98: Final Feliz (5)

agosto 11, 2019


 El hombre a cargo de vigilar a David, el conde de Ramis sólo tenía que saber dónde estaba y con quién se codeaba. Acostumbrado a misiones donde su propia vida había estado en riesgo, esto era pan comido, así que con la esperanza de descubrir algo importante sobre su objetivo que pudiese lanzar al estrellato su carrera se fue acercando.
David solía darle a la botella en un bar desde que había llegado a su territorio. A diferencia de la Capital, allí no existían establecimientos para los de alta clase y ver al hijo de un gran señor entrar por la puerta dejaba pasmados a los clientes más humildes. Davis mostraba su autoridad impidiendo que nadie abandonase el bar hasta que hubiese terminado.
Aquel día el hombre a cargo de vigilarle le siguió como era costumbre, pero no vio ni rastro de él hasta que, de repente, algo le atizó la cabeza por detrás y se desmayó.
–Descubre quién es. – Ordenó David.  – No, mejor encarceladlo. Ya me encargo yo de interrogarle. – Anunció rechinando los dientes.
Tenía una idea de para quién estaba trabajando el espía: su padre.

*         *        *        *        *

Informaron a Anita de que un cliente importante había llegado al reservado especial, así que ella, con una sonrisa astuta, se dirigió a la habitación.
–Oh, condesa. – un David claramente borracho la saludó. – He vuelto a venir.
–Si hubiera avisado, habría venido antes.
Las criadas se retiraron para dejarles intimidad siguiendo el gesto de la mirada de Anita.
–¿Te molesta que haya venido a buscarte de repente?
–En absoluto, no se me ocurre mayor honor, Su Alteza.
David soltó una risita al escucharla llamarle por un título que no le pertenecía.
–La única que me entiende eres tú, condesa.
–Llámeme señora Juel aquí, mi señor, no condesa Anita.
–Oh, sí. Ya me lo habías dicho, sí… Señora Juel.
David había regresado a la Capital después de encarcelar al espía, furioso. Al llegar se dio cuenta de que le sería imposible volver a casa y por mucho que inquiriese a su padre sobre el misterioso desconocido, lo único que conseguiría sería una reprimienda. Así que el único lugar que le quedó fue el bar de la agradable condesa.
Fabian había intentado descubrir qué se traían entre manos David y la condesa, pero no sacó nada de valor. La pareja se estaba conociendo, para ser más precisos, la condesa estaba ganándose la confianza del duque.
Anita era elocuente y se le daba bien manipular a los hombres. Además, se desenvolvía con soltura en temas que les interesaban como la economía o la política. El único hombre al que sus artimañas no le habían afectado había sido el duque de Taran porque, para empezar, era alguien que no se molestaba en conversar con mujeres. Anita notó el disgusto de su mirada cada vez que alguna mujer parloteaba junto a él y decidió cerrar el pico. Aunque poco le hubiese interesado el lado ligón de Anita.
–¿Se quedará en la capital? Entonces, le volveré a ver más a menudo.
–En realidad…
David comenzó a cotorrear incesantemente sobre los temas más típicos del mundo: lo mucho que odiaba a su padre, el dolor de su madre y sobre su terquedad en odiar al duque de Taran. A Anita le gustaba que este borracho fuese tan retorcido, gracias a ello era fácil de manejar. Se había esforzado en ganarse su favor y confianza sin cobrarle por las bebidas, escuchándole y dándole la razón en todo lo que decía.
Durante todo este tiempo su rencor por la duquesa creció como un agujero negro. Se engañaba a sí misma con que su posición estaba yéndose por la borda y era incapaz de dejar su trabajo en el bar porque cada vez que la miraban y seducía con su sonrisa recordaba que estaba viva. Jamás reconocería que era cosa de su personalidad y culpaba a la duquesa por haberla reducido a un trabajo tan humillante, no obstante, era demasiado débil para suponerle una amenaza a la mujer del señor de los Taran. A pesar de todo, un ratón puede atacar a un gato. Anita esperó el momento oportuno y David y sus celos se presentaron en su vida como la herramienta ideal para poner en marcha su plan.
–¿Para qué me ha mandado un espía mi padre? ¡Aquí hay alguien que está rajando de mí! Ese tal Taran se está metiendo entre nosotros. ¡Nos está separando!
Anita se burló internamente de la absurda acusación de David. ¿Para un duque como Hugo se molestaría en calumniar a un mero conde?  Imposible.
–Creo que mi buen señor debería contratacar en lugar de quedarse de brazos cruzados aguantándolo todo. – Anita le consoló. – Creo que podría humillar al duque si usted lo quisiera.
–¿Humillarle? ¿Cómo?
Anita ocultó su sonrisa complacida y continuó hablando como si nada.
–Si se escampase el rumor de que mi señor tiene un romance con la duquesa, el duque no podría discutírselo o quejarse, y si lo hiciera, sería humillante.
David vaciló. Le incomodaba tener que hacer algo que pudiese ensuciar la buena reputación de la duquesa a la que seguía amando pese a los malos sentimientos que le profesaba a su marido.
–Además… A veces los rumores se vuelven realidad. No sería la primera vez que una pareja se conoce a través de un rumor y acaba enamorándose.
David estaba seguro de que la duquesa se prendaría de él en cuando tuviese la oportunidad de conversar con ella. Un rumor sería la excusa perfecta para hablarle.
–Pero… La gente se enterará que es falso.
–¿Falso? Oh, no. No va a ser falso.
–¿Cómo que no?
–Los rumores sólo necesitan una pista. Un testigo de un encuentro secreto es como darle alas al rumor.
La duquesa sólo asistía a eventos discretos y se sabía que su relación matrimonial era idílica. Aun así, todo humano disfruta de tener algo contra un objetivo imposible. Si conseguía crear una situación en la que David y la duquesa se encontraban el rumor correría como el agua. Los escándalos de nobles eran innumerables, pero pocos contaban con un protagonista inmaculado. La verdad no importaba, sólo la diversión.
–Dentro de unos días se celebra el Día de la Fundación. El duque no está en la capital y se celebrará una fiesta. No habrá un momento más fácil.
–El problema es cómo voy a acercarme a ella a solas sin que nos vean.
–De eso me encargo yo.
–Mmm… ¿Por qué me ayudas?
A Anita se le llenaron los ojos de lágrimas y confesó que había sido una de las amantes del duque a las que habían abandonado sin misericordia alguna y mintió asegurando de que esperaba la manera de poder vengarse de él.
–Sólo necesito que me ayude con una cosita…
–¿Con qué?
Anita vaciló como si no estuviese segura de decir nada hasta que David le juró que haría todo lo posible por ayudarla.
–Me he enterado de que su familia tiene un objeto mágico que cambia la apariencia de quien lo usa… Me gustaría que pudiese dejármelo un rato.

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