115: Demasiado orgulloso para admitirlo

noviembre 09, 2019


Li Wei Yang se estremeció sorprendida por la inesperada franqueza de Li Xiao Ran. La expresión severa de su padre evidenciaba su mal humor y renuencia al pacto. Li Zhang Le le había dejado en evidencia, Li Chang Xiao no era útil, así que ella era la única hija a su lado.
–Nuestras familias se han distanciado desde la muerte de tu madre, pero seguimos unidos. Sería fantástico poder arreglar nuestras diferencias. – Hizo una pausa. – Ya has visto a Jiang Nan, es joven, atlético, inteligente y resuelto; aunque le hayan despojado de su poder militar, los Jiang siguen-…
–¿A qué viene esto, padre? – Li Wei Yang le interrumpió por primera vez con suma frialdad.
Jamás había aborrecido a su padre como en ese momento, ni siquiera después de abandonarla en el campo sin molestarse en preguntar por ella. Li Wei Yang comprendía que poco añoraría a su hija maldita estando rodeado de hermosas esposas, concubinas y sus otros hijos. No obstante, este hombre por el que no sentía nada y poco le importaba en su vida, ni la había marginado ni había conspirado en su contra desde su regreso. Aunque había sido injusto con ella en alguna ocasión, no se portaba mal o bien con ella y eso era suficiente para que Wei Yang no le considerase un enemigo. Sentía que entre ellos había algún tipo de afecto mutuo, aunque mínimo. No obstante, lo de aquel día le demostraba que Li Xiao Ran era un hombre cruel, capaz de sacrificar a sus hijas o esposas con tal de satisfacer su ansia de poder o estatus. Puede que odiase a los Jiang, pero al no tener la seguridad de poder acabar con ellos, prefería apaciguarlos con cualquier método posible. Si en un futuro se presentaba la ocasión de poder enfrentarse a ellos, lo haría. Pero Li Wei Yang no jugaría su juego; se negaba a ser un anzuelo para una posible venganza futura.
–¿Has olvidado a la nueva matriarca y cómo entró a nuestra familia, padre? – Wei Yang sonrió con frialdad observando esmeradamente la expresión de su padre. – ¿Los Jiang vuelven a andarse con las suyas y tú te vas a quedar ahí de brazos cruzados?
–¡Li Wei Yang! – Li Xiao Ran estalló en furia decidido a lanzar cualquier objeto que tuviese a su alcance, pero la diversión en la mirada de su hija le detuvo. Forzarla sería inútil. – Eres mi hija, muchacha. – Empezó, con otro tono. – Como padre quiero casarte bien. ¿No crees que es lo normal? Sé que los Jiang tienen segundas intenciones, pero también sé que eres capaz de lidiar con ello, ocuparte de tu marido y conseguir que dejé de dar problemas. Además, quien ha decidido el enlace es el Emperador, no podemos negarnos. Tendrán que respetarte porque ha sido una orden imperial, no podrán tocarte. – Bajó la voz y prosiguió. – Yo también voy a apoyarte cuánto pueda, no permitiré que vayan en tu contra. ¡Mientras sea el Primer Ministro no podrán tocarte! – Hizo una breve pausa para estudiar el rostro inexpresivo de Wei Yang. – Sé que recuerdas todo lo ocurrido con tu madre, pero está muerta. ¿De qué te sirve guardar tanto rencor? Eres una muchacha astuta, conoces la relación entre los Li y los Jiang; aunque rompas el hueso, los tendones siguen ahí. Si la noche del banquete no hubiese defendido a los Jiang, la gente me habría marcado de ingrato. Si no fuera por los Jiang, yo no me alzaría en la posición que gozo hoy. No podemos permitir que lo ocurrido con Jiang Rou destroce nuestra familia… ¿Crees que te pedirían la mano en matrimonio para torturarte? No, están malentendiendo a Jiang Dan. Lo que quiere es demostrar su buena fe…
Li Wei Yang mantuvo su expresión estoica durante el monólogo de su padre. Cada palabra que pronunciaba Li Xiao Ran la asqueaba más. A pesar del punto al que habían llegado, su padre seguía esperando una buena relación con los Jiang. Lo único que le importaba era la política. En el banquete los Jiang se habían percatado de la influencia de Li Xiao Ran sobre el Emperador; y Li Xiao Ran se había percatado de que su influencia no era todo lo poderosa que esperaba. Ambos patriarcas estaban decididos a enmendar su relación por el bien de su propia avaricia.
–Dejemos los asuntos de la corte aparte, padre. Madre era la primogénita de los Jiang y me culpan de su pérdida. Puede que Jiang Dan haya pedido mi mano de buena fe, pero para su mujer, que ha perdido una hija, la hija de una mera concubina no es suficiente para compensarla. Es imposible que creas que no ha aceptado por venganza. – Li Wei Yang habló con serenidad y sosiego. – ¿Cómo puede ser que creas que sacrificarme es suficiente para acabar con la disputa entre nuestras familias?
Li Xiao Ran alzó una ceja.
–¡Cómo puedes ser tan infantil, Wei Yang! – Exclamó furioso. – ¡Te lo he explicado porque creía que serías capaz de entenderlo! ¡Si me hubiesen pedido a Li Chang Xiao, no habría dudado ni un momento!
Li Wei Yang sonrió. Cuánto más se enfadaba su padre, más dulce era su mueca.
Li Xiao Ran conocía la personalidad de Li Wei Yang. Era una muchacha que había osado exigir una recompensado al Emperador. De haber nacido barón, se hubiese convertido en todo un triunfador en la corte.
–Hay más… La matriarca está postrada en cama y no es seguro de si sobrevivirá. Jiang Nan es el cuarto hijo de la familia, sus hermanos acabarán ascendiendo y mudándose con sus propias familias a otro lado. Cuando termine tu año de luto, si sabes moverte, podrías conseguir que la casa de los Jiang fuese completamente tuya.
Li Wei Yang estalló en una carcajada sonora. ¿Qué le pasarían la casa a ella? Aunque la anciana muriese, la esposa de Li Xiao Ran continuaba viva. ¿De verdad creían que se tragaría esa falacia? ¿Qué no dudaría que los demás Jiang la dejarían asumir el control?
–Este matrimonio es por los Li; nos beneficiará tanto en la corte como fuera de ella. Independientemente de lo que opines, ya he aceptado y en cuanto el Emperador se serene me presentaré para pedirle permiso. La boda se celebrará en cuanto acabe tu luto. – Li Xiao Ran habló con decisión. – Conozco tus habilidades y sé que sobrevivirás.
Li Wei Yang ignoró el tono tajante de su padre y sorbió té como ajena.
–Nadie da duros a dieciocho reales, padre. Entiendo tu decisión, claro, pero me rehúso a-…
–¿Tienes miedo?
–¿Miedo? No, padre. Nunca he sentido miedo ni cuando se me abandonó en el campo, ni cuando me apalearon, ni cuando me mataron de hambre o frío, ni cuando madre y mi hermana mayor conspiraron en mi contra, ni siquiera cuando intentaron quemarme viva. ¡No le temo a los Jiang! Pero me sorprende el momento que han decidido para pedir mi mano. – Li Wei Yang continuó fría como un glaciar. – No me parece lógico. El Emperador acaba de amonestarles, deberían estar reflexionando no pensando en bodas. Estoy segura de que la gente pensará que los Li somos unos atrevidos por ayudar a una familia a la que Su Majestad acaba de castigar… – Musitó.
El rostro de Li Xiao Ran se oscureció.
–Ahora mismo, el Emperador pasa la mayoría de su tiempo estudiando y ha dejado la mayoría de los asuntos a manos del príncipe heredero. Los Jiang siempre habían utilizado su propio poder militar para convertirse en un elemento inamovible de la corte, pero ahora necesitan a alguien que pueda hablar a su favor ante el Emperador. Este matrimonio es una advertencia sutil.
En la encarnizada guerra política era común que las familias se decantasen por apoyar a un príncipe en concreto. Los Li jamás habían sido admiradores del príncipe heredero y Li Xiao Ran estaba completamente seguro de que el Emperador acabaría nombrando al séptimo príncipe su digno sucesor. Sin embargo, los Jiang no podían apoyar a Tuoba Yu porque, de conseguir el trono, quien se llevaría la recompensa militar serían los Luo. Ahora que habían perdido el favor del Emperador, los Jiang pretendían ganar el del príncipe heredero. Ahora todo parecía cobrar sentido. El matrimonio era un mensaje implícito para los demás: hasta los Li apoyaban al príncipe heredero. Aquello podría hacer recapacitar al Emperador y cambiar de idea sobre lo de elegir a Tuoba Yu su legítimo heredero.
Li Xiao Ran se molestó. Li Wei Yang tenía razón; hasta el mensajero de los Jiang era uno de los familiares del príncipe heredero, el gran duque Min. ¿Qué planeaban los Jiang? Era imposible que no se dieran cuenta de que el príncipe heredero no tenía madera de Emperador. ¿Estarían tramando algo peor…?
–Olvídalo. – Farfulló. – Todavía queda un año, no hace falta correr. Puedes retirarte, voy a pensar en ello.
Li Xiao Ran pretendía pedirle permiso al Emperador en cuestión de días, pero había cambiado de opinión. Lo mejor era considerar cada plan y posible conspiración que pudiese haber detrás del matrimonio.
–Sí, padre. – Contestó Wei Yang serena.

–No pienso permitir que te casen. – Anunció Lao Furen sin andarse con rodeos. – ¿Tu padre te ha castigado o algo?
La actitud de la anciana era completamente distinta a la de su padre. Li Wei Yang a sabiendas de que que no le gustaban las personas de lengua viperina, fingió vacilar y ponerse nerviosa.
–No es un buen partido. – Lao Furen le sonrió y le acarició la espalda. – Le aconsejaré a tu padre que rechace la propuesta.
–Me temo… – Li Wei Yang esbozó una mueca triste. – que padre no cambiará de parecer.
Al fin y al cabo, a Li Xiao Ran no le importaba su hija. A pesar de ser conocedor de la mala sangre entre ambos, había pretendido casarla sin miramientos.
–No te preocupes, no hace falta correr. Además, todavía estás de luto. Ya encontraremos motivos para rechazarles. – El apoyo total de la abuela sorprendió a Li Wei Yang. – Déjate de preocupaciones banales, conozco a tu padre. – Luo Furen notó el cambio de expresión en la muchacha y quiso consolarla. – Es un hombre orgulloso, pero no te obligará a hacer nada que no quieras.
–¡Tienes razón! – Sonrió Wei Yang. – Pero es que me preocupa que los Jiang hayan elegido este momento para pedir mi mano por otra cosa…
A Lao Furen le gustaba Wei Yang, pero lo que más le fascinaba era su capacidad para la política. De haber nacido legítima, su hijo no la querría sacrificar tan a la ligera.
–Si quieres quitarle la idea de la cabeza a tu padre, creo que lo mejor es conseguir que el séptimo príncipe pida tu mano.
La idea de la anciana la asombró. Lao Furen sabía que Wei Yang no quería casarse con nadie de los Jiang. Como hija ilegítima, conseguir alcanzar una posición buena o estable dentro de esa familia precisaba el apoyo de su suegra que, por supuesto, no conseguiría. Sin embargo, Wei Yang no era tan ingenua como para creerse formidablemente valiosa. No pensaba venderse para solucionar la situación y, ante todo, no pensaba venderse a Tuoba Yu.
Tuoba Yu era un amigo, un aliado, pero no alguien a quien poderle confiar el resto de su vida. La madre del séptimo príncipe sólo permitía perfección para su hijo, por eso todavía no había elegido ni a una sola consorte.
–Entiendo. – Li Wei Yang bajó la cabeza fingiendo haber aceptado la idea de la anciana, pero no prometió nada.

–¿Madre acaba de irse, criada Luo? – Preguntó Wei Yang mientras salía del patio de Lao Furen.
La criada siempre se había mantenido en la neutralidad absoluto hasta que la salud de Lao Furen había empezado a deteriorarse. La sonrisa de Li Wei Yang le provocaba oleadas de sensaciones. En esos momentos, el poder y estatus de la muchacha eran lo suficientemente altos como para que Li Zhang Le no pudiese ni soñar con tocarle un pelo.
–¡Sí, señorita! – Contestó educadamente la criada. – Estaba aquí hasta ahora mismo… – Vaciló.
–Adelante, habla. – Le insistió Wei Yang viéndola titubear. – No te preocupes.
–La señora ha venido a convencer a Lao Furen para que acepte la propuesta de matrimonio… – Respondió la criada Luo lentamente.
Al fin Jiang Yue Lan mostraba sus verdaderos colores. La nueva matriarca debía demostrar lealtad a su hogar y ayudar a su padre ahora que la corte estaba alborotada.
–Humildemente creo que usted, mi señora, se las apañaría en cualquier lado. Pero es que ahora mismo todo el mundo está nervioso…
–Las aguas se están arremolinando, – Li Wei Yang la miró directamente a los ojos. – ¿no es más divertido así? – Añadió con total tranquilidad.
La criada se quedó patidifusa. Durante todos aquellos años sirviendo a Lao Furen había aprendido a distinguir qué debía saber y fingir ignorar, y todo lo relativo a aquella muchacha era obvio que formaba parte de la segunda opción. Cualquiera que se hubiese atrevido a oponerse a Li Wei Yang sufriría algún percance: la anterior matriarca, Da Furen, perdió la vida; tanto el futuro de la primogénita como el de la quinta hija de los Li se había esfumado; nadie se libraba. ¿Quién se iba a imaginar que una joven tan hermosa ocultaría un corazón tan oscuro y macabro?
–¡Sí, mi señora! – La actitud de la criada cambió íntegramente. – Si algún día necesita algo de mí, no dude en ordenármelo.
–Claro, Lao Furen está en tus manos. – Contestó Wei Yang con modestia.
La criada se sentía entre la espada y la pared al recordar los lingotes de oro que le había enviado la nueva matriarca. Tal vez renegar de Lao Furen era precipitarse. Quizás debía esperar y observar cuál de las dos, la nueva matriarca o la tercera hija de la casa, poseía más voluntad y tenacidad hasta el mismísimo final. Si algo había aprendido de Da Furen es que lo más sensato era mantenerse al margen de las luchas entre señores para evitar acabar verse reducido a cenizas.

Li Wei Yang regresó a la hora de la comida. Los muchos platos de cerámica de copiosos manjares ya estaban servidos sobre la mesa.
–¿Por qué hay tanta comida? – Preguntó sorprendida.
La cocina central preparaba todas las comidas de los residentes de la mansión, sin embargo, si la persona en cuestión era lo suficientemente importante o rica se le garantizaba una cocina personal para poder satisfacer todos sus antojos. Li Wei Yang disfrutaba del servicio personal, pero se había asegurado de ordenarle a su cocinero que preparase como mucho cuatro platos. ¿Qué habría pasado?
En ese momento, un apuesto joven entró en la estancia.
Mo Zhu corrió las cortinas y retrocedió un par de pasos para poder admirar la belleza de Li Min De. Cuánto más lo contemplaba, más se le aceleraba el corazón. ¿Cuándo se le presentaría la ocasión de conocer a una persona tan elegante? No obstante, la criada sabía que aquel muchacho guardaba su afecto y sonrisas para Li Wei Yang y no se atrevía a albergar ninguna esperanza.
–¿Le has ordenado a mi cocinero que preparase todo esto para poder satisfacer tus antojos a mi costa? – Reprochó con una sonrisa la hermosa Wei Yang.
Li Min De se limitó a esbozar una mueca picarona.
–Aquí es donde están los mejores manjares. ¿Qué pasa? ¿No me quieres aquí?
–Claro que sí. – Li Wei Yang suspiró debatiéndose sobre con qué actitud dirigirse al muchacho.
La pareja se deleitó del festín en silencio hasta que Wei Yang lo rompió.
–¿Por qué no paras de mirarme, Min De? ¿Algo que decir?
La pregunta desconcertó a Li Min De cuyos ojos la buscaban inconscientemente. La mirada reluciente de Wei Yang le ponía nervioso y su corazón prendió en llamas.
–Me he enterado de que los Jiang han enviado una propuesta.
Li Wei Yang sonrió con suma dulzura.
–Llevaos a esta traidora ahora mismo, – dijo señalando a Zhao Yue. – ni un minuto ha tardado en informarte.
Zhao Yue se postró de rodillas, pero Li Min De se limitó a mostrar una de sus muecas.
–¿No querías que me enterase? ¿De verdad quieres casarte con él?
Li Wei Yang se aclaró la garganta disgustada y lo fulminó con la mirada.
–¿Por qué iba a querer entrar en esa familia?
–Entonces, – Li Min De era capaz de permanecer tranquilo precisamente porque sabía que Wei Yang no estaba dispuesta a contraer matrimonio con Jiang Nan. – ¿ya tienes un plan de escape?
–Ha sido demasiado repentino, necesito tiempo para pensar en ello.
–Yo tengo una idea, Wei Yang. – Anunció con una sonrisa misteriosa.
Que Min De se dirigiese a ella por su nombre sobrecogió a Li Wei Yang. El joven había abandonado por completo la palabra “jiejie” desde hacía un año y medio. No era menor que ella y su forma de hablar tan estilizada y sosegada le impedía poder recriminárselo.
–¿Cuál?
–Si te quieren como nuera, tendrán que pagar un precio. – Su mueca se hizo más evidente. – ¿Podrán pagarlo…?
–El problema no son los Jiang, sino padre. – Wei Yang conocía esa mirada decidida de Min De, pero no conseguía deshacerse de su propia incertidumbre.
–¿Y qué opinas de él? – Le preguntó el muchacho con una sonrisa.
–No me trata como a una hija y yo no puedo respetarle. Mientras no me moleste, no me enfrentaré con él. – Confesó ella.
–Da igual si el padre es bueno o malo, al fin y al cabo, las chicas tenéis que separaros de él tarde o temprano.
–Mi vida en esta casa ha sido miserable… – Suspiró Wei Yang sin querer.
Li Min De bajó la cabeza fingiendo no haberla escuchado para consolarla. Poco después, el muchacho volvió a la carga con la más brillante de sus expresiones.
–Tonterías, todavía te queda mucha vida por vivir. – Determinó él sirviéndole más verdura en el tazón. – Y yo me quedaré contigo hasta el final.
Li Wei Yang se sobresaltó incapaz de comprender lo que insinuaba Min De en su totalidad.
–Volviendo al tema; te dejó el asunto de la boda a ti, asegúrate de no meter la pata.
–Claro, ya me ocupo yo. No te preocupes.
–Pensándolo bien… – Recapacitó Wei Yang. – Creo que no me quiero perder la desdicha de Jiang Nan. Nada me hará más feliz que verlo con mis propios ojos. – Añadió entre risas.
Li Min De no dijo nada más. En realidad, el señorito de los Jiang le preocupaba. ¿A quién no le gustaría una prometida tan bella y formidable? No obstante, el insensato no sería capaz de quedarse a su lado.

*         *        *        *        *

Cansado, el falso médico regresó a casa bien entrada la tarde. Se tambaleó por el camino consciente de lo patética que era su apariencia hasta que descubrió una silueta esperándole bajo un árbol.
–¿A qué se debe tan honorable visita? – Saludó después de comprobar que su disfraz seguía intacto. – ¿No se encuentra bien, Xian Zhu?
A Li Wei Yang le extrañaba que Lu Gong llevase en los aposentos de Li Zhang Le desde el principio de su enfermedad bajo el pretexto de que las heridas de su hermana necesitaban atención constante y más tiempo para sanar.
 –¿Ya ha comido, Lu Gong? Se ha ido muy temprano.
–No tengo hambre, gracias. – Contestó con una sonrisa.
No obstante, el impostor no había probado bocado en todo el día y la protesta de su estómago le delató. Avergonzado, se obligó a aceptar la propuesta de la muchacha y a sentarse a cenar.
–¡Despacio, señor médico! – Le aconsejó Bai Zhi sirviéndole té.
Luo Gong engulló el festín mientras que Li Wei Yang le observaba tranquilamente.
–¿Cómo puede ser que la familia a la que ha ido a ayudar hoy le haya dejado marchar sin comer? – Musitó Li Wei Yang con la boca pequeña.
–Cuando ayudo a los pobres no les acepto ni una triste moneda.
–¿Oh, sí?
Luo Gong estaba, por supuesto, mintiendo. Cada vez que salía alegando ir a atender a algún paciente, se juntaba con su tío, Jiang Dan, para recibir alguna reprimenda o regañina. Los Jiang querían obligarle a volver al ejército y él sólo deseaba huir de su destino. Aquella era la segunda vez que conseguía escaparse y, por suerte, el único conocedor de su paradero era Jiang Nan.
–¡Claro…! – Asintió con una pizca de culpabilidad.
–Será mejor que se acabe todo esto. – Le insistió Wei Yang sin dejar de sonreír.
–¿Por qué me buscaba, Xian Zhu? – Preguntó finalmente después de tragarse tres tazones de arroz.
–Oh, nada importante. – Contestó la muchacha lentamente.
–Hábleme con total franqueza, Xian Zhu.
–Me gustaría pedirle un favor. – Declaró.
–¿A mí? ¿De qué se trata? – Inquirió Jiang Tian, interesado.
–Mi familia ha aceptado una propuesta de matrimonio, pero yo no estoy de acuerdo. – Li Wei Yang esbozó una mueca. – Me gustaría fingir alguna enfermedad para evitarlo y usted, señor Lu, sabrá de la mejor forma de hacerlo.
Jiang Tian recordaba haber escuchado a su madre decir que Jiang Nan contraería matrimonio, pero… ¿Li Wei Yang? La pareja se odiaba. Si les diese por pelearse acabarían con la casa de los Jiang en un abrir y cerrar de ojos.
–¡Qué disparate! – Protestó ceñudo. – ¿Fingir enfermedad para evitar una boda? ¡Será mejor que recapacite, señorita! Cualquier error podría dañar perpetuamente la buena reputación de los Li.
–Tampoco es que vaya a vivir mucho tiempo si me caso… – Respondió la muchacha con una risita.
Jian Tian corroboraba la verdad de su afirmación, pero le era imposible ayudarla. De hecho, debería estar esperando con ansía su ruina. Además, si Jiang Nan lo descubriese lo despellejaría vivo.
Li Wei Yang dio una palma para indicarle a Bai Zhi que le acercase un cofre que había traído consigo. En su interior guardaba joyas y tesoros, un soborno digno de un rey. Jiang Tian reflexionó: aunque él se negase, la joven buscaría a otro y eso sólo acarrearía peores consecuencias. Lo mejor sería engañarla pretendiendo estar de su parte para poder proporcionar información de primera ley a Jiang Nan.
–Dame cinco días. – Dijo. – Tendré que volver a casa para preparar la medicina.
–Gracias. – Li Wei Yang sonrió.
Ya fuera de los aposentos del médico, Bai Zhi le susurró a su señora:
–¿Qué hacemos ahora, xiaojie?
–Seguirle como si fuéramos su sombra con cuidado de que no nos descubra.
–Así se hará. – Contestó Bai Zhi obedientemente.
Dada la situación actual, el tiempo era un lujo que Li Wei Yang no podía permitirse. Necesitaba utilizar al impostor del que llevaba sospechando desde el primer día.

El relincho de un caballo sobresaltó al mayordomo de los Jiang a medianoche. Agazapado por el susto, alzó la cabeza para escanear los rasgos del jinete conteniendo la respiración.
–¡El joven amo ha regresado! ¡El joven amo ha regresado! – Corrió a anunciar el anciano.
Jiang Tian se apeó de su montura, le tiró las riendas a un criado y entró en la casa mordiéndose los labios.
–¡Por fin has vuelto! – Le saludó la segunda señora de la casa, sin maquillar. – ¡Ve a ver a tu abuela, rápido! Cuando te fuiste empeoró.
Jiang Tian se apresuró a la estancia donde descansaba la anciana. Allí se encontró con su hermano mayor, Jiang Hai, y su esposa, la señora Han; su cuarto hermano, Jiang Nan, su tío, Jiang Xu, y su tía al lado del lecho de la anciana postrada en cama.
–Me alegra que hayas vuelto. – Comentó Jiang Xu en cuanto le vio, conteniendo su ira.
–Rou Er. – Musitó la enferma, abriendo los ojos.
Jiang Tian no osó pronunciar palabra, en lugar de ello, se acercó y tomó la mano pálida de su abuela entre las suyas. La que en sus tiempos había sido una mujer imponente, ahora se había visto reducida a la sombra de lo que fue. Respirar, formular frases coherentes o asentir le suponían un reto.
–Rou Er… – Repitió la postrada en cama mientras Jiang Tian se secaba las lágrimas. – Rou Er… – De repente, cerró los ojos y una gota se sudor le cayó por la frente.
–Sólo se ha desmayado; no pasa nada. – Tranquilizó Jiang Tian.
El médico sacó el botiquín y la trató con acupuntura.
¿Por qué su abuela no dejaba de llamar a su tía mayor…? Jiang Tian examinó el cuarto deteniéndose a observar la expresión de todos los presentes.
–¿Cómo está? – Preguntó su tía con voz rota.
–¡Ingrato! ¡Es culpa tuya! – Rugió Jiang Xu.
Jiang Tian se quedó estupefacto creyéndose acusado de semejante salvajada. Justo iba a arrodillarse cuando Jiang Nan contestó:
–¿Qué he hecho yo? Simplemente, me niego a casarme con esa zorra, padre. Si queréis venganza, podemos conseguirla de muchas maneras, ¿por qué tengo que sacrificar mi propia vida?!
–Nadie te ha pedido que sacrifiques tu vida entera.  – Intervino la esposa de Jiang Xu. – Lao Furen la quiere muerta, después te buscaremos una esposa más joven y hermosa para compensarte-…
–¡Estáis todos locos!
Dicho lo cual, Jiang Nan salió hecho una furia por la puerta.
Jiang Xu suspiró.
–A lo mejor estamos excediéndonos un poco, querido. ¿De verdad tenemos que ignorar un momento tan crucial en la vida de Nan Er por esto?
–¿Qué alternativa tengo? – Jiang Xu sacudió la cabeza. – Un hijo debe obedecer a su madre.
A Jiang Xu también le parecía un plan extremo, pero su madre era terca y él impotente. Era desproporcionado y, a pesar de comprender el rencor que le profesaba a la joven por la muerte de su hermana y su incapacidad para descansar en paz hasta verla bajo suelo, era demasiado…
La boda era ineludible.

–¿Por qué has vuelto tan rápido? – La voz de Jiang Nan era tan gélida como el viento que soplaba aquella noche.
–Ha sido una emergencia. – Suspiró Jiang Nan. – No se te ve contento con el prospecto de contraer matrimonio con Li Wei Yang.
Jiang Nan rio amargamente sin evitar recordar el encantador rostro de su prometida. No la veía capaz de orquestar un plan tan elaborado como el intento de asesinato del Emperador, sin embargo, debía estar relacionada de alguna manera.
–Por lo menos estáis de acuerdo en algo. – Murmuró distraídamente Jiang Tian.
–¿Qué has dicho?
Jiang Tian notó la furia que provenía de su hermano.
–He venido por eso. Me ha pedido una medicina para fingir alguna enfermedad y así evitar la boda. Pues ha terminado saliendo a pedir de boca viendo que tú tampoco te quieres casar con ella.
La expresión de Jiang Nan era compleja, difícil de comprender. ¿Por qué en lugar de sentirse aliviado al descubrir que Li Wei Yang prefería tirar por la borda su reputación antes que casarse con él, parecía insultado? Oh, las cosas se ponían interesantes. ¿Jiang Nan se había enamorado de la joven y era demasiado orgulloso para admitirlo?
–¿Qué remedio debería darle, hermano? – Preguntó Jiang Tian, poniéndole a prueba.
–¡La que quieras! Si tanto prefiere quedar en evidencia, dale la que la rebaje hasta tal punto que no la pueda aceptar ni de concubina. – bramó Jiang Nan.
¡Ninguna mujer podía rechazarle y Li Wei Yang no sería una excepción! ¡Qué descarada! ¿Se había atrevido a rehusarse a casarse con él? ¡Pues la haría arrepentirse de por vida!

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