105: Negociaciones (3)

agosto 29, 2019


Las negociaciones con el rey fueron pan comido. Kwiz detestaba el temperamento de su cuñado y le caía bien Roy después de haberlo tenido como su guardaespaldas durante aquel último año. Además, sabía que el soldado no asesinaba indiscriminadamente, por lo que la ayuda financiera que Hugo le propuso fue suficiente para que el monarca mordiese el anzuelo.
–Pero, ¿el señor Krotin ha dicho que lo hará? Los tuyos son-…
El honor era lo que tanto nobles como caballeros valoraban más en su vida. Ni siquiera se les pasaba por la cabeza renunciar a ello, por eso Kwiz no entendía que Roy hubiese accedido a algo semejante. Poco sabía que Roy era su antítesis, alguien dispuesto a tirar su honor por la borda si era necesario.
–Tengo una condición: mi suegro tiene que estar de acuerdo. Y, bueno, te dejo a ti la tarea de persuadirlo.
–De acuerdo, yo también tengo una condición: quiero que la verdad sobre este incidente quede enterrada.
Los muertos no podían hablar, cuántos menos supieran, menos contarían. A Hugo no le importaba cuánto esfuerzo tuviese que emplear en apartar a su esposa del incidente. Quería protegerla como flor en un jarrón, no quería que sufriese ni el más mínimo rasguño.
Su esposa era la señora de la casa de los Taran cuyas acciones y movimientos atraían las miradas de todos. Como cualquier otra persona con fama entre los círculos más sofisticados, a su nombre le precedían un sinfín de rumores con los que se podía vivir siempre y cuando no fueran ningún escándalo.
–¿Eh? ¿Ni siquiera yo puedo saber por qué el señor Krotin lo hizo?
–Hablaré con el duque Ramis y le informaré de el resultado, Su Majestad. – Hugo ignoró las quejas del rey.

*         *        *        *        *

Hugo se encontró con el duque de Ramis aquella misma tarde. Los dos hombres se sentaron uno en frente del otro en uno de los locales frecuentados por aristócratas más distinguidos. Sin preámbulo, intercambiaron un saludo breve y Hugo se dirigió directamente al asunto.
–El primer documento contiene toda la información sobre lo sucedido según el soldado aprisionado. – Le explicó conforme le entregaba tres documentos al duque. – Creo que entenderá por qué su hijo ha acabado de esta manera.
Hugo adivinó que la vida del hijo del duque de Ramis no era algo compensable con dinero, así que pensó en una alternativa.
El rostro del duque se ensombreció conforme avanzó con su lectura del primer documento. Había gato encerrado en la muerte de David, pero jamás se habría imaginado que estaría relacionado con la duquesa de Taran. Tampoco podía preguntarle su lado de la historia a su hijo, así que nunca llegaría a saber qué hacía en la salita privada de la princesa o el motivo por el que le había dejado una reliquia familiar a una condesa. La declaración de Roy tenía sentido e incluía toda una serie de pruebas circunstanciales sobre los continuos encuentros de David y Anita o los varios intentos de ligar con la duquesa de su hijo. ¡Ah, necio! ¿Cómo se le ocurrió? Por desgracia, el duque de Ramis era incapaz de afirmar que su hijo no haría tal cosa ni en sueños. Percatándose de ello, el duque se sintió abochornado por las fechorías de David y pensó en lo vanos que habían sido sus años en esta tierra. No obstante, como político experimentado que era, sus pensamientos no se reflejaron en su rostro.
–No voy a decir que todo esto sea mentira, admito que mi hijo pudo cometer errores, pero no creo que sea suficiente para perdonar a alguien que le dio una muerte tan miserable y que ha causado tantísimos malos rumores sobre el hijo de un duque.
La esquina de los labios de Hugo se curvó mezquinamente. ¿Errores? De estar vivo, él mismo le habría cortado las extremidades y lo habría lanzado a los cerdos para que se lo comieran. Todavía había tenido suerte. Y en el caso en el que no hubiese podido asesinar a David con las de la ley, habría destrozado a la familia Ramis. Lo ocurrido era una bendición para su familia.
–Lea el siguiente documento y avíseme si encuentra algo a lo que se le pueda llamar: “error”.
El siguiente informe recopilaba toda la información sobre la asociación de jóvenes fundada por David, sus resultados y hasta qué punto eran peligrosos sus líderes. Por supuesto, ahora mismo se trataba de una organización minoritaria que apenas pululaba por las sombras del reino, pero había pruebas que demostraban lo peligroso que podría volverse en cuestión de tiempo.
La decepción y la ira que el duque de Ramis sentía por su hijo asomó en su ser. Para el anciano, la familia a la que había consagrado su vida entera era mucho más importante que él mismo, mucho más que su hijo. Ahora su preocupación tiró por otros caminos: el ducado ya tenía un heredero, pero tal vez las estupideces de David podrían dañar el honor de la familia.
–Supongo que se imagina cómo reaccionará Su Majestad el rey si lee estos documentos.
El duque de Ramis cerró los ojos pesarosamente. El rey era cruel, un hombre que había asesinado a muchos de sus hermanos para asegurar su lugar en el trono y que no vacilaba en derramar sangre para protegerlo. Si leyese cualquiera de lo que tenía entre manos ahora mismo, las dudas acecharían al corazón del monarca que, algún día, le atacaría y tomaría la decisión de acabar con ellos.
El duque procedió a abrir el último documento temeroso de qué clase de información pudiese contener. No obstante, todo lo que leyó fueron las preferencias sexuales de su hijo, algo que no le incumbía ni interesaba.
Hugo había continuado indagando en el distrito rojo sobre David. Cualquier pista los llevaría a un lugar más oscuro y así fue como se enteró de que el heredero del ducado había estrangulado a una prostituta.
–Esto es mi as bajo la manga.
El duque de Ramis frunció el ceño. Todo aquello era irrelevante, ¿para qué querría usar esta información insignificante cuando su hijo ya estaba muerto? A los nobles les encantaba cotillear, pero guardaban cualquiera que pudiese corromper su reputación.
–Como ya sabrá, el lugar de los hechos fue la salita de la princesa Katherine que el rey ha prohibido seguir llamando así.
La gente llamaba al caso: “lo ocurrido en el palacio” e incluso pocos sabían que todo había transcurrido en la salita de Katherine gracias a la ofensiva del rey.
–Si las negociaciones no son fructíferas presentaré todos estos documentos ante Su Majestad y le informaré de los dos rumores que correrán de boca a boca: uno sobre las preferencias sexuales del conde Ramis y otro sobre la lujuria que sentía por la princesa Katherine. Es decir, le haré elegir entre el conde Ramis y su hermana.
–¿Me está diciendo que piensa… amenazar a Su Majestad?
–Sólo digo que pienso hacer lo que haga falta.
–¿A qué está jugando? – Preguntó el duque de Ramis exhausto y con manos temblorosas.
–Tengo que salvar a mi soldado para proteger el honor de mi mujer y-…
–¡Imposible! – Respondió el anciano.
–Permítame terminar la frase. Y el del conde Ramis. – Continuó Hugo omitiendo que sólo mientras el presente duque siguiera con vida.
Quería resolver el asunto y borrarlo de las mentes de la gente. Iba a ocultar a Roy de los ojos acusatorios hasta que el duque falleciese y, entonces, aprovecharía su ausencia para afirmar que Roy fue acusado injustamente y que el culpable fue otro. Para ello tendría que volver a negociar con el que sería el nuevo duque y el rey, aunque no significaría mucho esfuerzo.
Hugo le explicó su plan de cambiar a Roy por alguien condenado a muerte para sorpresa del duque de Ramis que sólo luchaba por el honor de su familia. El anciano no tenía la energía necesaria para batallar contra el duque de Taran.
–Su Majestad no sabe que mi mujer está involucrada en el asunto. Se lo acabó de confesar a usted porque espero que colabore conmigo y que sea un secreto que se lleve a la tumba.
–…De acuerdo. A cambio, quiero que se ignore toda la información que haya recopilado sobre la asociación y… Yo me ocuparé de esa asociación personalmente.
–Me parece bien.
Hugo recogió uno de los tres documentos que había dejado sobre la mesa en el que figuraba el nombre de su esposa.
–¿Por qué lo está llevando tan lejos?
–Usted quiere proteger a su familia y yo a mi mujer.
Hugo maravillaba al duque de Ramis cada vez que lo veía. El joven era el amo y señor del norte además de ostentar el título de duque de Taran. No actuaba a espaldas de los demás y hacía lo que le venía en gana, pero a nadie le disgustaba porque era algo normal para “el duque de Taran”.

*         *        *        *        *

El rey fingió ignorancia sobre el pacto entre los duques y la situación fluyó como una flor en un arroyo. Fabian rebuscó el país entero hasta encontrar al prisionero perfecto para intercambiarlo por Roy y el rey anunció la condena a muerte de Roy por asesinato. El día de la ejecución Roy abandonó la capital a la velocidad del trueno sin ser visto hasta el portal.
Lucia daba vueltas por el recibidor impaciente por noticias. Le entristecía no haberse podido despedir de Roy, pero arriesgarse no hubiese sido sensato.
Jerome abrió la puerta seguido de Fabian y Lucia alzó la cabeza.
–¿El señor Krotin…?
–Está a salvo.
Lucia suspiró aliviada.
–Lo siento mucho, no sé qué hacer. Por mi culpa ha perdido su honor y se ha tenido que escapar al norte.
Fabian no consiguió empatizar con la aflicción de la señora de la casa. Roy había partido hacia la frontera del norte encantado.
–¿Le habéis dicho que se lo agradezco mucho y que lo siento? ¿Y que espero que le vaya bien?
–Sí, señora. Pero el señor Krotin quería preguntarle una cosa…
–¿El qué?
–…Si de verdad se acuerda de todas las nobles que le hablan.
Roy se lo había preguntado totalmente serio y le pidió que le enviase la respuesta en cuanto la supiera.
Lucia estalló en sonoras carcajadas.
–Claro que no, sólo fijo que sí.
–…De acuerdo, se lo haré saber. – Respondió Fabian con una expresión amarga.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images