111: Una vida apacible (2)

agosto 29, 2019


Pretender que recordaba a todas las nobles que le hablaban no era coser y cantar.
–¿Qué tal está, duquesa?
–¡Cuánto tiempo, duquesa!
La condesa Glenn había regresado al fin de la casa de sus padres y eso sólo podía ser porque, o la enfermedad de su madre había mejorado o, como era más seguro, había empeorado.
Lucia le preguntó por su madre y la condesa respondió con una sonrisa apagada, por lo que la duquesa la consoló.
–Es familia mía. – La condesa aprovechó para presentarle a Sonia, la hija del barón Park.
Aquella muchacha era la que en su sueño había sido la duquesa de Taran.
–Es un honor conocerla, duquesa.
Sonia era una joven adorable, de pelo rizado y sonrisa alegre. A diferencia de cómo la recordaba en su sueño, su actitud demostraba su escasa experiencia y sus ojos recorrían el salón fascinada por el lujo. La joven no encajaba con la personalidad que había visto en su sueño, pero pesé a ello, se sentía horrible. No podía evitar no sentirse a gusto alrededor de la mujer que su marido había escogido en otra realidad personalmente para casarse.
–¿Ha pasado algo? – Le preguntó Hugo ya de camino a casa.
Lucia sacudió la cabeza. Estaba enfadada con él sin motivo y tenía la sensación de que si abría la boca la pagaría con él. Su estado actual era extraño y esperaba que conciliar el sueño la ayudaría a calmarse.
–Estoy cansada, me voy a ir a dormir ya.
Hugo dejó en paz a su mujer viendo que estaba comportándose diferente a lo habitual y, resuelto, decidió que si por la mañana seguía con ese humor, la interrogaría hasta que le confesase qué le pasaba.

*         *        *        *        *

Cuando Lucia abrió los ojos seguía siendo de noche. Temblaba y no conseguía parar de llorar. El Hugo de su sueño la había dejado tirada, se había dado la vuelta y la había abandonado. Necesitaba verle. ¿Dónde estaba? La joven abrió la puerta de su cuarto de hito a hito y corrió con el único pensamiento de verle en la cabeza. Creyó escuchar a alguien llamándola, pero lo ignoró y continuó corriendo hasta su despacho. Ya allí, abrió la puerta y se lo encontró sentado en su escritorio, mirándola patidifuso. En ese momento, le fallaron las piernas y se quedó allí en el suelo hasta que consiguió estabilizar la respiración.
–¿Qué pasa? – Hugo la ayudó a levantarse, Lucia continuó llorando y él la abrazó claramente agitado. – ¿Qué pasa? ¿Eh? – Le preguntó con la voz más dulce que supo poner. – Lucia enterró el rostro en su pecho y continuó temblando. – ¡Llamad a la doctora! – Bramó Hugo.
Hugo ordenó a gritos a los confusos criados que se pusieran en marcha y buscó a Jerome, que estaba lidiando con algo fuera de la mansión, con la mirada hasta que recordó su ausencia. Lucia, en sus brazos, agitó la cabeza rigorosamente.
–¿No quieres que llame a un doctor?
Ella se limitó a asentir en silencio. Hugo suspiró y les indicó a los sirvientes que se retirasen. Se sentó, entonces, en el sofá con ella entre sus brazos, la cubrió con una manta y le acarició el pelo para consolarla. Le besó la cara empapada de lágrimas.
–¿Qué pasa? Si no me lo dices, no podré adivinarlo, Vivian. No llores, dime qué te pasa. – La voz de su marido estaba cargada de preocupación.
Ella continuó llorando y ahogando un grito desesperado en la garganta hasta que, exhausta, cayó rendida. Hugo llevó a su mujer hasta la cama, pero al llegar no quiso obligarla a soltarle, por lo que ordenó a un criado que le subiese los documentos a la cama y decidió trabajar en la cama junto a su esposa.

Lucia seguía como ausente instantes después de despertarse sobre el pecho de Hugo que se hallaba leyendo un documento.
–…He tenido un sueño muy raro. – Le confesó aún adormilada.
–¿Sobre qué? – Le preguntó él antes de besarla.
–Pues iba corriendo a tu despacho y-… – Lucia no terminó la frase. Aquello no había sido un sueño.
–¿Tuviste una pesadilla antes de venir corriendo? – Preguntó él dejado sus papeles a un lado y centrándose completamente en ella. – ¿Cómo era?
–…Pues… tú…
–¿Yo?
–…Me ponías los cuernos. – Lucia sintió una punzada en el corazón. – Me dejabas y te ibas con esa… mujer. – Le temblaba la voz y se le llenaron los ojos de lágrimas.
–Vivian. – Hugo le lamió el recorrido de las lágrimas, se puso sobre ella y la miró directamente a los ojos antes de continuar. – Te amo.
–Yo también… – Aquello tranquilizó su temperamental estado de nervios. – Te amo.
–¿He hecho algo para que pienses estas cosas?
–…La mujer de mi sueño tenía unos pechos enormes.
Hugo se la quedó mirando y suspiró. Deseaba poder hacer añicos a quién fuese que le dijo a su mujer que las mujeres de busto generoso eran su estilo. No es que fueran su tipo, pero como hombre le gustaban.
–Me gustan los tuyos. – Susurró deslizando la mano por debajo del camisón de Lucia para manosearla. – Son suaves, sedosos y si los toco así… Se ponen duros. – La amasó y pellizcó suavemente el pezón. – Y son tan sensibles que si te los chupo, tiemblan. – Dijo mientras demostraba cada una de sus palabras. – Me encantan. – Le abrió las piernas a Lucia con la suya y prosiguió con un. – Aunque no te voy a mentir, esto de aquí me gusta más.
Hugo le sujetó las muñecas y le frotó la zona íntima con la mano hasta que se humedeció.
–Qué mojada estás. Creo que el que tendría que preocuparse soy yo por este cuerpo tan erótico que tienes.
Le molestaba que la chinchase con esas palabras, pero sus movimientos la hacían estremecer. Hugo le levantó el camisón y le arrancó la ropa interior.
–¡Ah!
Algo caliente le tocó el abdomen. Él le besó la entrada y la exploró con la lengua.
–¡Ay, ah…!
Hugo siguió chupando el líquido que fluía del cuerpo de ella y, cuando Lucia se retorció de placer, le sonrió. Entonces, se bajó los pantalones para liberar su erección y la penetró de un solo movimiento con su miembro duro y vigoroso.
–Ah…
A Lucia se le cortó la respiración. Hugo era demasiado grande y la llenaba completamente. Hugo suspiró y gimió. No se estaba moviendo todavía, pero la sensación era tan placentera que creía poder correrse en cualquier momento. Qué pesadilla tan absurda la de su mujer. ¿Dejar este cuerpazo por otro? No había reemplazo para esto.
Hugo comenzó a mover las caderas lentamente. Los gemidos y chillidos de placer de su mujer le excitaban hasta límites insospechados. Su interior le estrujaba y la satisfacción le engullía.
Lucia perdió la noción del tiempo. Cuando pudo volver en sí su marido la tenía de lado, le besaba el cuello y se movía lentamente desde atrás.
–¿Estás más tranquila?
Hugo le mordió el lóbulo de la oreja y le habló con un tono seductor, grave.
–¿Sabes? Me ofende que me hayas acusado por eso en tu pesadilla. ¿Esa es la imagen que tienes de mí?
–No, he sido… irrazonable. Lo siento.
La joven estaba avergonzada. Era ridículo que ver a Sonia en la fiesta de caridad le hubiese afectado tanto o haberse enfadado con Hugo por algo que no había pasado. ¿Acaso no era la primera en reconocer que las relaciones entre las personas de su sueño había cambiado? La esposa de Hugo era ella, no Sonia.
–¿Estás bien? Últimamente tienes muchas pesadillas.
–¿A qué sí?
Últimamente estaba más irritable. El día anterior le había levantado la voz a una criada por una minucia. Esos cambios de humor la inquietaban, pero no estaba segura de poder tomárselo como una enfermedad o no.
–Ah… – Lucia gimió.
Hugo no la estaba estimulando rigorosamente, pero era terriblemente placentero.
–No me puedo creer que no confíes en mí. Estoy sorprendido.
–…He hecho mal.
–No, no me he esforzado lo suficiente. – Hugo la tumbó boca abajo y se le puso encima. – Voy a esforzarme muchísimo más para ganarme tu confianza.
–¡Ya la tienes! – Chilló Lucia percatándose del significado oculto de sus palabras! – ¡Ya la tienes!
 

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