9. Vivir en las sombras
abril 25, 2020
Aaron no estaba hecho para formar parte del ejército como
su hermano Evan, pero su lealtad y astucia le convertían en el candidato ideal
para ayudar a Alexandro. Preocupado por la discordia entre los Grahams tras
presenciar su interacción en la Ceremonia del Título, el buen hombre chasqueó
la lengua desaprobatoriamente. Alexandro, pesé a la clara molestia de Aaron, estaba
sentado en el despacho bebiendo vino despreocupadamente sin la más mínima intención
de asistir a la fiesta de celebración por la victoria.
–Su Majestad ha pedido que asista mañana.
Alexandro no salía nunca o, mejor dicho, nunca iba a
Palacio. Aborrecía las formalidades y el incordio que suponían visitar el Palacio
donde, además, residía su padre para poder encargarse de tomar las decisiones
en lugar del Emperador.
–Mi señor.
–Recházale.
–No, señor, no hay motivo para ello. Usted tiene una
montonera de trabajo aguardándole. ¿Por qué no se queda en la Capital y-…?
–En cuanto acabe de entrenar a los soldados me vuelvo a
mi finca.
–La competición está a la vuelta de la esquina, ¿no es
mejor quedarse hasta que termine en lugar de tener que estar yendo y viniendo?
Lo único que le importaba a Alexandro era la orden de los
caballeros. No quería involucrarse en las intrigas de la corte y sus camaradas
eran con quien había pasado toda su vida.
–Es necesario que asista al banquete de mañana, mi señor.
Su Alteza ha decretado que quiere casarte este año.
–Oh, mi padre… Sigue siendo el mismo… – Alexandro soltó
una risita.
Su padre se consideraba el Emperador y sabía que nadie
osaría contradecirle, pero que decidiera asuntos como el enlace del héroe
bélico de la nación de esta manera le parecía ridículo.
–Si no está ahí para expresar su desacuerdo, puede que su
padre lo decida todo sin su consentimiento.
–Ve tú en mi lugar. – Alexandro, al que se le había otorgado
el título de archiduque, sacudió la cabeza. Su padre era demasiado terco; no
conseguiría salirse con la suya por mucho que se resistiera. –Dile que estoy
enamorado de alguno de mis soldados… Podríamos decir que de Leo, es creíble.
Aaron estalló en sonoras carcajadas al escuchar la broma
de su señor.
–Así lo haré.
Alexandro era un hombre al que se le conocía por ser un
guerrero cruel y aterrador, un miembro de la élite; no obstante, las personas
cercanas a él sabían de su verdadera naturaleza afana, amante de los animales
que procuraba ocultar.
–Aunque creo que Chris sería una mejor opción. – Comentó
Aaron antes de salir del despacho con expresión sombría.
* * *
* *
Todo avanzó rápidamente. Evan separó las esclavas en dos
grupos: uno para los soldados y otro para su propia familia. El motivo para esa
división era el evitar que los nobles pusieran el grito en el cielo porque se
les entregase tanto criado al ejército y, de todas formas, como vicecapitán de
la Orden y primogénito de su familia, cualquier criado en su mansión estaba
inherentemente subordinado a la Orden. La profesionalidad y maestría de Evan
eran indiscutibles: nadie se quejaba cuando era él quien lidiaba con los
asuntos de esta índole puesto que dedicaba un tercio del presupuesto en
fortalecer el poder el ejército.
Chloe fue una de las elegidas para formar parte de la
casa de Evan. Lo primero que hizo fue calzarse unos pantalones y cortarse su
exótica melena morena para evitar llamar la atención de nadie como había
ocurrido con el indeseable de Leo, a quien no había vuelto a ver, o del
capitán, del que supo habían nombrado archiduque. No pretendía ocultar su
género, pero sí una apariencia extremadamente femenina.
Sus compañeras de viaje fueron reasignadas a sus
pertinentes puestos y ella terminó trabajando en la farmacia de la unidad
médica limpiando o haciendo recados. Rodeada de caras nuevas, Chloe decidió
abandonar su identidad de princesa definitivamente. Beatrice no era su nombre
real, le sería imposible regresar a El Pasa, y el recuerdo del trágico final de
Alicia le servía de recordatorio de lo afortunada que era de seguir viva. Si se
limitaba a vivir en las sombras todo iría bien; estaba satisfecha y contenta
con su nueva vida. La joven se prometió a sí misma ser feliz, aunque eso
significase ocultar su identidad.
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