EXTRA 1: Damian

noviembre 07, 2019


 La ciudad estado de Philarch contaba con menos de trescientos mil habitantes y lo más famoso del lugar era la Academia Ixium donde muchos se reunían en busca de educación y relaciones favorables para su futuro.
Chris a sus recién cumplidos quince años entró en Ixium para cursar sus seis años de preparación educacional con la presión de la amenaza de su padre que, conocedor de que la escuela entregaba un certificado de graduado a aquellos que no lograban superar algún curso, pero eran de buena familia, le había jurado que como regresase a casa con él se vería de patitas en la calle.
Chris anduvo por el campus y volvió su atención al objeto de admiración y alabanza de la multitud: un muchacho moreno demasiado maduro para llamarle niño, pero demasiado joven como para llamarle hombre. ¡Cuán injustos eran los Cielos! La apariencia y la inteligencia que lo había posicionado como presidente de Damian le hacía destacar entre los miles de chicos que infestaban la Academia.
Como de costumbre, Damian ignoró las miradas impúdicas del resto de estudias.  Cada vez que Chris le miraba se acordaba del famoso duque de Taran al que vio junto a su esposa durante la fiesta de fin de año que se organizaba para los nobles. El duque era un hombre imponente, crudo, aterrado con la impresionante presencia de un aristócrata. A pesar de que a Chris no le interesaban particularmente los rumores sobre vidas ajenas, cuando ingresó en la escuela y se topó con las habladurías de un joven proficiente en el arte de la espada, brillante y estudiante modelo, se percató de que pertenecían a especies totalmente distintas. No obstante, no envidiaba a Damian, más bien sentía curiosidad por qué clase de relación debía tener con el duque de Taran. Era imposible que fueran como gotas de agua sin tener ninguna conexión entre ellos.
–¿Por qué no miras por donde andas?
Chris escuchó una voz burlona y volvió a darse la vuelta para ver la escena que ocurría a escasos metros de él con el ceño fruncido. Unos chicos le barraban el paso a Damian cuyos libros estaban desparramados por el suelo.
El origen de Damian era un secreto muy bien guardado. Era obvio que su familia era lo suficientemente rica como para permitirse la matrícula de la Academia, pero el hecho de que esos gamberros pudiesen acosarle recurrentemente sin penalización o desventaja en su contra, o que el muchacho se habitase en el internado llevaban a asumir que su estatus debía ser del montón.
Chris se sorprendió de descubrir la cantidad de personas que repudiaban a Damian en secreto. No comprendía por qué la falta de nobleza lo convertían en el blanco fácil de acosadores y abusones. Sin embargo, Damian jamás se encogía de hombros o se dejaba intimidar ante nadie. Era admirable la capacidad de autocontrol que siempre hacía caso omiso a sus insultos y burlas hasta que los gamberros se cansaban y se esfumaban.

Damian chasqueó la lengua para sus adentros. Este par de imbéciles no desistían. Eran del tipo de persona que se tiraría al suelo y le chuparía las botas si se enterasen de quién era en realidad. El joven no había olvidado la experiencia en la fiesta de té de su madre de hacía años: todos los adultos no eran sabios y era plenamente consciente que a aquellos muchachos les faltaba mucho para madurar. La razón por la que asistía a la Academia ocultando su identidad era para descubrir de qué clase de actitud harían gala sus compañeros si era alguien sin rango o estatus y los pocos estudiantes del Norte habían recibido una advertencia para que mantuviesen el pico cerrado.
–Asha. – Llamó Damian para contener al zorro que mostraba los colmillos a los brabucones.
A Damian le preocupaba que el animalito se enzarzase en una pelea y saliese herido. Asha era el primer regalo que había recibido de su madre y también su primera amiga. Estaba completamente seguro de que, si algo le pasase al zorro, no sería capaz de cumplir la promesa de no matar a nadie que le había hecho a su padre.
Damian no respondía a la constante molestia de ese par de idiotas para ahorrarse dolores de cabeza. Para enfadarte, te tienen que enfadar. Por lo que, como siempre, el joven decidió recoger su libro del suelo. Por supuesto, el muchacho castaño se lo volvió a tirar.
–¿No me has oído? Te he preguntado si no miras por donde vas. ¿No te han enseñado que cuando haces algo mal hay que disculparse?
Aquel día se estaban pasando de la raya. Damian miró al chico sin inmutarse y eso lo enrabió. El chico se sintió ridiculizado, insultado por esa mirada carmesí.
–¡Serás-…!
–Para. – Chris interrumpió la escena, incapaz de continuar de brazos cruzados. – ¿Por qué te metes con alguien que estaba pasando por ahí?
–¿Y tú quién te crees que eres para entrometerte? – Repuso el chico castaño visiblemente disgustado, aunque cauteloso por no saber quién era Chris.
En teoría, en Ixium el rango o estatus no debía afectar en ningún ámbito, pero la realidad era diferente: no se podía ignorar si alguien era más poderoso que tú por prudencia. Chris era el hijo de un conocido marqués del mismo país del chico castaño.
–Deja de hacer castillos de granos de arena. Hay suficiente espacio para pasar, pero tú has venido adrede a meterte en medio para buscar pelea.
–¡Qué dices!
Damian aprovechó que los chicos discutían para recoger sus libros y levantarse. Entonces, se sacó el pañuelo del abrigo y limpió la huella de la cubierta de su libro. Estaba algo molesto, el libro había sido un regalo de su madre que siempre le enviaba uno cuando encontraba alguno entretenido. Si no fuese gracias a la intervención de Chris, Damian hubiese acabado con ese bastardo.
El otro chico que acompañaba al abusón, un muchacho de cabellos color ceniza, estiró la mano para tocarle el hombro a Damian para llamar su atención, no obstante, Damian que ya estaba alerta retrocedió y le apartó la mano reflexivamente mientras le apuntaba con el libro. Echando pestes, el chico de pelo blanco captó algo blanco con la esquina de los ojos y recogió un pañuelo. A diferencia de su compañero, él no era tan malicioso y justo cuando iba a preguntarle a Damian si era suyo, se lo encontró totalmente agitado. El normalmente sosegado Damian se lo miraba airoso, exaltado y aquello torció la buena intención del abusón.
–Devuélvemelo. – Ordenó Damian.
Se trataba del pañuelo que su madre le había bordado especialmente para él. Damian estiró la mano para cogerlo, pero el abusón retrocedió y cuando repitió la acción, el chico de pelo cano movió el pañuelo en el aire de manera jocosa.
Regocijándose, el chico dejó caer el pañuelo al suelo con escarnio y, entonces, saltó encima y lo pisoteó sin dejar de disfrutar del momento. Damian perdió el control y tumbó al chico de un golpe.
–Quieres pelea, ¡eh! – Exclamó el gamberro después de tocarse los labios y ver su propia sangre.
A la sazón, el chico cargó contra Damian con el puño cerrado. El castaño, al percatarse de la situación, hizo ademán de unirse para apoyarle, pero Chris le cortó el paso y acabaron peleándose.
–¡Ay, joder! ¡Puto zorro!
Hasta Asha se unió a la lucha por su señor.
Se formó un corrillo alrededor de la peculiar escena en Inxium hasta que un supervisor apareció para separarlos.

*         *        *        *        *

El consejo disciplinario no se reunía a no ser que los estudiantes rompiesen una de las normas de conducta principales como, por ejemplo, no insultar a los maestros. Se concluyó que a los cuatro chicos se les expulsaría de las clases durante tres días y tendrían que escribir una carta de reflexión. No obstante, a Damian, presuntamente por haber sido el primero en agredir y por no haber sido capaz de controlar a su mascota, se la añadieron otros siete días, aunque en realidad ese castigo extra sólo se aplicó porque los abusones contaban con un amigo en el consejo para respaldarlos y vengarse por ellos.
–Esto es ridículo. – Se quejó Chris, enfadado. El trato era extremadamente injusto, ese par de idiotas habían sido los instigadores. – ¡No te quedes de brazos cruzados! ¡Ve y quéjate al comité!
Si opinabas que el consejo había sido injusto con la sentencia de tu caso, todo alumno tenía derecho a presentar una queja formal al comité para que lo revisasen.
–Da igual. – Contestó Damian, contemplando la pataleta desenfrenada de Chris con toda la calma del mundo mientras pasaba los dedos por el pelaje de Asha.
–¡¿Qué “da igual”?! ¡El qué! ¡Han sido ellos!
Chris acababa de descubrir la verdadera edad de Damian durante la audiencia. Aquellos chicos de quince y dieciséis años habían estado buscando pelea con un chiquillo de doce años.
–¡¿Sabes lo que significa que te echen durante una semana?! ¡Es un golpe terrible para tu expediente!
Damian continuó imperturbable. Su padre jamás le hizo prometer que no iba a causar problemas y él mismo no pensaba informarle de nada que no le obligase a volver a casa durante una temporada. Además, una falta en su expediente no le asustaba porque sabía que eso no influía en la elección de Shita.
–¿Y tú?
–Yo, ¿qué?
–¿No te preocupa tu expediente? Es culpa mía que estés metido en esto.
–Esto da igual, es una advertencia y ya.
Damian estudió a Chris, a quien acababa de añadir a su lista mental de conocidos, y se preguntó por qué se habría metido en sus asuntos. Eran básicamente desconocidos.
–Gracias.
–¿Qu-…? – Chris detuvo su pataleta de repente y se lo miró sorprendido. – ¿Por qué? – Preguntó, desconcertado ante el súbito agradecimiento del chico.
–Por intentar ayudarme, aunque no hacía falta.
–¿De verdad no vas a quejarte? – Chris fulminó a Damian con la mirada por la segunda parte de la frase, pero dejó su enojo de lado.
–No.
–Pero si te prohíben ir a clase, enviarán una notificación a tu casa.
A Damian se le había escapado ese pequeño detalle.

Damian fue a secretaria con la esperanza de solucionar la situación, pero por desgracia, llegó tarde.
–Haya o no queja, cualquier acción disciplinaría que implique más de tres días de prohibición de atención a clase se notifica inmediatamente.
La Academia enviaba todo lo necesario a las oficinas en Philarch que se ocupaba de lidiar con todo lo relacionado con el joven amo de los Taran y redactar los informes para el duque. Damian consideró la posibilidad de presentarse en las oficinas para evitar que se comunicase nada al Norte, sin embargo, desestimó la idea. Al fin y al cabo, quien recibiría la noticia sería su padre a quien poco le importaría y no se equivocaba. Sólo había dos cosas que conseguirían captar el interés de Hugo respecto a la Academia: que Damian saliese terriblemente herido o fuese asesinado y que ocurriese algo que evitase que pudiese graduarse. El resto se lo dejaba a su hijo, por eso no hubo consecuencias para los abusones Si Damian era incapaz de encargarse de unos gamberros, poco duraría como señor del Norte. En esta ocasión, pero, aunque Hugo hizo caso omiso al tema de la suspensión, si que le picó el interés enterarse que su hijo se había peleado con otro conociéndole. Entre risitas imaginándose la escena inocente, leyó por encima el documento que adjuntaron los informantes y se le cambió la cara. Esos hijos de puta habían pisoteado el pañuelo que su esposa había bordado con tanto mimo. Él mismo, que le había rogado un millar de veces a Lucia que le bordase otro, protegía el suyo con su vida, ni siquiera lo usaba de lo valioso que era.
El poderoso duque de Taran indagó más en el asunto y se guardó en lo más hondo del corazón el nombre de las familias de los abusones. Si bien por el momento no podría actuar, se aseguraría de hacerles pagar este día. Era un hombre rencoroso.

*         *        *        *        *

Lucia repasó el correo como hacía cada día. La mayoría eran invitaciones, pero de vez en cuando llegaba alguna carta personal. Aquella mañana, la duquesa abrió, anonadada, la carta con el símbolo de la Academia que se había mezclado con su montón y se le cambió la expresión de golpe.
En realidad, esa carta jamás debería haber llegado a sus manos, pero Jerome había descuidado su tarea de separar el correo por culpa de las tantas otras misiones que tenía.
–…Expulsado de clase… ¿Qué significa esto?
Lucia releyó el contenido de la carta un centenar de veces, pero en ningún lado se exponía el motivo, sólo que Damian había quebrantado la paz de la escuela y violado el reglamento. Algo iba mal, su hijo jamás haría algo semejante.
Por suerte, su marido aquella mañana se encontraba en su despacho enterrado entre montañas de documentos, así que se puso en pie y se dirigió con el sobre en mano a donde estaba.

La puerta se abrió dejando paso a un agradable aroma a té. Hugo levantó la cabeza de los documentos y descubrió, atónito, a su esposa con una bandeja de té.
–¿A qué se debe esta agradable visita?
–¿Te he interrumpido? Me gustaría pedirte unos minutos. ¿Te va bien ahora?
–Ah, sí. Ahora me va bien.
Hugo se levantó del sillón y se sentó en el lado opuesto a ella del sofá. Lucia sirvió el té y depositó una de las tazas ante su marido.
–He pensado que era mejor comentártelo porque es algo personal y formal a la vez. – Lucia dejó el sobre sobre la mesita mientras estudiaba la expresión de su esposo que hojeaba el contenido. – Sabes de qué se trata, ¿no es así?
–No es para tanto, sólo se ha peleado con unos compañeros.
–¿Se ha hecho daño?
¿Daño? El muchacho era un espadachín experimentado. Su habilidad todavía no superaba la suya, pero ninguno de sus iguales sería capaz de ponerle un dedo encima. Según los informes, era capaz de vencer a sus mayores y para cuando llegase el momento de la graduación Damian sería invencible.
–Está bien. Es normal que se pelee.
Hugo pensaba que Lucia trataba a Damian como a un niño pequeño. No comprendía qué podía preocuparle de un chaval que ya le doblaba la altura.
–¿Todo por una pelea? ¿Qué pasa? ¿Le ha hecho mucho daño a su contrincante?
–La verdad es que no.
A Hugo no le quedó alternativa que explicarle la situación del muchacho en la Academia. Le contó como Damian ocultaba su estatus y que por eso mismo los otros chicos solían meterse con él.
–¿Me estás diciendo que han castigado a Damian injustamente? – Preguntó Lucia con severidad.
–…Más o menos. – Hugo había intentado restarle importancia al asunto.
–¿Y qué vas a hacer?
A Hugo no le importaba demasiado, su intención era dejarlo pasar, pero la mirada furiosa de su esposa le hizo tragarse sus palabras. El sentido maternal de Lucia había sobrepasado límites insospechados desde que dio a luz a Evangeline. ¡Cómo se atrevían a hacerle algo así a su hijo!
–En realidad, llevo tiempo pensando en cosas relacionadas con Damian.
Durante el primer cumpleaños de Evangeline poco tiempo atrás, Hugo había reservado el salón del palacio real y había organizado una fiesta extravagante y grandiosa. Tan suntuoso fue el festín que los invitados insinuaron que el de la princesa Selena no tenía nada que envidiarle. No obstante, a pesar del magnífico recibimiento de la pequeña, Lucia se pasó la velada entera echando en falta a Damian. En su carta, el chico le había explicado que estaba demasiado ocupado con el colegio para asistir, pero Lucia lo interpretó de otra manera: como que le avergonzaba presentarse en público.
El círculo social de la alta sociedad ignoraba la existencia de Damian. Aquellos seguidores empedernidos de los cuchicheos se olían algo, pero por prudencia, se lo pensaban dos veces antes de esparcirlos. Lucia no pretendía ocultar al muchacho, pero era demasiado joven como para debutar y pocas veces se quedaba en la Capital por culpa del colegio. Nada de esto le molestó especialmente hasta que en la fiesta de fin año, Lucia conoció al hijo del marqués Philippe y se le ocurrió que su Damian tenía el mismo derecho de estar ahí que Chris.
–¿De verdad quieres que Damian se quede en la residencia hasta que se gradúe?
–Le prometí que le dejaría graduarse.
–No digo que no se pueda graduar, sino que no hace falta que viva en la residencia. Los otros niños salen de vacaciones, pero él no puede salir hasta que se gradúe o en fechas muy específicas.
–¿Y qué se te ha ocurrido para solucionarlo?
–Cambia su curso. Que no sea un internado, sino algo que le permita venir a casa en vacaciones como los demás.
–No creo que sea posible por las normas de la Academia.
–Sé que puedes conseguirlo.
Hugo se quedó boquiabierto al escuchar esas palabras de la boca de su esposa.
–Además, ya va siendo hora de que aparezca en sociedad.
–¿Por qué ahora tan de repente?
Hugo todavía no se había parado a pensar en el debut del chico. Para cuando Damian terminase sus doce años de escolarización ya tendría dieciocho y habría aprendido todo lo necesario en la Academia.
–No es de repente, es algo a lo que le he estado dando vueltas. Hacerle debutar cuando se gradúe será demasiado tarde.
La mayoría de los jóvenes aparecían en sociedad sobre los doce como muy pronto y sobre los quince como muy tarde.
–No es necesario, tampoco es tan importante.
–Lo es. El nacimiento de Damian se podría considerar una debilidad entre los nobles, así que creo que lo mejor será presentarle cuanto antes para que todo el mundo vea que es tu heredero sin lugar a dudas.
Los duques de Taran raramente aparecían en fiestas. Muchos aseguraban que el matrimonio vivía recluido en el Norte y que sólo hacía gala de presencia en ocasiones puntuales y totalmente necesarias. Sin embargo, la elección de la actividad social era el trabajo de la esposa y cuando le tocase a Damian su esposa podría decidir salir cada noche, por lo que no veía motivo alguno para oponerse a la idea de Lucia.
–Quiero que debute antes de que llegue el invierno.
–Creo que es demasiado pronto.
–En fin de año ya tendrá trece años. Es mucho más grandullón que los otros niños de su edad y es mucho más maduro.
–Como tú quieras.
–Pídele a Su Majestad que te deje el mismo salón que usamos para el cumpleaños de Eve.
–¿Para qué? La fiesta de fin de año se celebra poco después, lo podemos hacer junto.
–Pero Damian no es el centro de atención en la fiesta de fin de año.
–Lo mejor es que no destaque demasiado durante su debut, sobretodo cuando la mayoría de la gente no sabe ni que existe todavía.
–Sí… En eso tienes razón… Me lo repensaré. – Hizo una pausa. – ¿Vas a solucionar lo de su castigo?
–…Claro.
–Por suerte el semestre acaba de terminar y te lo puedes traer a casa.
–¿Yo?
–¿Estás ocupado?
Hugo estaba ocupado y tampoco entendía por qué tenía que ir personalmente a buscar al chico cuando ya le había comprado un pase para la puerta. No obstante, el imponente duque no podía discutirle las ordenes a su esposa que se lo estaba mirando fijamente.
–…Vale, iré.
Ahora que ya había zanjado el tema como quería, Lucia se puso en pie dispuesta para irse.
–Perdona por quitarte tanto tiempo, te dejo seguir trabajando.
Hugo le rodeó la cintura con el brazo e impidió que se marchase.
–Ya que nos hemos puesto hablar un rato, podemos seguir.
–¿Hablar de qué?
Hugo la sujetó con firmeza con un brazo y aprovechó la mano libre para acariciarle la rodilla, las pantorrillas y los muslos hasta que Lucia se ruborizó.
–¡E-Estás loco!
–Loco por ti.
–¡Estamos en tu despacho!
–No sería la primera vez que lo hacemos aquí.
Las mejillas de Lucia se pintaron de rojo carmesí mientras la duquesa recordaba la noche en la que su marido la había llevado en brazos hasta su escritorio y le había hecho el amor entre la tensión de que los descubrieran y la emoción de vivir una aventura.
–¡No era de día!
Lucia intentó apartarle cuando la abrazo, pero él tiró todos los documentos fuera del escritorio y la tumbó allí con cuidado.
–¡Nos van a pillar, Hugh!
–Nadie vendrá a no ser que quiera morir.

*         *        *        *        *

El semestre había terminada un mes antes de fin de año. La mayoría de los estudiantes regresaban a sus hogares durante el verano, pero en invierno el internado no quedaba vacío o desolado hasta una semana después de las clases. Hugo decidió plantarse en Ixium el día de la graduación con dos carruajes ostentando un león negro que se mezclaron entre la multitud que llegaba a recoger a sus jóvenes amos. El duque se apeó y se dirigió al despacho principal donde unas cuantas personas guardaban posiciones como si estuvieran esperando a alguien. Waldo, el decano de Ixium, se frotaba las manos con nerviosismo y, en cuanto atisbo dos carruajes del duque de Taran, tragó saliva y voló escaleras abajo.
A la gente que veía a Hugo le abrumaba más su aire feroz y calculador que su apariencia inexpresiva. Waldo hizo una reverencia ceremoniosa y se movió para escoltar a su invitado al despacho ante la mirada perpleja de aquellos que ignoraban la identidad de Hugo.
–¿Quién diantres era ese?  La nariz del decano rozaba el suelo.
–Debe ser el duque de Taran de Xenon.
–¿El duque de Taran? ¿Ese duque de Taran?
–¿Qué otro hay?
–No me lo imaginaba tan joven.
El nerviosismo de Waldo no se debía a la notoriedad de su invitado, uno de los mayores inversores de la Academia, sino a la influencia de éste sobre los directivos que elegían al decano.
–De haberlo sabido con antelación me hubiese encargado de ahorrarle cualquier inconveniente, mi señor. –A Waldo le avisaron aquella misma mañana. – Siento mucho tanto alboroto, hoy es el día de la graduación. Lo siento. – Waldo era aparentemente servil, sin embargo, si había conseguido ostentar la posición de decano durante tanto tiempo era gracias a su naturaleza astuta.
–Mi señor, si hay algo que necesite, no dude en decírmelo.
–He venido a ver a mi hijo.
Waldo se quedó helado. Jamás había escuchado nada semejante. Nunca. De haber sabido que el hijo del mismísimo duque de Taran se alojaba en su internado estaría seguro de quién es.
–He recibido esto.  – Waldo aceptó el sobre que el duque le enseñó y empezó a temblar. – Lo he investigado personalmente y creo que ha tenido que ocurrir un error.
–Me encargaré de arreglarlo ahora mismo. – Contestó prontamente el decano. Nervioso y alterado, quería resolver el problema en cuanto antes con el fin de proteger su posición.
–Mi hijo está en el internado. Quiero llevármelo, pero no ha pedido permiso para salir. Además, sigue castigado…
–Sin problema. – Aseguró Waldo. – Puede llevárselo ahora mismo si así lo desea, mi señor. ¿Quiere que vaya a buscarle?
Hugo consideró su oferta y sacudió la cabeza. Esperar era aburrido.
–Iré yo mismo.
–Si está castigado, debe estar en los dormitorios. Le acompañaré a-…
–No.
–No se preocupe sobre el tema de su hijo, mi señor duque. – Enfatizó Waldo mientras se despedía del invitado. – Lo enmendaré de inmediato.
Aquel incidente suponía una amenaza para su posición. Waldo observó con gravedad el carruaje que partía y pospuso todo lo planificado para ese día. Necesitaba descubrir de dónde habían salido esos siete días de castigo y el motivo por el que ignoraba que el hijo del duque de Taran vivía bajo su techo.

*         *        *        *        *

Damian escuchó un ruido sordo mientras leía. Chris, que había estado durmiendo en el sofá, se acababa de caer al suelo. A pesar de que las vacaciones ya habían empezado, Chris se quedó en la Academia e iba a pasar tiempo con él cada día.  El buen muchacho se sentía culpable, estaba convencido que de no haber interferido en la discusión, seguramente las cosas no se habrían descontrolado hasta ese punto.
–Damian.
–¿Qué?
–¿Cuánto falta para cenar?
–Hemos comido hace nada.
–El tiempo pasa demasiado despacio… Seguro que es porque es el último día. ¿Te llamas así de verdad?
Según las reglas de la Academia, tanto profesores como compañeros debían referirse a ti por tu nombre ignorando cualquier título o estatus. Por ese motivo, la mayoría de las familias registraban un seudónimo que no les ofendiese.
–Sí.
–El mío también es el de verdad. ¿Te vas a quedar aquí durante las vacaciones?
–Tengo que volver a casa.
–Ah… Te vas.
Chris había querido invitarle a su casa, pero se quedó con las ganas. Su conversación terminó en decepción. Poco después de volver cada uno a lo suyo escucharon que alguien llamaba a la puerta.
–Ya abro yo. – Anunció Chris que de un saltó corrió a la puerta.

Hugo estudió a Chris con la mirada antes de pasar. Damian, perplejo, se levantó de golpe.
–Padre… – No daba crédito a lo que veía.
Chris se quedó boquiabierto.
Hugo repaso la estancia con la vista por primera vez. El interior era modesto y las decoraciones anticuadas. El duque pagaba una cantidad indecente de dinero cada año y, sin embargo, aquel no era un dormitorio perteneciente a una institución con tanto poderío. Era obvio que alguien había robado parte de la colecta y ese era la excusa perfecta para poder salirse con la suya y cambiar el curso de Damian a otro.
–¿Tienes algo que hacer?
–No. – Respondió Damian rápidamente.
–Pues entonces, haz las maletas. Nos volvemos a casa.
–Pero estoy castigado…
–Ya me he ocupado de eso.
–¿Ha pasado algo en casa? – Ver aparecer a su padre era preocupante.
–¿Qué si ha pasado algo? Bueno, no puedo decir que no.
Chris se acercó lentamente a la pareja de padre e hijo mientras conversaban. Eran como dos gotas de agua. Pero, ¿por qué nadie conocía la existencia del duque de Taran?
–¿Y tú quién eres? – Hugo frunció el ceño al ver al muchacho que se hallaba a varios pasos de él.
Chris, que lo había estado escudriñando sin reparos, se percató de su error y se tensó al recordar la mirada reprobadora de su propio padre.
–Me disculpo, he sido un maleducado. Soy Chris, un compañero de Damian. Es un placer conocerle.
Hugo se rascó la barbilla mientras estudiaba al chico.
–Me suenas.
–¿Perdone? Ah… Le saludé en la fiesta de fin de año.
Su padre le había ido presentando a los diferentes nobles que saludó en la fiesta. Era increíble que el duque fuese capaz de recordar algo tan insignificante que había ocurrido hacía tanto.
–El segundo hijo del marqués Philippe.
–¿Eh? Sí, exacto.
–¿Eres un compañero suyo? ¿Qué haces aquí?
–Bueno, yo-…
–Es mi amigo. – Admitió Damian antes de que Chris pudiese confesar su papel en el incidente.
Damian no se dio cuenta de que Chris era su primer amigo hasta que lo dijo. Chris se lo quedó mirando con una sonrisa de oreja a oreja.
Hugo contempló la escena intrigado. Él jamás había tenido amigos, aunque tampoco le había parecido algo necesario. Su mujer estaba interesada en las amistades del chico y, además, había dejado bien claro que rezaba que en este campo no acabase como él.
–Chris, ¿no? ¿También estás en el internado?
–No, señor. Dentro de poco volveré a casa.
–Bien, pues tú también te vienes.
–¿…Disculpe?
Hugo apremió a Damian e ignoró al anonadado Chris.
–Si ya estás, vámonos.
El joven Damian cogió a la pequeña Asha en brazos y siguió a Hugo sin quejarse.
–¿Qué haces? Vamos.
–¿Yo?
Chris, todavía aturdido, acató las ordenes de la extraña y reservada pareja.

*         *        *        *        *

Sin comerlo ni beberlo, Chris terminó sentado en el carruaje de los Taran con el duque y el heredero. No entendía por qué estaba ahí, ni cuál era el motivo por el que el duque le había ordenado acompañarlos, no obstante, no conseguía reunir el suficiente valor como para preguntar.
–Has dicho que había pasado algo, ¿el qué?
Damian llevaba dándole vueltas al asunto desde que habían partido de la Academia. Esperaba que su padre la diese los detalles, pero descartó la idea viendo el comportamiento de Hugo.
–Tu madre se ha enterado de tu castigo.
La expresión de Damian se tornó severa. No quería preocupar a su madre.
–Cuando te dije que no matases a nadie, no quería decir que te dejaras pegar por unos gilipollas.
–…Lo siento.
–¿Eres tan débil que matar para ti no es una opción? – A Hugo le preocupaba que el chico poseyese la misma debilidad de su padre biológico puesto que cuando ostentase el título de duque, le sería imposible evitar la subyugación de los barbaros del Norte.
–No, si desenvaino la espada es porque estoy listo para acabar con mi enemigo.
Chris empalideció, se aferró a sus propias rodillas e intentó aislarse de la aterradora conversación paternofilial para no escuchar algo que no debiese. Los Taran, ajenos al estado del chico, continuaron su charla como si nada.
–Tu madre quiere presentarte al círculo social. Haz lo que te diga sin rechistar.
–Sí, señor.
–Volverás a la Academia cuando empiece el semestre. Ya me ocupo yo de lo de haber salido.
–Quiero volver una semana antes como muy tarde.
–Estoy discutiendo el proceso de tu título con Su Majestad, si se te otorga rápido, no habrá problemas. Tendremos que esperar a ver qué pasa.
–¿Con título te refieres a…?
–El heredero de los Taran no puede aparecer en sociedad sin ningún título.
El color regresó al rostro de Chris que, ahora, se los miraba aturdido. El joven que tenía sentado a su lado sería el futuro duque de Taran y dedujo que el motivo por el que se había ocultado la realidad del asunto hasta el momento en la Academia era porque querían que el atesorado joven amo de la casa pudiese explorar el mundo sin ataduras. Chris sonrió con malicia: esos bastardos que se afanaban a molestar a Damian habían firmado su propia sentencia de muerte.
–La Academia se llenará de rumores de que eres mi hijo.
De entre los muchos estudiantes que los vieron dirigirse al carruaje era evidente por su reacción que algunos eran de Xenon.
–¿Vas a seguir escondiéndolo?
–No.
–Damian, – Hugo recordó lo que su mujer le había dicho sobre el chico ocultando su identidad por temor a empañar el buen nombre de su familia por culpa de la realidad de su nacimiento. – Te prometí mi puesto y no pienso retractarme. Sé que lo harás bien.
–…Sí, padre.
Damian bajó la vista al suelo, sonrojado. Chris sintió alivio, era la primera vez que el muchacho se comportaba acorde a su edad.
–Si vuelvo a enterarme de que están abusando del heredero de los Taran, me da igual si todavía estás estudiando o no, te voy a exiliar a la frontera del Norte para entrenar.
–Lo tendré en presente. No volverá a ocurrir.

El carruaje se detuvo ante la residencia de los duques. Chris se apeó y admiró sus alrededores. Ya había caído la noche, pero supo que no le habían arrastrado a ningún lugar terrorífico abandonado de la mano de Dios.
–¿Qué haces? – Le preguntó Damian dándole un toquecito en el hombro después de pasarle el zorrito a un criado.
–¿Eh? Ah, ¿estamos en tu casa…?
–Claro, ¿dónde si no? Ah, ¿tienes que irte ya a casa?
–No tengo nada urgente. – Respondió Chris después de murmurar para sus adentros que ya era hora de que le preguntase.
–Pues entra.
Titubeando, el pobre Chris siguió obedientemente a su amigo.

*         *        *        *        *

Lucia salió a recibir a su esposo con Evangeline en brazos.
–¡Papá! – Exclamó la bebé al ver a Hugo.
Hugo la cogió y le dio un beso en la mejilla, entonces, le rodeó la cintura a su esposa y le besó los labios.
–Debes estar agotado por el viaje. Tampoco habrás cenado.
–¿Y tú?
–Te he esperado para cenar contigo.
–Te había dicho que no me esperases, es tarde.
–No lo es. Será mejor que te pases por el despacho, antes de nada, tu ayudante lleva rato esperándote. Creo que es urgente.
Hugo le devolvió la niña a su mujer y se dirigió al despacho. Entonces, Lucia se dio la vuelta y esgrimió la sonrisa más alegre que pudo.
–Bienvenido, Damian. Estás cansado, ¿a qué sí?
–¿Cómo estás, madre?
–¡Caray! ¡Qué alto estás! Anda, déjame darte un abrazo.
Lucia le pasó la bebé a una criada y abrazo a Damian con todas sus fuerzas. Había crecido tanto que la duquesa no podía rodearle con los brazos. Era emocionante que los niños crecieran tan deprisa.
–Manito, manito. – Le llamó Evangeline.
–Oh, Evangeline se alegra de verte.
Damian cogió a su hermana con firmeza. De la bebé emanaba una dulce fragancia a leche que le enterneció. Estaba en casa y su hermanita no le había olvidado a pesar del tiempo transcurrido.
–¿Quién es tu invitado?
–Es un amigo de la Academia.
–¡Oh, vaya! ¿Un amigo?
En cuanto el duque de aura asesina se marchó, Chris estudió a la misteriosa mujer que transmitía tanta dulzura.
–Encantado de conocerla, duquesa. Soy Chris Philippe.
–Ah, ya nos habíamos visto. Me alegra volverte a ver como amigo de Damian.  – Lucia le saludó encantada.
Que los duques le recordasen hinchó el ego de Chris que se convenció de que la impresión que les había causado era tan fuerte que se había convertido en un recuerdo imborrable.
–Debéis tener hambre. ¿Queréis ir a tu habitación, Damian? Os llamaré cuando la cena esté lista. ¿Quieres que me lleve a Eve?
–No, ya la cuido yo.
–¿Sí?

Damian guio a Chris hasta sus aposentos y cerró la puerta detrás de ambos.
–¡Madre mía! – Suspiró pesarosamente Chris como si hubiese estado conteniendo la respiración hasta el momento. – ¡Creía que me iba a morir de los nervios! ¡Oye! ¡Podrías haberme avisado!
–Yo tampoco sabía que vendría mi padre.
–Que sea la última vez que vamos con tu padre en un carruaje durante tanto tiempo, ¿vale? No quiero más momentos inesperados. La próxima vez, encárgate de evitarlo, ¿me oyes?
Damian se limitó a encogerse de hombros a modo de respuesta y volvió a volcar toda su atención y ternura en Evangeline.
–Ojalá yo tuviese una hermana tan mona.
–¿No tenías un hermano pequeño?
–Tengo un demonio pequeño. Tiene cinco años y en cuanto le quitas el ojo de encima la lía.
Chris contempló a Evangeline que dormía plácidamente en brazos de su hermano.
–Qué tranquilita es… ¿Será porque es una niña? Mi hermano se pone de mal humor cuando tiene sueño. Encantada de conocerla, señorita Taran. – Dijo, sin resistir el impulso de cogerle la manita.
Justo cuando Damian iba a llamar a una criada para que se llevase a Evangeline a su cuna, una sirvienta apareció por la puerta para llamarles a cenar. Damian llevó a su hermanita a su cama, la tumbó y se dirigió al comedor.
–Espera, – dijo Chris. – ¿tenemos que cenar con tu padre?
–Seguramente, todavía no ha cenado.
–…Creo que voy a tener indigestión.
–Te daré medicina.
–¡Oye!
Chris acertó y después de cenar tuvo que beberse la medicina que Damian le ofreció.

*         *        *        *        *

 Hasta los últimos diez días del año, esos meses previos de preparaciones para el fin de año estaban cargados de saturación y trabajo. No obstante, una vez todo estaba listo la gente solía aprovechar para quedar con sus amigos, pasar días en familia o gozar de unas vacaciones.
Hugo se hallaba sentado ante el rey que disfrutaba de una relajante taza de té después de zanjar la última reunión del año. Aquello marcaba el comienzo de unas largas vacaciones. El año pasado Damian tuvo que regresar a la Academia pocos días antes de la gran fiesta, pero esta vez sería distinto. El chico asistiría y sería la primera vez que todos los miembros de su familia celebraban la entrada de año juntos.
–¿Has encontrado mi reemplazo?
Kwiz le prometió a Hugo que, tras los dos años necesarios para organizar el nuevo cuerpo de estado, le dejaría volver a sus quehaceres habituales. A pesar de ello, dos años y varios meses después, tenía que seguir insistiéndole al monarca.
–¿Por qué no te quedas a cargo como hasta ahora, mi buen duque?
–Me lo prometió, Su Majestad. – El ceño fruncido de Hugo evidenciaba su renuencia.
–Sólo te tengo a ti.
–Estoy seguro de que muchos codician el puesto.
–Sí, por eso no quiero a otro que no seas tú.
El cuerpo del estado que el rey había formado a la velocidad del rayo durante esos últimos dos años se convertiría en el departamento central de política mientras Kwiz siguiese en el trono y el jefe de dicho departamento era, por supuesto, el centro de poder.
–Sinceramente, no tengo la más mínima intención de que mi cuerpo de gobierno se convierta en el patio de recreo de los nobles.
–Yo también soy noble.
–Bueno, tú no entras en el esquema.
Durante todo aquel tiempo Kwiz había observado los movimientos del duque de Taran y había determinado que, en efecto, no le interesaban los juegos por el poder en absoluto. No había establecido ninguna alianza que no hubiese formado antes, ni derivó sus planes a otra parte. Asimismo, el trabajo del duque era excelente: escogía a los miembros por su valor, no por su estatus. Poco importaba la influencia de la familia, si la persona en cuestión era un trabajador inepto, se despedía sin vacilar.
–Es un puesto controvertido… Pero mientras usted sea el líder, nadie abrirá la boca.
La confianza que el rey depositaba en el duque era dominio público. El monarca le invitaba día sí, día también a comer con él después de cada reunión importante y, aunque el favor de Kwiz era un arma de doble filo, nadie osaba precipitarse a actuar. La gente temía lo impredecible que era Hugo. Su imagen de guerrero era más famosa que su parte política y nadie se atrevería a enfrentarse a los soldados. En otras palabras, el duque de Taran podía aniquilar hasta la última alma del territorio y salir airoso.  
Hugo suspiró, Kwiz estaba resuelto a convencerle a quedarse con el puesto que tantos dolores de cabeza le provocaba. Lo peor de todo era el tener que regresar tan tarde a casa: no podía ver a su preciosísima hija, ni cenar con su esposa o pasear con ella o divertirse con ella de noche. No obstante, ser cercano al rey era conveniente y necesitaba su aprobación para que Damian pudiese heredarle.
–No me gusta trabajar gratis.
–…Mi señor duque. ¿Sabes en la clase de posición que estás? Si la ofreciese tendría una a avalancha de hombres llamando a mi puerta.
–Pues entregásela a uno de ellos.
–¿Qué quieres a cambio? – Kwiz gruñó exasperado. – Te daré lo que quieras.
–Un título.
–¿Un título? ¿Para qué?
–Voy a presentar a mi hijo en sociedad en fin de año.
–Oh. ¿Ya tiene edad? ¿Cuántos años tiene?
–Cumplirá los trece dentro de poco.
–¿No es demasiado pronto para un título? Nunca se ha dado el caso.
–Pues que sirva de precedente. Le prometí que me aseguraría de que nadie pondría entredicho su derecho.
–Vale, vale. Empezaré el proceso.
–¿Estará listo antes de fin de año?
–¿Te crees que los títulos me los saco de la manga? Hay que seguir un procedimiento.
–Puedes anunciarlo en la fiesta de fin de año y continuar con el procedimiento en otro momento. – Hugo hizo una breve pausa. Recordó que a su esposa le preocupaba que si Damian conseguía un título su relación con su amigo se viese afectada. – Ya que estás en ello, dame otro más.
–¿Para qué quieres darle dos títulos a tu hijo?
–Me gustaría concedérselo al segundo hijo del marqués Philippe.
–¿Desde cuándo te interesa ese marqués?
–Su hijo es amigo del mío.
–…O sea que es por eso. Se lo vas a dar para ayudarle a escondidas.
–Algún día acabará teniendo su propio título siendo hijo de un marqués de todos modos.
–Escúchame un momento.  – Kwiz se masajeó la frente.
Otorgarle un título a alguien no era tan simple como darle un caramelo a un niño. Conceder títulos era un derecho exclusivo del rey, un arma para coaccionar a los nobles que codiciaban el honor y la buena reputación tanto como quisiera. Si se excedía a la hora de usarlo, el valor de éste caía por lo que había un número limitado de títulos que sólo quedaban vacantes en caso de fallecer sin descendencia directa.
–Seamos sinceros por un momento. La responsabilidad que recae en cada título no es nada fácil. ¿Y qué me dices de los impuestos? ¿Crees que el hijo del marqués podrá permitírselo?
Aquellos poseedores de un título solían ser los herederos de su familia. Los que no eran primogénitos, normalmente, se casaban o se quedaban con una finca o terreno del padre. Muchos ni siquiera eso.
–Su Majestad siempre puede darle uno sin impuestos. Te lo puedo compensar de otra manera.
Kwiz fijó la vista en Hugo y suspiró.
–Debe ser fantástico ser capaz de ocuparse de todo con tanta facilidad, mi señor duque.
–Si el problema son las vacantes, puedo conseguirlas.
–¿…Cómo?
–Déjamelo a mí.
Su tono de voz fue lo suficiente tajante como para que Kwis decidiera ser benevolente y salvar a sus súbditos.
–Ya lo haré yo.
Pensandolo bien, el rey no perdía nada. El marqués Philippe era un monárquico inflexible en quien podía confiar. Si exentaba a su hijo de los impuestos podría aceptar el favor del duque y ganarse la devoción del partido político del marqués. Además, el duque accedió a compensarle generosamente.

*         *        *        *        *

Dos hombres vestidos de gala en el salón de la primera planta no era una escena de la que se pudiese disfrutar cada día. Las criadas echaban miradas discretas, algunas incluso se escondían en algún rincón para poder admirar la belleza de los dos morenos de ojos carmesíes. El más joven había crecido espléndidamente, pero al lado del mayor de cuerpo hercúleo y maduro, seguía pareciendo un niño.
–Qué suerte tiene nuestra señora.
–Ya ves…
La aparición repentina del bastardo del duque produjo una sensación de desolación en los criados que sintieron verdadera pena por su señora duquesa, sin embargo, cada vez que eran testigos de la obediencia ciega que le profesaban ambos hombres a la duquesa su lástima se convertía en pura envidia.
Jerome carraspeó para llamarle la atención a las criadas que cuchicheaban. El mayordomo frunció el ceño con desaprobación y chasqueó la lengua asustando al servicio que huyó lo más rápido que pudo. Entonces, se acercó a la pareja de padre e hijo con una bandeja para servir el té.
Lucia, desde las escaleras, contempló la escena de su familia disfrutando del refrigerio. Antoine, a su lado, siguió la dirección de sus ojos y juntó las manos emocionada. Sus creaciones eran sensacionales.
–Estás preciosa, madre. – Elogió Damian a Lucia cuando bajó las escaleras y le besó la mano.
–Gracias, tú también estás deslumbrante. Vas a atraer todas las miradas.
–Creo que eso lo vas a hacer tú, madre. – Aseguró el muchacho. – ¿Quién podría apartar la vista?
Lucia estalló en carcajadas. Damian solía ser directo y taciturno, aunque de vez en cuando era capaz de capturar el corazón de una mujer con poco. Lucia alternó la mirada entre su marido e hijo.
–No te preocupes, Damian. – Aquietó Lucia descubriendo la mirada inquieta del joven. – Eve está dormida y no se despertará hasta mañana por la mañana. No te preocupes por ella, tú limítate a disfrutar del banquete.
–Sí, madre.
Hugo y Damian ayudaron a Lucia a subirse al carruaje. ¿Quién hubiese pensado que semejante día llegaría a su vida? Vivía en un sueño.

*         *        *        *        *

–¿Estás nervioso?
–No.
Lucia hablaba con Damian para tranquilizarle. No podía quitarse de la cabeza lo ocurrido en Roam y se castigaba por tener un mal presentimiento en un día tan feliz. La buena duquesa era consciente que nadie osaría insultar al hijo de los Taran, sin embargo, el nerviosismo no se desvanecía.
–Estás más nerviosa tú que él, amor mío. – Comentó Hugo adivinando el estado de su esposa. – No te preocupes por el chico, ya no es un niño.
–Estoy bien, madre. No quiero que te sientas mal por mi culpa.
Lucia esbozó una sonrisa dulce como la miel. A pesar de la diferencia abismal en su forma de hablar, los dos hombres que la acompañaban se preocupaban por su bienestar, por lo que decidió serenarse y disfrutar de la fiesta de fin de año al máximo.

El carruaje se detuvo ante el salón del palacio exterior. Damian se apeó el primero, seguido por su padre que ayudó a su madre. El lugar estaba atestado de gente, la iluminación del banquete era cegadora y su corazón empezó a acelerarse. Aquello era surrealista.
–Vamos.
–Sí, madre.
Damian contuvo la respiración al entrar junto a sus padres. Era la primera vez que veía a tanta gente extravagante en el mismo lugar o era el centro de atención. Era extraño. Las miradas curiosas de los invitados carecían de malicia o buena fe; estaban sorprendidos de verle, pero ninguno mostró abiertamente sus sentimientos. Entonces, el muchacho se percató que todos eran nobles de alta cuna, educados y entrenados para ocultar sus emociones por etiqueta.
–¿Dónde está Su Majestad? – Le preguntó Hugo a un criado.
–Todavía no ha llegado.
–¿Te apetece comer algo? – Le preguntó a su esposa.
–Pues sí, luego no podremos. – Justo en ese momento, Lucia vio a alguien conocido acercándoseles. – ¡Oh, vaya, Chris!
Damian se dio la vuelta para ver a su amigo y alzó una ceja al descubrir que Chris arrastraba consigo a otros dos muchachos.

*         *        *        *        *

El banquete de celebración de año nuevo empezó bien entrada la tarde. Los debutantes se habían consagrado a saludar al mayor número de nobles posible con sus padres. Chris se emocionó al ver a todos aquellos jóvenes novatos a pesar de haber estado en su misma situación apenas un año antes.
–Por fin te encuentro. ¿Dónde te habías metido?
–Hermano… – Chris se quedó de piedra con la copa que acababa de coger de una de las bandejas que los criados paseaban por el salón.
Raven, su hermano mayor, frunció el ceño desaprobadoramente, mencionó que su padre le estaba buscando y se dio la vuelta. Chris, por supuesto, le siguió sin protestar después de tragarse la copa de un trago.
Saludar al resto de invitados con su hermano y padre era terriblemente aburrido y su rostro era el vivo retrato de la renuencia. Aunque Chris agachaba la cabeza como se le ordenaba y marcaba la etiqueta, su cabeza siempre volaba a otros mundos mientras miraba de reojo la puerta a la espera de su buen amigo Damian. Fue en ese momento que reparó en la presencia de un chico de cabello ceniza y otro castaño que eran uña y carne incluso en el banquete rodeados de otros de sus compañeros de la Academia en corrillo.
–Hermano, voy a hacer una cosa. – Avisó Chris con una sonrisa maliciosa en los labios. – Ocúpate tú del resto.
–¡Chris! – Exclamó Raven viendo como su hermano pequeño se confundía entre la multitud.
El rostro de Henry – el muchacho de cabello cano, hijo de un conde – y de Steve – el muchacho de cabello castaño, hijo de un marqués – se descompuso cuando vieron a Chris acercándoseles.
Steve todavía le guardaba rencor a Chris, a pesar de que el castigo impuesto sobre Damian fue un espectáculo digno de ver, él también tuvo que sufrir las represalias de sus propios actos. Su hermano mayor era miembro del comité por lo que consiguió salirse del embrollo con una sanción leve, aunque también tuvo que soportar toda una serie de criticas en privado de su parte.
–Cuánto tiempo. – Les saludó Chris.
–…Sí, señor Philippe. – Contestó Steve a regañadientes.
Chris contuvo una risotada. El motivo por el que raramente se juntaba con otros jóvenes de la nobleza era precisamente por esa absurda imitación de los adultos que tercamente insistían en llevar a cabo.
–¿No será, de pura casualidad, el estimadísimo hijo del marqués Philippe? – Algunas de las doncellas mostraron abierto interés por él. Aunque no fuese el heredero del marqués, por lo menos se le otorgaría el título de conde en algún momento, así que seguía siendo un buen partido.
–Exactamente, señorita…
–Winsor. Audrey Winsor, hija del conde Winsor.
–Señorita Winsor, pues. Ruego me pueda perdonar, pero lamentándolo mucho, debo ocuparme de unos impetuosos asuntos con mis compañeros de la Academia.
–Oh, vaya. ¿También estudia en la Academia? Con sumo gusto me excusaré para que puedan cumplir con sus obligaciones, señores.
La señorita Winsor parecía ser la abeja reina y en cuanto se retiró el resto de los jóvenes la siguieron como un rebaño obediente. Adulto o niño, todos eran iguales. Chris no entendía por qué les gustaba andar en grandes grupos fingiendo amistad.
–¿Qué significa esto? – El tono de Steve evidenciaba su descontento.
–¿Les estabas contando anécdotas sobre la Academia? – Empezó Chris que veía ridículo que alguien como Steve pretendiese ser todo un caballero cuando ni siquiera había pasado un mes desde su pelea. – ¿Les has contado cómo rodaste por el suelo? Seguro que les hubiese encantado. – Le provocó.
–¿Qué demonios te crees que haces? – Preguntó Steve con los puños cerrados. No deseaba una mala relación con otro de los pocos nobles que consideraba su igual, pero no lograba comprender la razón por la que Chris apoyaba a un don nadie.
–¿Sabes que eres un grandísimo cobarde? Aunque claro, si lo supieras no te comportarías así. Empezaste una pelea y luego culpaste a la víctima. No sé por qué te molestas en fingir ser un adulto respetable si luego te comportas como un miserable. – Chris se volvió hacia Henry. – También va para ti. A ver si somos un poco más dignos, ¿eh?
–¡¿A quién llamas tú una víctima?! – Henry se adelantó, enfadado. – Ese don nadie nos dio de puñetazos sin andarse con rodeaos. Hasta usó la bestia que lleva a todas partes. Cada cual sabe su lugar, tu simpatía no ayuda.
Chris soltó una risotada exageradamente sarcástica mientras se masajeaba la frente.
–Sí, debe ser culpa de mi simpatía natural. ¿Cómo ibais a entender todo lo que he hecho por vosotros?  – Chris esbozó una sonrisa burlona mirando a los dos muchachos de expresión atónita. – Oye, ¿os hacéis la más ligera idea de con quién os habéis metido?
En ese momento, los invitados de la fiesta se agitaron. Las miradas fascinadas de todos los presentes se posaron en la familia que acaba de entrar en el salón y Chris, conocedor de la identidad de ésta sin necesidad de darse la vuelta, aprovechó para coger por el brazo a los dos jóvenes con los que estaba hablando y arrastrarlos.
–¡¿Qué haces?! – Exclamó uno.
–¡Suelta! – Exigió el otro.
–Tranquilos, tranquilos. Venid conmigo que os voy a enseñar una cosa maravillosa.
Chris no era particularmente fuerte, pero si Steve o Henry se zafasen de él atraerían atención innecesaria que dañaría su imagen pública.
Tal y como había imaginado el amigo de Damian, la comidilla del pueblo, los duques de Taran acababan de hacer su aparición acompañados por un muchacho de su edad. En cuanto Steve y Henry vieron la escena se quedaron de piedra y empalidecieron como si hubieran perdido su alma. Entre sorpresa y terror, las expresiones de los chicos eran estupendas y Chris decidió jugar con su presa un poquito más.

–Oh, vaya, Chris. – La duquesa sonrió y saludó encantada.
Damian miró a Chris inquisitivamente a lo que su amigo respondió con una mueca traviesa antes de volver a centrarse en la duquesa.
–Hace mucho que no vienes. ¿Te quieres venir mañana a pasar el día?
Desde el día en el que habían arrastrado en contra de su voluntad a Chris a la residencia ducal, el muchacho había estado yendo y viniendo casi a diario. Era recurrente que se quedase a pasar el día, comiese, leyese, se echase la siesta o incluso llevase consigo a su hermano pequeño Jude; básicamente, estaba en esa mansión como en la suya propia. Lo único que rechazaba era el ofrecimiento para cenar con ellos: pensaba evitar compartir mesa con el duque lo más que pudiese. Sin embargo, unos días antes de fin de año dejó de pasar allí todo su tiempo libre para seguir con lo que marcaba la buena etiqueta.
A Lucia le encantaba la amistosa personalidad de Chris y le parecía que el chico equilibraba la naturaleza estoica de Damian.
–Sí, iré encantado si me invitas.
Aquellos pocos días que se había abstenido de visitar a los Taran, Jude se los había pasado quejándose y preguntándole cuándo podría volver a ver a la princesa, que es como llamaba a la hija menor de los duques. Vacilante, su hermano pequeño le había confesado que la llamaba así porque era preciosa.
–Siempre eres bienvenido, a ti no te hace falta ninguna invitación. Por cierto, ¿quiénes son estos apuestos caballeros?
Chris sujetó los hombros de su presa con más firmeza.
–Compañeros de la Academia.
Steve y Herny se presentaron y saludaron a la pareja ducal con gran reverencia. Lucia confundió el motivo de su nerviosismo y lo pasó por alto.
–¿Son amigos tuyos, Damian?
En cuanto Damian los miró, la expresión de ambos jóvenes se oscureció. Chris sonreía de oreja a oreja satisfecho y aquello convenció a Damian de seguirle el juego a su amigo.
–Pues… – Damian arrastró la sílaba para crear tensión y poder analizar con esmero la expresión de los otros dos chicos. – …No lo son, madre.
Ese “madre” fue como una puñalada. El don nadie colmado de arrogancia era, en realidad, el hijo del duque. Henry y Steve ya sintieron un escalofrío cuando presenciaron la familiaridad con la que Chris conversaba con la duquesa, pero las palabras de Damian fueron la guinda del pastel.
Damian no pretendía seguir torturando a los chicos por algo que formaba parte del pasado, concluyó que los dejaría marchar por ahora y que, en el caso de darse la ocasión en la que repitiesen su equivocación, los reduciría a cenizas.
–Y no creo que lo vayan a ser jamás. – Declaró, sereno.
Henry y Steve que ignoraban la decisión de Damian se lo tomaron como una declaración de guerra, pero Lucia simplemente perdió todo interés en los muchachos que no congeniaban con su hijo.
–¿Dónde están tus padres, Chris? Mi marido y yo ya los conocemos, pero creo que deberíamos presentarles a Damian.
Chris soltó a los abusones de la Academia a los que les fallaron las piernas y se unió al grupo ducal.

La pareja ducal y los marqueses de Philippe se saludaron educadamente, se retiraron a una habitación separada y disfrutaron de una agradable velada. A la marquesa la entusiasmó la idea de que su hijo fuese tan íntimo con uno de los miembros de los Taran y Chris continuó farfullando quejas durante toda la cena de lo avergonzado que estaba.
Después de comer, Damian se quedó junto a sus padres para poder saludar a la lista interminable de nobles que se acercaron a reverenciarles hasta que ya no distinguía el rostro de ninguno. No fue hasta que el rey llegó que el joven pudo respirar tranquilo.
–Su Majestad el Rey. – Anunciaron.
Los invitados agacharon la cabeza, dejaron paso al monarca y aclamaron su nombre. Kwiz, ataviado con ropas blancas y una enorme corona, avanzó por el salón preparado para recitar su discurso.
–…Que este primer día del año rebose jubilo eterno. – Entonces, cambió de tema. – Quisiera aprovechar tan dichosa ocasión para presentaros a todos dos de los futuros pilares de esta, nuestra patria. – El rey hizo una pausa para darle tiempo al chambelán para desenrollar el edicto. – Damian, hijo de Taran; Raven, hijo de Philippe; Chris, hijo de Philippe. Dad un paso al frente y aceptad el honor que os otorgo.
–¿Eh? – Chris no daba crédito a sus oídos. No le sorprendió escuchar el de Damian o el de su hermano, pero que mencionasen el suyo lo dejó estupefacto. – Padre… ¿por qué…?
–¡Vamos, ve! – El marqués chasqueó la lengua, impaciente.
Chris notó como su alma abandonaba su cuerpo terrenal; se sentía pender de un hilo muy fino y le asombró su propia resistencia que le permitió completar la ceremonia con éxito.
–…De verdad soy… –Acababa de recibir el título de conde junto a su hermano, algo inédito.
–Chris. – Damian le dio una palmadita en el hombro para sacarle de su ensimismamiento. – ¿Has oído? Nuestros padres acaban de quedar para cenar mañana en tu casa.
–¿…Perdona? – A Chris se le iluminó la mirada. – ¿Nosotros también comemos con ellos?
El pobre muchacho todavía recordaba al detalle la incomodidad con la que tuvo que lidiar la última vez que había cenado con los duques.
–Claro.
–…Ah. – Suspiró. – Otra vez voy a tener indigestión.
–Si no tienes medicina en casa, te la puedo traer.
–…Estoy tan agradecido que voy a llorar. – Repuso.

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