117: El principio del fin (5)

septiembre 26, 2019


 –Ya tienes un heredero. ¿No ve a Damian digno de serlo? Pero es que no tiene sentido… Yo soy estéril. Es imposible que el señor Philip no lo supiera.
Hugo fue incapaz de ocultar su desconcierto y esto le indicó a Lucia que su pregunta había dado justo en el clavo. Su marido siempre contestaba abiertamente cualquiera de sus dudas, pero en esta ocasión, mantuvo la boca cerrada. Aunque la joven no quería ponerle en una situación difícil, ahora que todavía sentía la emoción de notar a su hijo moverse por primera vez y su instinto maternal florecía no podía dejar pasar algo relacionado con su hijo.
–Me lo prometiste, Hugh. – Lucia insistió. – Me dijiste que si te lo imploraba reflexionarías sobre contarme tu secreto. – Le recordó con la mirada cargada de terquedad.
–…No es algo fácil de digerir. Ni para ti, ni para el niño.
–Yo estoy bien y el niño también. ¿No fuiste tú el que se jactó de lo fuerte que era un hijo tuyo?
Hugo soltó una risita mezclada con un suspiro.
–Siempre ganas.
Hugo le confesó todos los secretos que guardaba celosamente. Dejó expuesto el secreto de su familia, la verdad de los matrimonios incestuosos y hasta las mentiras de Philip. Lo único que se calló fue su identidad como “Hue”.
–O sea, que está obsesionado. – Lucia se limitó a expresar lo que sentía y aceptó la nueva información flemáticamente. – Hugh, Damian es mi hijo y el hermano mayor de nuestro bebé. Voy a criar a mis hijos como hermanos y no estoy dispuesta a inculcarles el secreto de los Taran.
–Pienso igual.
–¿Te sigue preocupando? ¿Por eso no me lo contabas?
–No te lo contaba porque… es repugnante.
Lucia suspiró ante el abrupto silencio de Hugo.
–¿…Temías que te viera de otra forma?
Su silencio fue la respuesta. Lucia compadeció tanto a ese león tímido y encantador que sintió deseos de llorar. Se incorporó, lo rodeó con los brazos y enterró el rostro en el cuello de él. Anhelaba que el amor pudiese verse a simple vista. Ansiaba abrir su propio corazón y mostrárselo a su marido. ¿Cómo podía hacerle entender que sus sentimientos no cambiarían por algo como esto?
–En realidad, Hugh, yo también tengo un secreto. ¿Te gustaría escuchar mi historia?
Y así, Lucia abrió las puertas del rincón mejor escondido de su ser donde había enterrado la verdad que aspiraba a olvidar desde los doce años.
–…Y así es como terminó mi matrimonio. – Lucia hizo una breve pausa para estudiar la expresión de Hugo.
–¿Por qué paras? Sigue.
–…Tienes una cara que da miedo.
La expresión del duque estaba cargada de instinto asesino.
–¿Te… parece ridículo?
–¡No! – Hugo, agitado, se pasó la mano por el pelo.
Lamentaba haber acabado con el Conde Matin con tanta facilidad. Era mortificante. Rechinando los dientes indignado escuchó la vida de su mujer como esposa de ese montón de basura al que Kwiz, el instigador, había vendido a su hermana.
–¿Cómo puedes ser así, esposa mía?
–¿…Eh?
–A pesar de haber pasado por todo eso, lo único que me pediste fue encontrar alguna manera para que ese hijo de la gran puta no se casase con alguna princesa.
De haberlo sabido antes, Hugo hubiese asesinado a ese bastardo de la manera más miserable posible.
–…Gracias por escucharme, Hugh. Pero nada de esto ha pasado de verdad, así que-…
–Si lo recuerdas, da igual. Para ti no es un sueño sin más, ¿cierto? Es algo por lo que has tenido que pasar.
–…Sí, pero-…
–¡Si lo hubiese sabido, ese cabrón-…!
–Ya está muerto.
Lucia creía que el conde había fallecido en un accidente fortuito y el hecho de no poderle confesar que había sido cosa suya le frustraba aún más.
–Voy a parar aquí, no quiero alterarte.
Hugo cogió aire varias veces para serenarse. Necesitaba saber más. La historia de su esposa era irreal, pero no absurda y, por extraño que sonase, le facilitaba las piezas del rompecabezas que hasta ahora le faltaban. Como la compostura que guardaba siempre su mujer a pesar de su corta edad o esa personalidad tan impropia de una princesita que no había salido jamás del palacio. Además, Hugo sabía bastante sobre los objetos mágicos y supuso que el colgante del que le había hablado Lucia era uno.
–No, continua.
Lucia se tragó la risotada mientras repasaba el aspecto de Hugo, que parecía una bomba de relojería. Agradecida reanudó su relato. Le explicó cómo conoció al caballero que la engañó y timó. La muchacha se detuvo unos instantes para estudiar el rostro de Hugo que, sorprendentemente, seguía templado. Le alivió que su esposo comprendiese que todo era un sueño, algo que no había sucedido en la vida real. Sin embargo, la mente de Hugo tiraba en otra dirección y decidió encontrar a ese timador y desahogarse con él.
–No te parezco una loca, ¿no?
Hugo se quedó de piedra y la abrazó sin responder. No sabía cómo consolarla de esa agotadora vida que había experimentado en su sueño. De hecho, ella era quien le había salvado a él.
–¿Me ves con otros ojos? He vivido una vida dejándome llevar de un lado al otro, Hugh. No soy una princesita a la que hayan mimado durante toda su niñez en el palacio.
–Sabes que eso es imposible.
–Pues lo mismo pasa conmigo. Da igual qué secreto estés guardando: tú eres tú.
Hugo se carcajeó sin soltarla. ¿A qué le temía? La oscuridad que lo había aprisionado durante tanto tiempo se disipó con una caricia de su mano. La firmeza del corazón de la frágil mujer que tenía entre sus brazos le pilló desprevenido. Ahora comprendía el dicho de que la voluntad de una mujer era más fuerte que la de cualquier hombre.
–El problema es Damian.
–¿Damian?
–Cuando crezca y se enamore no podrá tener un hijo de una manera normal. Pero conozco un remedio… Te he dicho que en mi sueño me curé gracias a conocer a un doctor mientras deambulaba por ahí, ¿no, Hugh? Era el señor Philip.
–¿…Qué?
–Nunca le he visto en la vida real, pero estoy segura de que era él.
–…Y yo. – Asintió Hugo tras escuchar la descripción tan precisa de su esposa.
–He estado dándole vueltas y creo que la clave para el linaje de los Taran es la artemisa.
–…Tienes… razón. – Murmuró él como ausente.
El remedio que Philip le había confiado a Lucia en su sueño debía ser la cura que él no lograba hallar por ningún lado. ¿Dónde diablos andaría la fórmula?
Un recuerdo lejano le vino a la mente. Cuando todavía era una mera marioneta del difunto duque, se le permitía ver a su hermano una vez al mes para confirmar su estado en una llanura desierta. En una ocasión le preguntó dónde vivía y su gemelo le respondió encogido de hombros que, en un pueblecito lejano, aunque fue incapaz de concretar porque le drogaban cada noche antes de llegar a la quedada. Hugo se convenció de que su hermano estaba encerrado en la casa que la familia de Philip utilizaba como escondrijo y pasó un buen tiempo buscándola inclinado por la posibilidad que todos los documentos secretos y las recetas ancestrales de sus antepasados descansasen en algún lugar de esa casa. La información que le facilitó su esposa acababa de abrirle una nueva ruta: el anciano era capaz de volver a pie en una semana desde el escondrijo. Aquello reducía el rango de búsqueda significativamente.
–Dices que recuerdas la cura, ¿verdad, esposita mía? Dime cómo se hace. – Le pidió a Lucia mientras la colmaba de besos.
–Sí, claro. – Contestó ella, perpleja.
–Gracias.
Conseguida la fórmula, Hugo se marchó dejando atrás a una Lucia confundida. Risueña, se tumbó sobre la cama con las manos sobre el vientre.
–Muévete, cariño, soy yo, tu mamá. – Susurró lentamente.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images