112: Una vida apacible (3)

agosto 29, 2019


 Lucia deambulaba por un bosque denso de árboles imponentes. El musgo suave le cosquilleaba los pies y ella caminaba como hechizada. Sin que le fascinase el movimiento de las ramas que parecían dejarle paso, ella continuaba su camino.
–¡Ah…! – Exclamó al toparse con un agujero pequeño, circular que le recordó a un nido.
En medio del agujero había un arbolito al que se acercó para recoger su fruto excepcionalmente rojo.

Lucia abrió los ojos de repente. Estaba en su dormitorio y la luz se colaba a través de las cortinas. El sueño de aquella mañana de Año Nuevo había sido cautivadoramente vivido.
–…-ra. Mi señora.
La joven duquesa reabrió los ojos para encontrarse a una criada llamándola desde su vera. Una vez más había vuelto a quedarse dormida hasta bien entrada la tarde.
–¿Le traigo agua para asearse, señora?
–Mmm, sí.
¿Por qué se sentiría tan cansada? Últimamente, las criadas tenían que despertarla para que se levantase y, aun así, continuaba agotada.
Un dolor punzante la abrumó cuando trató de levantarse. Llevaba días doliéndole el estómago y, aunque no era un dolor constante, le preocupaba.
Apenas quedaba tiempo para prepararse  para ir a palacio, por lo que decidió retrasar la visita médica a la tarde. Su malestar no le parecía suficiente motivo como para llamar a un doctor, pero sabía de la tendencia sobreprotectora de su marido.
–Mi señora, el señor ha llamado a un médico para que le haga una revisión antes de marcharse. – Le informó una criada.
–Dile que le atenderé cuando vuelva de palacio.
–Sí, mi señora.

*         *        *        *        *

Beth le dio una agradable bienvenida a Lucia. Se saludaron y empezaron a conversar sobre la princesa Selena. La bebé cumpliría su primer año de vida en cuestión de días y no era ningún secreto que el rey estaba preparando todo un banquete. El rey, que no demostraba favor a sus hijos, colmaba de amor a su pequeña.
–Selena se mete en líos como si fuera un niño, me preocupa.
–Oh, no diga eso. Los niños, son niños. Es normal que hagan travesuras. Yo misma era un chicote de niña.
–Oh, vaya. ¿Usted, mi querida duquesa? No lo hubiese dicho nunca, pero me alivia saberlo.
La pareja de mujeres comenzaron su comida entre vino y buenos platos. Carne de conejo y vino tinto. Sin embargo, aquel día el olor de los manjares que normalmente disfrutaba, le revolvieron las tripas. Tuvo que matar el regusto con el zumo que, sorprendentemente, no se le antojaba demasiado dulce para su paladar. El fragante aroma de la sopa de cebolla le causó nauseas y tan sólo consiguió tragar tres cucharadas.
Beth que observó con detenimiento las dificultades de Lucia le pidió a una criada que trajera pan blando y se lo dejase al lado a su amiga.
–Me gusta beber té cuando me encuentro mal de la tripa. – Dijo la reina mientras les acababan de servir el té. – Espero que te guste, duquesa.
–Está delicioso.  – Lucia vaciló y, al fin, ser armó de valor para preguntarle de qué estaba hecho ese té.
–Oh, por supuesto que puedes pedirme la receta. Ordenaré que te envíen un poco. A propósito, veo que tienes buenas noticias que darnos.
–¿Disculpe?
–La comida que más te gusta no suele ser buena opción a principios de un embarazo. Yo sobreviví a base de pan y té durante una temporada. – Beth notó que Lucia se la estaba mirando confundida. – ¡Oh, cielos! Todavía no lo sabes. Bueno, tiene sentido. Eres joven y es tu primer embarazo.
–No, es imposible. – Desmintió Lucia, perpleja.
–¿Te lo ha dicho un doctor?
–No, pero-…
–Pues ya que estamos, ¿quieres que llame a una matrona de palacio? No es fácil saberlo al principio, pero la matrona que se encargó de mi último embarazo es muy habilidosa. Ha estudiado durante muchísimo tiempo en otros países y es una prodigio en temas de embarazo.
Lucia no rechazó a la reina. Sabía que era imposible, pero no pudo evitar anticipar el deseo que tan arraigado estaba en su corazón. Su estado le parecía raro, algo había cambiado.
La matrona llegó rápidamente y pidió permiso para tocarle la muñeca a Lucia.
–No soy la doctora de la duquesa, así que no puedo dar mi palabra de que mi diagnostico sea acertado. Sin embargo, el pulso de la señora me indica que es muy posible que esté en cinta.
La matrona pasó a interrogar a la duquesa sobre sus síntomas y aunque Lucia esquivó la pregunta de cuándo fue su último sangrado, la experta asintió con la cabeza.
–Todo son síntomas normales de un embarazo. Algunas mujeres notan los primeros síntomas a partir del segundo mes, pero hay otras más sensibles que los sufren mucho antes. Cuídese bien y si no le vuelve a venir, podemos estar seguros de que está en estado.
–Felicidades, duquesa. El duque estará loco de contento cuando se entere.
Lucia apenas consiguió controlar su expresión facial que, más que ufana, era de confusión. Algo que no debía pasar, estaba sucediendo. Intentó pensar en ello como en una equivocación de la matrona, pero todo encajaba demasiado bien.
Ya en el carruaje de camino a casa continuó rompiéndose la cabeza con el tema y en cuanto llegó a su destino, llamó al doctor, le explicó todo lo relacionado con su infertilidad y los cambios que estaba experimentando.
–Los síntomas de la señora son los típicos de un embarazo.
–Pero yo no menstruo. ¿Eso no significa que soy infértil?
–Una cosa no lleva a la otra. Usted sí menstruó hasta que se tomó las plantas que le provocaron una anomalía, pero el cuerpo humano tiende a curarse a sí mismo. Quizás la señora se curó sin saberlo.
Philip la declaró infértil en su sueño, pero tampoco podía descartar la posibilidad de la que le hablaba esta doctora. Jamás quiso tener hijos en su sueño y, además, los acontecimientos de su premonición no encajaban a la perfección con la realidad.
–Felicidades, mi señora.
A la doctora, que tampoco llevaba mucho tiempo allí, siempre le había parecido curioso que, a pesar de las risitas entre los criados que aseguraban que su relación iba viento en popa o que su dormitorio no pasaba frío ni en invierno, la pareja ducal no hubiese concebido.
–De verdad… ¿crees que estoy en cinta?
La doctora entendía la confusión de la señora. Era una primeriza y las primerizas solían asustarse, tener cambios de humor y hasta deprimirse. Una embarazada requería tanto cuidado físico como mental. Su marido debía ayudarla en todo lo posible y para ello tendría que encontrarse con él a solas, así podría explicarle detalladamente qué precauciones debería tomar para que su esposa pudiese tener un embarazo lo más tranquilo posible.
–Estoy casi segura.
–Ese “casi” indica que puede ser que no lo esté.
–Su condición es peculiar, señora. Normalmente, sabemos con certeza si la mujer está o no embarazada basándonos en su menstruación. – La doctora decidió no mencionar la posibilidad de un pseudociesis para no agravar la agitación de la duquesa. – No se preocupe, señora. Evite fatigarse y duerma mucho. Oh, y deberá abstenerse de mantener relaciones sexuales. Al menos, hasta que sepamos del cierto si el retoño crece bien y el vientre crezca. – Añadió la doctora.
Lucia permitió que la doctora se retirase y se quedó en la cama acosada por una avalancha de pensamientos. Tumbada bocarriba, se palpó el vientre. No notó nada. No había ninguna prueba visible, pero que pudiese haber algo creándose en su interior la colmaba de dicha. Ignoraba si aquello fuese bueno o malo: ahora tenía esperanzas y si se lo desmentían tendría que recuperarse de un golpe muy duro.
Hugo le había asegurado de que era imposible tener descendencia por su condición que no era muy diferente a ser estéril. Ella no pertenecía a los Taran y, desde luego, no había tomado unas plantas especificas para retener su pureza hasta que llegase el momento idóneo. Su corazón pegó un vuelco cuando recordó la sentencia de su esposo: si ella quedaba en cinta, no cabía duda de que suyo no sería. ¿Y si lo volvía a decir cuando le contase lo de su embarazo? No se veía capaz de soportarlo, porque aquello la haría odiarle.
Incapaz de decidirse si contárselo o no, Lucia acabó durmiéndose.

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