113: El principio del fin (1)

septiembre 10, 2019


 Hugo regresó antes de lo esperado aquel día. Jerome le recibió, como era habitual, en la puerta y le informó de que la señora estaba descansando.
–¿Está enferma? Os dije que quería que la revisase una doctora.
–La doctora le espera para hablarle sobre la señora.
Hugo, sin cambiarse de ropa siquiera, fue directamente a ver a la doctora que por el momento estaba terriblemente nerviosa. El duque no era como la señora, con quien podía hablar con relativa tranquilidad.
–Creo que la señora está en cinta. – Anunció sin más rodeos.
Lucia olvidó advertirle a la doctora de que no le contase nada a su esposo por el momento, así que la experta hizo lo de siempre: notificar cualquier cambio en el estado de la duquesa a su marido.
–¿…Qué? ¿En cinta? ¿O sea, embarazada?
–No es seguro, pero los síntomas de la señora son de embarazo. –Dicho lo cual, explicó lo ocurrido en palacio.
Hugo escuchó la explicación de la doctora sobre cómo tratar a su esposa o qué debía hacer en silencio.
–¿Qué posibilidades hay de que no esté embarazada?
La doctora estudió la singular reacción del duque, aunque la aceptó a sabiendas de que muchos hombres aborrecían la paternidad por mucho que amasen a sus esposas.
–Hay algo llamado pseudociesis o embarazo psicológico. Ocurre cuando una mujer desea desesperadamente un hijo. Pero es algo muy raro, La señora no está impaciente o pasándolo mal por su ansia de querer un hijo, no creo que este sea el caso.
Hugo no cambió de expresión, pero por dentro estaba nervioso. Tenía la mente en blanco y no sabía qué pensar. Desde que le había revelado los secretos de su familia a Lucia, ella no había vuelto a sacar el tema de tener niños, así que había apartado de la cabeza el tema.
–¿Cuándo podremos estar seguros?
–A los cinco meses que es cuando hay movimiento fetal. Creo que la señora va por el segundo mes de embarazo como mucho.
Hugo frunció el ceño. Una espera de tres meses era demasiado tiempo.
–Ya he avisado a la duquesa de las precauciones que deberán tomar, pero lo más importante es ser prudente con las relaciones sexuales. Todo contacto sexual queda estrictamente prohibido hasta que su estado se estabilice.
–¡¿Qué?! – Gritó, furibundo.

*         *        *        *        *

En caso de duda, espera lo peor. Ese era uno de los principios de Hugo cuando necesitaba alcanzar una conclusión. Lo peor era que el embarazo fuese una falsa alarma, pero viendo lo seguros que estaban los profesionales, empezó a meditar sobre cómo algo inverosímil, se habría hecho realidad. Su mujer no menstruaba, así que era estéril, aun así, sabía la cura y le había dicho que podía tratarse cuando le viniese en gana. Que se hubiese curado o no, lo pasó a un segundo plano. Lucia siendo capaz de concebir como cualquier otra mujer no era el quid de la cuestión, sino él mismo, su linaje, el de los Taran.
Hugo tamborileó la mesa con los dedos y reparó en lo que Philip le aseguró, sobre lo de tener que beber sangre. Durante esos tiempos no dudó de su palabra, la repugnancia que sentía por su familia había llegado a extremos insospechados y la mala imagen que albergaba de su linaje encajaba con un método tan escabroso para concebir. Ahora, no obstante, era absurdo. De hecho, la situación en sí era sospechosamente ridícula. El mismo Philip que protegió y basó su vida entera en servir al bien de los Taran, le desveló un secreto que ni siquiera constaba en los documentos de la habitación secreta. Le había mentido. Philip era testarudo, tanto que osaría ofrecerle su cuello en bandeja antes de revelar el secreto de su familia.
Hugo esbozó una mueca severa que se transformó en una carcajada incrédula. Creyó que alguien que se había consagrado a su deber con semejante fidelidad nunca supondría una amenaza y que tampoco le mentiría sobre un tema que, a él mismo, le interesaba.
El anciano no tenía familia y sus relaciones sociales eran superficiales. ¿Cuántos secretos ocultaría ese hombre que, por no tener, no tenía ni un ayudante? Mantenerlo con vida era el castigo que Hugo se había impuesto como recordatorio del disgusto que sentía por sí mismo. Además, el viejo salvó la vida de su hermano. Sin embargo, el doctor no conocía el miedo. Fingiendo obediencia, decía cuánto deseaba sin temerle a las consecuencias. Pero, ¿por qué mentiría? Hugo le amenazó con dejarlo pudrirse en el calabozo si mentía, pero lógicamente, ¿quién sería capaz de señalarle con el dedo si confesaba algo de lo que no quedaba registro ninguno? El anciano analizó el estado mental de Hugo en aquel momento y calculó cada palabra.
Hugo descansó la barbilla sobre la mano y, de repente, levantó la cabeza. Recordó cómo el doctor había intentado acercarse a su esposa bajo el pretexto de una cura. Ignoraba cuál sería el objetivo de Philip más allá de que su propósito era continuar el linaje de los Taran. Su obsesión no podía haber acabado allí, después de fallar una vez.
Hugo pensó cómo podría haberlo hecho. La comida no era una opción. Jerome supervisaba cada ingrediente… A no ser que hasta el mayordomo se hubiese unido a Philip. No. Era imposible. Hugo no dudaba de los suyos hasta que se demostrase lo contrario.
Philip le aseguró que llegaría el día en que Hugo iría personalmente a verle. ¿Por qué confesar que le había hecho algo a su esposa? ¿Planeaba algo para cuando naciese el niño? Entonces, se percató de algo. Philip quería verle. Le estaba pidiendo que fuese a verle.
–Que así sea, viejo. – Dijo. – Veamos qué tienes que decir.
Hugo llamó a Dean.
–¿Recuerdas el pueblo que usamos de base cuando fuimos a subyugar a los bárbaros?
–Sí, mi señor.
–¿Recuerdas a Philip? Un doctor.
–Sí, sé quién es.
–No sé si seguirá allí, pero ve a buscarlo y arrástralo hasta aquí. Tráeme al viejo lo antes posible sin importar las circunstancias. Da igual lo que le hagas, pero que llegue con vida.

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