96: Final Feliz (3)

agosto 11, 2019


 Lucia se hallaba en los pasillos que llevaban al palacio de la reina porque la misma monarca la había invitado a tomar algo cuando, allí, se topó con alguien que no le apetecía ver: la condesa de Alvin, Sofia. Pensó en pasar de largo, pero se quedó inmóvil al ver la forma de su estómago.
–He venido a despedirme de Su Majestad la Reina, duquesa, abandonaré la capital dentro de poco.
–No te culpo, levanta la cabeza. No creo que sea bueno para el bebé.
Sofia se colocó la mano debajo del vientre como para apoyarse y la miró con total serenidad. Parecía otra persona.
–¿Te vas?
–Sí, mi marido tiene que hacer un viaje de negocios y yo me voy con él.
–¿Puedes viajar en tu estado?
–El doctor me ha asegurado que si vamos con cuidado no pasa nada. Mi marido quería que me quedase y diese a luz, pero si le hiciera caso pasaríamos mucho tiempo separados.
–…Entiendo. Espero que nazca fuerte y sano.
–Siento lo que hice. – Las palabras de Sofia obligaron a Lucia, que ya había empezado a andar, a volver a pararse. – Fui una necia que no supo ver lo que tenía delante. No voy a suplicarle perdón, pero quería que supiera que lo siento, duquesa.
–No te guardo rencor. Espero que a la próxima podamos conversar sin tanta tensión. – Le contestó, encantada.
Nunca había visto a Sofia tan feliz, era como si ser madre la hubiese colmado de alegría. Quizás evitaría el final trágico que su sueño le había predicho, a lo mejor podría dar a luz a un hijo sano y vivir el resto de sus días como una noble despreocupada. La historia del cortejo del conde de Alvin todavía circulaba los salones de fiestas. Al parecer, el conde protegió a Sofia incluso a sabiendas de todo lo que había hecho.
Sofia por fin había visto lo importante que era para ella la persona que tenía a su lado. Lucia rezó porque pudiese tener un hijo sano.
Un hijo… Lucia se tocó el abdomen plano y se sobresaltó.

Katherine se invitó a sí misma a la quedada con la reina cuando se enteró de que la duquesa estaba invitada. Así que las tres mujeres se sentaron y conversaron amigablemente dejando de lado las pleitesías o su imagen.
–Están haciendo una obra muy famosa últimamente. – Empezó Katherine. – ¿Lo habéis visto?
–Es de comedia. – Comentó Beth con disgusto.
El teatro era una forma de entretenimiento sofisticada donde las nobles derramaban lágrimas de empatía mientras disfrutaban de una historia épica o una gran tragedia. Cuando Lucia debutó socialmente la comedia ya se había convertido en el género predilecto de la población, pero las obras que la hacían reír también le recordaban lo miserable que era su vida, dejándola con un vacío. Así que, al final, terminó dejando de ir.
– Reírse a carcajadas es una delicia, tendríais que ir a verla. Yo ya la he visto tres veces. – Explicó Katherine entusiasmada.
–¿Tres veces? – La reina parecía renuente, pero Lucia sabía que en el futuro se convertiría en una apasionada del género.
–¿Qué ha pasado con el conde Ramis? – Preguntó Katherine como si nada. – Me he enterado de que ha abandonado la capital.
–Mi padre le ha enviado para que se encargue del feudo porque lo tenemos medio abandonado. – La reina esbozó una media sonrisa. – Eso es todo.
No quería escapar los trapos sucios de su hermano por muy indeseable que fuese. Beth había aborrecido a su hermano y a su madre desde niña. Su madre trataba a David como si fuera su único hijo y no se molestó en prestarle atención a pesar de lo mucho que ella la anhelaba. Sin embargo, ahora que era madre comprendía la pena que daba la suya. Aunque Robin fuese sólo medio hermano, la ruptura de la relación de sus padres no era culpa suya.
–¿Cómo es que últimamente no acudes a ninguna actividad social, duquesa?
–No me encuentro bien. – Lucia intentó no sonrojarse.
Hugo la cubría de marcas, así que se tenía que quedar en casa alejada del público. Al principio, se quejó y le explicó que no pensaba salir nunca más como esto continuase, pero a su marido le parecía fantástico, por lo que tuvo que amenazarle con dormir separados para obligarle a ceder.
–Oh, vaya. Debe ser por el tiempo. Hasta la reina se encierra en el palacio para no coger frío.
Beth sonrió complacida, guardando silencio y Katherine inclinó la cabeza.
–¡Aquí pasa algo!
–Hace unos días el doctor me hizo una revisión y me pidió que me andase con cuidado porque notó una cosa.
–¡Su Majestad debe estar encantado!
–Me ha pedido una princesita.
Fue entonces cuando Lucia se enteró de qué iba la conversación.
–Felicidades, Su Majestad.
–Gracias. No quiero armar mucho revuelo, este es el cuarto.
–¿Qué dices? Lo suyo es que se monte una grande. ¿Crees que será niña?
–No creo…
–Ah… Es que, ¿sabes? Me gustaría ver a una bebita.
–¿No te gustan tus sobrinos?
–Los niños son diferentes. Te absorben la energía.
Una criada se acercó a Beth y le susurró algo al oído.
–Traédmelo. – Le ordenó la reina a la sirvienta. – Ethan se ha despertado de la siesta con el pie izquierdo, perdonadme por ser una aguafiestas.
Al cabo de unos minutos, la misma sirvienta entró con Ethan, el menor de los príncipes que apenas contaba con tres añitos, frotándose los ojos visiblemente enfurruñado hasta que vio a su madre. Se lanzó a su cuello y se dejó abrazar y besar por su madre. Fue una escena preciosa. Sublime y misteriosa.
La codicia humana es inmensa. Hace un mes se sentía en la cumbre del mundo, poseedora de todas las gracias. Se había preparado para estar satisfecha solamente con su amor, ¿por qué le faltaba determinación ahora?

*         *        *        *        *

El carruaje de los Taran la esperaba para llevarla a la mansión. Lucia continuaba dándole vueltas a lo de tener un hijo propio. Su deseo de ser madre era pura codicia disfrazada de amor por él.
Ensimismada como estaba, no percató en el saludo de Dean y, de repente, notó como alguien tiraba de ella. Gritó sobresaltada.
–¿Hugh?
Hugo la besó, la rodeó por la cintura y la ayudó a reincorporarse. Los labios de su esposa sabían a fruta y exploró su boca con deleite. Insatisfecho con sólo un largo beso, la volvió a besar con suavidad y, por fin, tocó la puerta del carruaje para que empezase a moverse.
–¿Qué haces aquí…?
–He venido a buscarte.
Lucia sonrió y lo abrazó. Le gustaba la suave fuerza que ejercía él cuando le devolvía los cariños. La muchacha era feliz y su vacío desapareció. No quería sentirse miserable por algo que no podría tener o por ignorar lo que la rodeaba. Su relación no había cambiado mucho y nadie notó diferencia alguna en su comportamiento.
–¿Te apetece ir a un sitio?
–¿A dónde?
–Me han dicho que hacen una obra de teatro divertida.
–¿Te gustan esas cosas?
–Me han dicho que a las nobles les gusta.
Su marido se había tenido el detalle de acordarse de algo por ella. Lucia le dio un beso en la mejilla y aceptó su propuesta.

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