11. Será mío
abril 25, 2020
–La hija del Duque Bandorras lleva esperándole más de una
hora, mi señor. – El mayordomo, Aaron, imploró con la mirada a su señor. – Se
lo ruego, Su Alteza, al menos vaya a saludarla…
Pero, por desgracia, su señor era demasiado cruel como
para que las preocupaciones de su lacayo le importasen. Alexandro estaba
tranquilamente en su despacho ocupándose de los asuntos de su ducado y no se
molestó ni en alzar la vista de los documentos sobre los impuestos.
–Si la gente se entera de que la hija de un duque va a
ver a un soltero como usted, todos los aristócratas asumirán que mantienen una
relación amorosa. – Continuó el ansioso Aaron.
El silencio de su amo sólo empeoraba el rechazo.
La señorita Clara Bandorras había estado enviándole
cartas de amor a Alexandro desde su llegada. Harta de su silencio, había optado
por presentarse en la mansión de los Graham al menos una vez a la semana sin
discreción ninguna. Era una mujer atrevida que llegaba a la hora del té en su
flamante carruaje. Aaron no podía negarle la entrada a la hija de un duque, al
menos por el bien de la reputación de su amo y, sin embargo, el Archiduque no
se había dignado a verla ni una sola vez.
–Por favor, vaya a verla, mi señor. Es una señorita
encantadora. Sólo véala. ¡Es la décima vez que viene!
–Aaron. – Habló Alexandro con un tono helado.
–¿Sí, mi señor? – Aaron se lo miró con un resquicio de
esperanza.
–¿Crees que debo ser yo quien se encargue de esto? – Dijo
dando a entender que la obligación recaía enteramente en Aaron.
–Pero la señorita Clara Bandorras ha venido… ¡Cada día! –
Alexandro le miró por fin y el mayordomo no se atrevió a replicar más. – Así lo
haré, mi señor.
Aaron salió del
estudio alicaído. Su señor era un hombre tosco, frío y terriblemente torpe a la
hora de expresar sus sentimientos. Su negativa a enzarzarse en relaciones
interpersonales con mujeres – o siquiera sexuales – empezaba a preocuparle y
preguntarse si es que el Archiduque temía a las mujeres. Aunque, por otro lado,
era comprensible. Alexandro era el único hijo de los Graham a quien si quisiera
podía tener a cualquier mujer a sus pies. Aaron temía que su señor no llegase a
casarse nunca y es que las gentes ya estaban convencidas de que Duncan se
volvería a casar antes de ver a su hijo de veinticinco años mostrar interés en
alguna mujer. Los rumores habían llegado al punto de dudar de la orientación
sexual del joven Archiduque…
–Sintiéndolo mucho, señorita Clara, el Archiduque debe
encargarse de unos asuntos de extrema importancia ahora mismo y no podrá
atenderla.
La hermosa mujer de cabello rubio que le caía en cascada
hasta la cintura escuchó al mayordomo reclinada en el sillón y sorbiendo su té
con elegancia.
–Bueno, – sonrió. – no pasa nada. – Hizo una breve pausa
antes de preguntar. – ¿Te importaría enseñarme los jardines pues, Aaron? Llevo
mucho rato sentada y me encantaría admirar las rosas de la mansión de los
Graham.
–En absoluto, mi señora.
Clara Bandorras no se frustró. Ya estaba acostumbrada a
que Alexandro Graham, el hombre más codiciado del mercado, le cerrase la puerta
en los morros, pero sería suyo. El único heredero legítimo de Duncan Graham
poseía un físico robusto, cabello castaño oscuro y ojos azules que eran presa
de los suspiros de todas las doncellas en edad casadera. Clara había estado
observando a Alexandro desde hacía un año en un encuentro ecuestre que el
Archiduque no había podido evitar y se había quedado prendada del atractivo
hombre que galopaba imponentemente a lomos de su corcel. La joven se había
sorprendido al descubrir que los rumores sobre su apariencia aterradora eran
pura memeces, pero agradecía que los cuchicheos fueran una barrera que desalentaba
a otras nobles a perseguirle.
Ninguna mujer osaba acercarse a Alexandro Graham debido a
su expresión fría, pero Clara era diferente. Ella estaba segura de poder
seducir al hombre que le viniese en gana como miembro de los Bandorras. Había
estado visitándole abiertamente para marcar su territorio, así que la victoria
sólo era cuestión de tiempo.
–Qué rosas tan bonitas. – Comentó con una sonrisa la
muchacha conocida en sociedad como la zorra más loca del lugar. – Aunque ni de
lejos tan bonitas como yo. – Añadió mentalmente.
* * *
* *
Jorge, el jefe adjunto de la unidad médica de la Orden,
no conseguía pegar ojo. La imagen de los ingredientes y las medicinas del almacén
recogidos y organizados – incluidos todos aquellos que todavía estaban
estudiando – a la perfección le daba vueltas por la cabeza.
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