114: El principio del fin (2)

septiembre 10, 2019


 Lucia se desperezó bajo la luz del sol matutino.
–¿Tanto he dormido? Cielo Santo.
La duquesa se había quedado profundamente dormida la tarde anterior. Últimamente se sentía pesada y cansada sin que importase cuánto dormía.
–¿Se ha ido? – Le preguntó a una criada mientras se lavaba la cara con agua fresca.
–No, el señor está en su despacho.

Hugo se dirigió al dormitorio de su esposa en cuanto se enteró de que estaba despierta y llegó mientras Lucia se cambiaba de ropa. El duque se acercó a su risueña esposa y la abrazó.
–¿Te has… enterado? – Preguntó Lucia con cautela.
–Sí.
Preocupado por el cambio de hábitos de su mujer, Hugo acudió al doctor para resolver sus dudas como, por ejemplo, si sería mejor despertarla para que comiese algo. No obstante, regresó al lecho marital con una impactante noticia que lo dejó en vela toda la noche mientras abrazaba el cuerpo febril de Lucia.
–Gracias y… Felicidades.
–¿…Perdona? – Lucia estalló en sonoras carcajadas. – ¿La doctora te ha dicho que me digas eso?
–…Mmm.
La profesional pareció aprovechar el momento para recuperar su orgullo como médico y lo taladró con un discurso tan largo que Hugo se planteó el cambiarla por un médico varón. La buena doctora le habló de los cambios de humor que acompañaban el embarazo y de las altas posibilidades de caer en depresión.
–Qué poco sincero ha sonado eso.
–…No es eso, es que no sé qué hacer. Pero no es que me disguste.
–Te entiendo, yo estoy igual. No me lo creo y puede que ni siquiera esté embarazada.
–La enfermera imperial no se ha equivocado.
Lucia le miró a los ojos. La neutralidad de su mirada la confundió. Se preguntaba si la tranquilidad con la que su marido había aceptado la noticia y su reacción era algo bueno.
–Es nuestro hijo.
–Claro. – Hugo le devolvió la mirada, aturdido.
El pobre duque no lograba descifrar el mensaje que ocultaban las palabras de Lucia. ¿Cómo iba a imaginarse que a su esposa le preocupaba que la creyesen adúltera? Todo lo que se le ocurría es que su afirmación de no querer descendencia todavía le rondaba la cabeza.
–Si es tuyo, no tengo problema con tener hijos. No me disgusta, puede que no esté reaccionando como debería porque me ha pillado desprevenido, pero no odio la idea. Me disculpo si te ha sentado mal.
–No, no me ha sentado mal. – Contestó ella feliz y agradecida.
Hugo sostuvo su rechazo a ser padre durante mucho tiempo y, aunque también aseguró que si era con Lucia estaría dispuesto, no dejaba de ser una afirmación hecha bajo la total creencia de que su esposa no podría quedarse en cinta. Sin embargo, su reiteración en estos momentos consoló el ansioso corazón de Lucia. Empezó a creer que todo iría bien, sabía que Hugo sería un padre estupendo para el niño que portaba en su vientre.
Hugo miró a Lucia que sonreía de oreja a oreja, bajó la cabeza y la besó. Ella respondió rodeándole el cuello con los brazos y profundizando su beso.
–Hay algo que no entiendo.
–Y yo.
Ambos compartían la duda de cómo se había podido quedar embarazada.
–Estás pensando en lo mismo que yo, ¿no?
–Sí.
–Ayer podíamos, ¿por qué ahora que sabemos que estás embarazada ya no podemos?  – Lucia se quedó sin palabras. – Seguro que la doctora esta es una estafadora. Iré a pedirle explicaciones a la enfermera de palacio. – En cuanto la joven duquesa comprendió a qué se refería su esposo y lo lejos que estaba de su pensamiento, enrojeció. – ¿Cómo que no podemos hacer nada en tres meses? ¿Intentan matarme?
–¿Estás loco? ¿Quieres ir a dónde para preguntarle a quién el qué? – Exclamó Lucia dándole golpes en el pecho. – ¡Atrévete! Te juro que no pondrás un pie en esta habitación.
No poder mantener relaciones era un golpe duro, pero todavía peor era el no poder tocar a su esposa. Hugo extendió la mano, pero su esposa lo rechazó y la esquivó.
–Me has dicho que estabas pensando en lo mismo que yo.
–¡No! Pensaba en otra cosa. Nos han dicho que tenemos que ir con cuidado para no hacerle daño al niño, ¿te da igual o qué?
–¿Hacerle daño? Un hijo mío no puede ser tan blandengue.
–Vete a trabajar. – Lucia se hartó de sus tonterías y se tornó fría. – Quiero descansar.
–¿Vas a volver a dormir? Deberías comer algo.
–Ya lo haré después.
–Vivian.
Hugo contempló la silueta tumbada de su esposa y se marchó. El duque suspiró al recordar el contenido del libro sobre el estado psicológico de una embarazada que la doctora le había prestado. Su mujer estaba en cinta. Por mucho que la médica le hablase de la posibilidad de un embarazo psicológico, él sabía que era algo certero. Su amante, encantadora y dulce esposa no cambiaría, así como así.

*         *        *        *        *

Hugo se despertó porque Lucia no dejaba de revolverse y se sorprendió de encontrársela sentada.
–¿Qué pasa?
–No puedo dormir.
Por supuesto, que Hugo no podía comentar que era algo normal después de haberse pasado todo el día durmiendo. Durante las últimas semanas, apenas había podido echarle un vistazo a su mujer despierta.
–¿Puedo hacer algo para ayudar?
–No es sólo que no pueda dormir, es que no dejo de pensar en comida…
–¿Qué te apetece? Si se lo pides a Jerome, te lo preparará.
–Se lo he pedido, pero me ha dicho que no puede conseguirlo.
Hugo tuvo un mal presentimiento.
–¿Qué es?
–Uvas.
El temporal todavía no era el adecuado para que las vid produjeran uvas.
–¿No es posible?
Hugo se enorgullecía de poder decir que recorrería el mundo entero para encontrar lo que desease su mujer, no obstante, era imposible conseguir algo que todavía no estaba. Por desgracia, era incapaz de negarle nada a Lucia y con cierta preocupación le prometió encontrarlas.
–¡Vaya!
La muchacha se le tiró a los brazos y, entonces, Hugo empezó a tener sudores fríos. Estaba en problemas.

*         *        *        *        *

Kwiz se enteró por la reina de que la duquesa podría estar en cinta, rumor que le confirmó el hecho de que la señora Taran cancelase todas sus actividades. Sin embargo, el duque no parecía tener la menor intención de darle la buena nueva y a este ritmo se enteraría oficialmente de las noticias después del parto.
–Me he enterado de que va a ser padre, mi buen señor duque.
–Hace tiempo que lo soy.
–De un segundo niño.
–…Sí.
–Anda que… ¡Estas cosas se dicen antes! Felicidades. ¿Cómo está la duquesa?
–Bien.
–Me alegro. Mi mujer lo pasó mal con su último embarazo porque no podía comer bien. Se ve que suele pasar cuando es niña. ¿Qué tal la duquesa?
–No le pasa nada.
–Supongo que es un bebé amable como la duquesa. Me pregunto si será un chico como , mi buen duque, o una chica como la duquesa. ¿Sabes? He hecho una apuesta con mi ayudante. Como creo en ti, he apostado que será niño.
Hugo miró a Kwiz, un infame perdedor en cualquier apuesta, y decidió de que sería niña. De hecho, su futuro bebé tenía que ser como Lucia, si no, ¿para qué pasar por todo esto?  Ignorando el sermón de alabanzas a la nueva princesa, Hugo ignoró al rey y se preguntó por qué alguien pensaría que a él le importaba lo encantador que era el hijo de otro.
Ya había pasado un largo y exhaustivo mes. El duque se sentía al borde de un acantilado oscuro, atado de pies y manos, y envuelto en incertidumbre. Las nauseas de Lucia no le impedían comer, aunque sí que rechazaba cualquier plato con olores fuertes. La doctora, que se había convertido en la consejera de Hugo, le aseguró que su esposa tenía suerte de poder comer y él estaba completamente seguro de que si se encontrase en una situación semejante acabaría odiando al no nato.
Puede que Lucia comiese con regularidad, sin embargo, tenía los nervios a flor de piel y, aunque para aquellos que no estaban acostumbrados a tratarla no fuese algo aparente, Hugo se quedó estupefacto por el cambio.

*         *        *        *        *

–La señora está durmiendo. – Explicó Jerome como siempre hacía últimamente.
–¿Ha cenado?
–No, señor. Lleva dormida desde esta tarde…
A Hugo le preocupaba lo mucho que dormía Lucia y no terminaba de creer las afirmaciones de la doctora de que era algo perfectamente normal. Apenas recordaba la última vez que se había sentado con su esposa a conversar. Si pudiese pasar más tiempo de día en casa, tal vez la vería despierta, pero su trabajo se lo impedía.
Lo que más deprimió a Hugo fue lo ocurrido unas noches atrás. El duque había sobrellevado sus lamentos gracias a poder dormir con Lucia entre sus brazos, pero de repente, a la joven empezó a molestarle su tacto. Todo lo que hizo fue acariciarla por debajo del camisón y ella se enfurruñó y le prohibió acercársele. Según la doctora, algunas embarazadas repudiaban el tacto de su marido durante los primeros meses de embarazo y aquella respuesta tan odiosa provocó que Hugo empezase a albergar cierto rencor por la inocente profesional.
Hugo entró en el dormitorio iluminado con luz tenue de Lucia y se sentó en la esquina de la cama con cuidado. La duquesa se dio la vuelta sin despertarse y él extendió la mano, pero no se atrevió a tocarla. Vacilante y avergonzado se preguntó por qué no podía tocar a su propia esposa. Sus ojos vagaron inconscientemente hasta la barriga de Lucia donde una criatura invisible para los ojos humanos crecía y lo conducía a una de las mayores crisis de su vida. No obstante, Hugo era plenamente consciente de que jamás debía permitirse culpar al bebé. Su concepción de ser padres había sido demasiado simple. Ahora admiraba al rey por haberse visto capaz de pasar por ello cuatro veces.
Hugo reunió todo el valor que poseía y acarició la mejilla, frente y el pelo de Lucia, pero el quejido involuntario de Lucia lo puso nervioso.
–¿…Hugh? – Preguntó ella, adormilada.
Hugo contuvo el aliento, pero para su alivio la reacción de la duquesa fue pacífica. El estado mental de su esposa era tan frágil como el hielo y él se tensaba más que en un campo de batalla.  La mujer con la que se había casado solía ser todo sonrisas y la echaba de menos con locura.
Lucia sonrió y estiró los brazos. Hugo reciproco sus movimientos y la abrazó. Deleitándose con el calor y el aroma del cuerpecito de Lucia, Hugo se percató de lo fácil que era ser feliz.
–He soñado con mi madre. Estaba joven, hermosa y feliz.
–Pues espero que sueñes con ella cada noche.
Lucia se lo tomó a broma y soltó una risita.
–Tienes que comer algo antes de dormir. ¿Quieres que les diga que te suban algo?
–No tengo mucha hambre.
–Tampoco lo tenías a la hora de comer. ¿Te apetece algo? Si tienes algún antojo, dímelo.
–Bueno… Hay una cosita… Creo que eso sí me lo comería…
Hugo se puso nervioso. Quería complacerla, pero temía que fuese algo imposible. La última vez no había conseguido las uvas y Lucia se había pasado varios días de mal humor, recordándole su incompetencia.
–En el pueblo donde vivía de pequeña había un mercadillo nocturno y los pinchos del señor Peter estaban buenísimos.
Que no fuese una petición imposible mitigó los nervios de Hugo.
–De acuerdo.
–¡Vaya! Pues podríamos cenar eso.
–¿…Hoy?
–Si no, ¿cuándo…?
Hugo miró a Lucia y se tragó un suspiro. Llamó a Jerome y le dio las órdenes para que se pusiera en marcha de inmediato.
La travesía de los criados duró unas horas. Hugo le subió los pinchos a su esposa que estaba cosiendo ropita para el bebé y ella le recibió con una gran sonrisa. Lucia le pegó un par de bocados a los pinchos y se dejó el plato entero alegando estar llena.
–¿Cuándo falta para que sea tiempo de uvas?
Hugo maldijo todas las uvas del mundo y se planteó seriamente comprar una puñetera granja.

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