107: Como debe ser (1)

agosto 29, 2019


 La reina hizo su esperada aparición en el banquete de celebración de cumpleaños del rey. Beth había aprovechado la excusa de la maternidad para encerrarse y aislarse en el palacio tras la muerte de su hermano, lo que contribuyó a que empezasen a correr rumores de un aborto. No obstante, todas las habladurías se convirtieron en cenizas en cuanto se presentó en el festín, mano en el protuberante vientre.
Como el resto de nobles, Lucia se acercó a Beth para saludarla después de varios meses. A la duquesa le apenaba no ser capaz de consolar a la reina que ignoraba la realidad sobre la huida de Roy.
–¿Qué tal está, Su Majestad?
–¿Y tú, duquesa? Hacía mucho que no nos veíamos.
A diferencia de lo que se temía Lucia, la reina le habló con suavidad. Beth sonrió al ver la apariencia arrepentida de la muchacha. ¿Qué culpa tenía ella? Si bien era cierto que la había resentido durante una temporada tras la muerte de David, en realidad, aquello no había sido por que fuese la duquesa, sino porque por el momento repudió a todo el involucrado. Su padre la había visitado para informarla de que su hermano no había muerto sin acarrear algún que otro pecado en su espalda. Se centró en la vida que estaba creándose en su interior y en pensar positivamente por el bien de su hijo.
–Me he engordado, ¿verdad? Es lo que pasa cuando estás embarazada.
–Diría que está más tranquila.
–Sí, por supuesto. Y mi niño no deja de moverse.
–¿Cuándo está previsto que dé a luz?
–En un mes. Pero, ahora que lo mencionas, ¿cuándo escucharemos una buena nueva de ti, duquesa? Llevas dos años casada, ¿no?
–…Sí. – Lucia esbozó una mueca sin apartar la vista del vientre de la reina.
¿Qué se sentiría teniendo a otro ser dentro de ti? Nunca lo había vivido, ni siquiera en su sueño. Le habían contado que los bebés daban pataditas cuando estaban dentro… ¿Qué se sentiría? Dar a luz era doloroso, terriblemente doloroso y un riesgo para la salud de la madre. Pero se veía capaz de aguantarlo. Lucia miró de soslayo a su marido que se encontraba charlando con otros nobles y el rey. ¿Todavía quería no tener hijos? Tal vez fuese cosa del buen tiempo, pero ella deseaba ser madre. Deseaba coger en brazos a su niño. Se había planteado varias veces empezar a tomar la cura a la infertilidad en secreto, pero reconocía que ambos eran jóvenes y que tiempo al tiempo.
–Me he enterado de que Su Majestad planea casar a las princesas que quedan en palacio.
–Yo también. ¿Cuántas quedan?

Hugo fingía escuchar a la persona que le estaba hablando, pero en realidad, sólo le prestaba atención a su esposa. Quería tenerla a su lado, pero nadie más lo estaba haciendo, así que debía contentarse con mirarla de vez en cuando. De hecho, si no la veía durante un rato, se ponía nervioso. Al principio le pareció que su mujer estaba conversando con las nobles como siempre, hasta que, fijándose, descubrió que la mirada de su esposa estaba centrada en el vientre de la reina. Fue como si le tirasen un cubo de agua helada.

*         *        *        *        *

Hugo se dirigió a los aposentos de su esposa después de bañarse. ¿Querría ser madre? Se preguntaba sin cesar. Podía dárselo todo, el mundo si así lo deseaba, todo… excepto un hijo. La maldición de su sangre lo impedía. Años atrás le pareció una bendición. Podría jugar con todas las que quisiera sin preocuparse. Después de leer los repugnantes secretos de los Taran decidió poner fin a toda su estirpe.  Pero… ¿ahora qué? Hugo se miró las manos. Se sentía vivo. Antiguamente desahogaba sus frustraciones, el disgusto de existir cabalgando demencialmente a lomos de su corcel, pero ahora había cambiado algo. Hugo repasó la estancia con la mirada hasta encontrar a su mujer. La sensación de aquel dormitorio era agradable. Verla le hacía desear besarla y colmarla de ternura. Estar vivo ya no era una tortura, porque le permitía poder tocarla. Su soledad murió. En algún momento empezó a soñar con un mañana con ella. Un futuro con su esposa meciendo a un niño mientras le sonreía. Pero él no podía darle un hijo.
¿Cómo se lo diría? ¿Debía contarle el horrible secreto de su familia? Odiaba la idea. No deseaba mostrarle la oscuridad de su ser a la mujer a la que amaba. Temía que su mirada cambiase. ¿Y si le decía que quería ser madre? ¿Qué haría?
–No te acerques que todavía me tengo que secar el pelo. – Le advirtió Lucia en cuanto lo vio pasar por la puerta.
Para evitar el bochorno de tener que volver a lavárselo por la mañana o disculparse con la pobre criada que tardaba un buen rato en desenredárselo, Lucia dejó de dormir con el pelo mojado. Ahora le quitaba la humedad y se aplicaba una loción para mantenerlo en su sitio, sin embargo, su esposo no esperaba el tiempo necesario y la atacaba siempre.
–Te he dicho que no te acerques. – Le repitió cuando su esposo hizo caso omiso a su advertencia y ella retrocedió un paso.
La situación divirtió a Hugo. Lucia se vio reducida a una presa. Corrió para poner la cama entre ambos, pero como una bestia salvaje, su esposo se abalanzó y le rodeó la cintura.
–¿Por qué gritas? ¿Te gusta?
–¡No!
Hugo le besó el cuello y le manoseó uno de los pechos mientras le frotaba lo que ocultaban sus piernas con la otra.
–¿Te apetece que juguemos fuerte, amor mío? – Le susurró al oído.
–¡Hugh! – Exclamó, estremecida.
Hugo la lanzó a la cama y se le puso encima. Ella evitó su mirada, sonrojada. Él le abrió la toalla y admiró su cuerpo desnudo.
-¿Estás excitada? ¿Por qué?
–¿…Puedes parar de molestarme?
El sonrojo de la muchacha le entumecieron una parte del cuerpo que ansiaba penetrarla, pero su sensatez lo controló: su mujer era demasiado dulce como para no deleitarse con su sabor. Le separó las piernas y hundió la cabeza entre ellas.
–¡Ah!
La sensación era electrizante. La lengua de él la exploró despiadadamente.
–¡Ah!
Lucia se cubrió el rostro con las manos mientras gemía. Aunque se retorciese, Hugo le sujetaba las caderas, inmovilizándola. El sonido húmedo era bochornoso. La joven chilló de placer.
–¿Por qué no me miras a los ojos, Vivian?
–…Me da vergüenza.
–¿Qué?
–…Es… obsceno…
–¿Te da vergüenza que te guste lo que te hago con la lengua? – Preguntó él con una sonrisa de oreja a oreja.
Ella se lo miró desaprobadoramente. Era adorable. Le separó los labios con el pulgar y la besó apasionadamente. Su deseo se apoderó de él y la penetró sin misericordia ninguna.
–¡Ah!
La oleada de placer la dejó sin aliento.
–Estás demasiado… apretada… – Hugo movió las caderas.
–Ah…
–Joder…
El interior de su esposa se aferraba a su miembro erecto y lo estrujaba al compás. Era adictiva. Hugo tomaba a su esposa casi a diario, le complacía, le sorprendía. Era tan adicto que la noche de descanso se la pasaba luchando contra sus impulsos. La satisfacción de que su amor fuese correspondido le satisfacía a un nivel más allá del físico.
Lucia alzó la vista para mirarla mientras su marido la exploraba tranquilamente, saboreándola. Tenía la mirada borrosa y el ceño algo fruncido. Fue en ese momento que recordó lo que Katherine le había enseñado. Cuando entrase en ella, debía relajarse; cuando saliera, debía apretar. La joven así lo hizo y el efecto fue inmediato. El ceño fruncido de Hugo se volvió más evidente y le agarró el trasero con más fuerza. Lucia repitió unas cuantas veces hasta que él ahogó un gemido y gruñó.
–Para.
Lucia fingió ignorancia.
–¿De hacer qué…?
–Estás haciendo algo que no has hecho nunca.
La reacción de Hugo la sorprendió. No es lo que esperaba.
–…Pero me dijeron que a los hombres os gustaba.
Hugo se detuvo y frunció el ceño.
–¿Quién? – Ella no contestó. – Seguro que han sido las nobles con las que te juntas. – Continuó, chasqueando la lengua.
–¿No te gusta? ¿Esto? – Dijo y lo repitió.
–No me excites si no vas a poder soportar las consecuencias.
Hugo se puso los tobillos de su mujer sobre los hombros y la penetró sin misericordia ninguna. Ella abrió los ojos como platos.
–¡Ah!
–Puedes gritar más alto, no tienes ni idea de lo mucho que me estaba conteniendo. – Aseguró aumentando la velocidad y el vigor simultáneamente.
 

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