110: Una vida apacible (1)

agosto 29, 2019


 –¡…-vian!
La sacudida y el rugido de su esposo la despertaron de repente. Lucia jadeó desesperadamente en busca de aire y escaneó su alrededor en pánico. Hugo se aferraba a sus hombros, le acariciaba la frente sudorosa y la tenía entre sus brazos.
–¿…Hugh?
Su marido no cesaba de susurrarle al oído que no pasaba nada, que todo iba bien mientras la mantenía pegada a su pecho permitiéndole escuchar el retumbo de su corazón acelerado. No fue hasta este momento que la propia Lucia se percató de su incontrolable temblor.
–¿Has tenido una pesadilla? Te he movido un par de veces, pero no te despertabas.
–Ah… sí.
Por primera vez en tantísimos años volvió a soñar sobre aquella terrible noche en la que se exterminó a la familia Matin y ella se vio obligada a subsistir en un agujero oscuro.
Ya no temblaba, pero la expresión agraviada de su esposa no convenció a Hugo.
–¿Llamo a un doctor?
–No, es que… me he sorprendido un poco. Ya está.
–¿Quieres agua?
Lucia asintió con la cabeza, pero en cuanto Hugo se dispuso a levantarse, ella se sobresaltó y se aferró a él.
–Ah, no. Da igual… Mejor… Quédate así conmigo…
–…No me voy a mover, no te preocupes. Tienes que cambiarte de ropa. Te resfriarás si duermes con eso. Voy a llamar a una criada, ¿te parece bien?
–…Sí.
Hugo tiró de la cuerda que usaban para llamar al servicio y le ordenó traer todo lo que necesitaba. Le ofreció un vaso de agua templada a Lucia, le limpió el sudor del cuerpo y la ayudó a ponerse otro camisón con calma y dulzura.
Lucia, entregándole su cuerpo a él, se limitó a descansar la cabeza en su hombro y rodearle la cintura con los brazos. Hugo le besó la frente con suavidad, consolándola en silencio.

*         *        *        *        *

Raramente se despertaba con su marido al lado. Lucia abrió los ojos y admiró el atractivo rostro de Hugo como hechizada. Se movió, ladeó la cabeza y le besó la barbilla. Él abrió los ojos, soñoliento, y le devolvió la sonrisa.
–¿Qué tal has dormido?
–Bien, ¿y tú? Te has tenido que despertar al alba por mi culpa.
–He dormido más para compensar. ¿Para qué me necesitas hoy?
–¿Qué…?
–Me pediste que me quedase.
–Oh, eso… – Lucia creía haberlo dicho para sus adentros. – Estaría medio dormida, no hacía falta que lo tuvieses en cuenta.
–He llamado a un doctor.
–¿Para qué?
–Anoche te quedaste dormida y no te inmutaste cuando llegué y me tumbé contigo. Además, te despertaste agitada a media noche y creo que tienes algo de fiebre.
A Lucia le pareció que estaba haciendo una montaña de un grano de arena, pero fue incapaz de evitar que llamase a la doctora que había contratado hacía dos meses y que ignoraba la condición de Lucia. La profesional aseguró que era algo habitual y perfectamente normal en las mujeres a punto de tener la menstruación.
–¿No estás ocupado? – Preguntó Lucia después de despedirse de la doctora.
–No.
–Pues me gustaría que nos quedásemos en la cama.
–Oh. – Hugo metió la mano entre los muslos de su mujer de inmediato.
–¡No para hacer eso! – Exclamó ella, quitándole la mano. – Me refiero a quedarnos en la cama, bebiendo té, desayunando… Hacer el vago. Contigo.
–No me parece mala idea, pero primero uno rápido.
–¡Es que no vas a parar! ¡Quiero beber té! ¡Y desayunar! ¡En la cama!
Ante la terca negación de su esposa, a Hugo no le quedo alternativa a quitar la mano de sus piernas como muestra de rendición.
–Vale, vale. Pídeles que te traigan el té ese que tanto quieres.
Lucia rio contenta y tiró de la cuerda para llamar a la criada mientras que Hugo la observaba como a un niño al que le han quitado su caramelo.
A Hugo su mujer le parecía inocente como una niña. La mayoría de los nobles festejaban o acudían a encuentros hasta el alba y se despertaban casi por la tarde, desayunar en la cama era parte de su rutina, nada extraordinario. Sin embargo, los Taran eran otro cantar. Las actividades sociales de Lucia eran mayoritariamente vespertinas o de por la mañana y raramente regresaba más tarde de la puesta del sol. Hugo, por su parte, volvía a casa en cuanto terminaba el trabajo y se despertaba al alba, unas horas antes que su mujer. Por eso mismo ninguno de los dos había tenido la oportunidad de quedarse a disfrutar del desayuno en la cama.
Lucia se deleitó del aroma del té que llenaba la estancia y pegó un sorbo. Se apoyó contra Hugo y saboreó su bebida satisfecha.
–¿Hoy llegarás tarde?
–Como siempre, ¿y tú?
–La fiesta de caridad a la que voy acabará por la tarde.
–¿O sea que hoy sólo tienes eso?
–También tengo una fiesta de té antes.
Las criadas les sirvieron un desayuno simple sobre unas mesitas que consistía en miel fresca, tortitas y dos tazas de leche.
–La leche de la taza de la derecha es un producto nuevo. Se ve que se procesa de otra manera y que la gente anda loca por ello. – Lucia bebió un poco. – Pruébala, está riquísima.
Hugo miró de soslayo la taza que le ofrecía Lucia, bajó la cabeza y le lamió los labios a ella.
–Sabe a leche. – Comentó encogiéndose de hombros.
Lucia se lo quedó mirando ruborizada y le faltó tiempo para comprobar que los criados estuvieran desviando las miradas y fingiendo que no habían visto nada.
–¿Qué… te parece? ¿La cambiamos por esta?
–Lo que tú quieras. Aquí la única niña que bebe leche eres tú.
–¿…niña?
–Niña. – Repitió Hugo entre risitas por la cara atónita de ella.
¿Se atrevía a llamarla niña él? ¿El mismo hombre que no hacía otra cosa que acariciarle las piernas y la cintura? Puede que los demás no vieran nada más que a la pareja sentada en la cama, pero bajo las sábanas el duque se rehusaba a parar quito.
Lucia le cogió la mano que la estaba manoseando, la levantó y la apartó encogiéndose de hombros.
–Me has dicho que soy una niña.
Hugo entrecerró los ojos y enterró la cara en su cuello.
–¡Ay!
Hugo la atrapó y le mordisqueó el cuello. Le hacía cosquillas y él no la soltó hasta que la escuchó gruñir. De repente, Lucia volvió en sí y se dio cuenta de que el servicio se había retirado junto la mesita con el desayuno para dejarles intimidad.
–¡¿Por qué eres así?! ¡Leñe!
Impasible, Hugo la sujetó por las muñecas, se las levantó por encima de la cabeza y atrapó sus labios.
–¡Para! – Rechistó ella, resistiéndose.
–No.

–Para… Me tengo que vestir para irme…
Hugo continuó cubriéndole el cuerpo de besos, así que ella empujó su pecho y se quejó.
–Hugh.
–Ya te he oído. – La besó una vez más como si fuera el toque final y sacó su miembro del interior de su esposa. – Te pasaré a buscar.
–No acabará muy tarde y no está tan lejos.
Hugo se bajó de la cama sin contestar y se puso el batín. Lucia se lo quedó mirando y suspiró. Se sentó y recogió el camisón que había terminado en sus pies. Su marido la pasaba a buscar las dos o tres veces al mes que asistía a una fiesta de noche. No le disgustaba que la pasase a buscar, pero…
–¿Por qué siempre me dices que no vaya? – Hugo le levantó la cara por la barbilla, sorprendiéndola. – La última vez te dije que pasaría a buscarte, pero llegué un poco tarde y ya te habías ido. – Protestó con una mirada fría. – ¿Te molesta que vaya?
Su disgusto era aparente, así que ella estudió su rostro con esmero antes de explicarse.
–…Es por los rumores.
–¿Qué rumores?
Lucia no asistía a ningún baile sin su esposo a no ser que fuese una ocasión especial que requiriese su presencia, tampoco aceptaba invitaciones a nada que no fueran fiestas de té y, en el caso en que fuese a un encuentro nocturno, su marido siempre la pasaba a buscar. Todo esto provocó el nacimiento de una serie de rumores sobre el duque. Cuchicheos sobre la celosía enfermiza del duque que había, prácticamente, confinado a su mujer en casa. La primera vez que una de las nobles se lo espetó pasándolo por broma, Lucia se quedó sin palabras. La realidad era que ella misma era el tipo de persona que prefería evitar aglomeraciones de gente y que su marido la pasaba a buscar porque le preocupaba que estuviese agotada.
–No me puedo creer que te dé igual.
Lucia no daba crédito, su marido se la había quedado mirando como si fuese una tontería que no iba con él.
Hugo no podía confesarle que encerrarla en casa no le parecía mala idea. Siempre tenía los nervios a flor de piel cada vez que Lucia salía porque era consciente que su reputación no era suficiente para mantener a todos los moscardones alejados de su esposa. Lucia no lo sabía, pero él se había encargado de interceptar varios intentos de hombres de entregarle flores o cartas de amor. Si por él fuese, aplastaría a todos los gilipollas que se habían atrevido a mirarla, pero aquello confirmaría la imagen de celoso enfermizo de los rumores.  Su esposa era una flor en viva coloración. A primera vista parecía inocente, pero a veces su apariencia era madura y otras pura. No era de extrañar que atrajese tantas miradas.
Hugo le movió el cuello y la besó apasionadamente.
–Te llevas a la criada, ¿no?
–Siempre.
–Dos personas.
–Sí, ya lo sé, me llevo a dos.
Desde lo ocurrido con Roy siempre tenía que llevar mínimo a dos criadas con ella.
–No te separes del escolta.
–Vale.
–Te voy a ir a buscar, aunque llegue un poco tarde. No hables con otros hombres.
–Ay, caray. Qué pesado. – Dijo ella estallando en sonoras carcajadas.

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