EXTRA 3: Y vivieron felices y comieron perdices

enero 08, 2020


El rey entró en los aposentos de la reina sin avisar y su aparición obligó a las nobles con las que en ese momento conversaba su esposa a retirarse. ¿Por qué habría interrumpido su itinerario? Era imposible que el monarca ignorase la agenda de la reina.
–¿Qué ocurre, Su Majestad?
–Me han dejado tirado. – Kwiz se desplomó sobre el sofá, furioso.
–¿Perdona?
–Soy el único que puede dejar plantado a la gente. – Repuso. – Selena me prometió ayer que comería conmigo.
Kwiz llevaba todo el día esperando la hora de comida para poder estar con su queridísima hija. Atribuyo el retraso de Selena a que, como jovencita que era, debía acicalarse, pero terminó impacientándose y ordenando a un criado que fuese a ver qué la demoraba. Las noticias fueron devastadoras: la princesa se había marchado por la mañana; no estaba por ningún lado.
La traición de su hija le hirió profundamente; era increíble que la misma niñita que se le pegaba llorando hubiese encontrado algo más interesante que sus abrazos.
En Xenon había dos hombres que mimaban a sus hijas como si no hubiese mañana: uno era el soberano del país, y el otro el segundo hombre más poderoso del país, el duque de Taran. Beth aun recordaba con bochorno uno de los episodios más ridículos de su vida al que se apodo: “El caso de la casita de muñecas”. Kwiz preparó una casita de muñecas preciosa que Selena se llevó a casa de su amiga para presumir; Evangeline, celosa, aguardó al regreso de su padre luchando contra el sueño para pedirle una casita también. La niña se restregó y quejó y Hugo, conmovido por el esfuerzo que había hecho su hija para esperarle, lamentó no poder darle lo que pedía en aquel mismo instante. ¡Su hija tendría la mejor casita de muñecas del mundo! Y así se hizo, al día siguiente empezó la construcción de la casita.
Selena, estupefacta, acudió corriendo a Kwiz. Y así se creó un círculo vicioso de las que Beth y Lucia fueron, por desgracia, testigos.
Lo que empezó como una disputa infantil sobre casitas, terminó en proyectos considerados verdaderas obras de arte arquitectónicas. Seis meses más tarde, organizaron un encuentro con entendidos para que juzgasen cuál era mejor. Mientras tanto, sus hijas ya habían perdido total interés en el tema y se dedicaban a otros juegos.
–Está en edad de olvidar de las promesas. – Le consoló Beth.
–Ha vuelto a ir a la casa del duque, ¿verdad?
–Es el único sitio a donde va.
–¿Por qué se lo permites? No es bueno que pille la manía de salir tanto.
–Es la residencia de los duques, no le veo ningún problema.
–Lo suyo es que sea la noble quien visite a la princesa; no al revés.
Beth soltó una risita. Su marido no era del tipo de personas que se molestaba con seguir las formalidades o la etiqueta.
–Son niñas.
–Es por su propia seguridad.
–Sinceramente, creo que la residencia del duque es más segura que el palacio.
Kwiz no pudo reprocharle nada: los guardias que rodeaban y sondeaban la residencia de los Taran la convertían en una fortaleza impenetrable. Aquel último verano decidió hacer una apuesta con el duque por mera curiosidad.
–¿Le apetece un reto, mi señor duque? Voy a romper tu seguridad.
–¿Cuándo he rechazado un reto?
Así fue, Kwiz trató de infiltrarse tres veces: las dos primeras no llegó ni a la verja. La victoria del duque le obligó a prometerle otro título más.
Sí, la reina tenía razón; aquella casa era mucho más segura que el palacio, por lo que, resentido y sin más argumentos, Kwiz tuvo que callarse.

–Ethan también va mucho a la casa de los duques últimamente.
–¿Ethan? – Aquello tomó por sorpresa a Kwiz. – ¿Por qué?
–El tercer hijo del marqués Philippe suele ir a menudo y, al parecer, son de la misma edad. Supongo que le gusta hacer amigos.
–Ya deben estar en esa edad. – Comentó el rey antes de ponerse a murmurar compungido. Todavía no estaba preparado para que sus hijos alzaran el vuelo.
–Selena no va a la residencia de los duques a ver sólo a su hija.
–¿Qué dices?
–Lo que oyes. – Beth esbozó una sonrisa. – Se ha enamorado del señor Taran.
Kwiz no comprendió el significado de las palabras de Beth de inmediato. Segundos después, dio un respingo, pasmado.
–¿…El señor Taran? ¿El conde Taran? ¿El hijo del duque? – Beth respondió con un asentimiento de cabeza y Kwiz, indignadísimo, se puso en pie de un salto. – ¡¿Qué significa esto…?! ¿Sabes cuántos años se llevan?
–Cuando Selena tenga diecisiete, él tendrá veintisiete. No es tanto.
Kwiz volvió a sentarse.
–¿…qué sabrá una niña de ocho años?
–Exacto, ¿qué sabrá? Seguramente, Selena siente la misma curiosidad que tiene por una muñeca bonita. Sin embargo, Su Majestad, este anhelo puede convertirse en amor en cuestión de años.
Kwiz no estaba en absoluto preparado para soltar la mano de su hija. No se le había ni pasado por la cabeza que algún día la tendría que casar, que no estaría para siempre con él.
–Reina mía, pareces encantada con el prospecto.
–Oh, encantadísima estoy. El señor Taran es impecable tanto en apariencia, como en personalidad o en habilidad. No tiene ningún fallo. Tú también le has halagado en un sinfín de ocasiones, ¿cierto?
–Bueno, pero…
El muchacho se había convertido en el Shiita más joven de la historia de la Academia sin ayuda de nadie. Parecía haber heredado la brillante capacidad de su padre, pero no sus defectos. De hecho, en comparación con el príncipe heredero – con el que sólo se llevaba un año – era mucho más maduro.
–¿Quieres que Selena acabe de duquesa?
–No puedo decir que me desagrade la idea. El señor Taran ha crecido viendo lo mucho que el duque adora a la duquesa, así que, tratará a su esposa de la misma manera, ¿no crees? Toda madre desea que amen a su hija y que sea feliz. – Kwiz guardó silencio. – ¿Acaso bromeabas cuando le propusiste al duque casar a nuestros hijos?
–Estaba dispuesto a casar a Selena si tenían un hijo.
–¿Y por qué no casar a su hija con uno de nuestros hijos?
–Reina mía, ¿te imaginas la cantidad de dote que costaría? No me lo puedo permitir.
Beth miró a su esposo ceñuda.
–Se lo propuse a la Duquesa, pero tuve desistir. El Duque está en contra de uniones entre primos.
–¿Primos?
Kwiz se paró a pensar en ello. Como la Duquesa era su media hermana, sí que se podía considerar que sus hijos eran primos de los suyos; pero Kwiz nunca lo había visto de esa manera. Xenon prohibía por ley el matrimonio entre primos, aunque el caso de la familia real era una excepción. El difunto monarca había aceptado más de diez concubinas y amantes con las que había producido un sinfín de herederos. Además, el Conde Taran no era el hijo biológico de la Duquesa; estaba registrado como tal, su relación era idílica, pero no había relación sanguínea ninguna.
–No me puedo creer que no te lo hayas ni planteado. Imagínate cómo sería si Selena y el señor Taran se casaran.
Ser familia política de los Taran no era mala idea. En caso de emergencia, la casa real contaría con el apoyo con la casa ducal más poderosa del reino y la forma más segura de crear una relación estable con una familia era añadiéndola a la propia.

*         *        *        *        *

El rey organizaba una conferencia con los miembros clave de la administración cada tres meses. Los invitados llegaron casi al alba, entraron en el salón de actos y repararon en la presencia de una pareja de apuestos jóvenes, uno moreno y otro de cabello plateado, de unos escasos veinte años discutiendo sobre unos documentos que tenían en las manos. Era una vista esplendorosa.
–No pone lo mismo que en el informe de hace unos días. – El muchacho de ojos rojos repasó los documentos y le habló a su compañero. – ¿Por qué tanto cambio?
–Tienes razón; debería haberlo revisado ayer.
Un hombre de unos treinta años que se disponía a entrar en el salón los reconoció y decidió acercárseles. Damin y Bruno interrumpieron su conversación para saludarle con una reverencia educada.
–Hoy también venís a observar, ¿eh? – A Robin analizó con asombro a la pareja de jovenzuelos que causaban tanto furor entre las aristócratas.
–Sí, Su Señoría.
Robin, que sucedió al Duque Ramis, había tomado un camino distinto al de su padre. Su conocimiento político no era nada en comparación con el difunto Duque, pero consiguió erguirse en el mundillo.
–¿Qué hacéis aquí en lugar de entrar?
–Entraremos cuando todos los asientos estén llenos; no me parece adecuado sentarnos cuando sólo venimos a observar.
La respuesta del moreno le complació. El joven de dieciocho años no alardeaba de su poder a pesar de haber sido nombrado el Conde más joven y el heredero al ducado Taran, cuyo poder sólo superaba el Rey. La prudencia del joven era maravillosa. Muchos aborrecían la arrogancia del actual Duque Taran, sin embargo, hasta éstos apoyaban el ascenso del Conde, siempre tan cortés. El talento del muchacho de cabellos plateados también era único. Bruno poseía una mente superior desde niño y el mismísimo Duque Taran le había conseguido un título de Conde.
Robin admiraba la capacidad del Duque Taran para reconocer el talento y le maravillaban los obsequios con los que colmaba a su gente.
–¿Qué os traéis entre manos?
El Marqués DeKhan saludó a los tres hombres y se coló en la conversación. El Marqués miró a los jóvenes, encantado. Quizás se debiese a su edad, pero ver a gente tan joven con una etiqueta tan perfecta le contentaba.
–Si no me equivoco, el señor Matin causó un gran alboroto hace poco.
Brumo hizo una mueca, incómodo. Todos con los que se topaba le recordaban lo ocurrido la semana anterior.
–¿A qué se refiere con “alboroto”?
–Supongo que todavía no se ha enterado, señor Ramis. El señor Matin derramó un cóctel encima de la cabeza de la hija de un Conde.
–Oh, vaya; eso sí es un desliz.
–No fue un desliz, por eso la gente se volvió loca. Lo hizo a propósito y la dejó en evidencia.
Nadie había actuado de semejante manera. La virtud de un caballero era ser cortés con las señoritas; aunque fuera un buscarruidos. El Marqués DeKhan había estallado en sonoras carcajadas al enterarse por su hijo de lo ocurrido. Las fiestas eran lugares concurridos donde se conocía a gente que te sorprendía en el mal sentido, pero a los que debías tolerar por el bien de la cortesía y los buenos modales. Ningún miembro de la aristocracia osaría ir en contra del saber estar por miedo a abochornar el nombre de su familia. No obstante, muchos se recrearon al ver que el Conde Matin hacía lo que ninguno de ellos se atrevería de una manera tan directa.
–Tendrá que controlarse durante un tiempo, señor Matin. – Las noticias dejaron estupefacto a Robin que tuvo que contener una risotada por decoro. – La gente lo olvidará.
–Sí, señor. Iré con cuidado.
Bruno, desde lo ocurrido, pasaba sus días tranquilamente, encantado por no tener que asistir a ningún evento social.
–No creo que haga falta que le consuele; me parece que esto le acabará favoreciendo. – El Marqués continuó escuchando con genuino interés. – Al principio, la gente se puso de parte de la hija del Conde, pero con el tiempo ha empezado a ser víctima de miradas acusatorias.
–¿Cómo puede ser?
–Bueno, al parecer los favoritos de todas las jovencitas ya no aparecen por las fiestas, así que el resentimiento por la culpable va en crescendo.
Damian había decidido alejarse de los círculos sociales aprovechando de que Bruno estaba castigado, desde entonces, el número de asistentes había caído en picado y era precisamente la cantidad de invitados de una fiesta la que determinaban el éxito de ésta. El comportamiento de Bruno merecía crítica, sin embargo, que el muchacho se presentase en casa de la hija del Conde para disculparse personalmente y que ahora llevase una semana – presuntamente – reflexionando sobre sus actos afectó positivamente a su popularidad que, en lugar de infame, se convirtió en deseable.
Robin contuvo el impulso de interrogar a Bruno sobre la razón por la que fue a disculparse, pero aquello se consideraría cotilleo y un caballero parloteando sobre los asuntos de una dama era de mal gusto.

*         *        *        *        *

El ambiente entre los hombres reunidos cambió radicalmente en cuanto del Duque Taran, autoridad absoluta y jefe de la administración con experiencia indubitable, se posicionó en el estrado.
El Marqués DeKhan examinó los rasgos del Duque antes de volverse para estudiar a su hijo, el Conde Taran. Eran como dos gotas de agua, pero lo que transmitían era como la tierra y el mar; el Duque era como una bestia salvaje, su mirada reflejaba la violencia adormecida de un cazador acechando a su presa – temible, sin embargo, el joven Conde era una bestia amigable, criada entre otros humanos, el tipo de bestia que se molestaría en advertirte antes de precipitarse sobre ti. Si bien era cierto que Damian no era del todo accesible por su cortesía con la que marcaba los límites y su frialdad, Hugo ni siquiera permitía que mirases en su dirección. Por ende, todo aquel que precisase o codiciase la ayuda de los Taran, se acercaban a su hijo.
–Todo el mundo saca el tema en cuanto me ve. – Se quejó Bruno, visiblemente molesto.
–No lo vuelvas a hacer, te lo han dejado pasar porque ha sido la primera vez, pero a la próxima te etiquetarán de bastardo para arriba.
–Lo sé.
Bruno era plenamente consciente que lo ocurrido no podía describirse como un mero error, pero en aquel momento no pudo contenerse.

Después de hartarse de rechazar invitaciones para bailar, se dirigió a la salita de descanso donde escuchó a la hija de no sé qué Conde – ni siquiera recordaba su nombre – cacareando sobre algo.
–Bueno, ya sabéis lo raro que es que acepten a un bastardo como legítimo… ¿Qué pasará si la Duquesa tiene un hijo?
Todo el mundo sabía que Damian no era el hijo biológico de la Duquesa y no era rara la ocasión que la gente cuchichease sobre el tema. En Xenon era un país generoso con sus bastardos en comparación con otros países que ni siquiera los trataban como personas: cualquiera podía añadirse al registro familiar y ser dignos de la herencia. Paradójicamente, en otros países era más fácil encontrar herederos bastardos que aquí.
Bruno sabía que a Damian las habladurías no le afectaban; su amigo no se molestaba en siquiera corregir las impertinencias de cuantos le rodeaban, pero él era otro cantar. La arrogancia de la hija del Conde le enfureció, así que optó por vaciar un coctel sobre su cabeza.
–Odio a las chicas que se dedican a parlotear sin saber.
–Otra vez igual. – Damian frunció el ceño. – Sé que no lo hubieses hecho sin motivos. –Bruno no era el más amigable, pero siempre actuaba siguiendo su razón. – Pero mi madre tiene razón; tendrías que pensarte mejor las cosas antes de hacerlas por honor a tu posición.
–Madre siempre tiene razón. – Los ojos de Bruno se enternecieron.
–Sí.
Lucia no asistió a la fiesta en la que Bruno decidió echarle una copa a una señorita, pero en cuanto se enteró mandó llamar a los dos jóvenes y sentarlos para reprenderles tal y como se merecían.
–Sé que debiste tener tus motivos, pero me preocupa porque también sé que otros caballeros lo vieron como algo positivo. ¿Quieres convertirte en su héroe?
–No fue por eso.
–Lo sé, soy consciente de ello; pero piensa en el efecto que podrían tener tus acciones. Tratar a una dama con cortesía es el deber de todo caballero, pero si el incidente se etiqueta de algo “merecido” o “justo”, otros te querrán imitar. Estoy completamente segura de que más de uno intentará humillar o insultar a alguna señorita inocente sólo para convertirse en el centro de atención. No me gustaría que te convirtieras en el modelo a seguir de semejante necio.
–Lo siento, no lo había pensado así.
–Quiero que aprovechéis esto para reflexionar y daros cuenta de la influencia de vuestros títulos. Bruno, vas a ir a ver a esa damita y te vas a disculpar. Los dos tenéis prohibido acudir a más fiestas durante una temporada, espero que penséis en lo que habéis hecho.
–Sí, madre.
–Sí, madre. Siento haberte preocupado.
Al día siguiente, Bruno se presentó en la mansión del Conde y se disculpó tanto con la chica, como con sus padres.
El chico jamás podría olvidar la primera vez que entró en la residencia de los Duques por invitación de Damian. El abrazó de la Duquesa de ojos llorosos le pilló desprevenido, la hospitalidad y cariño de aquella casa eran abrumadoras para el joven que no conocía el calor de una familia.
Bruno empezó a pasar las vacaciones en esa casa como si fuera la propia. Era un hogar cargado de ternura a pesar de sus dimensiones. Recordaba lo estupefacto que se quedó al descubrir que Chris entraba y salía cuando le placía, y sin embargo, terminó haciendo exactamente lo mismo. Los días bajo el cariñoso cuidado de la Duquesa, su amigo Damian, el mequetrefe de Chris, Jude y la encantadora Evangeline le colmaban de felicidad. Era como un sueño. Bruno adoraba hasta al mismísimo Hugo, le admiraba y esperaba poder parecerse mínimamente a él de mayor. Fue durante esta temporada que Bruno empezó a llamar “madre” a la Duquesa.
–Vamos antes de que llegue Su Majestad. – Damian sacó de su ensimismamiento a Bruno.
–Ah, sí.

*         *        *        *        *

La conferencia comenzó por la mañana y terminó bien entrada la tarde. Fue una experiencia repleta de fieras batallas intelectuales, informes y agotados miembros. Damian y Bruno esperaban al Duque de Taran al lado de la puerta para poder organizar la información recibida durante la reunión, discutir sobre los informes y confirmar cualquier duda con él. Para Bruno era el momento más difícil y no porque aquello se le escapase de las manos, sino porque su estamina dejaba mucho que desear. En comparación, Damian transmitía una vitalidad envidiable que le llevaba a una conclusión: era un monstruo, igual que su padre. Su energía era aterradora, nunca los había visto cansarse.
Hugo salió, se acercó a los chicos y le entregó una notita de papel a Damian.
–Tengo que hablar con Su Majestad de algo importante, ya os podéis ir a casa. Escucharé vuestro informe cuando llegue.
–Sí. – Damian aceptó la nota con reverencia, como si fuese algo crucial y la leyó con expresión severa. – Padre, esto…
Bruno inclinó la cabeza para poder ver lo que había escrito y su expresión se endureció todavía más que la de su amigo. Beso de ensueño, Jardín de rosas veraniego. Ese era el contenido de la nota. ¿Acaso sería un código secreto para ocultar información confidencial? Hugo no vaciló ni bajo la atenta mirada inquisitiva de los muchachos.
–Id a comprarlo antes de volver, yo no puedo porque saldré tarde. La pastelería se llama Muiller, lo que pone ahí es el nombre del pastel. A vuestra madre le apetece.
–…Sí.

Los jóvenes se subieron al carruaje tras indicarle al cochero que los llevase a la pastelería, se subieron e intentaron guardar las apariencias y no reírse a carcajadas en vano.
–¡Menuda es madre! ¿Quién sino ella sería capaz de enviar al Duque de Taran a una pastelería?
–Sólo puede conseguirlo ella.
–¿Sabes que es lo que más me sorprendió cuando llegué a casa? Que la persona más fuerte ahí no es el Duque, sino madre.
Damian asintió energéticamente. Su padre era un hombre claramente más fuerte y alto, pero su menuda madre no perdía nunca. De pequeño no comprendía cómo era posible algo así, e incluso ahora, que era algo que esperaba, seguía sin entenderlo. No había visto a su madre alzar la voz o enfadarse en ningún momento, siempre sonreía, aunque… Cuando perdía toda expresión era aterradora. Su padre sabía que si su madre estaba seria tocaba comportarse idílicamente.
–Tampoco podemos olvidarnos de lo de la casita de muñecas. Madre se deshizo de ella a pesar de todos los esfuerzos que había volcado el Duque en construirla en cuestión de horas.
Bruno recordaba como si fuera ayer la horripilante expresión de su madre cuando los recibió aquella fatídica noche. Sólo dijo una cosa: “me he encargado de lo de la casita y he ido a ver a Su Majestad la Reina hoy. Cariño, ven que te quiero decir una cosita”. El Duque nunca le había parecido tan pequeño como cuando le vio seguir obedientemente a su esposa escaleras arriba.
Bruno envidiaba a Damian por haber crecido viendo esa relación entre sus padres. Él no recordaba nada de los suyos juntos y su madre se recreó en su miseria hasta que, después de fallecer su padre, le abandonó.
–¿Se sabe algo de Chris?
En cuanto Chris se graduó, se marchó de viaje con apenas un saco en la espalda asegurando que pretendía pisar cada rincón del mundo. Su amigo emprendió su viaje sin mencionar su destino o cuándo regresaría a espaldas del pobre Marqués Philippe. No sería hasta varios meses más tarde que recibirían una carta donde sólo ponía que estaba bien. Nada más.
–Sé lo mismo que tú. – Respondió tranquilamente Damian.
–Envía alguien a buscarle. – Bruno frunció el ceño. – ¿Para qué vas a usar tu poder de heredero del Duque si no es para esto?
–Sé a donde va.
–¿Sí? Si esta vez no aparece, se le anularán los derechos del título. ¿Es que no se entera de lo serio que es esto?
Los nobles, además de pagar unos impuestos, debían asistir a una reunión regional que se llevaba a cabo dos veces al año a no ser que el reino estuviese en guerra. No asistir era equivalente a afirmar que no eras capaz de cumplir tu deber como noble y, por tanto, se te privaba del título.
–A lo mejor le parece algo bueno. Siempre ha dicho que estas reuniones de nobles dan más asco que ir a un examen.
–No sé por qué me estresa más a mí que a él. – Bruno suspiró pesarosamente y miró por la ventana molesto.
–Seguramente es porque a él estas cosas le dan igual.
–Pues eso es a lo que me refiero. Además, es ridículo. ¿Por qué le quitarían el título? ¿Mi Señor el Duque no se enfadará? Le pidió el título explícitamente para él.
–A mi padre le da igual. Lo verá como recuperar un título y ya, mucho más fácil que tener que ir a buscarle.
–…Mucho mejor, ¿eh?
El carruaje se detuvo delante de la pastelería Muiller y ambos se apearon con un mal presentimiento en sus corazones. El nombre del pastel no era precisamente ordinario.
–…Cada vez tengo más la sensación de que nos ha pasado el muerto.
Damian opinaba igual.
La pastelería era enorme y estaba plagada de mujeres comiendo tarta. Todas las miradas se centraron en los dos jóvenes y el parloteó se disipó como la espuma. Bruno, tras unos instantes de pánico, retrocedió un paso dispuesto a escabullirse de la situación, pero Damian le atrapó y le obligó a quedarse.
–¿Estás seguro de que no tendrás que volver nunca más? Si te pasa, te juro que no te acompaño.
Bruno desistió en su intento de huida. Era mucho mejor que ambos tuvieran que volver, que no tener que venir solo. Tras examinar el interior de una ojeada, Damian hizo el amago de dar el primer paso, pero pegó un respingo al ver a una mujer en el mostrador.
Cabellos rubio platino.
Damian se le acercó inconscientemente, le cogió el brazo y la hizo girar sobre sí misma, confundiéndola. Inmediatamente, el chico vio que sus ojos verdes ni su cabello eran lo suficientemente claros.
–Lo siento, señora. – Se disculpó. – La he confundido por otra persona.
Bruno, a lo lejos, chasqueó la lengua.
–Oh, vaya. Señor Taran, qué sorpresa.
–¿Cómo está, Marquesa? – Damian la reconoció recuperó la compostura.
La Marquesa Philippe ojeó orgullosa al amigo de su hijo. De haber tenido hijas ya las estaría prometiendo con él. Bruno también se acercó para saludar.
–Qué suerte tiene, señora Marquesa, de gozar de amistades tan encantadoras.
Otras nobles se unieron a la conversación cuando vieron que la Marquesa charlaba de las habladurías de la Capital tranquilamente.
–Vaya, ¿no lo sabía? El hijo de la Marquesa es íntimo del señor Taran y del señor Matin. Muy íntimo.
–¿Qué les trae por aquí, caballeros?
–He venido a por un pastel para mi madre.
–Vaya, justo lo que esperarías del hijo de la Duquesa. Debe estar encantada.
Damian y Bruno siguieron la conversación de la Marquesa por cordialidad a la madre de su amigo y en cuanto vieron la oportunidad de librarse, la aprovecharon y se dirigieron al mostrador.
–¿Les importaría escribir el nombre del pastel que desean?
Nada agradeció más Damian que escuchar a la dependienta pedirle eso. Gracias al Cielo no tenía que repetir en voz alta el empalagoso nombre de la tartita que había escrito en la nota. Mientras esperaba a que le envolviesen el pedido, miró el montón de papeles para escribir los nombres: eran del mismo tono, textura y tamaño que el de la nota que le había dado su padre. Sí, el Duque no les había pasado el muerto, él había venido a comprar algo para su madre varias veces, las suficientes como para ya tener el papel preparado.

–¿Por qué no haces que la busquen? – Preguntó Bruno, por algún motivo afligido.
–¿A Chris?
–No, Ted. Aunque no creo que se llame Ted de verdad. ¿Sabes cómo se llama?
–…Sí.
–Ya te lo he dicho otras veces, pero es en estos momentos cuando uno usa su poder. – Bruno se acomodó en el asiento del carruaje. – Qué morro que tiene el Shiita más joven de la historia de Ixium, ¿eh? Hasta ha podido enamorarse en una Academia llena de chicos. ¿Cuándo te enteraste de que era una chica?
–Al principio de curso.
–¿Qué? Lo sabías poco después de que llegase… Oye, ¿y cómo te enteraste? No creo que te lo dijera ella.
Damian soltó una risita. ¿Quién pensaría que una chica se presentaría en una Academia disfrazada de chico? Si no fuese por aquel inesperado momento, él mismo no lo habría sabido ni le hubiese prestado atención a la única chica del colegio.
–Bueno, cuando pienso en aquel entonces… De verdad… Creía que estabas enamorado de un hombre. Mira, me asusté y todo. Chris lo sabía y no me dijo nada. Ni una pista. – Damian no comentó nada. – Búscala. Deja de pasarte la vida con el corazón roto.
Ted no volvió a la Academia después de las vacaciones de verano y desapareció sin dejar rastro.
–…Sólo sé su nombre.
–¿No sabes de qué familia es? ¿O de qué país?
–Ni idea.
–Bueno, – Bruno chasqueó la lengua. – seguro que en los archivos de la Academia hay alguna pista. Sólo tendrías que buscar un poco.
Damian no volvió a contestar y Bruno guardó silencio.
Ted se marchó dejando atrás una única carta para Damian. Bruno ignoraba el contenido de la carta, pero después de leerla, su amigo que iba a dejarlo todo para salir a por ella, se limitó a encerrarse durante un día en su cuarto y continuar su vida a partir de entonces. Como si nada. No obstante, Bruno notaba que Damian no la había superado, sólo contenía sus emociones.

*         *        *        *        *

Lucia no supo contener su sonrisa cuando vio una carta de parte de Norman dentro del libro que le había dedicado. Norman había decidido escribir una vez más después de casarse, ser madre de dos y disfrutar de una vida apacible. En sus cartas solía contarle lo difíciles que eran sus hijos o la pelea que había tenido con su marido y, sin embargo, se las apañaba para que fueran emocionantes. Kate, también madre dos hijos, le había escrito una vez más a pesar de que normalmente sólo se enviaban cartas para felicitarse el Año Nuevo. Una vez leídas todas las cartas personales, la Duquesa se dedicó a organizar las invitaciones que, a diferencia de años atrás, ya no dedicaban únicamente a ella, sino a Damian o Bruno. Algunas chiquillas trataban de ganar su favor a través de encantadoras correspondencias preguntando sobre su vida, sobre su salud o similares. Mientras ojeaba los sobres que quedaban, captó el sello de un joyero en concreto.
Era un mensaje breve: “Con humilde modestia le presento el diseño para el broche de mi señor el Duque. Si satisface sus expectativas, le ruego haga el pedido” e iba acompañado de un hermoso dibujo de una cabeza de león con dos gemas rojas incrustadas en los ojos que despertó un recuerdo de su sueño ya olvidado.

Lucia se hizo pasar por la hija, Lucy, de una anciana sorda durante medio año. Los informes sobre la desaparición de la verdadera Lucy se descartaron cuando la nombraron fallecida y Lucia aprovechó la muerte de la anciana para presentarse y pedir que rectificasen el documento de defunción. Así fue, como cambió de nombre, se tiñó de morena y consiguió hacerse con una nueva identidad. Resuelta, empezó a trabajar en un modesto taller. Tan buena trabajadora y diligente fue, que cuando la dueña decidió mudarse, le ofreció la oportunidad de quedarse con la propiedad. Fue en ese entonces que Lucia regresaría al cementerio desde su huida: sus pertenencias continuaban intactas a excepción de una curiosa joya que no había visto jamás. Entre sus objetos preciosos encontró la cabeza de un león, un broche que, al final, no se vio capaz de vender.

*         *        *        *        *

–Los invitados de la señorita se van, mi señora.
–¿Oh, sí? Vaya, qué tarde se ha hecho.
Lucia se levantó, posponiendo la afanosa tarea de ordenar cartas para otro momento.
–¿Qué tal está Roxy, Jerome? – Lucia preguntó por la hija del mayordomo que apenas rozaba el primer año de vida y que había contraído fiebre la noche anterior.
–La he ido a ver a la hora de la comida y está mucho mejor.
–¿No la has visto desde la hora de la comida?
Jerome guardó silencio prudentemente y Lucia chasqueó la lengua desaprobadoramente. Ni siquiera el matrimonio había cambiado la naturaleza inflexible de Jerome que ni viviendo al lado desatendía sus deberes. Todavía más inaudito era el hecho de que un hombre así hubiese llegado a tener cualquier tipo de romance con una mujer. Olga, su esposa, había entrado a trabajar como criada en la casa gracias a la recomendación de la duquesa – que en sueños había trabajado con ella en el taller. La muchacha y el mayordomo mantuvieron su apasionada relación durante bastante tiempo hasta que ella quedó en cinta.
–Ya es difícil cuidar de dos niños, imagina si encima uno está enfermo. Jerome, vete a casa ya.
–Sí, señora.
Dicho lo cual, Lucia se dirigió al recibidor para despedirse de los invitados de su hija.
–Mucho me temo que debo retirarme. Dios le pague su misericordiosa benevolencia y hospitalidad, señora. – Se despidió el educadísimo príncipe Ethan.
–Me lo he pasado genial; hasta mañana. – Afirmó Jude, tan descarado como su hermano Chris.
–Gracias por su amabilidad, Duquesa. – Añadió finalmente la orgullosa y grácil princesa Selena. – Señora Eve, espero deleitarme de su compañía mañana también.
–Oh, vaya, señora Selena. Justo lo que iba a decir.
–Sí, tenemos mucho en común.
–Desde luego, somos mujeres cultas.
Las niñas imitaban las conversaciones que habrían escuchado en algún lugar entre nobles, pero su tono infantil evidenciaba lo ridículo de la situación. Era algo recurrente que este par de amigas conversasen de esta manera. Ethan no se molestó en ocultar la burla de su expresión y Selena lo fulminó con la mirada.
–Señora Eve, será mejor que se ande con cuidado de semejante imbécil como este como señora culta que es. – Susurró bien alto al oído de Evangeline.
–¿Qué? ¡Oye, Selena!
–Mira, qué poco refinado…
Ethan refunfuñó algo, pero cuando Evangeline posó su mirada en él se contuvo. De estar en el palacio le habría tirado de los pelos a su hermana, aunque era consciente que jamás superaría a su hermana en el arte de la dialéctica.
–El señor Ethan no es imbécil, señora Selena. – Evangeline sonrió dulcemente sin dejar de estudiar la expresión ofendida y mohína del príncipe. – Ante todo, es el hermano mayor de una noble tan refinada como usted.
Ethan se sonrojó.
Selena estaba segura de que lo primero que haría su hermano al llegar a casa sería atormentarla, por lo que cedió e intentó apaciguar su ira dándole un leve cumplido.
–Bueno, sí.
–¡Oh! ¿Y yo? ¿Yo qué? – Jude interrumpió expectante.
–Eres una buena persona: amable.
–Entonces, ¿te casas conmigo, Eve?
Lucia abrió los ojos como platos, deliciosamente atenta a la conversación de los niños. Evangeline ladeó la cabeza y se sumió en sus pensamientos.
–Los dos señoritos han vuelto. – Informó una criada de repente.
–¡Hermanito! – Exclamó encantada Evangeline olvidando la pregunta de su amigo.
Damian esbozó una sonrisa al ver a la niñita de bellísimo cabello dorado corriendo a su encuentro. La abrazó, la levantó en volandas entre risas y volvió a depositarla con sumo cuidado en el suelo.
–¡Hermanito guapo! – Evangeline saludó y abrazó a Bruno. La niña distinguía a sus tres hermanos mayores por el nombre: Damian era su hermanito, Chris el hermano mayor de Jude y Bruno el hermanito guapo, pues era la primero que había exclamado al verle.
–¿No puedes llamarme de otra manera, Eve? No sé, “hermanito” o “hermano mayor” … O por mi nombre.
–Vale, hermanito mayor guapo. 
Bruno sospechaba que la niña lo hacía a propósito y su mueca traviesa se lo confirmó.
Selena también había seguido a Evangeline, pero no podía abrazarles como lo hacía su amiga. Verla colmada de afecto y cariño, sobre todo por parte de Damian, la ponía celosa.
–Cuánto tiempo, princesa. – La saludó Damian.
Selena se les acercó vacilante, se levantó un poco la falda e hizo una reverencia.
–Sí, señor Damian. Señora Eve, mucho me temo que debo partir.
–Oh, señora Selena, las despedidas siempre son duras. Hasta mañana.
Damian y Bruno intercambiaron una mirada inquisitiva e intentaron contener una carcajada.

El carruaje con todos los invitados partió dejando a la familia a solas. Asha, la zorra, se frotó contra Damian para recibirle y cerró los ojos cuando éste la cogió en brazos y la acarició.
–Oh, sí. ¿Qué significa “casarse”?
–Casarse es… Bueno… Cuando un hombre y una mujer se juntan para crear una familia. Como papá y mamá. Papá se casó con mamá y así es como naciste tú, Eve.
–Ah… O sea que, ¿si me caso tendré otro hermanito?
–No, no va así… Oye, ¿de dónde has sacado todo esto?
–Jude me ha pedido que me case con él. ¿Puedo?
–¡No! – Exclamaron Bruno y Damian a unísono.

*         *        *        *        *

–Llegas tarde.
La reunión con el Rey había durado más de lo esperado y, aunque Hugo había conseguido zafarse de la invitación para cenar del monarca, no pudo evitar retrasarse.
–¿Dónde está Eve? – Preguntó después de saludar a su esposa como siempre.
–Dormida. Ha estado jugando al escondite, está agotada. Tienes hambre, ¿no?
Lo estaba, pero no atinaba a distinguir qué clase de hambre era. Hugo decidió encargarse de lo más urgente antes de nada: la agarró por la cintura, se la acercó al pecho y le cubrió los labios con los propios hasta que Lucia se resistió. Hugo, decepcionado, se negó a retirar el brazo de sus caderas, aunque se vio obligado a separarse de su boca. Lucia estaba preciosa cuando se enfadaba.
–¿Qué haces? Los niños. – Rechinó entre dientes.
Hugo alzó la cabeza y descubrió a los dos chicos allí de pie con la vista pegada al suelo.
–¿Habéis comprado el pastel?
Lucia lo fulminó con la mirada. La consideración de su marido era encantadora; le había pedido a su hijo que comprase la tarta para que ella pudiese disfrutarla a pesar de lo tarde que llegase.
–Sí, estaba buenísima. Gracias, cariño. – Lucia le dio un beso en la mejilla.
Hugo aprovechó para atacarla, pero Lucia fue más rápida y se tapó la boca.
–Pues ya está, no necesito que me informéis de nada. – Hugo centró su atención en los dos jóvenes, visiblemente molesto.
–Han salido para saludarte.
–¿Eh? ¿Para qué? No hace falta que lo hagáis más. Ya me habéis saludado, ya os podéis ir.
Los tres hombres solían volver juntos, pero si los jóvenes regresaban antes que el Duque, siempre salían a recibirle junto a su madre. Lucia sabía que su marido sólo estaba siendo un gruñón porque le había interrumpido el beso.
–¿Y dónde van a ir? Ni siquiera han cenado.
–¿Por qué no? – Preguntó Hugo con cierta exasperación. Su plan de cenar a solas con su esposa acababa de hacerse añicos.
–Madre mía, qué vergüenza ajena me estás dando… Anda, ven. – Lucia tiró del brazo de Hugo y lo arrastró hacia el comedor.
–La próxima vez que cenen antes. – Hugo la siguió impotente sin parar de quejarse.
–Sí, sí…
Bruno y Damian observaron la escena con incredulidad. La misma persona que les había dicho que escucharía sus informes en cuanto pusiera un pie en casa, lo había olvidado todo.
–¿No vais a venir? – Les llamó Lucia.
–Sí, ya vamos.

Jerome solía estar presente en todas sus comidas para atender sus necesidades, así que era normal que Hugo le buscase con la vista al no encontrarle allí aquella noche.
–Le he dicho que volviese a casa. Parecía preocupado por la niña.
–¿Está muy mal? ¿Ha venido el médico?
–Sí, hace rato. Según el médico le ha bajado mucho la fiebre. Los bebés suelen tener fiebre sin venir a cuento. A Eve también le pasaba.
–Es verdad. No parabas de llorar y decir que se iba a morir.
Lucia se aclaró la garganta, avergonzada. Ahora estaba segura que en aquellos instantes había perdido el norte completamente: gritando y exigiéndole a su marido que curase a la niña. Todavía agradecía la habilidad de Hugo para mantener la compostura y consolarla.
–¿La princesa Selena viene mucho?
–Casi cada día; son muy amigas.
–Madre, la princesa da igual, pero… ¿No deberíamos empezar a poner distancia entre Eve y Jude y el príncipe Ethan?
–¿Qué? ¿Por qué?
–Creo que ya va siendo hora.
–Pues yo creo que no pasa nada.
Damian adivinó que Lucia desestimaría su propuesta, por lo que optó por buscar el apoyo de su padre que siempre había sido más sobreprotector en cuanto a su hija.
–Eve me ha contado que Jude le ha pedido matrimonio, padre. Una propuesta.
–¿Qué? – Hugo se volvió a su mujer de inmediato. ¡Cómo se atrevía ese maldito mocoso a…! – Tiene prohibida la entrada. Empezando desde ahora.
–Vale, como digas. – Lucia fingió complacer la absurda exigencia de su esposo a sabiendas que nada de lo que dijera solucionaría el problema.  – ¿Como es que Su Majestad quería hablar contigo?
–Ha hablado mucho para decir poco. Básicamente quiere que prometamos a Damian con Selena.
–¿Perdona?
Tanto Lucia como Damian soltaron los cubiertos de la sorpresa.
–Su Majestad la Reina me lo mencionó hace tiempo… – Lucia sonrió juguetona viendo la reacción del muchacho.
–¿Sí? Pues supongo que esto no ha sido un impulso repentino.
–¿Tú qué opinas?
–No me parece mala idea. Tampoco hay que dare mucha dote. Damian, si quieres te puedes casar con ella.
–¡Padre…! – Exclamó el muchacho.
La princesa sólo tenía ocho años, apenas contaba con un año más que Eve. Quizás en diez años se convirtiese en una hermosísima señorita, pero era imposible que se plantease contraer matrimonio con una niña.
Bruno hizo todo lo posible para no estallar en sonoras carcajadas allí mismo. Que la princesita que había estado jugando a ser adulta hacía unas horas fuese la prometida de Damian le parecía absurdo a más no poder.
–Es absurdo; la princesa Selena es una niña.
–¿Quién te ha dicho que tengamos que casaros ahora? – Contestó Hugo, indiferente. – Os podéis prometer ahora y casaros cuando llegue el momento.
–Damian ya ha conocido a la princesa, nos podemos ahorrar la quedada para presentaros…
–¡Madre!
Damian contrajo el rostro. La mayoría de los herederos se casaban siguiendo los dictámenes de sus padres: establecer una conexión mediante un enlace matrimonial con la casa real era una estrategia espléndida.
Bruno chasqueó la lengua. Si tanto aborrecía la idea, que lo dijera. Damian jamás se opondría a nada que le pidieran sus padres, era demasiado obediente. Aunque significase acabar con él, si era lo que sus padres deseaban estaría más que dispuesto a casarse con la princesa sin remugar.
–Vale, hasta aquí. No voy a seguir con la broma, te la estás tomando demasiado en serio. – Lucia sonrió a su hijo. – No pienso obligarte a hacer nada que no quieras. ¿Como vamos a decidir nosotros algo que concierne a tu vida entera?  – Damian se la miró como quien acaba de revivir. Era adorable. – Tu padre opina lo mismo. ¿A qué sí? Ni siquiera querías tener nada que ver con la realeza.
Hugo resopló al ver a Damian mirar con tanta admiración a su madre. Su esposa era demasiado blanda con el chico.
–No voy a obligarle a casarse si no quiere.
–¿Qué le has dicho a Su Majestad?
–Que no era momento de hablar de estas cosas. Le he dicho que si el chico no tiene a nadie que le guste para cuando Selena debute en sociedad, entonces, me lo pensaré.
–¿Por qué has prometido eso…?
–¿No te ves capaz de tener a una mujer en siete años, Damian?
Damian ni siquiera pudo contestar. Hugo fingió ignorancia de la existencia de la muchacha de la que Damian estaba enamorado gracias a los informes sobre la Academia.
–El tiempo no soluciona nada. – Lucia defendió a su hijo. – Por cierto, ¿por qué sólo hablas de Damian? ¿Y Eve? Podemos emparejarla con cualquiera de los tres príncipes.
–Ni de broma.
–Imposible, madre.
–Es demasiado pronto, madre.
Lucia rio ante el parecido entre todos los hombres de su casa. Ninguno toleraba la más mínima broma cuando trataba de Evangeline.

*         *        *        *        *

Fabian, aprovechando que tenía que esperar a que los duques y familia acabasen de cenar, fue a visitar a su hermano. ¡Menuda suerte la de Jerome! Se había casado con una mujer increíblemente hermosa, mucho más joven que él y que le había cortejado. ¿Por qué? ¿Qué le había visto? La pareja continuaba comportándose como dos jóvenes de noviazgo a pesar de haber tenido ya dos hijos: era insoportable. Harto de tener que ser testigo de tanta tontería regresó a la residencia ducal para entregarle el informe a Hugo.
–Nos han llegado noticias de que Philip ha fallecido.
Hugo hizo una pausa antes de abrir el sobre que le acababa de entregar su lacayo con el certificado de defunción. Hacía siete años que había ordenado que arrastraran a Philip a una mazmorra en el Norte, le cortasen la lengua, le desgarrasen el tendón y lo dejasen ahí para atender las heridas de los criminales.
Mientras rebuscaba por los documentos de Philip descubrió que un orfanato de la Capital era, en realidad, una organización que entrenaba a varias niñas para complacerle cuando llegase el momento. El primer impulso de Hugo era matarlas a todas, pero se contuvo. No iba a teñir de malas sangres el nacimiento de su hija. Todas las cautivas ignoraban el motivo por el que su cuerpo no funcionaba con normalidad y fueron liberadas en cuanto, después de suministrarles el antídoto, sus cuerpos perdieron los efectos nocivos de la artemisa.
–¿Qué habéis hecho con el cadáver?
–Si no hay familiares que se encarguen hacemos como siempre: si es verano, se quema de inmediato; si es invierno nos esperamos a tener algún otro para quemarlos juntos.
–Hay una cripta de la familia del doctor. – No quedaba nadie vivo de su familia, por lo que se incineró a Philip a los días junto a otros fallecidos. – Enterradle ahí. No hace falta que se haga funeral.
–Sí, mi señor.
Todavía odiaba a Philip y su muerte no borraba sus fechorías. El anciano había manipulado, amenazado y conspirado contra su señor. Sin embargo, también le había salvado la vida a su hermano, le había traído a Damian y fue precisamente por sus conspiraciones que Lucia dio a luz a Evangeline.
Había cambiado. Philip tenía razón, él ya no era el mismo. Ahora mismo estaba sintiendo lástima por un criminal que merecía una muerte todavía más cruel; en otros tiempos habría arrastrado el cadáver del viejo, lo habría hecho pedacitos y se lo hubiese tirado a las bestias.
Todo había terminado; el secreto de su familia estaba a salvo. Era extraño poderse relajar. La carga de sus hombros continuaba ahí, inamovible, pero ya no era tan insoportable como para desear poder escapar.
–Tenemos más noticias del Norte, señor.
Irritado, Hugo pensó en cómo ese bastardo había desaparecido sin dejar rastro. Había malgastado una millonada en encontrarle y hasta había ordenado que en el momento en que lo encontrasen lo esclavizaran y perdieran el culo para aquí.
Robin heredó el título de Duque de Ramis hacía dos años, justo al mismo tiempo que Hugo se encargó de negociar con el Rey de reintegrar a Roy y zafarle de su etiqueta de criminal. Reinsertarle en sociedad o en los caballeros del norte no significaría ningún problema – técnicamente, ya había padecido la pena capital –, pero su paradero desconocido, sí. Lo último que se supo de él es que alguien le había visto dirigirse al territorio de los bárbaros.
–¿Le habéis encontrado? – Hugo rechinó los dientes. En cuanto tuviese a ese gilipollas delante le reventaría a hostias.
–Más bien… Se ha puesto en contacto con nosotros. – Continuó Fabian, nervioso. – Un chiquillo se nos presentó con una carta del señor Krotin, y… Según la carta… el chiquillo es… su hijo.
Hugo se puso a leer la carta que decía así:
“Mi señor, mi hijo pagará la deuda que te debo. Como quiere ser un soldado, le he enseñado lo básico. Si es útil, dale trabajo; si no, échalo y ya. Pero, vamos, que yo he sido su tutor y el chaval lo hace bien. Me he enterado de que me estabas buscando. No te preocupes, que ya iré cuando me apetezca. Bueno, mi señor, de momento voy a seguir dónde estoy una temporadita”.
–¿…Un hijo? – Hugo se quedó patidifuso y soltó una risita atónita.
–Se llama Khali, tiene ocho años.
Hugo se masajeó la frente: presagiaba que aquello sólo le iba a traer disgustos. Si el niño tenía ocho años, eso significaba que el muy gilipollas la había liado parda pocos meses después de que se le enviase al Norte.
–Y creemos que la madre es bárbara.
–…Menuda novedad.
Roy jamás había considerado a los bárbaros de la misma especie: eran presas, nada más. Además, era un desgraciado que sólo se enfrentaba a las presas duras de roer, por eso no le ponía la mano encima ni a niños ni a mujeres. Eso no significaba que, de tener motivos, no fuera a hacerlo.
–¿Estás seguro de que es el hijo de Roy? – En lugar de sorprenderse, Hugo se extrañó.
–Se parecen mucho… según el señor Heba.
Hugo hojeó el informe hasta encontrar el apéndice de Dean. El caballero sólo había escrito halagos para el niño: que si era un diamante en bruto, que si quería tomarlo bajo su ala para adiestrarlo, que si honraría el nombre de los caballeros…
–Que el equipo de búsqueda se disperse y que Dean se encargue del niño.
Si tan bueno era, entrenarlo desde niño bajo un tutor estricto evitaría que su conducta se les fuera de las manos como Roy. Asimismo, con el tiempo tal vez lo traería a la Capital para que guardase a Evangeline cuando debutase en sociedad.
–Sí, mi señor.

*         *        *        *        *

Para cuando llegó al galope, la situación ya estaba zanjada y una escena sombría le aguardaba tras los muros. Las gentes salieron a recibirle con el mayor respeto: estaban saludando a su nuevo señor, no a un joven amo.
Desmontó del caballo y se quedó ahí parado, incapaz de avanzar hasta que alguien se le acercó.
–¿…Dónde?
–¿Disculpe? Los cuerpos están den-…
–¡Eso no!
–En el torreón oeste.
–Retiraos… todos. No vengáis hasta que os llame. Si os veo el pelo, perderéis la cabeza. – Anunció con tranquilidad, pero con un tono cargado de sed de sangre.
Repasó a los allí presentes conteniendo el impulso de rebanarles los sesos. Muchos se tiraron al suelo a implorar misericordia, otros simplemente empalidecieron.  Fue entonces, cuando se dirigió al torreón donde un olor repulsivo le invadió la nariz. Los vasallos se quedaron atónitos al descubrir que el asesino de sus señores era el vivo reflejo del joven amo, por lo que se quedaron ahí, inmóviles.
Se arrastró hasta el ataúd de madera, levantó la tapa lentamente con manos temblorosas y estudió el cuerpo grisáceo de ojos cerrados y facciones idénticas a las suyas que reposaba en su interior. Todo le daba vueltas; el dolor y la pena le enloquecían.
–¡Ah…! – Bramó.

Hugo despertó exaltado y sólo la calidez del cuerpo que yacía a su lado le devolvió a la realidad.
Un sueño, suspiró.
Se palpó el pecho que latía descontrolado mirando a la nada. ¡Maldito sea! ¿Por qué la primera vez que se le aparecía en sueños después de aquello tenía que ser así? Suspiró de nuevo y retiró la mano con la que rodeaba a su mujer para no despertarla, se sentó y se levantó.
Lucia se revolvió en la cama bastante después de que su marido se fuera para sentir su calor, pero sólo encontró un lugar vacío y frío. Soñolienta, entreabrió los ojos para comprobarlo.
Su esposo solía madrugar, pero no marcharse en mitad de la noche. Se bajó de la cama y lo buscó por todas partes hasta escuchar el crujido del fuego en el recibidor. Con el ceño fruncido, abrió la puerta para toparse con tres botellas de vino sobre la mesa. Hugo no amaba tantísimo el vino como para engullirse solo tanta cantidad y mucho menos a solas. La figura de su marido parecía solitaria, triste. ¿Qué ocurriría? ¿Tal vez no era la primera vez que se retiraba de esta manera a media noche? ¿Se le acercaba para consolarle? ¿O era mejor dejarle en paz? Lucia, confundida, se quedó en el marco de la puerta observando la escena e incapaz de moverse.  Lo llamó para sus adentros y, como por arte de magia, él se dio la vuelta y le sonrió. Lucia se le acercó en cuanto él le hizo una seña y se le tiró a los brazos.
–¿Has tenido una pesadilla?
–Me he despertado porque no estabas. ¿Y tú? ¿Has tenido una pesadilla?
–Sí, por primera vez. – Hugo sonrió de mala gana.
–Un sueño es sólo eso, un sueño. No tienes ningún colgante, Hugh.
Hugo se apoyó en su hombro y soltó una risita.
–¿De verdad no me vas a decir quién es el que te destrozó el negocio en el sueño? – Todavía le molestaba que el Conde Matin sufriese una muerte tan suave.
–No ha pasado de verdad; a lo mejor ahora tiene una buena vida y no quiero culparle de algo que no ha hecho.
–Dudo que sea buena gente. La gente no cambia.
–Bueno, sigue sin ser necesario que lo sepas.
–Pero me contaste lo del Conde Matin.
–Bueno, no podía explicarme bien sin mencionarle. Mira, vamos a cambiar de tema. No te lo voy a contar y punto.
–Qué cabezona eres. – Hugo la levantó en volandas, anduvo hasta el sofá y se sentó con ella en sus rodillas. La abrazó intentando hacerse con la mayor cantidad de su aroma posible.
Lucia, por su parte, se limitó a acariciarle el pelo sin hacer preguntas.
–Philip está muerto.
–…Debe ser complicado.
–Sí, no entiendo por qué no me siento mejor.
–Porque Philip ha sido una gran parte de tu vida.
Hugo se decidió a contarle todas las fechorías de Philip después de que Evangeline naciera. ¡Cuán doloroso fue escucharlo y cómo lamentaba no haber podido compartir su dolor hasta entonces! Sin embargo, Lucia no odiaba al médico, sino que se compadecía de él.
–A lo mejor podrías tomarte un descanso e irte al Norte un tiempo.
–¿Vamos juntos?
–Si voy, ¿qué clase de descanso sería? Te pasarías el rato en el carruaje sin hacer nada.
–Tienes razón; no quiero molestarte.
–No es eso; si quieres, vamos.
–No, da igual.
–Bueno, cuando los niños crezcan. Sé que fuimos el año pasado, pero ya lo echo de menos. Creo que algún día deberíamos quedarnos allí.
–Sí…
La pareja se abrazó en silencio durante unos instantes. Habían alcanzado ese momento de no incomodarse por el silencio o de que la compañía del otro era todo lo que necesitaban. La paz de esos momentos era, quizás, mucho más valiosa que cualquier tipo de amor apasionado.
Lucia acariciaba la cabeza de su marido como para consolarle y él la abrazaba con todas sus fuerzas y enterraba la cabeza en su pecho.
–…Ver a Damian con la misma edad de su padre cuando murió es raro.
Su hermano falleció a los dieciocho. En aquel momento, Hugo creía que su hermano ya era adulto y estaba seguro de que para cuando Damian alcanzase la mayoría sería capaz de ostentar el título. No obstante, ahora se percataba de lo equivocado que estaba. A pesar de que se comportase como un adulto, la torpeza de sus expresiones demostraba que en el fondo seguía siendo un niño.
–Es porque lo mimas demasiado.
–¿Y esto a qué viene?
–Me refiero a Damian. Sigue siendo un niño; yo no era así.
–Bueno, ¿y tú qué? Tú mimas demasiado a Eve. Es como una niña malcriada de cinco años.
–¿Qué dices? Eve es un bebé. Sólo tiene siete años.
Lucia lo fulminó con la mirada. La doble moral de su esposo la mortificaba.
–Enviaste a Damian al internado con seis años. Me suena que alguien dijo que su hijo a los seis ya tenía que ser capaz de sobrevivir en el desierto.
–¡Eso-…! ¿Quién? ¿Quién te ha dicho eso? ¿Damian? ¿Jerome?
–No me pienso chivar.
–¿Crees que no tengo otros métodos para enterarme? Los voy a hacer a la parrilla-…
–¡Hugh!
Hugo cerró el pico, volvió a enterrarse en el pecho de su esposa mientras remugaba. Lucia lo abrazó y soltó una risita. Con la edad su marido cada vez se volvió más adorable; a veces se comportaba como un padre stricto, frío o indiferente, pero luego…
–Es porque eres su padre, por eso ves a Damian todavía como a un niño. ¿Crees que Eve será adulta cuando cumpla los treinta? – Hugo no dijo nada. – Damian ya es mayor. Nosotros lo seguimos viendo pequeño, pero para los demás es un adulto. Creo que si le cuentas lo de su padre, lo entenderá.
–¿…De verdad?
–Claro, es muy considerado. ¿Cuándo piensas hacerlo?
–Iba a quemar la habitación secreta de Roam y después llevármelo a la tumba de mi hermano sin decirle nada.
–¿Has cambiado de idea?
–Yo también pienso que Damian merece saberlo. Si lo acepta o no ya es cosa suya.
Hugo seguía hojeando los documentos del escondrijo de Philip incluso ahora. Los conocimientos médicos de su familia eran capaces de salvarle la vida a un moribundo, además, de que algunos de los experimentos eran prueba de que cualquiera de sus hijos podría casarse con alguien normal y tener hijos como si nada.
–Creo que es lo mejor. Si Damian heredase tu título sin saber nada, sería como darle sólo la mitad.
–Cuando vayamos a Roam, ¿quieres venir?
–No, nada de excepciones. Que continúe siendo un lugar donde sólo puede entrar el cabeza de familia.
Hugo la besó y se levantó cogiéndola en brazos.
–Si hay una cosa de la que estoy seguro es que Damian no conseguirá una esposa mejor que la mía.
–¿Qué dices? – Lucia le dio un golpecito en el pecho entre risas. – ¡La esposa de Damian será muchísimo más guapa y lista que yo!
–Eso es imposible.
–No te pongas a competir con tu hijo en cosas raras… Lo mismo va para Eve: su marido será muchísimo más maravilloso que tú.
–Pues se ve que tu hija no se casará nunca.
–¿Qué?
–No existe un hombre así.
–Menudo eres…
Hugo entró en el dormitorio besándola, la depositó con sumo cuidado sobre la cama y la dejó hablar.
–Te he comprado un detallito para tu cumpleaños, Hugh. ¡Te va a encantar!
–¿¿Y esa seguridad? Tengo ganas de verlo.
El broche estaría terminado para más o menos la fecha de su cumpleaños, además, Lucia pretendía contarle la historia detrás de la joya para que ambos pudieran cavilar e imaginarse de dónde habría salido en su sueño.

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