10. El crimen
abril 25, 2020
La rutina diaria de Chloe en la farmacia era simple y
poco laboriosa a diferencia de los trabajos físicos que normalmente requerían
esclavos. La joven era una buena trabajadora que no necesitaba que nadie le recordase
cuáles eran sus labores y cumplía las órdenes sin rechistar. Había pasado una
semana desde que había empezado su vida como esclava en el Imperio, y aunque
ninguno de los doctores, las enfermeras o enfermeros se había molestado
siquiera en preguntarle el nombre, estaba satisfecha y genuinamente sorprendida
de lo fácil que estaba siendo todo.
En comparación con la consulta o las salas para atender a
los heridos o enfermos, la farmacia raramente estaba concurrida o requería
limpieza a fondo. Chloe, como de costumbre, había terminado el trabajo y se
hallaba fingiendo barrer por pura cortesía cuando reparó en el cartel de una
puerta donde se leía “almacén”. Aquel era un espacio reservado para cierto
grupo de ilustres que, por supuesto, no la incluía. Sin embargo, la curiosidad
la abrumó y cayó en la tentación de abrir la puerta. Era una estancia
alucinante repleta de medicinas e ingredientes que superaban con creces las que
había encontrado en la colección de El Pasa. Era una habitación enorme y…
sucia.
Chloe arrugó la nariz. La estancia estaba sumida en el
caos: medicinas desordenadas, potes abiertos sin que importase lo propensos que
fueran a oxidarse… ¿Cómo iban a poder trabajar los doctores si su almacén
estaba en semejante estado? Inconscientemente, la muchacha inspeccionó cada
ingrediente o medicina, lo colocó en su sitio, lo limpió y organizó. Chloe
perdió la noción del tiempo sumida como estaba en su labor, falló en reconocer que
ya casi era hora para que los esclavos regresasen a sus alcobas. Así fue como comenzó
un trabajo que ella misma se impuso: organizar el almacén.
Nadie sabía su nombre y difícilmente alguien se daría cuenta
de su ausencia mientras se asegurase de dejarse ver cada par de horas dando
tumbos por la farmacia.
Chloe se consagró a ello durante días enteros. No fue
tarea fácil: en su vida pasada había estudiado herbología, pero había muchos
ingredientes en el inventario que no había visto jamás.
–¿Qué estás haciendo? – Alguien sorprendió a Chloe
admirando su obra.
–El-… – Chloe había estado tan absorbida que no había
oído la puerta ni los pasos del hombre al entrar. – El suelo estaba muy sucio…
Lo he limpiado.
Jorge Nanapa, el jefe adjunto de la unidad médica, observó
el almacén haciéndole caso omiso a la explicación de Chloe.
–¿Cómo te atreves a tocar las medicinas? ¡No eres ni un
doctor, ni una enfermera! ¡Esto es un crimen gravísimo! – El hombre estudió el
almacén y, con un jadeo estupefacto, preguntó. – ¿Tú eres quien ha organizado
el inventario?
Chloe había oído hablar de Jorge Nanapa. Se decía que era
un doctor excelente, una inminencia de la unidad médica que poseía ojos jóvenes
a pesar de la barba blanca. La muchacha decidió arriesgarse a admitir la verdad
con la esperanza de que si el médico la creía podría continuar trabajando en el
almacén, algo que le había proporcionado una felicidad sin límites.
–Lo siento mucho, señor. Solía trabajar de esclava en una
farmacia antes de llegar aquí, y siempre he sentido curiosidad por la medicina
y… Me ha sido imposible ignorar la mala organización del almacén a pesar de mi escasez
de conocimiento.
–¿O sea que has sido tú? – Repitió Jorge impresionado. ¿Cómo
había podido hacer algo así una mera esclava? Por mucho que la chiquilla
hubiese trabajado en una farmacia, aquel era el almacén más gran de del Imperio
que contaba hasta con ingredientes extranjeros. – ¡No me puedo creer que
conozcas todas estas medicinas, sus usos, sus nombres o sus propósitos! ¿Cómo
puede ser si no sabes leer o escribir?
A pesar de su estatus de esclava antes de convertirse en
princesa de El Pasa, Chloe había utilizado cada penique de su sueldo en comprar
libros para poder aprender a leer y escribir. Así pues, había logrado
convertirse en una herramienta útil para su farmacia trabajando codo con codo
con los doctores y farmacéuticos escribiendo recetas o listas.
–Sé… escribir, señor. Pero como no conocía todas las
medicinas, he apartado las que no estaba segura de cómo organizarlas.
Jorge se quedó boquiabierto. ¡La muchacha había aprendido
las características, nombres, y usos de todos los ingredientes y, además, los
comprendía! ¡Todo ella sola!
–¿Dices que sabes leer?
–Sí, señor.
–¿Y escribir?
–Sí, aprendí a escribir mientras estudiaba herbología.
El anciano fue incapaz de ocultar su asombro. Había visto
casos en los que alguien perdía su estatus social y, por tanto, eran esclavos
no analfabetos, pero jamás se había topado con uno que además contase con
educación especializada como Chloe.
–Sea como sea, ¿cómo te atreves a hacer algo así con tu
nivel? – Jorge apenas logró recuperar la compostura. – Te enviaré a la cárcel y
allí aguardarás tu castigo.
Chloe no se inmutó. Si no hubiese admitido su grado de
conocimiento, el castigo habría sido todavía más severo por haber tocado
ingredientes y medicinas. De hecho, aquello no se podía considerar un castigo
en absoluto.
–¿Cómo te llamas?
Chloe hizo una pausa. No se había parado a pensar en
ello, era la primera vez que alguien le preguntaba el nombre en el Imperio. No
obstante, estaba segura de algo y ese algo era que no quería que la llamaran por
un nombre de noble como “Beatrice”.
–Chloe. – Contestó.
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