116: El principio del fin (4)

septiembre 10, 2019


Ya en la mansión, Hugo se sentó pensativo en la butaca de su despacho e intentó con todas sus fuerzas que su cerebro funcionase, pero fue imposible. No sabía ni por donde empezar. El abismo de su impotencia lo engullía. Su corazón latía ansioso por el miedo, le ahogaba. La posibilidad de perderla le horrorizaba. Se quedó en ese estado hasta el alba, cuando decidió entrar en el dormitorio de su esposa y contemplar la figura dormida de Lucia. Retiró las sábanas y se llevó su cuerpecito febril a su pecho. No podía vivir sin ella. La felicidad y la desesperación le embargaron.
–…No, de gracias nada. – Murmuró recordando cómo Lucia le había agradecido por haber aceptado su propuesta de matrimonio. – Caíste de cuatro patas en lo peor.
Lucia había tenido que pasar por todo tipo de horrores para conseguir un bebé que cualquier otro le había dado con facilidad y el mismo retoño sería lo que acabaría con ella. Sólo por haberse casado con él. Si nunca se hubiesen conocido, si no le hubiese hablado aquel día… Pero, si no se hubiesen conocido él habría vivido el resto de sus días en un mundo gris. No podía soltarla. Si se le brindase la oportunidad de volver al pasado, no podría. Así de egoísta era.
–Te amo. – Susurró al oído de su amada.
Cerró los ojos y algo cálido y húmedo le empezó a rodar por las mejillas. Sentía una presión en el pecho y le dolía la garganta como si le estuviesen ahogando. Hugo recordó la definición del verbo “llorar” mientras derraba lágrimas por primera vez. Era una sensación intrincada, compleja que ninguna expresión lograba envolver.

*         *        *        *        *

Hugo se pasó la noche en vela reflexionando. El amanecer combatió la oscuridad de la noche e iluminó el dormitorio.
Lucia abrió los ojos más temprano que de costumbre y sonrió al notar los brazos que la rodeaban desde atrás. Se dio la vuelta, perezosa, para verle la cara y en cuanto sus miradas se encontraron, se enterró en su pecho.
Hugo pasó los dedos por la sedosa melena de ella y anunció:
–Creo que tengo que ir al norte, Vivian.
Lucia levantó la cabeza sorprendida. La mirada de él poseía cierto matiz severo.
–No será por mucho tiempo.
–…Vale. Parece urgente.
–Siento no poderme quedar contigo en estos momentos.
–No pasa nada, todavía falta mucho para que llegue el niño. Estarás aquí para entonces, ¿no?
Hugo abrazó a Lucia, que se forzó a fingir que no le importaba. Esa manía tan suya de encogerse de hombros y hacerse la dura no había cambiado ni un ápice.
La única esperanza que le quedaba a Hugo era indagar en la habitación secreta de la biblioteca de los Taran en busca de la menor de las pistas.

*         *        *        *        *

Lucia intentó mantenerse en óptimas condiciones por el bien del bebé ahora que su marido no estaba y, a veces, se preguntaba cómo había podido quedarse en cinta.
–¿Cuándo empezó a tomarse la medicina para la migraña, mi señora?
–¿Por qué lo preguntas?
–Tengo que investigar algo.
–¿El qué? – Lucia tuvo un mal presentimiento.
–El señor duque… – Vaciló Jerome. – Lo me lo ha ordenado.
Lucia ató cabos: la medicina y su embarazo estaban relacionados. El nuevo remedio funcionó tan bien que recordaba con exactitud cuándo había empezado a tomárselo y quién se lo había suministrado. Le sobrecogió que Anna, en quien confiaba como profesional, hubiese mezclado algo que no debía. Resuelta, decidió llamarla para llegar al fondo del asunto.

*         *        *        *        *

Aquella sería su primer encuentro con Anna desde que la despidió. Anna entró en su morada con una sonrisa encantada y Lucia la recibió con modestia.
–Sospecho que el remedio para la migraña que me recetaste tenga algo que no deba. – Lucia fue directa al grano. – No creo que sea cosa tuya, Anna, por eso quiero que me lo cuentes todo.
Anna empalideció horrorizada.
–La receta… – La buena mujer tartamudeó perpleja. – El doctor del duque me la dio, el señor Philip. Pero, mi señora, créame, no es una mala persona.
Ese nombre le provocaba una sensación extraña. En su sueño había sido alguien a quien le había agradecido sus servicios y en esta realidad era el hombre a quien su marido le debía la vida de su hermano. Sin embargo, en presencia del médico, Hugo siempre se mostraba reacio, inquieto, por lo que la imagen de benefactor no la podía asociar con él.
–Estoy embarazada, Anna.
–¡Oh, cielos! ¡Enhorabuena!
–Gracias. Como sabrás, yo era estéril. No obstante, la medicina de la migraña era un remedio para ello y me he curado sin que se me notificase. – La expresión de Anna cambió radicalmente. – Lo importante no es que me haya quedado en cinta, si no que de haber sido veneno… ¿Te imaginas qué habría podido ocurrir? ¿Entiendes por qué me lo tomo tan en serio?
–Me… usó. – Anna suspiró pesarosamente.
–¿Recuerdas algo peculiar?
–El señor Philip estaba… obsesionado con que usted se quedase embarazada, señora. En aquel momento no me pareció raro, pero ahora…
–Entiendo. Si no me equivoco, el doctor Philip quiso que nos presentases. ¿Por qué? Cuéntamelo todo, cada detalle.
Anna analizó sus recuerdos, los ordenó y narró cada acontecimiento o conversación con el doctor al que había admirado.
–Es todo culpa mía… Fui… demasiado necia.
La duquesa no era la única víctima. Anna llevaba vendiendo ese remedio durante varios meses sin preocuparse de cómo afectaba al cuerpo del paciente. Se había decepcionado a sí misma. La buena mujer se despidió con los ojos enrojecidos y partió no sin antes disculparse un sinfín de veces con Lucia.
Ya a solas, la duquesa repasó la información para resolver el misterio. La cura que conocía poseía una fragancia única, sin embargo, falló en detectar cualquier aroma sospechoso en el nuevo remedio. Si era un remedio casero pasado de generación en generación, entonces, Philip podría haber alterado la fórmula a su antojo. Pero, ¿por qué llegar hasta esos extremos para quitar un aroma? Por mucho que ella dejase de ser estéril, su marido requería ciertos aspectos para tener hijos, la mujer en cuestión tenía que preparar su cuerpo con una planta.
¡Oh, claro! ¡La artemisa! El Philip de su sueño había sido todo un experto en los efectos de la artemisa que ningún otro erudito parecía, siquiera, sospechar. Aquel hombre había indagado en ella para asegurarse de que cumplía con los requisitos. Su naturaleza calculadora hizo estremecer a Lucia.

*         *        *        *        *

Hugo regresó del norte tres semanas después y, en cuanto desmontó de su corcel, se encerró en su despacho seguido por su fiel sirviente Jerome.
–¿Mi esposa está dormida?
–La señora se ha retirado a descansar temprano. No le he dicho que usted regresaría esta noche.
–Bien hecho. ¿Y la receta que te di?
Hugo le confió la receta que Philip le había dictado para cualquier dolor abdominal que la duquesa pudiese sufrir al mayordomo por si se volviese intolerable.
–Tal y como usted adivinó, la señora sufrió dolores.
Hugo que esperaba de todo corazón que las afirmaciones del viejo fueran mentiras se decepcionó.
–También he descubierto los ingredientes de la medicina de la señora y de dónde sacó la receta la anterior doctora. Está todo resumido en mi informe.
Hugo cogió el informe de Jerome y lo hojeó sin cesar de lamentarse por no adivinar los planes de Philip antes.
–La señora se interesó por la investigación.
–¿Se interesó?
–Sí, señor. Convocó a su antigua doctora y quedó con ella.
–¿Y? – Inquiero Hugo, ceñudo.
–Conversaron largo y tendido, aunque ignoro sobre qué.
Hugo no tenía ni idea de qué podrían haber hablado durante tanto tiempo su mujer y la doctora que despidió. Terminó de ordenar unos cuantos documentos que había escampados por el escritorio y se dispuso a subir al segundo piso con el corazón en un puño. La única información que había conseguido en la biblioteca del norte era sobre los duques y duquesas que habían concebido descendencia, nada relataban los escritos sobre las madres del otro linaje.
–¡Hugh! – Exclamó Lucia, regocijándose bajo la luz de las velas cuando vio a Hugo abrir la puerta del dormitorio. – ¿Cuándo has vuelto?
–No te levantes, ya me acerco yo.
Se sentó de rodillas sobre la cama y la estrechó entre sus brazos.
–Has vuelto y nadie ha venido a avisarme. – Se quejó la duquesa.
–Seguramente pensaban que estarías dormida.
–¿Sabes qué me ha pasado hace un rato, Hugh?
Lucia tomó la mano de Hugo y la posó sobre su vientre. Hugo se sobresaltó, el estómago de su mujer había crecido muchísimo en tres semanas.
–Estaba tumbada y he oído algo. Como gotas de agua. ¡Y entonces he notado que me rugía el estómago como cuando tengo hambre! Pero luego, he vuelto a oírlo y se me ha acelerado el corazón. Estoy segura de que era el bebé hablándome. –Lucia habló sin pararse a respirar.
Viendo lo rebosante de emoción que estaba Lucia, Hugo se emocionó, miró su mano y preguntó:
–¿…Aquí…?
–Sí, espera un momento.
La pareja esperó unos instantes conteniendo la respiración sin resultado ninguno. Lucia insistió mentalmente a su hijo para que se volviese a mover para que su marido pudiese experimentar la oleada de emociones que había sentido ella, pero no hubo manera.
–Se ha movido hace nada.
Hugo besó a su decepcionada mujercita.
–¿Cómo has estado?
–Bien, ¿y tú? ¿Qué tal el viaje?
–Duro. Me han dicho que te ha dolido la barriga.
–Sí, pero me he medicado y ya. Me preocupaba más que le pasase algo al bebé que otra cosa.
–Entiendo…
Aunque Philip no le hubiese advertido que provocar un aborto sería peligroso para la madre, Hugo no tenía la más mínima intención de hacerle nada al fruto de su vientre. No entraba en sus planes ver a su esposa caer en el abismo de la desesperación por haber perdido a su niño. La victoria era para el viejo. Mientras Lucia estuviese a salvo, sería una marioneta a manos de aquel personaje.
–Quería hablar contigo sobre la medicina de la migraña, Hugh.
–¿Qué le pasa?
–Me he quedado embarazada gracias a ella, ¿verdad?
Su esposa era una mujer interesante. A veces era ingenua e inocente, y otras era terriblemente astuta. Le relató su conversación con Anna y él escuchó atentamente cada palabra y expresión. Todo era información relevante que le faltaba al informe de Jerome.
–Pero lo que no entiendo, Hugh, es la razón por la que Philip hace esto. – Lucia expresó su mayor dilema.
No comprendía por qué el doctor llegaría hasta tales extremos para dejarla embarazada. Era mucho más que simple lealtad a una familia.

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