡Llamad a Callis…! ¡Llamad al señor Elliot ahora mismo! – Rugió poniéndose en pie de un salto.

*         *        *        *        *

Tres días tras el espantoso crimen del señor Krotin, la Capital estaba desbordada por la cantidad de cuchicheos y habladurías sobre el tema. Roy fue arrestado por asesinato y, para sorpresa de los soldados, no opuso resistencia. La salita de la princesa Katherine era la escena de un crimen, así que se prohibió la entrada terminantemente a todo el mundo.
Lucia no había salido de su mansión desde la noche del baile cuando había vuelto por insistencia de varias invitadas y, antes de irse a dormir, pidió una última revisión médica.
El palacio real había enviado un sinfín de mensajeros para llamar a un interrogatorio a la duquesa, pero gracias al estricto control de seguridad, ninguno consiguió asomarse a ver ni la sombra de la señora de la casa.
–La duquesa no puede ir a palacio sola para tratar un tema de tan mal gusto en ausencia del duque.
Al rey le disgustó la respuesta del capitán de la guardia, pero se resignó. Para llegar a la duquesa tendría que romper las filas defensivas de su mansión y eso significaría declararle la guerra al duque de Taran, algo que jamás osaría.
Fabian envío un mensaje urgente al duque en cuanto se enteró de lo ocurrido seguido de la información adicional que le iba llegando. Se aseguró de que cuando el duque regresase, estuviese al día de todo.
Los encargados de conseguir información de los Taran estaban enfocados en sus tareas como nunca. Se movilizó cualquier medio necesario y, el cuarto día, Fabian fue a informar a la señora de la situación porque no pudo ignorar los mensajes de Jerome sobre el estado de la señora, que se negaba a comer o dormir. El asunto de Roy era importante, pero si el duque llegaba y se encontraba a su mujer en malas condiciones, el resto dejaría de importar.
La noche anterior el rey le había permitido hablar con Roy en su celda de aislamiento. El soldado le saludó tranquilamente como si nada.
–Hey. –Empezó Roy tumbado en el suelo y apoyándose la cabeza con la mano. – ¿Qué tal?
–¡Serás gilipollas! – Fabian estalló. – ¿Que “cómo estoy”? ¡Perfectamente estoy! ¡¿Cómo puedes estar tan tranquilo mientras el resto nos matamos a trabajar?! ¡¿Eh?!
–¿Y qué quieres que haga? ¿Que llore?
–Ah… No sé ni para qué pregunto. Sabía que acabarías liándola así, pero joder, si la vas a liar, hazlo con algo que sea más fácil de tratar.
Fabian continuó calumniando a Roy hasta quedarse tranquilo, mientras que el soldado lo escuchaba todo desde detrás de los barrotes de la cárcel. La actitud despreocupada de Roy era tremendamente irritante para Fabian.
Roy no había abierto la boca desde su arresto y si el rey había permitido la visita de Fabian era con la esperanza de que éste convenciera al preso de que proporcionase alguna pista o testimonio.
–Habla, he confirmado que no hay nadie escuchando.
Roy explicó su punto de vista.
–¿Por qué asesinaste a David? Si lo hubieras dejado vivo la cosa no sería tan seria, ¿sabes?
–Dejarle vivir también habría traído sus consecuencias, así que, si matarlo va a estar mal y dejarlo vivir también, prefiero matarlo.
–Serás bestia. Menudo bastardo cruel estás hecho. ¿Cómo es que un hijo de puta como tú pueda andar bajo el sol tan tranquilo? – La ira abrumó a Fabian que se desahogó insultándole de nuevo. – ¿Por qué mataste a la condesa delante de tantos testigos? Podrías haber huido perfectamente. Ahora estás entre la espada y la pared. Te pillaron con las manos en la masa.
–Bueno…
–¿Qué?
–¿Qué pruebas hay de que la haya matado yo? Tuve que fingir haberme vuelto loco para que no lo relacionasen con la señora o el señor, ¿no?
Este tío era un demente, pero uno bastante astuto.
–No hay nadie con dos dedos de frente que trabaje para nuestro señor. – Se lamentó Fabian.
–Pensé que era mejor matarla antes de que pudiera abrir la bocaza. Pero mira, fue increíble. La cara le cambió en cuanto se murió. ¿Cómo puede ser?
–Por un objeto mágico. – Gruñó Fabian. – Es del duque de Ramis, aunque ahora aseguran que se lo robaron.
La condesa de Falcon era sospecha de muchos cargos, de haber usado un artefacto, haberle usurpado la identidad a una criada, tener veneno en el anillo y usar la salita de Katherine sin permiso, así que por el momento la realeza había dejado a Roy estancado. La condesa estaba muerta, por lo que una confesión era imposible, pero se estaban dedicando a mirar con lupa cada posesión bajo su nombre.
–¿Sabes cuál es tu cargo más grave?
–Asesinato.
–Sí. El resto dan más o menos igual, pero asesinar al heredero de un duque es grave. Bueno, ya está. ¿Por qué usaste tu propia arma para matar a la condesa? Entraste a palacio con un arma, podrían acusarte de intento de asesinato al rey.
Roy se rascó la barbilla y dijo:
–…Pues, es que siempre la llevo…
–…Pues muérete. – Replicó Fabian, enfadado.

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