106: Negociaciones (4)

agosto 29, 2019


 –Se me cae la cara de vergüenza.
Tras ocuparse de todo, Hugo le suplicó perdón a su esposa por todas las experiencias terribles y aterradoras por las que había tenido que pasar por su culpa. Tanto el conde de Ramis como la condesa de Falcon se habían unido en su contra y, como les había sido imposible atacarle a él directamente, habían dirigido sus planes hacia ella. Y es que precisamente porque una de las partes involucradas era la condesa de Falcon, Hugo no se atrevía a mirar directamente a Lucia. Todo había sido una artimaña de su ex-amante. Aquello había sido el fruto de su ineficacia lidiando con sus problemas.
–Seguro que te he decepcionado.
Lucia quería consolar a su marido de expresión amarga. No lo culpaba por el incidente, era coincidencia.
–No, Hugh. No me has decepcionado.
Hugo cogió la mano que le cubría la suya para consolarle y la besó.
–Lo siento.
–No es culpa tuya.
–No tendrías que haber pasado por esto.
–Si es el precio de estar casada contigo, encantada.
–…Eres… – Sus palabras emocionaron a Hugo. No se la merecía.
–No quiero que te sientas mal por mí, pero tengo una petición.
–¿El qué? – Hugo quería darle todo lo que pidiese, aunque fuese el mundo.
–Quiero compensar a la familia de mi criada. Me apena no haber sido capaz de protegerla.
–Que así sea, pero no hace falta que protejas a tus criados. Se les contrata para que ellos te protejan a ti.
–Sí, es su trabajo, pero yo también debo hacerlo. El señor Krotin me protegió y tú le protegiste en mi nombre, ¿no?
Para Hugo, los criados eran herramientas. No acababa de comprender esa comparación con Roy, pero más o menos sabía por dónde iba.
–Tienen sentimientos y opinión. También se entristecen cuando pierden a un familiar. La familia de mi criada odiará al asesino, pero no podrán hacer nada.
–¿Si se les compensa no lo harán?
–El dinero no puede reemplazar la vida, pero les consolará. Compénsales como se debe, Hugh. Diles que su hija no murió en vano, que perdió la vida cumpliendo una misión importante. Que nos apena perder a alguien tan talentoso. Ojalá pudiese ir yo en persona, pero-…
–No.
–Lo sé. Por eso irás tú.
–…Vale.

*         *        *        *        *

El rey declaró la finalización de la investigación de lo ocurrido en la salita de su hermana tras, presuntamente, ejecutar al caballero Krotin. Ambos duques, tanto el Taran y el Ramis, guardaron silencio y las gentes encontraron un nuevo cuchicheo y olvidaron todo lo relacionado con aquel asunto peliagudo. Sólo quedaba perfeccionar el cierre. Hugo ordenó a Fabian lidiar con todos los cabos sueltos, en particular, con el precio del silencio del monarca.
–Mi señor, de verdad va a… ¿Todo esto? – Siseó el lacayo patidifuso en cuanto ojeó los detalles sobre el precio en los documentos que su señor le pasó.
El precio era vertiginoso, casi un 10% de las propiedades no ocultas del ducado de los Taran. En realidad, más del 90% de la posesión capital seguía escondida del público, lo que iban a darle al rey apenas era notable en comparación. Pero… ¡Que la vida de ese hijo de puta fuese tan cara…! Fabian se quedó de piedra.
–Me parece barato para ser el precio de una vida.
Fabian continuó remugando y quejándose para sus adentros sobre la injusticia de pagar tanto a un monarca que se había lavado las manos en el asunto.
–¿Cuánto se suele pagar para compensar la muerte de una criada?
–Se les suele entregar el cuerpo, la paga final de la fallecida y, de paso, se les paga el funeral.
–¿Cuánto sube?
–Más o menos lo que hubiesen sido cinco años de trabajo de la criada.
El asesinato de un plebeyo no quedaba impune hasta que el noble compensaba monetariamente la pérdida. Sin embargo, la capital era prácticamente una colmena de nobles que raramente se encontraban con los plebeyos, por lo que era imposible coincidir. Todo trabajador de un noble o de la familia real debía prepararse para morir en cualquier momento, aunque esto no amainaba la fiera competición por los puestos.
Hugo recordó la conversación que había mantenido con su esposa. No comprendía la empatía extrema de Lucia, pero le había pedido que compensase la pérdida y no le suponía ninguna molestia.
–Entrégale a la familia de la criada lo equivalente a cincuenta años trabajados y envía a alguien a dar el pésame de mi parte. Ya de paso, consíguele trabajo a quién lo necesite de la familia.
Fabian se quedó atónito mirando a su señor como ausente. Hugo frunció el ceño y eso le sobresaltó.
–Sí, por supuesto. – Apremió. – ¿Algo más? ¿Y el resto de víctimas?
–De esos se encarga la familia real.
A los trabajadores de palacio les compensaba el palacio independientemente del autor de los crímenes. Para Kwiz ni siquiera significaba una pérdida: lo pagaría con lo incautado de la condesa de Falcon a la que se la había condenado por traición y conspiración. Ahora, privada de sus títulos y castigada con la muerte, también había perdido toda posesión.
–No creo que la compensación real vaya a ser mucho.
–Seguramente.
–Pues haz lo mismo con ellos.
Hugo quería encargarse de todo ya que las víctimas habían perdido la vida para proteger el honor de su esposa.

Ya fuera del despacho del duque, a Fabian se le cambió la cara. Allí de pie contra la puerta de la habitación pensó en que tal vez era posible cambiar a las personas. Era sorprendente. Para el espía la personalidad de la gente era innata, algo que quizás podría influenciarse, pero cuyos fundamentos no variaban hasta la muerte. El duque que Fabian conocía no hubiese mencionado la familia de una criada muerta jamás. No le importaba su alrededor. Se guiaba por interés e ignoraba a todo aquel que no cayese dentro de su círculo cercano. Incluso pensaba que él mismo era una mera herramienta para el duque, algo desechable. Y, sin embargo, su señor había movilizado todas sus fuerzas para proteger a Roy.

*         *        *        *        *

Roy regresó a la frontera norteña, cerca de donde se había criado. El joven soldado había jurado venganza a los bárbaros que, en su niñez, invadieron su aldea y acabaron con sus seres queridos. Engreído, creció creyéndose el mejor y, al final, unos bárbaros lo secuestraron por su físico. Les serviría como esclavo, pero antes debían entrenarlo a base de latigazos y ataduras hasta que un muchacho lo rescató. Durante una temporada cuidó de sí mismo. Se alimentó de las alimañas que habitaban en el bosque y entrenó sus sentidos y habilidades matando a los bárbaros que se encontraba hasta que, cierto día, pudo vengar a sus padres.  Completamente solo, atrajo a un puñado de gente y los asesinó como un loco. Poco después, volvería a encontrarse con su señor.
Roy se enderezó. Ahora que estaba oficialmente muertos nadie le molestaba. El soldado había estado pululando por la frontera hasta terminar en el bosque de los bárbaros. La zona parecía desierta y la noche acaeció sobre él rápidamente. Asó un conejo y de dispuso a conciliar el sueño cuando una persona desconocida se le acercó puñal en mano. Antes de poder degollarlo, Roy la hizo rodar y le apretó el puñal del atacante contra el cuello.
Kuya se desmayó y no recuperó el conocimiento hasta la mañana. Estaba atada contra un árbol y aprovechó para repasar lo ocurrido la noche anterior. Roy, poco después, apareció por detrás de unos arbustos con un cervatillo en la espalda. Lo descuartizó con indiferencia mientras que Kuya se estremecía ante semejante salvajada.
–¿Quién eres? – Le preguntó Roy mientras comía despreocupadamente.
–¡Demonio rojo! – Exclamó la mujer en un idioma extranjero.
–Hacía mucho que no me llamaban eso. – Contestó él en el mismo idioma tribal.
–¡Mátame! ¡Ahórrame la humillación! – Gritó Kuya.
–¿Yo qué te he hecho para que me trates así? Aquí la que ha intentado asesinar a alguien que dormía indefenso eres tú.
–¡Eres el enemigo de mi familia! – Replicó ella.
–Pero si no he hecho nada. – La mujer le recordaba a un gato salvaje. – Ah, ¿este cervatillo era tu familia? Vaya, perdona.
La mujer tembló de rabia y chilló asegurándole que lo mataría. Roy observó a la muchacha menuda que se retorcía con todas sus fuerzas. No parecía ser muy mayor, de hecho, apenas parecía pasar la mayoría de edad. Ver la malicia de aquella mujer era divertido después de tanto tiempo viéndose rodeado de nobles aburridas.
–Demonio rojo.  – Le llamó ella. – Mataste a mi hermano, a mi padre y a muchos de mi aldea. ¿No te acuerdas de lo que hiciste hace ocho años?
Roy rebuscó en sus recuerdos y sólo hubo un incidente así hace ocho años.
–Tus padres mataron a los míos. Yo también me estaba vengando.
La mujer se sobresaltó y guardó silencio. Roy aprovechó el momento para echar una cabezadita hasta que le llamó la naturaleza y se puso a mear a escasos pasos de la prisionera. La mujer le regañó de mala manera y él decidió alejarse un poco más para que no le tuviese que ver.
–Reconozco que la venganza fue justa.
–Vaya si eres directa. ¿Ya no me quieres matar?
–Una cosa no quita la otra. Tengo que vengarme.
–¿Entonces, sí?
–Exacto, por eso será mejor que me mates.
Roy reflexionó unos instantes antes de acercarse a Kuya con un puñal. Kuya cerró los ojos, pero, inesperadamente, lo único que cortó el cuchillo fue la cuerda que la mantenía presa. Confundida, se alejó de Roy.
–¿No creerás que esto me hará cambiar de opinión?
–Adelante. Yo también reconozco que es justo que quieras venganza, pero no voy a morirme porque me lo digas. Adelante, inténtalo si puedes.
Kuya se lo quedó mirando unos minutos algo confundida. Aquel hombre no era la viva imagen de aquello que se le había descrito como el demonio rojo, aunque no dejaba de ser el enemigo de sus padres. Decidida, Kuya desapareció por el bosque.
–Qué agresiva. – Rio Roy.
No comprendía qué le había impulsado a liberarla. Era la primera vez que no cortaba un problema de raíz, pero es que no detestaba el aroma de la muchacha. Al parecer, tenía diversión para rato.

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