109: Como debe ser (3)

agosto 29, 2019


 La reina dio a luz a una niña.
–¡Jajaja! – Rugió Kwiz loco de contento. – ¿Una princesita?
Kwiz estaba encantado. Hugo le había oído mencionar cuánto deseaba a una bebé y, aunque hasta ahora no le había interesado, ver al monarca tan fausto le provocó un sentimiento extraño. Aquel no era el primer hijo de Kwiz, ¿por qué tanto regocijo?
–¿No va siendo hora de que te toque a ti?
–…Todavía no.
–Imagina tener a una hija que se parezca a la duquesa que tanto amas. Bueno, voy a ver a la princesa. Una princesita, eh. Una princesita.
El rey canceló todos sus compromisos para poder admirar a su recién nacida, por lo que Hugo pudo regresar a casa antes de hora. En el carruaje, el duque suspiró pesarosamente: la noticia del nacimiento de la princesa no tardaría en llegarle a su mujer.
Lucia jamás le había pedido explicaciones por no querer hijos, había aceptado el hecho. Era tremendamente comprensiva, pero había mentido. Ella jamás le exigiría una respuesta por mucho dolor que le causase cualquier cosa que él hiciera. Era el tipo de persona que prefería guardárselo y tragárselo sola.
Tenía que contárselo.

Al llegar a la mansión, Hugo le pidió a Jerome que le avisase cuando su mujer volviese de la quedada a la que había asistido aquella tarde y se encerró en su despacho hasta entonces.
–¡Qué pronto has llegado hoy! – Lucia le saludó feliz como si le hubieran regalado algo. Sonrió de oreja a oreja y se acomodó entre sus brazos.
–¿Te lo has pasado bien?
–Sí, bastante. – Hugo le rodeó la cintura y la acompañó escaleras arriba. – ¿Cómo es que has llegado tan pronto? – Preguntó ella ya en el sofá del dormitorio.
–Ha nacido la princesa.
–¡Oh, vaya! Qué maravilla. La princesa Katherine me había dicho que quería que fuese niña.
–Su Majestad también estaba contento.
Hugo dejó de hablar durante unos instantes lo que le indicó a Lucia que quería decirle algo difícil.
–Damian está bien, ¿no?
–¿…A qué viene esto?
–Supongo que como estamos hablando de niños, sin querer, he pensado en él.
–El chico está bien. No le pasará nada.
–Me alegro. ¿Por qué te pones tan tiquismiquis cuando le menciono?
–¿Qué? ¿Tiquismiquis?
–Eres su hijo, haz el favor de no ponerte nervioso por estas cosas.
–No me pongo de ninguna manera… – Suspiró. – Vale, vale, siento tener la mente tan cerrada.
Lucia se rio, le cogió la cara con las manos y le dio un beso en los labios.
–Yo te quiero seas como seas.
–¿…Lo suyo no sería que me dijeras que no tengo la mente cerrada?
–Bueno, es que a veces sí lo eres… – Lucia se detuvo a estudiar su expresión amarga y soltó una risita. – …Creo que has cambiado.
–¿Qué?
Cada vez se sentía más atraído por su mujer. Era menuda y frágil en comparación con él, pero lo manejaba como se le antojaba y lo peor es que no le disgustaba.
Hugo la besó y ella sonrió. La pareja continuó charlando sobre la bebé con entusiasmo, así que las preocupaciones del duque se disiparon.
–Hablando de bebés.
–¿De los príncipes?
–No, del nuestro.
Lucia no dio crédito a sus oídos. Jamás hubiese imaginado que le escucharía decir: “nuestro” en un tema de niños. Se le aceleró el corazón y tragó saliva con nerviosismo.
–Ya te había dicho que tengo un secreto que no sabe nadie más.
–…Sí.
–Todavía no te lo puedo contar todo, pero creo que deberías saber una parte. – Y entonces, Hugo guardó silencio una vez más. Era la primera vez que Lucia le veía tan agitado y, justo cuando iba a decirle que no hacía falta que se lo contase, su marido continuó. – No puedo darte hijos. Los Taran estamos malditos.
Hugo pasó a explicarle su situación familiar mezclando verdades con mentiras, ocultado ciertas partes. Le confesó que su familia sólo conseguía descendencia a base de juntarse entre ellos, aunque cambió lo de medio hermanos por primos y aclaró que la mujer necesitaba tomar ciertas hierbas para concebir.
A Lucia se le cambió la cara de golpe.
–Para tener hijos tienes que casarte con una prima, si no hay que estar comiendo una hierba en cuestión… Y la única persona que sabe cuál es esa planta es el señor Philip.
–Sé que es una locura.
–No, te creo. Entonces… la madre de Damian era tu prima.
–…Básicamente.
Lucia estaba confundida, pero tenía sentido. Por eso no existían bastardos bajo sus alas a pesar de sus muchas relaciones y por eso no se preocupó de protegerse durante su primera vez.
Xenon prohibía las relaciones entre familiares, sin embargo, en otros reinos era algo natural sobretodo entre nobles y la realeza. A Lucia le sorprendió que su esposo mostrase tal animadversión por algo que desafiaba la moral.
–Entonces, seguro que tenías una prometida.
–Está muerta. Ya no existen mujeres de los Taran. Los únicos que quedamos con este linaje somos Damian y yo. Y aunque existiese una mujer que cumpliese los requisitos, no me casaría con ella para tener un hijo. Mi linaje acaba conmigo. Te lo dije. Estoy maldito. Quería acabar con todo esto.
Lucia se enfrentó a un matojo de sentimientos complicados. A Hugo le repugnaba su familia y él mismo. Pretendía estar hecho de acero, pero en el fondo, le cubrían las heridas.
–No estás maldito, Hugh. – Le consoló Lucia tragándose las lágrimas. – Un niño tan adorable como Damian tampoco es una maldición. Me alegra que estés aquí. Si no, no te habría podido conocer. Quiero que te ames tanto como lo hago yo, por favor.
Hugo apoyó las manos sobre las de su esposa que le tocaban el rostro y cerró los ojos. Quizás no consiguiese quererse jamás, pero al menos no condenaría su propia existencia porque, tal y como ella acababa de decir, había sido capaz de conocerla gracias a estar vivo.
–Por eso me dijiste que no querías niños.
–No es que no quiera tener un hijo contigo.
–Lo sé.
–Me encantaría tener uno contigo si pudiera.
A Lucia se le iluminó la mirada.
–Pero me dijiste que no te gustaba la idea.
–No me gusta, pero si es el tuyo no me importa.
–¿Entonces…? O sea, ¿si estuviera embarazada, lo aceptarías?
–Con gusto.
–Te creo.
Que Hugo estuviese dispuesto a ser padre a pesar de que fuese imposible para ambos enterneció a Lucia. Aquel hombre que detestaba la idea de la paternidad acababa de decirle que querría tener un niño con ella.
–Gracias, Hugh. Te entiendo y estoy bien. Ah… Entonces, Damian tampoco podrá tener hijos… Espero que no le siente mal.
–¿…Estás pensando en el chico en medio de esta conversación?
–Claro, soy su madre, Hugh. Tienes que contárselo.
–Ya me ocuparé de ello.
Lucia creía haber abandonado la idea de ser madre, pero, aun así, continuaba albergando una mínima esperanza. No quería mostrarle ese lado suyo e intentó ocultar su decepción con una sonrisa. Las lágrimas se arremolinaron en su mirada que compartían el mismo dolor que el de su marido.
–Lo siento.
–¿Por qué? – Hugo la abrazó. – Anda que, estaba intentando no llorar. Qué débil soy.
–¿Qué dices? – Hugo suspiró. – Eres la mujer más fuerte que he visto en mi vida.
Hugo la estrechó entre sus brazos mientras ella lloraba. Era la primera vez en toda su vida que tuvo deseos de llorar.

*         *        *        *        *

Lucia fue a una pastelería de la ciudad con un grupo de nobles que habían sacado el tema en la última fiesta de té a la que acudió. Extrañamente, llevaba días con el antojo de algo dulce, así que la propuesta de las otras mujeres le vino de perlas y se ahogó en tarta hasta que llegó la hora de marcharse para casa.
El tiempo era más frío y esperaba que la nieve no cuajase. Le preocupaba que Hugo tuviese que regresar a casa más tarde aquella noche. El trabajo de su marido había aumentado tanto que cierta noche Lucia le dijo que dimitiera porque casi no podían estar juntos. La expresión de Hugo fue un poema y recordaba divertida los murmullos gruñones de él cuando ella fingió ignorancia.
Quedaban diez días para Año Nuevo, así que la duquesa decidió dar por terminadas sus apariciones en público con la fiesta por caridad del día siguiente y no volver a pisar la calle hasta la fiesta de fin de año. Raramente no había fiestas en la capital, era un lugar ajetreado con constante exigencia de socializar, aunque sin lugar a dudas, lo más grande de aquel año había sido el nacimiento de la princesita Selena que estaba creciendo colmada del amor de sus hermanos y de sus padres. El matrimonio de Katherine también había sido un bombazo. En cuestión de meses aceptó y se casó a uno de sus pretendientes extranjeros, un magnate poseedor de muchos títulos entre los cuales se encontraba el de marqués aliado de Xenon. Kwiz aceptó con la condición de que se quedasen en Xenon una tercera parte del año y Katherine, jubilosa, le comentó a Lucia que había accedido al enlace porque le envidiaba la relación de Lucia y anhelaba experimentar algo similar.
El futuro que Lucia había predicho había cambiado radicalmente. El conde Alvin, que debería haberse casado con Katherine, había terminado con Sofia; el marqués Dekhan que debería haber sido el esposo de Sofia guardó luto y soltería tras el fallecimiento de su mujer… Lucia dejó de centrarse en sus recuerdos. Ya hubiese un parecido o discrepancia con ello, apenas se molestaba en contrastar ambas realidades. De hecho, todo lo que recordaba con tanta claridad empezaba a tornarse borroso.
La duquesa se fue directamente a la cama en cuanto llegó. Estaba agotada. 

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