97: Final Feliz (4)

agosto 11, 2019


 Lucia pudo disfrutar de la obra sin cuidar su porte porque estaban en un palco reservado. A Hugo le encantaba verla reír, y por supuesto, pasó la mayor parte del espectáculo contemplándola hasta que ella decidió ir al descansillo durante el intermedio.
–Está de cita con su esposo, ¿verdad, duquesa? – Le preguntó una de las mujeres que la saludaron al entrar.
–¡Qué maravilloso! ¡Un marido que te acompaña al teatro!
–Está claro que estáis disfrutando de la obra, señoras.
–Ah, en realidad nos reírnos de otra cosa. ¿Ha leído la novela: “amor bajo la luz de la luna”?
–Creo que no.
Una de las mujeres le explicó que se trataba de una novela popular entre las nobles. Una comedia sobre una aristócrata que se enorgullecía de ser la más bella del mundo a pesar de ser de todo menos atractiva y que se enamorada de su escolta. Lo más gracioso del asunto es que aquello estaba basado en una historia real, la de la condesa Wickson.
–Oh, entiendo… – Contestó Lucia con una media sonrisa.
No le agradó que aquellas mujeres estuvieran allí criticando a otra en lugar de disfrutar de la obra. Hizo una breve visita al baño y abandonó la salita para encontrarse directamente con el rey de roma, la condesa Wickson. Lucia la recordaba por su apariencia peculiar y, sorprendentemente, a su lado se hallaba… ¿Hanson? Oh, santo cielo, el estafador del que creía haberse enamorado en su sueño.
Lucia pasó de largo con paso apurado y no pudo controlar una risotada. ¿Se habría convertido en soldado gracias a la condesa? Hanson era un hombre atractivo, de sonrisa amable, ojos claros y capaz de comerte el oído sin mucha dificultad. Poco le importa si habría perdido su título de caballero por enamorarse de la condesa, o tal vez al revés.
Lucia regresó a su asiento. Su marido la maravilló. Hanson era atractivo, pero no tenía ni punto de comparación con su esposo. Satisfecha, le cogió la mano y le besó. Por supuesto, aquello excitó a Hugo que prologó el beso y la hizo perderse el principio del segundo acto.

Lucia salió del teatro contentísima, pero su buen humor no duraría mucho.
–…Tengo que volver al norte. – Le anunció Hugo cuando ella se proponía a retirarse a la cama. – Ha venido un mensajero cuando estabas en el palacio.
Hugo se había estado ocupando de todo el trabajo que había retrasado aquella mañana y si no fuera por el contenido de la carta de Callis, ni siquiera hubiese pensado en regresar al Norte para la subyugación.
–¿Durante cuánto tiempo?
–No estoy seguro. Por lo menos un mes… puede que más.
Lucia sabía que no era apropiado interponerse entre su marido y su trabajo, pero era inevitable entristecerse después de su efímera felicidad durante aquel último mes. Tanto tiempo sin él parecería una eternidad.
–¿Me has llevado al teatro para que no me pueda enfadar?
–No… Bueno, a lo mejor un poco. ¿He hecho mal?
–No, querías contentarme. – Lucia sabía que su esposo sólo era considerado con ella. A nadie se le pasaría por la cabeza que el duque de Taran acompañase a su mujer al teatro para evitar que se enfadase. – ¿Cuándo te vas?
–Al amanecer.
–Qué pronto…
–Parece que es una situación seria, tengo que ir lo antes posible.
–Te despediré…
–No, duerme bien. No me sentará bien tenerte que dejar aquí.
Lucia no insistió más. De la misma manera que a él le sentaría mal dejarla a atrás, para ella sería un calvario tenerse que despedir de él. Lo mejor sería despertarse sin él.
Hugo la abrazo, su esposa tenía el rostro teñido de tristeza. No ser capaz de abrazarla durante tanto tiempo sería mortal. Ojalá pudiese llevársela al norte, pero era imposible que su mujer pudiese seguir el ritmo del viaje. Además, lo último que deseaba era acercarla a la frontera.
–Roy será tu escolta.
–¿El señor Krotin?
–Es problemático, pero es bueno en lo que hace. Por eso he decidido darle el trabajo, aunque puede que sea grosero.
–Sé que el señor Krotin trata a los demás con desenvoltura, no me parece mala persona. Tampoco entiendo ese mote tan terrorífico. Encima, es un hombre en el que confías.
La primera vez que vio a Roy fue el día que entró en la residencia del duque para firmar un acuerdo prematrimonial. No tuvo que fijarse demasiado para adivinar lo buena que era su relación.
–Ese tío es muchas cosas.
Hugo conoció a Roy cuando todavía se le conocía como Hue. Algunas tribus bárbaras solían secuestrar gente y los vendían como esclavos a cambio de un precio. El amo de Hue le ordenó rescatar al hijo de un noble. Durante su misión, se topó con otros tantos niños esclavizados y, pesé a que le era imposible empatizar con el resto, aquel niño de ojos maliciosos le llamó la atención. Era el único atado de pies y manos y el único que se rehusaba a someterse. Por puro capricho, Hue decidió colarse de madrugada y liberarlo. Corto las cuerdas en silencio y, mirándole directamente a los ojos, Roy sonrió. “Te devolveré el favor”, aseguró el niño. Y tiempo después, Hue se reencontró con él mucho antes de que la casa ducal se derrumbase a manos de su hermano.
–El señor Krotin significa mucho para ti.
–¿…Tú crees?
–Claro, si estuviera en peligro, lo salvarías, ¿no?
A Hugo le era imposible imaginarse al bravo de Roy en peligro. ¿Quién sabe? Ese hombre era capaz de tirarse de sobrevivir en el mismísimo infierno, de caminar sobre fuego.
–Supongo.
–Caray, cuando más te conozco, más me sorprendes. Tienes muchas cosas fuera de lo normal. ¿Y al mayordomo? ¿Cómo os conocisteis?
Hugo casi cae de cuatro patas en la trampa que eran sus relucientes ojos, pero sin dejar de abrazarla, cambió de posición, la tumbó sobre la cama y se le puso encima.
–Te había dicho que no nombrases a otros hombres en la cama.
–¿Y quién ha empezado?
–Yo puedo, tú no. Tampoco muestres tanto interés por otros.
–Qué terco eres.
Hugo la besó.
–¿No te gusta?
–¿Cómo no me va a gustar? – Lucia le rodeó el cuello con los brazos entre risitas.
–No vayas sola a ningún sitio. – Le advirtió Hugo, encantado de escucharla reír. – Que te acompañe el escolta a todas partes.
–Me preocupas más tú. Te vas a la guerra.
–No hace falta. Tú asegúrate de dormir y comer bien.
–Me preocuparía, aunque fueras el hombre más fuerte del mundo. Ve con cuidado, no te hagas daño.
Hugo la abrazó con fuerza a modo de respuesta. Con ella se sentía válido, querido. Tal vez esta mujer sería capaz de amor a Hue. Quizás algún día podría empapar de su color la infancia que había enterrado en su interior. Sentía que algún día podría contarle todos sus secretos.
–Volverás antes de que acabe el año, ¿no? – Preguntó Lucia aquella noche dos meses antes de fin de año.
–La mañana del primer día del año estaré contigo.

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